Las Vestales y la virginidad sagrada romana
La sociedad romana se preocupó muy pronto en regular y controlar la función reproductiva mediante varios mecanismos: desde los más interiorizados relacionados con el mundo de la religión y las ideologías, hasta mecanismos externos como los jurídicos.
«La virginidad no es tuya completamente, en parte es de tus padres.» (Catulo)
La mujer romana, desde el mismo momento de su nacimiento estaba predestinada a cumplir su papel en la sociedad, es decir, prepararse para la fecundidad y aportar nuevos hijos a la ciudad de Roma.
Todo esto se articulaba en torno a la familia, elemento clave del sistema social, económico y político romano, por lo cual el Estado dedicó grandes esfuerzos para protegerla y afianzarla. «Verginitas non toda tuast, exparteix parentumst» (La virginidad no es tuya completamente, en parte es de tus padres).[1]
Así, la imagen de la buena mujer romana se basaba en dos principios morales básicos para asegurar el buen funcionamiento de la comunidad: la virginidad en las doncellas y la pudicia en las casadas.
También hay que tener en cuenta la estratificación de la sociedad romana, donde incluso se aprecia una división entre las mujeres virtuosas y aquellas que llevaban una vida indecorosa no sólo en la forma de vestir o en su condición jurídica, sino incluso en los propios ritos religiosos, donde por ejemplo las prostitutas contaban con sus propios ritos, diosas y festividades igual que las virtuosas mater familias, pero los ritos de estas últimas eran más sobrios y sus diosas representaban virtudes como la castidad.
Finalmente, hay que apuntar que en la sociedad romana, siempre necesitada de nuevos hombres tanto para cultivar la tierra como para empuñar las armas, la virginidad en mujeres de cierta edad no era un hecho positivo, puesto que toda mujer tenía que cumplir con su papel en la sociedad, es decir, traer nuevos hijos a este mundo; con la única excepción de aquellas mujeres que habían consagrado su virginidad a alguna divinidad.
Este carácter casi sagrado de las vírgenes fue utilizado en numerosos ritos y ceremonias de carácter cívico-religioso, tanto en el ámbito familiar como público, propiciando con ellos beneficios para la familia o la comunidad.
Estas ceremonias se desarrollaron especialmente en la época republicana, donde era bastante habitual que los actos de súplica o agradecimiento a los dioses estuvieran acompañados por un grupo de vírgenes o de castas y púdicas matronas romanas, trayendo ofrendas y entonando cánticos especialmente cuando había algún peligro para la ciudad de Roma.
Incluso se establecieron sacerdocios, como el de las Vestales (en latín Vestalis, en plural Vestales), formado únicamente por mujeres vírgenes.
Vesta, la diosa del hogar, corresponde con Hèstia (Ἑστία) en la mitología griega. En la mitología romana tomó más relevancia. Era el símbolo de la fidelidad, los asuntos domésticos y el fuego del hogar. En la antigüedad tardía habían en Roma muchas representaciones de ella, sentada o de pie, totalmente vestida y velada con sus atributos: la antorcha, el plato de sacrificio, el cetro y el paladio.
La Vestal era, pues, la sacerdotisa consagrada a la diosa del hogar Vesta y su misión fundamental era mantener el fuego sagrado. Las vestales eran una excepción en el mundo sacerdotal romano, puesto que estaba casi formado todo por hombres. Se seleccionaban siendo niñas y tenían que permanecer vírgenes durante los 30 años obligatorios de permanencia al servicio de Vesta.
El papel de las vestales era enorme, su importancia y bienestar eran considerados fundamentales para la continuidad y seguridad de Roma, por eso se creó la Casa de las Vestales en el foro, para que pudieran disfrutar de todas las comodidades.
Inicialmente, pudieron ser dos. Después, en tiempo de Plutarco, sabemos que eran cuatro y posteriormente al ofrecer su participación en la vida pública su número aumentó a seis.
Las vestales eran seleccionadas por el Pontífice Máximo a la edad de entre seis y diez años, y tenían que ser: muy bellas, vírgenes y de padre y madre reconocidos.
Las familias deseaban que sus hijas fueran elegidas vestales, pues significaba un gran reconocimiento para la familia de la niña.
Una vez la candidata era seleccionada para ser vestal, se la separaba de la familia y era llevada al templo, donde se producía la ceremonia de admisión como vestal, que consistía en: cortarle el cabello; suspenderla de un árbol sin que tocara el suelo, como muestra de la ruptura e independencia con su familia; y vestirla de vestal con un velo en la cabeza y se le entregaba una lámpara encendida.
Acabada la ceremonia, eran trasladadas a la Casa de las vestales, donde iniciaban el aprendizaje: aprendían a leer, a conocer los nombres de los dioses y sus potestades, la forma de realizar los ritos, la compostura en los actos públicos y, por supuesto, el mantenimiento del fuego sagrado.
El servicio como vestal duraba treinta años, diez de los cuales estaban dedicados al aprendizaje, diez al servicio propiamente dicho y diez a la instrucción. Transcurridos los treinta años de servicio a la diosa, podían casarse si lo deseaban, aunque casi siempre las vestales retiradas decidían permanecer célibes en el templo.
Así pues, las vestales tenían dos obligaciones primordiales: mantener el fuego sagrado, y mantener su virginidad intacta.
Podemos encontrar un hilo conductor que relaciona el pensamiento romano, el culto a la diosa Vesta y el canon constructivo que sigue su templo.
La mujer romana, a pesar de tener mayor libertad que la griega, estaba sujeta al pater familias, con un matrimonio acordado por los padres que respondía a los intereses familiares, y donde la honorabilidad de la mujer significaba un respeto social para la familia, sobre todo entre las clases adineradas.
La figura de Vesta representa así un ejemplo a seguir para cualquier matrona romana. En contraposición a Venus, de carácter lujurioso y patrona de las prostitutas, la diosa Vesta era símbolo de la fidelidad, la virginidad y el hogar.
La matrona romana tenía en su papel social el calificativo, igual que el hombre, de mater familias. Ésta, pues, tenía que mantener una buena reputación. Al igual que Vesta, tenía que ser serena, encargada del hogar, no virgen porque la principal función de la mujer romana era producir nuevos ciudadanos, pero sí púdica y fiel a su marido, y con un buen comportamiento con los clientes y amigos, y en los actos públicos.
Esta relación simbólica entre mujer y diosa se traduce en la arquitectura. Vesta es representada por un círculo, símbolo de la totalidad, puesto que nunca sucumbió a los encantos de ninguno de sus pretendientes. Por lo tanto, sus sacerdotisas también tenían que mantenerse totales, es decir, vírgenes.
Es así que, a pesar de que la mayoría de templos romanos son de planta rectangular, el templo de Vesta, el Aedes Vestae, tenía una forma circular.
La planta circular seguirá, pues, el patrón de Diosa-Templo-Sacerdotisa, asociado a un conjunto completo que liga la superestructura ideológica romana con la representación material, y simbólicamente relacionado con la Tierra y el hogar sagrado de la humanidad.
Éste es, pues, el motivo de la relevancia de Vesta, del Aedes Vestae y de las vestales en la religiosidad romana, donde a pesar de ser las únicas mujeres sacerdotisas, tenían un papel capital en la sociedad. Por ejemplo, cuando Julio César fue señalado por Sila como un posible enemigo del estado, las vestales intercedieron y consiguieron su perdón[2]; El emperador Augusto no hacía ninguna ceremonia importante sin incluir a las vestales; incluso se les atribuyeron poderes mágicos, como por ejemplo evitar con sus oraciones la fuga de los esclavos[3]. Las vestales tenían el privilegio de absolver a un condenado a muerte que encontraran cuando éste era conducido al cadalso, siempre que se demostrara que el encuentro había sido casual.
La importancia del culto a Vesta para el buen funcionamiento de la ciudad explica también la situación de su templo. Su ubicación estaba en el centro de la ciudad, en el foro, y como hemos visto, tenía una dinámica activa en la participación de actos públicos.
Así pues, es importante ver cómo el significado de las vestales las sitúa en el centro de la vida pública, con una simbología de totalidad exportable al pensamiento femenino romano y representado mediante la arquitectura de su templo.
Bibliografía / Webgrafia
Assa, Janine y Anne Hollander. The Great Roman Ladies, 1a ed (Nueva York: Grove Press, 1960).
Bauman, Richard A. Women And Politics in Ancient Rome, 1a ed (1992).
Coarelli, Filippo. Guide Archéologique de Rome, 1ª ed ([Paris]: Hachette, 1994).
Los Doce Césares: Colección de Clásicos del Pensamiento Universal «Carrascalejo de la Jara.», 1ª ed (e-Book, 2004).
Novas, Maria. Arquitectura y Género: Una Reflexión Teórica, 1ª ed (Castelló de la Plana: Universitat Jaume I, 2014).
Plinio Segundo, Cayo. Historia Natural, 1ª ed (Madrid: Gredos, 2010).
«Quienes eran las Vestales. Las sacerdotisas romanas que debían ser vírgenes y cuidar el fuego sagrado. Hestia la equivalente griega a la Vesta romana.», Vestales, 2017 <http://www.vestal.es/> [visitado el 10 de enero de 2018].
[1] Catulo dirigiendose a una mujer virgen.
[2] Suetonio. «Julius Caesar». Págs 1 y 2.
[3] Plinio. Història Natural, V. Pág 280.