«Venceréis, pero no convenceréis» es una famosa cita pronunciada por Miguel de Unamuno (1864-1936), intelectual, escritor y filósofo de la generación del 98, el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde era rector. Ese día se celebraba lo que entonces se conocía como el ‘Día de la Raza’ (actual Día de la Hispanidad) y que coincidía con la apertura del año académico. Para ello se celebró un acto en la universidad que contó con la presencia de ilustres personalidades, entre ellas un nutrido grupo de representantes del fascismo español. Hay que recordar, que meses antes La rebelión militar de Melilla había significado el primer movimiento del golpe de Estado en España de julio de 1936, que significó el inicio de la Guerra Civil Española.
Por ello en esta jornada salmantina (Salamanca quedaba en zona nacional) que daba inicio al curso académico, podemos imaginarnos que los ánimos estaban más que crispados tras el sublevamiento militar que había dado inició la Guerra Civil. Fue célebre el altercado que mantuvo Unamuno con el general Millán-Astray. Esperaba Unamuno paciente su turno de intervención, pero hubo una que le molestó de manera especial y ésta fue la realizada por José Millán-Astray (fundador de la Legión Española) que gritó consignas que irritaron al anciano catedrático.
Al iniciarse la guerra civil, Unamuno apoyó inicialmente a los rebeldes. El escritor quiso ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva del país. Más tarde, tras las incendiarias palabras de Millán-Astray, acabaría improvisando un lapidario discurso, que incluyó la famosa frase: «Venceréis, pero no convenceréis.
«¡Éste es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».
MIGUEL DE UNAMUNO
La algarabía cortó el discurso del orador con abucheos. Algunos oficiales echaron mano de sus pistolas, mientras Unamuno salió del paraninfo protegido por Carmen Polo de Franco, que le ofreció el brazo, y por otras personalidades. Tras el altercado, Unamuno, pasó los últimos días de vida (de octubre a diciembre de 1936) bajo arresto domiciliario en su casa, en un estado de resignada desolación, desesperación y soledad.