¿Alguna vez se han preguntado por qué hacemos las cosas? Esas acciones mecánicas que hacemos sin pensar, simplemente porque siempre las hemos hecho. Este es el caso de aplaudir cuando algo nos gusta, pero, al igual que muchas otras acciones diarias tiene un origen histórico y una razón de ser.
Aplaudir satisface a la necesidad humana de expresar una opinión según los psicólogos. El espectador siente que está participando y a su vez éste se ve integrado en el conjunto de la audiencia. Aplaudir es también un modo intrínseco de expresar la emoción reprimida o el deleite generado por algún estimulo. Por ejemplo, pruebas con chimpancés y niños muestran como estos aplauden espontáneamente al sentirse emocionados.
¿Pero cuál es su origen histórico? La costumbre de aplaudir podría ser tan antigua como la misma humanidad. Las diferentes culturas disponen de convenciones sociales que determinan el modo de aplaudir, y solo la capacidad de los medios para hacer ruido limitan su variabilidad.
El origen del aplauso tal como lo conocemos hoy día se sitúa en la antigua Grecia. Los griegos vitoreaban y aplaudían para mostrar su aprobación en las representaciones teatrales. Es importante recordar que la civilización griega era una gran aficionada al teatro en todas sus capas sociales, mucho más que la romana.
Por su parte, los antiguos romanos tuvieron un conjunto ritual de aplausos mucho más elaborado para expresar sus diversos grados de opinión en las celebraciones públicas. Golpear los dedos, dar palmadas con la mano plana (testa) o hueca (imbrex), o agitar el faldón de la toga eran acciones que se alternaban según la opinión general del público en referente a lo que estaban viendo. De este modo, los romanos realizaban una u otra acción para expresar su opinión de un modo no verbal.
En diversas ocasiones los emperadores romanos contrataban personas para que aplaudieran durante sus eventos, son los llamados plausores. En el teatro romano, al final de la obra, el protagonista gritaba “¡Valete et plaudite!” y la audiencia aplaudía guiada por los plausores mientras un corego[1] no oficial coreaba su aplauso antifonalmente[2].
Los plausores estaban bien organizados y su trabajo era remunerado.[3] Sabemos que el emperador Nerón (37-68 d.C) pagaba a casi 5.000 plausores para que aplaudieran sus apariciones en público, tanto en los discursos como en sus actuaciones musicales.
Durante el reinado del emperador Aureliano (270 – 275) se sustituye el agitar de togas por pañuelos que eran repartidos entre el público. Esta acción se ha conservado hasta nuestros días en espectáculos públicos, por ejemplo, en las corridas de toros.
Así pues, los aplausos eran utilizados tanto en espectáculos del teatro, anfiteatro o circo, como en reuniones políticas y tratos comerciales.
Es necesario pensar cuál es el motivo por el que aparece y coge fuerza el aplauso como mecanismo de expresión de masas dentro de la sociedad grecolatina. Personalmente lo asocio al tipo de relaciones sociales que establecen ambas sociedades en torno a la masa. Esta última, es entendida por el sociólogo francés Gustave Le Bon como “Una agrupación humana con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo»[4].
De este modo, la masa no se puede expresar de la misma forma que un individuo, necesita de un código propio para expresar opiniones de conjunto. Es en este marco donde entran en juego los silbidos y los aplausos.
Teniendo en cuenta el comportamiento de la masa podemos incorporarla dentro de la mecánica social grecorromana.
Se trata de dos sociedades que tanto en política, arte, incluso en comercio funcionaban por aclamación. Esta consiste en el grito de júbilo o de entusiasmo con que el pueblo manifiesta su estimación y aprecio a algunas personas eminentes o presta su aprobación a los grandes hechos ejecutados por ellas.
Los negocios se trataban y resolvían en las plazas públicas por el pueblo reunido al efecto. Esta forma de elección o más bien de aprobación se usó también en los cuerpos deliberantes y muchas veces se eligió el senado por aclamación como lo hacían los pretores y el pueblo. Incluso muchos emperadores ascendieron al trono mediante la aclamación del pueblo o del ejército.
Los aplausos se presentan como una herramienta dentro del funcionamiento de la aclamación en la cultura clásica, es decir, cuanto más ruido genere la masa más aprobación demuestra hacia lo que está viendo. La acción de dar palmadas supone la mejor opción para este fin, ya que no existe acción corporal que genere más ruido de un modo no verbal. Si esto lo unimos a los gritos y silbidos obtenemos la mejor opción de una multitud para vitorear a un personaje o hecho importantes.
Es cierto pues que a partir del siglo I de nuestra era hacer chocar las palmas, silbar y pisotear, es decir, todas aquellas acciones destinadas a hacer ruido durante un acto público se asimilan como modo de expresar un acuerdo masivo respecto a algo. Esta costumbre se extendió tanto en oriente como en occidente, trasladándose no solo a los espectáculos, si no a muchas otras instituciones de la sociedad, como la Iglesia y posteriormente, la cultura popular contemporánea adoptó el aplauso como la máxima expresión de aprobación en diversos contextos.
Bibliografía
- Arrazola, L. (1848). Enciclopedia española de derecho y administración.
- Böttiger. (1822). Über das Applaudieren im Theater bei den Alten.. Leipzig.
- Goldsworthy, A. (2009). La caída del Imperio Romano. El ocaso de occidente. Barcelona: La Esfera.
- Le Bon, G. (2000). La psicología de las masas (1ra ed.). Madrid: Ediciones Morata.
- (1992). Vida de los doce césares. Obra completa (1ra ed.). Madrid: Editorial Gredos.
Webgrafía
¿Por qué aplaudimos? El origen de los aplausos. (2017). UN SURCO EN LA SOMBRA. Visitado el 14 de Octubre del 2017, de http://www.unsurcoenlasombra.com/por-que-aplaudimos-el-origen-de-los-aplausos/
El origen del aplauso: ¿Por qué aplaudimos? (2017). Blog de Derrama Magisterial para el magisterio. Visitado 14 de Octubre del 2017, de http://blog.derrama.org.pe/el-origen-del-aplauso-por-que-apludimos/
[1] Encargado de organizar un coro normalmente coteado por las clases acaudaladas.
[2] La antífona es una forma musical y litúrgica de melodía generalmente corta y sencilla, y de estilo silábico. Tiene una fuerte presencia en los rituales cristianos.
[3] Böttiger. (1822): 87.
[4] Le Bon. (2000): 124.