De ninguna manera todos los Papas han sido dignos de destacar por sus excesos y comportamientos reprobables, los ha habido buenos, seguro. Pero alguno de los que han accedido a llevar las sandalias del pescador, hubiese sido mejor que no hubieran nacido. Analizando su comportamiento se puede deducir sin ninguna duda, que si Dios es el jefe de todo esto, seguro que no ha intervenido en asuntos tan sucios y se ha mantenido al margen.
No hay duda de que cualquiera puede engañar y colarse en algunos cargos de poder y una vez que está situado en ellos, utilizar toda la maquinaria disponible para hacer su santa voluntad, sin importarle ni el bien común ni la desgracia que pudiera ocasionar a los demás. Pero en el caso de la Iglesia Católica, que no le ha quedado más remedio que reconocer que algunos de sus Papas se comportaron como auténticos sátrapas.
Lo de desenterrar cadáveres para juzgarlos, como hicieron con John Wickliffe, ya venía del papa Esteban VI, que en el año 897 ordenó exhumar a su antecesor, el papa Formoso, apenas nueve meses después de su muerte. Le vistió con las ropas papales y le sentó en el trono de la Basílica Constantiniana, donde procedieron a juzgarlo. A medida que avanzaba el juicio y como Formoso no podía hablar por su condición de muerto, un clérigo imitaba su voz y contestaba a las preguntas del tribunal.
«Era como Jose Luis Moreno y sus muñecos, pero en vez de mover la boca del cuervo Rockefeller movían la del esqueleto del Papa»
Puesto que el finado estaba medio descompuesto, tuvieron que quemar cantidades ingentes de incienso para intentar disimular el mal olor durante el proceso. No se podría decir que el acusado escuchara y prestara atención con los ojos abiertos, pues carecía de ellos por su condición de cadáver pútrido, pero el resultado del juicio fue una sentencia condenatoria la cual acató con serenidad insepulta, por la que se le despojaba de sus vestimentas y al mismo tiempo de su condición de papa en el pasado, anulando todo su pontificado, también se le amputaron los tres dedos con los que impartía las bendiciones, para evitar que en la otra vida hiciera lo propio. Su cadáver fue enterrado en una fosa dispuesta habitualmente para forajidos y ladrones. Cuando murió Esteban VI, le sucedió Teodoro II, que lo perdonó y lo hizo enterrar en condiciones más propias de un pontífice, pero a la muerte de Teodoro II, el nuevo papa repitió el juicio a Formoso, al que volvieron a encontrar culpable y ordenó arrojarlo al río Tiber, con tan buena suerte que se enganchó en las redes de un pescador, que tras esconderlo durante unos años, lo devolvió a la sede papal donde al fin descansaron sus atribulados huesos. En veinte meses, desde abril del año 896 hasta diciembre de 897, hubo cinco papas.
El Papa Sergio III (‡904-911), a pesar de haber ascendido al solio pontificio por un crimen, no es considerado antipapa, le cortó el cuello a su antecesor, un tal Cristóbal, e incluso al antecesor de este, León V (‡903). No lo hizo en persona, pero después de ordenar detenerlos y tras un juicio sumarísimo, les mandó ejecutar, rebanando el gaznate al primero y estrangulando al segundo.
Cuando se estudia la historia del papado durante 2.000 años, uno se plantea la pregunta ¿cómo una institución con semejantes dirigentes ha podido sobrevivir? la única explicación que le puedo dar a la cuestión, es que eran hombres de su tiempo, y que en comparación con sus coetáneos, estos eran unos santos. Desde el establecimiento de la pornocracia por Sergio III en el año 904, hasta la pederastia de nuestros días, el llamamiento que Jesús hace en el Nuevo Testamento “haced lo que dicen no lo que hacen” toma un significado relevante.
Si alguna vez hubo un Papa indigno ese fue Juan XII (‡955-964), los historiadores le han llegado a llamar el “Calígula del papado”, convirtió el palacio Laterano en un burdel, y además de las bellas señoras, le gustaban los jovencitos lindos y musculosos, a muchos de los cuales premió nombrándoles obispo. Violaba a los peregrinos que llegaban a Roma a visitar la Basílica de San Pedro, y lo hacía en la propia basílica. Puedo imaginar a un pobre cristiano haciendo el camino de Roma durante meses o años, sufriendo incontables penalidades, cumpliendo una promesa porque su madre no murió de cualquier enfermedad, y cuando por fin llega al templo, emocionado ve que hasta el mismísimo Papa lo recibe.
«Ha habido un gran número de papas que eran hijos de papas, hermanos y sobrinos de papas y toda clase de parentela, el caso era sentarse en la poltrona y blandir la tiara»
Concebida por Gregorio VII (‡1073-1085) y puesta en práctica por Urbano II (‡1088-1099), a principios del año mil se les ocurrió la feliz idea de las Cruzadas, campañas militares para combatir a los infieles, con preferencia a los musulmanes, aunque también se hizo lo propio contra judíos, cristianos ortodoxos y enemigos del Papa. En un período comprendido entre el año 1095 y 1291.
Hubo cuatro cruzadas grandes, cuatro menores y cinco guerras disfrazadas de cruzadas. Los relatos que han llegado a nosotros de lo sucedido en las contiendas, son escalofriantes:
“En Maarat, los nuestros cocían a los paganos adultos en las cazuelas, ensartaban a los niños en espetones y se los comían asados”. Crónica de Raoul de Caen
Menos la primera Cruzada, todas las demás fueron un fracaso desde el punto de vista apostólico.
Con la cuarta cruzada se cargaron el imperio Bizantino. Cuando los cruzados atacaron Constantinopla, esta se defendió con uñas y dientes, y ante la imposibilidad de entrar por las murallas, decidieron hacerlo por el mar. Los defensores utilizaron hasta el fuego griego, pero no pudieron impedir que la ocupasen. En cuanto los venecianos pasaron, abrieron las puertas de la ciudad y los cruzados entraron a saco.
«El fuego Griego era un fluido ardiente que lo mismo actuaba en tierra como en el agua, su fórmula se mantuvo secreta durante siglos»
Marzuflo, un aventurero bizantino que acabó de emperador, conspiró contra los cruzados y estos al descubrir el pastel la armaron gorda. No se salvaron del saqueo ni las tumbas de los emperadores. El historiador Nicetas fue testigo ocular de los acontecimientos. Destruyeron los monumentos, fundieron el cobre, y aprovecharon para acopiar reliquias. Se llevaron el esqueleto de San Juan Bautista, un brazo de Santiago, la cabeza de San Mamed, la de San Jorge y la de San Juan. Un fragmento de la cruz, la corona de espinas y tres muelas del apóstol San Pedro, cabellos del niño Jesús y un paño de la Virgen.
Bibliografía
Frattini, E. Los papas y el sexo. ISBN: 9788467035971
García Blanco, J. Historia negra de los papas. ISBN 84-96280-26-8