Winston Churchill, Bulldog Británico

¿Quién fue Churchill?

Fotografía de Winston Churchill.

Elizabeth Bradock, política socialista, tuvo una serie de encontronazos con nuestro personaje. En uno de los más duros, Bessie, como se la conocía, al observar en una fiesta el estado de embriaguez en que se encontraba el político dijo: “Winston, tú estás borracho, y lo que es más, estás asquerosamente borracho”. Churchill le respondió: “Bessie, querida, tú eres fea y, lo qué es más, asquerosamente fea. Pero mañana yo estaré sobrio y tú seguirás siendo fea”.

Representante del carácter inglés más tradicional, idealizado por los conservadores de todo el globo y denostado por su falta de escrúpulos por parte del otro sector, ferviente enemigo del fascismo y del comunismo, con un carácter difícil de tolerar en el trato cercano, es considerado a día de hoy como uno de los mayores defensores de la democracia y la nación inglesa. Pero ¿quién fue realmente el hombre más allá de la leyenda?

“Defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo. Pelearemos en las playas, pelearemos en los sitios de desembarco, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas: nunca nos rendiremos”. Churchill

Nacido en el ducado de Marlborough, Reino Unido, era el tercer hijo del poderoso duque lord Randolph Churchill, y de la estadounidense Jennie Jerome, hija de un millonario estadounidense. Sus detractores siempre criticaron que fumaba mucho aunque, con esa procedencia, ¿cómo no iba a fumar? La vida familiar no era precisamente idílica. Ambos progenitores disfrutaron de amantes y rara vez pernoctaban cerca de la casa familiar, estando el Duque fuera por trabajo y la madre de fiesta en fiesta dentro de la sociedad inglesa. De hecho, esta mujer se hizo célebre por inventar el coctel Manhattan y por acabar dilapidando toda la fortuna familiar en lujos y festines.

Rodeado de opulencia pero sin figuras paternales, Churchill fue criado por los sirvientes de la casa. Hiperactivo y malo en los estudios (tartamudeaba y seseaba) nunca congeniaría con su padre, que siempre lo vio como un fracasado. En la casa familiar aprendió esgrima (logró ser campeón de esgrima de la escuela), equitación y a mandar a los criados, una educación más propia del siglo XVIII que de su tiempo. Viendo que el servicio no conseguía meterlo en vereda, fue transitando un internado tras otro, incapaz de progresar por su personalidad independiente y rebelde que le impedía alcanzar méritos a nivel académico. Uno de sus maestros diría de él: “No era un muchacho fácil de manejar. Cierto que su inteligencia era brillante, pero sólo estudiaba cuando quería y con los profesores que merecían su aprobación”.

Incapaz de llegar a la Universidad, buscó la única salida digna para un noble de su clase: el ejército. Gracias a la influencia de su padre consiguió finalmente entrar a la escuela de oficiales del ejército inglés, aunque no antes de haber suspendido 2 veces. El ejército obró un efecto positivo en su carácter, convirtiendo su hiperactividad en constancia y metodología. De hecho, en 1894 se gradúa 8º entre los 150 aspirantes de su promoción.

Destinado a la India, no tuvo mayor ocupación que jugar al polo y cultivarse con la lectura. Como se aburría, empezó a escribir artículos para los periódicos ingleses como corresponsal de guerra, por lo que su nombre poco a poco empieza a ser conocido en su patria natal. En 1899, Churchill deja el ejército dando comienzo a la carrera política que lo convertiría en leyenda. Se presentó a las elecciones como candidato conservador pensando que sus artículos y su pasado como soldado le ayudarían a llegar al Parlamento, pero no logró ser elegido.

Ese mismo año, Churchill es enviado como corresponsal para cubrir la Segunda Guerra Anglo-Bóer. En Sudáfrica, viajando en un tren del Ejército Británico, fue hecho prisionero cuando los bóers atacaron haciendo descarrilar la locomotora. Churchill, en un descuido de sus captores, consiguió escapar y marchar hacia la libertad. Una aventura que le haría atravesar 480 km de tierra totalmente desconocida para él hasta llegar a la colonia portuguesa de Lourenço Marques (Maputo) donde consiguió un barco para volver a casa. Cuando regresó, su periódico lo presentó como un héroe, proporcionándole su primer minuto de fama y concediéndole cierta notoriedad durante algún tiempo entre la sociedad británica.

En esta coyuntura, vuelve a presentarse a las elecciones y es, por primera vez, elegido en 1900, iniciando una carrera de diputado que se prolongaría durante 60 años. Su carácter, agrio, sincero y directo, le impidió apoyar las políticas que su propio partido estaba llevando a cabo, por lo que se asoció en primera instancia con un grupo de disidentes del Partido Conservador. Durante 2 años, la resistencia que dirigió a su propio partido fue mucho más dura que la de la propia oposición liberal, llegando a distanciarse incluso de los disidentes. En esos años le retirarían el saludo prácticamente todos sus compañeros de partido, aunque él no se amilanó. Firme en sus ideas, nunca le importó lo que llegase a pensar el resto de gente, incluso cuando fruto de la difícil relación, todos sus compañeros de partido abandonaron el hemiciclo mientras hacía uso de la palabra.

El parlamento inglés tiene la peculiaridad de que los diferentes grupos parlamentarios, gobierno y oposición, se encuentran situados justo frente a frente. Churchill, sin amedrentarse, harto de los conservadores y proclive con muchas de las tesis del Partido Liberal, cruzó la sala y se sentó en la bancada liberal ante las miradas atónitas del resto de parlamentarios.

Como la suerte y la fortuna son elementos indispensables en esta vida, su fuga coincidió con la victoria de los liberales en las elecciones, sustituyendo a los conservadores en el gobierno. Ya con los liberales en el poder, Churchill empieza a ser designando en sucesivos cargos. Poco amigo de las negociaciones y triquiñuelas políticas era, sin embargo, trabajador, constante y capaz, por lo que rápidamente fue ascendiendo posiciones. En 1911, superando a su propio padre, Churchill es nombrado Primer Lord del Almirantazgo. Esta cartera era una de las más importantes del Gobierno británico al estar a cargo de la todopoderosa Marina Real británica y ser el destino de uno de los mayores presupuestos del Estado, situando al ministro tan solo un escalón por detrás del propio Primer Ministro.

Gary Oldman interpretando a Winston Churchill en Darkest Hour.

Bajo su mandato se impulsaron importantes reformas en la marina que capacitaron a Inglaterra para la guerra que estaba por llegar. Se desarrolló por primera vez la aviación naval, impulsó el desarrollo de los tanques y promovió el cambio de carbón a petróleo como combustible. Su desempeño en la Gran Guerra, a pesar de su pasado militar, no fue tan importante, ganándose las primeras grandes sombras oscuras en su currículum que más tarde serían esgrimidas por sus detractores.

Así, es criticado por saltarse lo establecido en la Convención de La Haya de 1907 sobre bloqueo naval, pues buscó una política de desabastecimiento a civiles y no solo al ejército de los imperios centrales, por medio del embargo marítimo. Aunque sería su plan para atajar la guerra lo que más empañó su carrera. Tomó la resolución, en contra de los altos mandos de la Marina, de invadir Galípoli, decisión que le valdría el sobrenombre de “El Carnicero de Galípoli”. No sin razón puesto que el desembarco, un desastre de principio a fin, provocó el hundimiento de un gran número de buques de guerra y se cobró la vida de 250.000 hombres en una expedición totalmente infructuosa.

El desastre provocó tanto su dimisión como la del propio Primer Ministro y cuando el nuevo gobierno pidió una coalición de guerra durante el periodo bélico, los conservadores pidieron la cabeza de Churchill como condición. Éste, ni corto ni perezoso, viéndose relegado hasta lo más ínfimo, abandona la vida política y reintegra en el ejército sirviendo varios meses en el frente occidental. Como curiosidad, su segundo al mando fue nada más y nada menos que Archibald Sinclair, futuro líder del Partido Liberal. Aunque solo permaneció allí unos meses y nunca llegaría a entrar directamente en combate, su maniobra fue aplaudida y respetada en Inglaterra, siendo vista como un acto de gran valentía y audacia.

Cuando la coalición desaparece, Churchill es reclamado de nuevo al gobierno, pasando a ocupar diversos ministerios militares. En esos años trató de reducir el presupuesto militar aunque siempre con un gran objetivo que se tornaría en fundamento de su pensamiento: acabar con la amenaza bolchevique. Para esto, a pesar de la oposición general, se mostró fuertemente partidario de participar en la Guerra Civil Rusa a favor del Ejército Blanco.

En las siguientes elecciones los liberales son derrotados, siendo lastrados cada vez más por el auge del Partido Laborista y por las disensiones internas. Churchill previendo la debacle del partido liberal y marcado por su profundo anticomunismo, retorna a la bancada conservadora, donde es aceptado a pesar de la desconfianza mutua. Su peculiar carácter se deja ver en sus declaraciones posteriores: “Cualquiera puede cambiar de partido, pero se necesita cierta imaginación para cambiar dos veces”. Ya con los conservadores, vuelve al Gobierno para hacerse cargo del Ministerio de Hacienda, donde progresivamente se iría ganando el aprecio de sus compañeros de partido y levantando algunos recelos gracias a sus enfrentamientos contra sindicatos y anarquistas. Fuerte sería su oposición durante la Huelga General de 1926, de la que escribiría: “O el país rompe la huelga general o la huelga general romperá al país”.

La polémica en torno a Churchill se agudizó tras la instauración del régimen fascista anticomunista de Benito Mussolini en Italia: “Ha rendido un servicio al mundo, pues había enseñado cómo se combaten las fuerzas de la subversión”. Tras la derrota de los conservadores en 1929, Churchill, ahora de diputado, vuelve a convertirse en el principal crítico de las directrices de su partido. Por esto, se ve apartado de todos los organismos de poder y de los diferentes gobiernos conservadores en lo que sería el punto más bajo de su carrera política.

Tal vez intentando escapar de la política interna, pronto dirigiría la mirada y sus palabras a Europa, especialmente hacía la Alemania nazi de Adolf Hitler y el peligroso rearme del país. Durante mucho tiempo fue el único que denunció constantemente el rearme e intentó impedir que Alemania consiguiera obtener la supremacía en la fuerza aérea, que acabaría alcanzando en 1938. A pesar de sus consejos y propuestas, Churchill no pudo más que observar con desaliento y frustración cómo la política de apaciguamiento de Chamberlain evitaba oponerse directamente a todas las afrentas del Eje. Hitler no tardaría en ocupar el corredor del Rin que años antes Francia había desocupado como gesto de buena voluntad.

Churchill no se rindió y siguió avisando y demandando una respuesta a las acciones de Hitler a pesar de las críticas de todos los diputados, incluso de su mismo partido. Viendo la pasividad de Francia y Gran Bretaña, Hitler ocupa Austria ante la incredulidad de las demás potencias. Cada vez más poderoso, Hitler pone ahora sus ojos en los Sudetes, territorio de mayoría alemana en Checoslovaquia. Ante estas pretensiones Rusia propone un acuerdo a Francia y Reino Unido para unirse en contra de Hitler si lo intentase. Churchill aplaude la idea, pero la oferta es denostada por ambas potencias. Chamberlain, en un intento desesperado por evitar la guerra, viaja a Múnich y firma un acuerdo con Hitler para entregarle los Sudetes a cambio de renunciar a cualquier otra pretensión territorial en Europa. Chamberlain regresa a Londres exhibiendo el acuerdo y afirmando jactanciosamente que se trataba de una paz para una era. Churchill fue uno de los pocos que votó en contra del acuerdo, apoyado por todos los partidos incluso por el Laborista, y reprocharía a la cámara: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”. Solo un año después la guerra asolaría Europa.

“¿Qué clase de silencio es ese? En unos países es el silencio de la espera, en otros, el del miedo. Escuchad, escuchad atentamente. Creo oír algo… sí, estoy seguro, es eso. ¿No lo oís? Ese rumor de los ejércitos que desfilan por las explanadas de maniobras y que atraviesan los campos encharcados por la lluvia. Es el rumor de dos millones de soldados alemanes y de más de un millón de italianos. No es sorprendente que reine el silencio entre los vecinos de Alemania e Italia: esos países se están preguntando cuál de ellos será el primero en ser liberado” – Churchill al portavoz del Gobierno cuando afirmó que la guerra era imposible.

Churchill, Roosevelt y Stalin en la Conferencia de Yalta en febrero de 1945.

Después del acuerdo los acontecimientos se precipitaron. Rusia, ante la inoperancia y falta de firmeza de Francia y Gran Bretaña, firma un acuerdo con Alemania para proteger su integridad territorial. Hitler, cada vez más ambicioso y seguro por la falta de respuesta, con las espaldas aseguradas tras el pacto con Rusia, decide invadir Polonia. A Chamberlain no le queda más remedio que declarar la guerra a Alemania, siendo secundado por Francia. El 1 de septiembre de 1939 comienza la II Guerra Mundial.

Chamberlain solo podía nombrar al único hombre que había augurado el fatal desenlace como Lord del Almirantazgo. Su primera idea, sin embargo, fue igual de estúpida que la de Galípoli. La industria alemana dependía del acero noruego para subsistir, por lo que defendió conquistar Noruega para frenar las vías de suministros nazis. A pesar del envío de la flota y del ejército, fueron fácilmente repelidos por los alemanes en una operación relámpago utilizando, por primera vez, paracaidistas en la operación. Por si fuera poco, una gran parte de noruegos sintieron que eran los propios alemanes los que les estaban defendiendo del ataque inglés, así que la operación resultó ser un estrepitoso fracaso, dejando tras ella miles de muertos y un país invadido por Alemania poco proclive a sublevarse.

Durante la retirada británica de Noruega, en 1940, la Marina Real propuso proteger las vainas de los fusiles de los fuertes cambios de temperatura del invierno nórdico. Una compañía farmacéutica especializada en preservativos fue la encargada de realizar el trabajo. Las protecciones eran de 26 centímetros. Cuando la primera caja llegó al despacho del primer ministro, este pidió “etiquetas”. “¿Etiquetas? ¿Para qué?” le preguntaron. “Debemos poner una etiqueta en cada caja que diga ‘Británicos. Tamaño Medio’. Esto mostrará a los nazis cuál es la verdadera raza dominante”.

Tras las duras críticas, Chamberlain tuvo que dimitir, pero, gracias a esas cosas curiosas de la política, la opinión pública no culpó del desastre a Churchill, quien saldría vivo para disputar la carrera por la sucesión. Según los sondeos de la época, Churchill tan solo mantenía un 9% de apoyo público, igual o menos que otra docena de líderes conservadores. No obstante, tras la renuncia de Lord Halifax, el preferido por los conservadores, el Rey nombra al único hombre que había previsto el desastre. Irónicamente una decisión no compartida ni por el pueblo ni por su propio partido fue la que acabaría llevando a Churchill a la presidencia de la nación y propiciaría la victoria de los aliados contra los nazis. Su legislatura se podría resumir en su propio discurso de investidura: sangre, sudor y lágrimas.

Mientras, el ejército británico desembarca en Francia pero es fácilmente arrollado. A pesar de todo, gracias al milagro de Dunkerque, consigue salvar hasta 250.000 soldados que serían fundamentales para la posterior supervivencia del Imperio Británico. Sobreponiéndose a las presiones, incluso desde dentro de su propio gabinete, Churchill se negaría siempre a firmar cualquier tipo de tratado de paz, lo que a la postre sería una de las claves que permiten entender que los nazis fueran finalmente derrotados. Él siempre confiaría en que los americanos acabarían entrando en la guerra.

Los discursos de Churchill fueron una fuente de inspiración para el pueblo británico, ayudando a levantar la moral del ejército y la sociedad: “Defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo. Pelearemos en las playas, pelearemos en los sitios de desembarco, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas: nunca nos rendiremos”.

En 1941 sufriría un infarto que supondría el principio de su declive físico, pero a pesar de su mala salud siguió haciendo gala de la actividad frenética que le había caracterizado desde su niñez, permitiendo que el gobierno permaneciera activo a pesar de las numerosas derrotas iniciales. Durante la guerra, Churchill creó un cuerpo de operaciones especiales llamadas “comandos” en memoria de los batallones Boers contra los que combatió en su juventud, que establecería el futuro patrón de lo que actualmente se conoce como “Fuerzas Especiales”. También se ganó el respeto de aliados y enemigos gracias a su férrea voluntad por permanecer firme en el campo de batalla y de enfrentarse al peligro visitando él mismo los frentes.

Otras de sus decisiones fueron controvertidas. Se le acusó de provocar la hambruna de Bengala en 1943, que ocasionaría 2,5 millones de muertos, en una especie de táctica de tierra quemada para no entregar beneficio alguno a los japoneses. Respaldó también diferentes intentos de hundir la moral alemana mediante violentos bombardeos como Leipzig o, sobre todo, Dresde, ciudades con ningún valor estratégico militar y con victimas mayoritariamente civiles. Se vio relacionado con la Operación Antropoide destinada a desestabilizar al régimen nazi en Checoeslovaquia y defendió el uso de la guerra química contra Alemania, si bien la guerra acabaría antes de que se pudieran probar las nuevas armas.

Tras la II Guerra Mundial, Churchill era considerado un gigante político en el extranjero, pero a pesar de su popularidad internacional, su apoyo interno no era tan abrumador. Cuando convoca elecciones tras finalizar la guerra, inexplicablemente, las pierde. Esto es algo que los historiadores jamás han explicado del todo.

Churchill haciendo el gesto de la V de victoria.

Tras la derrota permaneció 6 años en el parlamento montando gresca como líder de la oposición. Finalmente, en 1951, gana por primera y última vez las elecciones a Primer Ministro. Su gran obsesión sería mantener el máximo del Imperio Británico. En 1955, lastrado por un ictus que le dejaría todo el lado izquierdo paralizado, dimitirá. Se le otorgarían importantes distinciones en todo el mundo: fue investido como Caballero de la Nobilísima Orden de la Jarretera, ganaría el Premio Nobel de Literatura (con pocos méritos) y obtendría la ciudadanía honoraria de Estados Unidos (segunda persona tras el marqués de La Fayette).

Seguiría siendo diputado una década más, hasta los 91 años, aunque no volvería a intervenir en el Parlamento. Finalmente muere el 24 de enero de 1965 tras un segundo ataque cardiaco que le provocó una trombosis cerebral. Sus últimas palabras fueron: “¡Es todo tan aburrido!”. Para el activo Churchill sus últimos años de vejez y retiro debieron de haber sido más que insoportables.

Se le concedió el honor de un funeral de estado gracias a la reina Isabel II, propiciando la asistencia del mayor número de dignatarios oficiales en un mismo lugar hasta el fallecimiento del papa Juan Pablo II en 2005. Como postrera broma, se dice que fue deseo de Churchill que si el general De Gaulle le llegara a sobrevivir, la procesión debería cruzar la estación de Waterloo, recuerdo de uno de los mayores triunfos de Inglaterra sobre Francia. No hay evidencia de que esto sea cierto, pero De Gaulle asistió al funeral y, de hecho, la procesión partió desde la estación de Waterloo.

Otras de sus citas y anécdotas:

  • “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la doctrina de la envidia”.
  • “El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de riqueza. La virtud inherente del socialismo es el equitativo reparto de miseria”.
  • “Muchas formas de gobierno han sido probadas y se probarán en este mundo de pecado e infortunio. Nadie pretende que la democracia sea perfecta u omnisciente. En verdad, se ha dicho que es la peor forma de gobierno exceptuando todas las demás formas que han sido probadas”.
  • “Un apaciguador es alguien que alimenta al cocodrilo esperando que se coma a otro antes que a él”.
  • En una recepción en Canadá, sentaron a Churchill junto a un austero metodista. La camarera se acercó con una bandeja con vasos de jerez. WSC cogió una copa y luego la camarera se dirigió a su vecino, que se ofendió por la invitación a beber alcohol: “joven dama, preferiría cometer adulterio antes que tomar una bebida alcohólica”. Entonces, Churchill llamó por gestos a la joven “Vuelva señorita, no sabía que teníamos elección”.
  • Nancy Astor, primera mujer que ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes y miembro del partido conservador, tuvo varios enfrentamientos con Churchill. El más conocido puede ser aquel en que, en mitad de una discusión le dijo: “Winston, si usted fuera mi marido, le pondría veneno en la taza de café”. Este, sin amilanarse, le respondió: “Nancy; si usted fuera mi mujer, me bebería esa taza de café”.

 

 

Bibliografía

Lorenzo, Pedro Luis. Personas con Historia, Ivoox.

Los grandes personajes de la Historia, Canal de Historia

Wikiquote

 

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