La Orden de los Caballeros Pobres de Cristo y del Templo de Salomón, también llamada la Orden del Temple fue una de las más poderosas órdenes militares cristianas de la Edad Media. Sus miembros son mayormente conocidos como los templarios.
Protagonistas de Knightfall, una de las más recientes apuestas de HBO, probablemente la cadena de series de televisión más prestigiosa del momento. También de Assassin’s Creed, una flamante franquicia de videojuegos, historietas, cómics, libros y cortometrajes de ficción histórica. O de Ironclad, una película de cine bélico dirigida por Jonathan English en 2011.
Los ejemplos son innumerables. Pocas órdenes han sido capaces de suscitar tanto misterio y fascinación como la de los caballeros templarios, y prácticamente ninguna ha conseguido trascender por encima del paso de los siglos con la misma sensación que todavía, a día de hoy, a muchos nos recorre por la espalda cuando hablamos de la Orden del Temple.
La cultura popular se encuentra significativamente impregnada por su legado. Y la financiera. Sin ir más lejos, fueron ellos los precursores del sistema bancario actual: los depósitos, los cheques de dinero, los avales (contratos de fianza), los títulos de deuda, las transferencias monetarias, las sucursales bancarias, los vales o las cuentas privadas de crédito son conceptos actuales que tienen su origen en los caballeros del Temple.
Pero, ¿quiénes eran realmente estos extraños personajes?
Los caballeros templarios eran monjes cristianos, pero también soldados, tanto de infantería como de caballería. Una orden religiosa y militar.
Básicamente, defendían en combate a los pueblos que profesaban la religión católica a cambio de un salario establecido, a la vez que los habitantes de dichas villas (campesinos, en su mayoría) trabajaban en las haciendas de la Orden del Temple, cultivando la tierra, limpiando sus casas o cuidando de sus animales, a cambio de protección militar.
Debían lealtad al papa de Roma, pero con el paso de los años se fueron convirtiendo en una Orden tan poderosa como rica.
No eran la única orden religiosa, en realidad. También existían muchas otras que se dedicaban a hacer más o menos lo mismo: los caballeros hospitalarios, los teutónicos, o algunos castellanos, como las órdenes de Santiago, Alcántara o Calatrava, o aragoneses, como la de Montesa.
Pero sin duda alguna, ninguna de todas estas órdenes medievales ha alcanzado ni la fama ni el renombre de los caballeros templarios.
La Orden de los caballeros templarios fue fundada en Jerusalén, durante la época de las Cruzadas (cristianos europeos tratando de arrebatar lo que ellos consideraban Tierra Santa a los musulmanes). Concretamente, en el año 1118, por los caballeros cruzados Hugo de Payns (primer maestre) y Godofredo de Saint-Adhemar, francés y flamenco, respectivamente, en una época de arraigado y exacerbado sentimiento religioso.
Fue creada como una orden monástica, cuyo objetivo primordial habría de ser custodiar a los peregrinos que viajaran hacia Tierra Santa y salvaguardar los caminos que conducían a ella, en el marco de la reciente finalización de la Primera Cruzada.
Personajes tan familiares para la historiografía actual como Godofredo de Bouillon, Ricardo I Corazón de León, el príncipe Saladino, el rey Balduino I o el famoso papa Urbano II, con su inmortal Deus vult, Dios lo quiere (grito de guerra de los cruzados), convivieron con los caballeros templarios durante el transcurso de estas brutales guerras de control estratégico, territorial y económico bajo la excusa de la fe.
La estructura de la Orden era muy compleja: caballeros (guerreros), sacerdotes (o «legos»), escuderos, sirvientes, arqueros, capellanes y auxiliares formaban sus capas más bajas en la escala social, mientras que la jerarquía estaba compuesta por un Gran Maestre, un senescal, un mariscal y comendadores, tanto territoriales (capitulares) como provinciales (preceptores).
El nombre de la Orden también escondía detalles muy reveladores: los caballeros templarios hacían voto de castidad y de pobreza, hasta el punto de que eligieron como símbolo del Temple un caballo montado por dos jinetes, haciendo alusión a que eran tan económicamente pobres que se veían obligados a compartir una montura.
Hecho bastante contradictorio con lo que luego ocurriría en el futuro: era costumbre que cada guerrero pudiera disponer de dos o tres caballos. La Orden acabó amasando cada vez una mayor fortuna, que superaba con creces las de muchos reyes europeos, gracias a sus negocios particulares en Tierra Santa, a las donaciones y a sus préstamos con «interés». Hay que recordar que la Iglesia católica había condenado tradicionalmente el cobro de intereses, censurándolo con el nombre de «usura», propia de judíos. Por eso los templarios miraban muy bien a quién le prestaban su dinero. Cuando lo hacían a reyes, nobles y obispos, no les cobraban intereses, pero sí obtenían a la postre encomiendas y beneficios de estos.
Hasta un total de veintitrés maestres se sucedieron al frente de esta organización, que duró hasta su disolución final durante el año 1314. Pocos años antes los templarios habían sido declarados proscritos tras la persecución llevada a cabo por el rey francés Felipe IV. El rey se encontraba fuertemente endeudado con la Orden del Temple, y no solamente él, sino toda su corte palaciega, su gobierno y, por lo tanto, su país. El monto total a recaudar ascendía a unas cien mil libras tornesas aproximadamente.
Los caballeros templarios, mucho más acaudalados que los «humildes y pobres servidores de Cristo» que decían ser, extorsionaban continuamente a sus deudores para que les pagaran o devolvieran algunos favores.
Se calcula que la producción económica del Temple rondaba las veinticinco mil libras tornesas al año, algo equivalente a unos casi dos mil kilogramos de plata pura.
El rey Felipe, acuciado por sus asfixiantes problemas de dinero, y en colaboración con otros reyes y príncipes europeos en grave riesgo de quiebra financiera (como Eduardo II de Gales, por ejemplo), decidió saldar sus deudas mediante procedimientos que únicamente cabría tildar de mafiosos.
Para conseguir sus oscuros objetivos, el rey Felipe se dedicó a reunir durante años un abultado dossier de acusaciones y pruebas falsas contra los caballeros templarios.
En él, los acusaba de negar a Jesús, escupir sobre la cruz cristiana, adorar ídolos paganos (Baphomet), e incluso de herejes, blasfemos y sodomitas (alegando para «demostrar» esto último que el símbolo templario de los dos hombres compartiendo un caballo incitaba a la homosexualidad y a la zoofilia).
Durante un tiempo prudencial, nadie en la Iglesia Católica hizo caso de estas supuestas investigaciones del rey francés. A raíz de ello, Felipe inició una nueva campaña de desprestigio contra el sumo pontífice del momento, Bonifacio VIII, llegando hasta el insulto en muchas ocasiones.
Fruto de las presiones políticas, militares y económicas de Felipe IV (y de todos sus aliados que querían quitarse de encima sus deudas con el Temple mediante el expeditivo método de hacer desaparecer al Temple), desde la ciudad del Vaticano, con el nuevo papa Clemente V al frente, finalmente se ilegalizó la orden, y se procedió a la detención de todos los caballeros templarios.
Finalmente, el viernes 13 de octubre de 1307, en una operación militar llevada a cabo en el más absoluto secreto, los ejércitos del rey Felipe entraron en París y apresaron a todos los caballeros templarios que allí se encontraban, incluyendo a Jacques (Jacobo) de Molay, último Gran Maestre de la orden, y a Godofredo de Charnay, su senescal.
Tras seis largos años de procesos judiciales, bulas, indulgencias y edictos, ambos líderes fueron condenados a morir en la hoguera, muriendo así con ellos la Orden del Temple, no sin antes haber sido obligados a aceptar, bajo tortura, los cargos de los que se les acusaba, humillando así todavía más a lo que un día fue el glorioso Temple.
Los pocos templarios que consiguieron escapar de París fueron detenidos algún tiempo después, ya que únicamente habían logrado huir desperdigándose por toda la geografía francesa.
Como detalle curioso, la superstición de considerar el día viernes 13 como un augurio de mala suerte tiene su origen en esta persecución.
No obstante, hay quien dice que el auténtico fin de los caballeros templarios no estuvo en aquellas hogueras europeas, ni en aquellos procedimientos judiciales o autos de fe inquisitoriales.
La leyenda del carro de heno cuenta que un pequeño grupo de integrantes de la orden consiguió recibir a tiempo el chivatazo de lo que el papa Clemente V planeaba hacer con ellos, y que lograron escapar de París a tiempo, escondidos entre las balas de paja de un carruaje tirado por caballos.
¿Hay algo de verdad en esta historia? ¿Consiguió escapar algún caballero templario? Y si es así, ¿adónde fueron?
Evidentemente, no existen oficialmente en la actualidad, aunque muchas organizaciones repartidas alrededor del mundo utilizan el nombre del Temple con objetivos comerciales.
Grupos religiosos, sectas, hermandades, maestrazgos, logias, partidos políticos e incluso cárteles de narcotraficantes lo hacen.
Muchos cazadores de mitos y teóricos de la conspiración afirman que los caballeros templarios siguen existiendo, y que su poder es muy alto y conspiran continuamente en la sombra con el objetivo de crear un nuevo orden mundial.
Pero por otra parte, también hay quien dice que los templarios que escaparon de París en 1307 y llegaron a América, prácticamente dos siglos antes de que lo hiciera Cristóbal Colón en 1492.
Y en el fondo tampoco parece una idea tan descabellada: el navegante vikingo Erik el Rojo ya había conseguido llegar hasta la canadiense isla de Terranova en el siglo X a bordo de sus navíos drakkar (mientras en la Península Ibérica se consolidaba el califato), así que la hipótesis de haber podido alcanzar el continente americano viajando en barco desde Europa antes del siglo XV cobra fuerza.
Sin ir más lejos, la creencia de los indígenas mesoamericanos de que los primeros conquistadores españoles eran dioses barbudos que «volvían» a visitarlos hubiera podido tener su origen en un primer encuentro con otros europeos que podrían haber sido caballeros templarios.
O también, por ejemplo, en la capilla Rosslyn de Escocia, construida a mediados del siglo XV por Guillermo de Saint-Clair, parecen observarse en la pared grabados en altorrelieve de mazorcas de maíz: una planta americana supuestamente desconocida en Europa por aquellos tiempos.
Si de verdad esas extrañas figuras fueran mazorcas de maíz, habría que aceptar, por lógica, que alguien ya habría visitado América y traído productos nativos a Europa antes de que lo hiciera oficialmente Cristóbal Colón para la corona castellana.
Evidentemente, no hay ninguna prueba sólida que demuestre ni un solo ápice de verdad en estas imaginarias teorías. Pero aunque la evidencia científica e histórica nos dice que el fin oficial de los caballeros templarios fue con el asesinato en el fuego de Jacques de Molay, nada nos impide fantasear con la idea de que pudieran escapar, incluso llegando a América durante su huida.