Problematizar un determinado contenido supone volver, de suyo, ese trozo de realidad que se cuestiona desconocido e inyectar en él incertidumbre. Como si de un estado embrionario se tratara, allí donde el desequilibrio de la incertidumbre se va apoderando de nosotros emerge la duda. Cuando esta se vuelve insoportable requiérese de la labor activa del pensamiento, utilizar todos los recursos disponibles y, entonces, el raciocinio transforma el ser de la duda en cuestión, permitiendo formular en interrogantes el problema. Cuando esto sucede, llega un momento en el que las preguntas son lanzadas al contenido. Veamos qué ocurre entonces…
Imaginemos que vamos caminando por la orilla de una playa en un mar en calma, con bajamar. Las gaviotas sobrevuelan nuestras cabezas y el olor a sal es intenso. De repente y de manera subitánea, en el horizonte, aparece una polvareda inesperada que nos llena de curiosidad. Es algo, por de pronto, nebuloso y sin forma definida, algo informe y completamente desconocido. Nosotros continuamos nuestro caminar pero ya de otra manera, pues crece dentro de nuestro ser una incertidumbre que está atravesada de curiosidad y de interés. Ya no somos los mismos que antes del suceso intrigante y misterioso.
A medida que nos vamos acercando, la polvareda crece, y se distingue dentro de tal fenómeno, aún de manera torpe e informe, el trote de unos caballos que vienen a nuestro encuentro. Respondemos con sorpresa, estupefacción y descreimiento, como no podía ser de otra manera. El caso que cada vez están más cerca, se aproximan cada vez más a nosotros, las formas se definen, los contornos se aclaran, su trote se vuelve, si cabe, más visual, y lo que antes era un rumor incomprensible se torna un piafar diáfano y audible.
Los caballos son hermosos, plenamente salvajes y de una belleza inefable. Llegan hasta nosotros. En actitud desafiante y encabritados, realizando una corbeta y relinchando indomables se presentan ante nuestra presencia. Los animales continúan sus alaridos, y nosotros, tremendamente atraídos por su hechizo, sacamos la cuerda para atraparlos. Hacemos el nudo correspondiente, realizamos la operación adecuada para fabricar un lazo que nos permita agarrarlos por el cuello y nos disponemos a emprender la tarea formidable de capturar a uno de ellos. La marea crece.
Son indómitos, y se resisten a ser aherrojados por cualquier mano. Nosotros los circundamos, intentando apaciguarlos, tranquilizándolos y relajándolos. Al principio todo esfuerzo resulta infructuoso. Pero con el tiempo cogen confianza y cuando están más calmados, menos nerviosos, hacemos la operación de arrojarles el lazo. Si está bien dirigido obtendrá su recompensa. En efecto, capturamos a uno de ellos. Al comienzo, el animal, al sentir el yugo al que no está acostumbrado, se revuelve, y se retuerce, indómito como es, ante la opresión. Pero poco a poco vamos domeñándolo y debelando su insolencia de animal salvaje. Podemos acercarnos a él. Continúa creciendo el oleaje y la marea.
Nos ponemos junto al bello animal. Lo acariciamos y le mostramos nuestra confianza con palabras sosegadas. Sacamos la silla y se la colocamos, no sin algún esfuerzo. Y subimos encima del caballo. En un comienzo, se negará a la grupa que se le ha colocado, pero después de algún tiempo de buenas artes y de incómodos aspavientos, tanto para el animal como para nosotros, logramos establecer una relación más normalizada y afable para ambos.
El jinete lo ha logrado. El bello animal, antes desbocado e indómito a nuestros requerimientos, deviene montable y cabalgable. El jinete lo ha conseguido, la pretensión del caminante ha sido lograda: de ir caminando a pie ha logrado domeñar al cuadrúpedo y someterlo a sus buenas artes, y ha logrado subirse en lo alto del animal para cabalgar ahora sobre él. La pleamar es máxima y el olor a sal del oleaje es intenso como pocas veces puede uno esperar.
La idea ha sido adquirida felizmente. Ahora la persona está más dotada de conocimientos, más preparada y con una predisposición mucho más cabal, consciente y racional… merced al aprendizaje a que ha sido sometido en la experimentación con los caballos. Ha capturado una idea y la ha metabolizado, haciéndola suya. Consiguió su propósito y el resultado es feliz. Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que el paseante ha resultado victorioso del envite a que lo sometió la realidad del aprendizaje. Es un jinete acrisolado por la experiencia, y sus quilates como montura dependerá del uso que haga de las ideas adquiridas.