Crueldad y épica se fundieron en el choque definitivo que marcaría el devenir de la Nueva España. A 500 años de la conquista de Tenochtitlan, ¿cómo fue el fin de los mexicas? ¿Pudieron los españoles vencer por sí mismos?
El infatigable Hernán Cortés
Tras la desastrosa huida en la Noche Triste y el milagro en los llanos de Otumba, Cortés puso rumbo a Tlaxcala para recuperarse y ver qué le deparaba el futuro. A pesar del apoyo de la nación aliada, temía que, vista su vulnerabilidad y las muchas bajas nativas, Xicoténcatl «El Viejo» decidiera terminar con ellos. Pero a pesar de todo, los tlaxcaltecas demostraron su lealtad, cuidaron de la tropa y ayudaron en la planificación de la toma definitiva de Tenochtilan.
Hernán Cortés logró reunir unos 150.000 hombres, la mayoría de los cuales eran indígenas. Por su parte, Cuauhtémoc reunió alrededor de 300.000 guerreros dispuestos a defender la urbe mexica
Poco a poco, Cortés se fue rehaciendo, captando a españoles llegados de otras expediciones y de nuevos aliados de la región que, a partir de 1521, comenzó a aglutinar gracias a las campañas de machacamiento y apaciguamiento encabezadas por él y sus más importantes capitanes. Poco a poco, las regiones periféricas del lago Texcoco fueron sumándose una a una, incluidas otras más remotas, y poniéndose al servicio de Cortés. Al mismo tiempo, el de Medellín dispuso la construcción de un gran dique en la región de Texcoco desde el que desplegaría 13 bergantines para el asedio anfibio que había planificado sobre Tenochtitlan, una obra en la que, según él anduvieron cincuenta días más de ocho mil personas cada día, […] porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de anchura, e iba toda chapada y estacada, […] que cierto fue obra grandísima y mucho para ver.
Las fuerzas enfrentadas
El 28 de abril de 1521 Cortés hace recuento de sus efectivos y convocó a sus aliados indígenas –Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula y Chalco-, cuyas tropas sumaban 150.000 hombres de guerra. El contingente más numeroso fue el de los tlaxcaltecas, el cual oscilaría entre 50.000-80.000 hombres capitaneados por Chichimecatecle y Xiconténcatl «El Joven«, cuñado de Pedro de Alvarado, aunque este último fue ejecutado por Cortés tras amenazar con desertar y llevarse de vuelta a su tropa. Después de haber arriesgado tanto, no iba a dejar que todo se fuera al traste.
Hernán Cortés logró reunir unos 150.000 hombres, la mayoría de los cuales eran indígenas. Por su parte, Cuauhtémoc reunió alrededor de 300.000 guerreros dispuestos a defender la urbe mexica
Marcada la disciplina, el 26 de mayo comenzó el asedio anfibio. Enfrente estaban los tres señores de la Triple Alianza: Cuauhtémoc, Coanácoh y Tetlepanquétzal, quienes a pesar de la epidemia de viruela que azotaba a la población desde la huida de los españoles en la Noche triste, lograron reunir en Tenochtitlan un poderoso ejército de 300.000 hombres y miles de canoas, además, habían hecho acopio de una buena cantidad de víveres y reforzado a conciencia las defensas de la urbe. Aislados de toda comunicación y abandonados por sus antiguos aliados, los mexicas se dispusieron a resistir.
Al asalto de Tenochtitlan
A finales de mayo, Cortés cortó el acueducto de Chapultepec, el cual surtía de agua dulce a Tenochtitlan y lanza los primeros asaltos. Con mucha dificultad, la hueste se hace con el control de las diferentes calzadas de la ciudad. Día tras días se sucederán las entradas, repliegues y reparaciones de las calzadas por parte de las tropas sitiadoras.
Día tras días, españoles y tlaxcaltecas sucederán las entradas, repliegues y reparaciones de las calzadas defendidas por los mexicas con uñas y dientes
En una de estas, Cortés llegó hasta el Templo Mayor, despeñó los ídolos y ordenó incendiar el jardín–zoológico de Moctezuma y los palacios en los que se aposentó en su primera estancia. Y aunque a mí me pesó mucho de ello, porque a ellos les pesaba mucho más, determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar. Pero, a pesar de todo, los intentos de los españoles y sus aliados por reducir la resistencia de la ciudad parecían infructuosos, los mexicas conservaban intacto el gran mercado de Tlatelolco, el cual les permitía abastecerse de provisiones. Tomarlo era crucial.
Una defensa a la desesperada
El 30 de junio, en una acción algo descabezada, y alentada por Cortés, los atacantes cayeron en una brillante encerrona perpetrada por los aztecas, que costó la pérdida de 35-78 españoles y más de mil indios aliados, todos los cuales fueron sacrificados. Muchos capitanes le echaron en cara el desastre, mas el de Medellín aprendió que los avances habían de ser menos prolíficos y más consolidados. La decisión de Cortés tajante: había que acometer contra la población civil, destruir las casas de los terrenos que fueran controlando, y lo que era de agua hacerlo de tierra firme. Los tlaxcaltecas, en compensación por los viejos agravios de sus vecinos mexicanos, se encargaron gustosamente del trabajo sucio.
La hueste cortesiana y sus aliados indígenas no lo tuvieron fácil a la hora de penetrar en Tenochtitlan. La resistencia mexica fue tan dura que tuvieron que tomar casa a casa
El 24 de julio los sitiadores alcanzaron e incendiaron el palacio de Cuauhtémoc, haciéndose dueños de tres cuartas partes de la ciudad. Cortés recordará el desolador panorama en que se encontraba la ciudad: la grandísima hambre que entre ellos había, y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algún tiempo … que cierto me ponían en mucha lástima y dolor el daño que ellos hacía, y continuamente les hacía acometer con la paz; y ellos decían que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir peleando.
El ocaso del imperio de los culúas
Cuauhtémoc se negará una y otra vez a rendir la ciudad, y cuando ya no quedó refugio en tierra, el tlatoani azteca continuó con la defensa sobre las aguas del lago, a bordo de canoas, piraguas y chalupas. Fue así como un tal García Holguín logró apresar a Cuauhtémoc y otros señores en una acometida naval. Había terminado la guerra. El hambre era mucha entre la población y el agotamiento había rebasado la resistencia de los sitiados.
Tras casi 3 meses de sitio, Cuauhtémoc se entregó el 13 de agosto de 1521. La Confederación azteca había tocado a su fin
El ocaso del imperio de los culúas llegó un martes 13 de agosto de 1521. El sitio había durado unos 3 meses, y aunque la victoria fue harto deseada, en las crónicas de Cortés y Díaz del Castillo no aparece reflejada con gran gozo, sino más bien sin mucho entusiasmo, con pesar y cierta apatía. Cortés dirá que aquel día... después de haber recogido el despojo… nos fuimos al real dando gracias a Nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada victoria como nos había dado. Bernal Díaz recordará más agriamente el óbito: Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta media noche mucho más agua que otras veces. Y después de que se hubo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que las tañían cesasen de tañerlas.
La realidad de toda guerra
Cortés accedió a dejar marchar a la población para evitar que sufrieran los excesos de la tropa, especialmente de la indígena, que aún buscaba la venganza con mucho ahínco. Díaz del Castillo confesará compadecido: Digo que en tres días con sus noches en todas las tres calzadas, llenas de hombres y mujeres y criaturas, no dejaron salir, y tan flacos y amarillos y sucios y hediondos, que era lástima de verlos; … y veíamos las casas llenas de muertos, y aun algunos pobres mexicanos entre ellos que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos muy flacos que no comen sino hierba; […] agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada. También quiero decir que no comían las carnes de sus mexicanos, si no eran de las nuestras y tlaxcaltecas que apañaban, y no se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese el hambre y la sed y continuas guerras como ésta.
Si bien los españoles y sus aliados celebraron la victoria, no faltaron almas sensibles que se estremecieron con la crudeza de la guerra. La esplendorosa Tenochtitlan, ahora por los suelos, volvería a nacer como la cabecera de la Nueva España
Los días siguientes mostraron las dos caras de la misma moneda. En Tenochtitlan los mexicas enterraban a sus muertos, buscaban agua y comida, limpiaban calles y plazas, reestablecían el acueducto de Chapultepec… Mientras, en Coyoacán, Cortés y sus aliados indígenas celebraban la conquista de la ciudad con un enorme banquete. No se trataba de un genocidio intencionado, ni siquiera de la lucha entre un aluvión de harapientos bien intencionados contra unos pocos desalmados europeos bien armados. Los mexicas lucharon heroicamente hasta el final y los españoles, pese a sus muchas gestas, nunca hubiesen vencido sin la ayuda de los indígenas. Aquella era la realidad de dos mundos que se negaban a desistir en su empeño por hacerse dueños y señores de México: la realidad de la guerra y el ser humano.
Bibliografía:
Esteban Mira Caballos. Hernán Cortes, el fin de una leyenda.
José Luis Martínez. Hernán Cortés.
Bernal Díaz del Castillo. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
Hernán Cortés. Cartas de relación.
Fernando Alva Ixtlilxóchitl. Historia de la nación chichimeca.