El surgimiento de los EEUU es uno de los eventos capitales de la historia política moderna. La reacción frente a la condición colonial y los ideales políticos liberales cristalizaron en la primera gran Revolución burguesa del llamado “ciclo atlántico”.
Los motivos que comúnmente se entienden como detonantes de la Revolución de las Trece Colonias apuntan hacia la libertad política frente a la corona británica y la independencia económica de las políticas económico-fiscales consideradas abusivas. No obstante, no hay que olvidar la importancia del contexto geopolítico europeo del siglo XVIII en el que los imperios coloniales se disputaban la hegemonía del poder. El proceso independentista estadounidense supuso un escenario relevante para los intereses geoestratégicos, ideológicos o económicos de las potencias europeas, lo cual influyó de modo determinante en este proceso histórico.
La independencia conjugó un proceso descolonizador y un proceso revolucionario de corte político liberal. Dichos procesos implicaron el condicionamiento previo de las colonias -marcado por el pensamiento político moderno y por las “usurpaciones” del imperio británico-, la Guerra de la Independencia y el final establecimiento de un sistema político republicano.
“Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad” preámbulo de la Declaración de Independencia de eeuu
Las Trece Colonias que declararon su independencia como Estados Unidos de América en 1776 fueron fundadas por el imperio británico entre los siglos XVI y XVII. Estas colonias eran: Massachusetts, Nuevo Hampshire, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Pensilvania, Nueva Jersey, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. La vida política de las colonias se desarrolló con cierto grado de autonomía, creando sistemas de gobierno propios. La fuerte intervención sobre la actividad económica americana del mercantilismo inglés para beneficio de la capital hizo que progresivamente las colonias se fueran resistiendo al control londinense. Las relaciones intercoloniales aumentaron para la colaboración mutua, lo cual empezó a dotar de una identidad política y nacional. “No hay tributación sin representación” fue el lema con el que las Trece Colonias denunciaron los impuestos como ilegítimos al no estar representados en el parlamento británico, ya que el Bill of Rights prohibía el cobro de impuestos sin consentimiento parlamentario.
El entonces Primer Ministro de Gran Bretaña George Grenville, durante la monarquía de Jorge III, aumentó los impuestos para incrementar los ingresos destinados a cubrir la deuda que el Estado había alcanzado más los costes del mantenimiento de las tropas que guarnecían los enclaves del imperio. La presión de los impuestos recayó fundamentalmente sobre las colonias de Norteamérica y las Antillas. En esta línea, se aprobaron las leyes para recaudación de impuestos conocidas como Ley del Azúcar en 1764 y Ley del Sello en 1765. La situación se agravó con los decretos de Townshend en 1767 para recaudar por medio de las importaciones de las colonias. Además, con Townhend se pretendió desvincular a los soldados de las autoridades locales, ligándolos a la metrópolis por la nómina y permitió a las tropas allanar las viviendas sólo por sospecha de delitos. La política económica británica y su implantación coercitiva obstaculizaban las actividades comerciales de la oligarquía norteamericana. Además, el resto de las clases de la sociedad se vieron afectadas por las restricciones.
Se organizó una asociación de «patriotas» que defendía los derechos de los colonos frente al abuso británico llamada “Hijos de la Libertad”. El grupo estaba liderado por el ideólogo y referente intelectual Samuel Adams y por el comerciante John Hancock. Los conflictos sociales no tardaron en aparecer: en 1770 ocurrió la Masacre de Boston, en la que los soldados que ocupaban militarmente la ciudad dispararon a la multitud que protestaba, por lo que murieron cinco estadounidenses. Samuel Adams afirmó que esa noche fue el detonante del deseo de la independencia. En 1773 los Hijos de la Libertad se pronunciaron en contra del Acta del Té -que imponía impuestos principalmente a la importación del té a la metrópolis- y planearon el Motín del Té (Boston Tea Party), en el que colonos de esta agrupación se disfrazaron de indios y arrojaron a las aguas del puerto de Boston cargamentos de té que traían las embarcaciones.
El desafío fue contestado con la aprobación por parte del gobierno británico de los llamados Decretos Intolerables en 1774 que limitaban las competencias de las autoridades coloniales implementando prácticamente un estado de sitio. Ante esto, y teniendo en cuenta que desde 1772 ya habían organizado gobiernos secretos en comités de correspondencia, en 1774 se celebró el Primer Congreso Continental que reunió a los representantes de las colonias en Filadelfia. Se reclamaba al rey inglés el derecho de las colonias para hacerse cargo de sus asuntos internos sin injerencia del imperio, lo cual supondría el fin de la relación colonial.
Las posiciones de los colonos eran diversas: unos pedían la independencia y otros querían mantener el vínculo pero reclamaban autonomía y más derechos como ingleses. En cualquier caso, La Petición al Rey del 25 de octubre de 1774 no fue aceptada por los ingleses, por lo cual empezó un boicot a los productos comerciales británicos. El 1775 se promulgaron los Decretos Restrictivos con los que asegurar la soberanía del imperio sobre las colonias.
En 1775 estalló la guerra y duró hasta 1783. Los hechos que iniciaron las acciones bélicas y que acabaron con las posibilidades negociadoras para la resolución del conflicto fueron las batallas de Lexington y Concord en abril de 1775 que desembocaron en el asedio de Boston. En mayo de 1775 empezaron las reuniones del Segundo Congreso Continental y se abordaron los temas militares para lograr la organización formal y eficaz de un ejército (más allá de los milicianos) y empezó el reclutamiento de soldados. Se nombró a George Washington, un reputado militar y terrateniente de Virginia, como comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas. El Segundo Congreso Continental tomó las funciones de gobierno del conjunto de las colonias.
En junio de 1775 los ingleses vencieron en la batalla de Bunker Hill, pero sus fuerzas resultaron muy mermadas. Tras esto, los norteamericanos se centraron en Dorchester Heights, que tomaron y fortificaron en marzo de 1776 gracias a la acción de la Armada Continental comandada por George Washington. Las tropas británicas, ante los cañones pesados que los patriotas instalaron, no tuvieron otra opción más que retirarse de Boston. Los cañones se consiguieron en la captura del fuerte de Ticonderoga y fueron transportados por Henry Knox en el episodio recordado como el “noble tren de artillería”. De esta forma terminó el asedio de Boston.
El Segundo Congreso Continental aprobó el 4 de julio de 1776 la Declaración de Independencia de los Estados Unidos redactada por Thomas Jefferson, hombre especialmente reconocido por su calidad intelectual. Esto fue consecuencia de la resolución del día 2 de julio por la que el Congreso afirmó “estas Colonias Unidas son, y por derecho deben ser, estados libres y soberanos”. La declaración contiene una apelación a la necesidad de la explicación motivada de la independencia en base a una racionalidad iusnaturalista, un preámbulo con los ideales teórico-políticos que justifican la revolución, una acusación que reprueba las “injurias y usurpaciones”, una denuncia del caso omiso recibido por parte de los ingleses, una conclusión que explicita la necesidad del anuncio de la independencia, y finalmente las firmas de los 56 signatarios.
Esta declaración confirió unidad y determinación formal a la guerra de las Trece Colonias. El imperio británico no pudo seguir tomando el conflicto como una rebelión, por lo que seguidamente adoptó estrategias de guerra. Tras salir de Boston, William Howe (comandante del ejército británico en América del Norte) reunió las tropas en New York con la pretensión de dividir las fuerzas enemigas y concentrar la contienda en una batalla decisiva. Su objetivo era enfrentar a Washington ya que no existía un centro de mando para capturar y acabar con la guerra. Los norteamericanos evitaron tal confrontación y practicaron la guerra de guerrillas.
La famosa victoria de Washington en la batalla de Trenton en 1776 tras la travesía del río Delaware y la rendición en 1777 de un ejército inglés en Saratoga dieron confianza al ejército continental para derrotar a las tropas inglesas. La campaña de Saratoga fue una victoria estratégica determinante para los patriotas. Este fue el punto de inflexión que decantó los apoyos externos hacia los norteamericanos. En este punto se notaron las consecuencias de la Guerra de los Siete Años por la primacía colonial: España y Francia apoyaron al enemigo de Inglaterra en la guerra de Norteamérica y el imperio británico seguía sufriendo los costes y la deuda contraída. España en un principio aportó dinero y armas sin entrar en guerra directa, y Francia firmó una alianza en 1778 y envió tropas interviniendo militarmente contra el imperio británico. En 1779 España firmó el Tratado de Aranjuez para intervenir en la independencia de los Estados Unidos a cambio de concesiones por parte de Francia. Posteriormente Holanda se unió también y el conflicto alcanzó dimensiones internacionales con diferentes intereses involucrados y muchos frentes bélicos abiertos.
El imperio británico no pudo aguantar más la situación y en 1783 reconoció la independencia de los Estados Unidos de América y concedió territorios del continente en la firma del Tratado de París (no confundir con el de 1763). Este tratado puso fin a la guerra y fijó acuerdos que involucraban a otros países.
Los representantes de los territorios ahora independientes se reunieron en la Convención de Filadelfia en 1787. Se instauró un gobierno federal presidencialista con un sistema legislativo bicameral, un presidente de la república y un poder judicial de servicio vitalicio. Lo que en un principio fue una discusión para la reforma de los artículos de la Confederación aprobados en 1777 por el Segundo Congreso Continental, desembocó en la redacción y ratificación de la Constitución de los Estados Unidos.
La Revolución Norteamericana se inspiró en el pensamiento de la Ilustración tamizado por los autores y el radicalismo político ingleses. Asimismo, el republicanismo estadounidense se encuentra permeado por una cultura política protestante en un contexto institucional de firme libertad religiosa. Estos ideales inspiraron las concepciones y acciones de los Padres fundadores de los Estados Unidos como Samuel Adams, Thomas Jefferson, Thomas Paine, John Adams, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, James Madison o George Washington, que persiguieron la implantación de la democracia, la división de poderes, la libertad de conciencia y de expresión, la separación entre iglesia y Estado, la libertad de prensa y la protección de la libertad individual.
En el preámbulo de la Declaración de Independencia se sintetiza la filosofía política que fundamenta la revolución y sobre la que se asienta la constitución política de los EEUU. La esencia de lo que se dice queda reflejado en el célebre pasaje: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”. Se suele mencionar que la Declaración es especialmente deudora del pensamiento de Locke.
El proceso revolucionario de los Estados Unidos sentó un precedente importante para los pactos constituyentes apoyados en el Derecho natural, para la posibilidad de una república federal sobre un territorio extenso y para la implantación de la división de poderes y de frenos y contrapesos.
Para saber más:
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