Mentalidad bajomedieval en tiempos de la Peste Negra

La Peste Negra influyó poderosamente en la mentalidad bajomedieval que, en consecuencia, se vio transformada para hacer frente a un problema de una magnitud nunca antes vista. Ciertamente, la mortandad pandémica del siglo XIV tuvo una incidencia muy acusada en las manifestaciones de la vida del espíritu, el pensamiento y la creatividad humana.

En una época en la que el pensamiento religioso estaba tan arraigado en la población, un suceso tan devastador como fue el paso de la Yersinia pestis (nombre dado a la bacteria causante de la enfermedad por su descubridor, Alexandre Yersin, en 1894) por Europa supuso el replanteamiento de muchas de las ideas que, hasta el momento, no se habían puesto en duda. Así, una consecuencia directa de la pandemia fue el resurgimiento y el incremento de la religiosidad, de la superstición, de la magia y de la marginación o eliminación de las minorías que se consideraban culpables del mal que azotaba Europa.

Una tan presencial idea e imagen de la muerte llegó a convertirse en obsesiva en el arte, la literatura, los sermones y, en general, en todas las manifestaciones culturales posteriores al año 1350. Sin embargo, otras teorías defienden que la idea de la obsesión por la muerte que se da en todas las manifestaciones artísticas y en la vida privada después de 1348, es parte de un proceso muy anterior en el que la Peste y las catástrofes del s. XIV sólo tendrían un valor más multiplicador que rompedor de las tradiciones de la época.

En el campo de la medicina, ya a lo largo del s. XI de nuestra Era, los sabios médicos musulmanes (los llamados «Hakim«) profundizaron en el estudio de patologías infecto-contagiosas como el sarampión, estableciendo pautas sobre higiene y diagnóstico. Sobre esta base, está acreditado por las fuentes que la influencia de la ciencia terapéutica musulmana fructificó en Occidente en las escuelas médicas de Salerno o Montpellier. Este hecho es indiscutible si nos referimos a la magna obra de Constantino «el Africano» (1010-1087). A pesar de esta aportación empírica, resulta evidente que en Europa continuó la preponderancia de la supremacía de la teología sobre la propia naturaleza, incluyéndose en esta dinámica la propia Península Ibérica. No obstante, hay que señalar que la patología árabe de la época se basaba en los principios clásicos greco-latinos de la doctrina humoral explicada como un desequilibrio de la armonía de éstos humores, o sea, cada uno de los fluidos integrantes del organismo humano. Por ello, y a pesar de la sura coránica que reza «Quien deje su casa para dedicarse a la ciencia, sigue los pasos de Alá‟, y aunque la medicina mahometana estaba apoyada en la racionalidad científica y en la naturaleza; siendo mucho más avanzada que la cristiana, estaba muy lejos de ser depositaria de los más elementales conceptos de microbiología, que no aparecerán hasta casi quinientos años más tarde. Por tanto, y dado el origen bacteriano de la pandemia, en el mundo árabe se andaba tan a tientas frente a la terapia curativa a aplicar a la Peste Negra y se estaba en el mismo grado de indefensión que en el resto del mundo.Retomando el tema, en Occidente, frente a la amenaza de la muerte se produjeron dos actitudes contrapuestas: Por una parte, la adopción de una vida de desenfreno y hedonismo, gozando de la vida en una plena manifestación del carpe diem; por otra, una actitud de austeridad y humildad según el ubi sunt. Tampoco debemos olvidar la reacción extrema, siendo ésta la del suicidio impulsada por la angustia y el horror ante tal amenaza.

Los seguidores de la primera dinámica conductista optaron por aprovechar todos los placeres que la vida les ofrecía como los festines, las tabernas, las comidas, el sexo y, también, utilizar vestiduras deshonestas según el pensamiento de la época. Así, se extendieron con gran rapidez las relaciones extramatrimoniales y la prostitución, propiciándose una gran libertad sexual que no había tenido lugar en la etapa anterior. Las autoridades, que tenían como objetivo aumentar la demografía, no hicieron nada en contra, sino que lo favorecieron, permitiendo incluso el matrimonio entre personas emparentadas. Esta situación, obviamente, también afectó al clero, alejándose de sus disciplinas y su moral, causando escándalos la mayor parte de ellos, por el miedo al contagio, abandonando sus parroquias y a sus fieles. También tenían concubinas, públicas o escondidas a ojos de los demás, aunque realmente se tratara de un secreto a voces, lo que provocó un gran descontento social contra ellos, siendo denunciados muchos de ellos ante las autoridades.

Por su parte, la segunda tendencia de conducta social tuvo varias formas de expresarse a la sociedad. Se llevaba a cabo el abandono los lujos, las vanidades y todos los bienes materiales, con el objetivo de aislarse del mundo, eligiendo una vida de eremita, bien en soledad o formando congregaciones, preferentemente en lugares donde se había obrado algún milagro o se conservaban reliquias venerables. Otra manifestación de esta línea de ascetismo la encarnó el pietismo, para el que Dios se configuró como el único refugio posible, rechazando todo hábito pernicioso, como el alcohol, las relaciones sexuales o los juegos de azar. Este multitudinario grupo social incrementó la asistencia a los actos religiosos y las vocaciones, las donaciones de bienes a la Iglesia y las peregrinaciones a los lugares santos como Roma o Santiago de Compostela. Es posible que el movimiento social más llamativo en la Europa de la Peste Negra fuese el de los flagelantes, numerosos grupos de penitentes, normalmente de baja extracción social, que recorrían los caminos en procesión, pidiendo perdón a Dios. Su patronímico deriva del hecho de que, durante su recorrido, iban azotándose entre sí con látigos, fustas y correajes, provocándose laceraciones en sus espaldas y extremidades. Las autoridades religiosas no veían estos actos de penitencia extrema con buenos ojos, siendo más tarde condenados por la jerarquía eclesiástica, ya que el aumento de los flagelantes en el interior de Europa era desbordante, llegando a ser miles, predicando en contra de la ortodoxia eclesiástica y de sus riquezas contrarias al mensaje de pobreza de Cristo. A causa de ello, el Papa Clemente VI los condenó acusados de heretismo, acabando muchos de ellos en la hoguera.En esta línea teosófica se llegó a culpar a los judíos, odiados por la mayoría cristiana, acusándoles de envenenar las aguas de los pozos y emponzoñar los ríos, produciéndose numerosos pogromos (agresiones violentas, espontáneas y multitudinarias de un grupo étnico o religioso contra otro ajeno, acompañados de la destrucción o el expolio de sus bienes) en toda Europa. Estaba claro que era necesario encontrar un culpable a quien achacar semejante tormento y maldición. Los judíos se configuraron como candidatos ideales, ya que eran despreciados y envidiados desde épocas pasadas al ser popularmente considerados un pueblo maldito, culpable de la muerte de Cristo. Cuando en 1348 desembarcó la peste en Europa y la gente, famélica y debilitada por décadas de penurias, empezó a morir por millones, el populacho empezó a pensar que no era sólo Dios quien estaba detrás de aquel castigo tan cruel que les había tocado vivir. La imaginería popular se alimentó en el hecho de que los judíos seguían enriquecidos a pesar del desastre global y, además, desde los púlpitos se habían lanzado durante años consignas contra esta minoría social que insistía en negar la salvación que Jesucristo había traído al mundo con su sacrificio. A pesar de la furia popular, los sectores privilegiados y gobernantes temían un éxodo masivo de los israelitas con sus capitales a causa de estas matanzas. Aunque la misma Iglesia trató de detener los ataques contra la población hebrea, tras siglos de mensajes antisemitas contra el enemigo interior judaizante, el pueblo no estaba dispuesto a transigir cuando ya había dado forma física a sus males. Por ello, encontrado un propicio chivo expiatorio que demandaban, los gobernantes acabaron por propiciar las persecuciones. Estas acciones, espontáneas o no, tan solo contribuyeron a empeorar la crisis económica bajomedieval dado que la minoría social israelita manejaba importantes masa de capital y las llaves del comercio interior y exterior.

El colectivo musulmán tampoco se libró del acoso, pues también se lo consideró culpable de la pestilencia. Es reseñable en este sentido el hecho acontecido en la isla de Chipre, ocurrido en el año 1347, cuando la población musulmana fue masivamente encarcelada, acusada de ser culpable de la enfermedad. Más tarde, aun comprobando que la mortalidad continuaba de igual manera, se perpetró una gran matanza de sarracenos por simple pánico a la idea de que si los cristianos continuaban muriendo a ese ritmo, fueran los cautivos los que acabaran por hacerse con el control de la isla.

Otra de las reacciones que tuvo la población a causa de la pestilencia fue el estallido de diferentes disturbios debidos al fallecimiento de gerifaltes depositarios de señoríos. Ya el Decamerón nos muestra con claridad la igualdad social que la muerte suponía, pues no diferenciaba entre ricos y pobres, llegándose a perder herencias y cesiones por la muerte, no solo de los sucesores, sino de sus simples administradores. De esta forma, muchos nobles ambiciosos optaron por la ocupación armada de los señoríos vacantes con el objetivo de acrecer su patrimonio, no dudando en violentar al campesinado de tales tierras. Sin embargo, este sector social no se quedó de brazos cruzados frente a los desmanes y abusos de los poderosos, dando lugar a violentas revueltas campesinas. Así, en 1358, en Francia, se produjo la “Jacquerie”, revuelta popular en la que el campesinado levantó sus armas matando a todo noble que se encontrase mientras recorrían la región norteña de Beauvaisis. En su paroxismo, el mercader Etienne Marcel reunió a tres mil rebeldes en París y llegó a asaltar el mismo palacio real, aunque meses más tarde acabó siendo asesinado. Esta situación de revuelta social también hizo que numerosos conflictos bélicos se paralizasen, siendo el más importante la Guerra de los Cien Años, donde ambos bandos, franceses e ingleses, no tuvieron más remedio que firmar una tregua a causa de las afecciones de la epidemia y los disturbios en sus territorios. En la Guerra de Reconquista peninsular pasó algo similar, ya que las tropas castellanas tuvieron que levantar el sitio a Gibraltar por la amenaza de la peste y las revueltas populares.

Por otro lado, la pestilencia estableció un antes y un después en la iconografía medieval sobre la muerte, que se convirtió, más que nunca, en parte de la vida cotidiana. Esta angustiosa percepción se hará presente en el arte y la literatura, que representarán a la “Muerte Negra” como una gran amenaza, comparable a las plagas bíblicas, siendo representada frecuentemente por la imaginería religiosa de los siglos posteriores. El espectáculo del calvario, las cruces, los cuerpos de los ejecutados, reinan sobre el arte del siglo XIV. Una imagen que comenzará a hacerse frecuente será la representación de la Peste amenazando con sus flechas a los hombres, siendo los santos, y particularmente la Virgen, quienes los amparan; destacando en especial en esta imaginería a San Sebastián, protector frente a las epidemias ya desde el siglo VII. Otra representación, alusiva al apocalipsis, muestra a un feroz y oscuro caballero armado que cabalga repartiendo muerte a diestro y siniestro o a ejércitos infernales de esqueletos realizando brutales matanzas. Muy característica y diferenciadora frente a esta corriente general es la miniatura miniada polícroma que aparece en la Biblia de Toggenburg del 1411 y que nos muestra a un matrimonio postrado en el lecho cubierto de bubones. A su lado, un ensalmista esparce en el aire una misteriosa mixtura terapéutica, resultando totalmente ausentes los agentes religiosos.

En cualquier caso, la más famosa de las representaciones artísticas, literarias y musicales de la época es la llamaba “Danza de la Muerte”, manifestación artística tardo medieval inspirada posiblemente en La Divina Comedia”de Dante Alighieri, escrita un par de décadas antes de la pandemia. Estas creaciones realizan una manifestación sobre la evidencia de la universalidad de la muerte, una muerte igualitaria que no diferencia edades o estatus social. Al desarrollarse en versos dialogados en los que el personaje de la parca Átropos  se representa como un esqueleto humano. La misma, va llamando a personas de distinta posición social o en diferentes etapas en la vida para bailar alrededor de una tumba. Procedente de Francia, se desarrolló en toda la literatura europea, expresando no la resignación cristiana, sino terror ante la pérdida de los placeres terrenales. Aunque por un lado ofrece la intención religiosa de recordar que los goces del mundo son efímeros y que hay que estar preparado para morir cristianamente, por otro, arrolla su propósito satírico al hacer que todos caigan muertos, con independencia de su edad o su posición social, dado el poder igualatorio de la muerte. Paralelamente, en nuestro contexto peninsular, hay que señalar la “Danza General de la Muerte”, manuscrito castellano compuesto a principios del s. XV que consta de seiscientos versos dodecasílabos en coplas de arte mayor en los que van desfilando y lamentándose una serie de figuras y personajes que representan todos los estratos sociales de la época, invitadas por la Muerte a unirse a su danza. Esta arrolladora manifestación de gusto literario contrasta con las obras religiosas de los siglos anteriores como las de Gonzalo de Berceo que nos presentan una imagen de la “Buena Muerte” propia de su época.

Como hemos podido ir viendo, en efecto, el miedo configuró la mentalidad de la época y provocó una actitud ante la vida angustiosa, acelerada y llena de recelo y desconfianza hacia el prójimo, ya que cualquiera podía contagiarse; y ya no se era tan atento con los enfermos, sino que muchos fueron dejados a su suerte, o marginados fuera de las murallas de la ciudad. Se produjo un fuerte rechazo de los sanos hacia los afectados por la pestilencia, huyendo de aquellos que ya no eran vistos como humanos afligidos y débiles, sino como portadores de una plaga letal al servicio de la Muerte.

Bibliografía:

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-Allmand, Ch.: La Guerra de los Cien Años. Crítica. Madrid, 1990.

-Berceo, Gonzalo de: Antología. Club internacional del Libro. Barcelona, 1986.

-Blanco Rebollo, A.: La Peste Negra. Anaya. Madrid, 1988.

-Duby, G. Europa en la Edad Media. Paidós. Barcelona, 2007.

-Fernández Martínez, F.: La Medicina Árabe en España. Urania (edición en facsímil). Madrid, 1936.

-Gottfried, R. S.: La Muerte Negra. Desastres en la Europa Medieval. 1989.

-Infantes, V.: Las Danzas de la Muerte. Génesis y desarrollo de un género medieval (siglos XIII-XVIII).Universidad de Salamanca, 1997.

-Mitre, E.: La Muerte Vencida. Imágenes e historia en el Occidente Medieval (1200-1348). Encuentro Ed. Madrid, 1988.

-Ruccqoi, A.: “De la Resignación al Miedo: La Muerte en Castilla en el siglo XV”. En Ciclo de conferencias de La idea y el Sentimiento de la Muerte en la Historia y en el Arte de la Edad Media. Universidad de Santiago de Compostela, 1992.

-Valdeon Baruque, J.: “La Peste Negra en la Edad Media. El Esplendor de una Época”. En Historia National Geographic. Vol. Esp. 2011.

-Valdeon Baruque, J.: La Reconquista. Espasa. Madrid, 2006.

-VV. AA.: La Danza General de la Muerte. Códice de El Escorial. Miraguano Ed. Madrid, 2001.

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