La mujer luchó en el pasado —y lucha, aún hoy, en la actualidad— denodadamente por su emancipación. Luchó y lucha por superar las ataduras y subordinaciones, yugos y opresiones impuestas por el patriarcado; por desasirse de los complejos adquiridos e injusticias a que están sometidas; por dejar atrás roles y estigmas de otras épocas menos felices.
El patriarcado acorazó la realidad con muros infranqueables de condición machista y opresora para mantener sumisas y en cotos cerrados a las mujeres. La vieja máxima de corte analítico que es utilizada por intereses despóticos y tiránicos: el divide et impera se comprobó útil para sus intereses y sigue, aún hoy día, vigente…
Así, configuraron las sociedades en base a antagonismos ficticios y quiméricos para mantener oposiciones irreales entre las personas. Organizaron grupos de aparente pensamiento único y las enfrentaron entre ellas para perpetuar las divisiones. Argumentaron, una y mil veces, a favor de la lucha entre contrarios, enemistando a las personas, ahora fragmentadas y atomizadas de un todo dominado por intereses subrepticios de parte. Volvieron imposible la convivencia…
Analicemos la situación: los cambios superficiales suceden a diario, son habituales y cotidianos, pero cuando hablamos de cambios profundos, estructurales, esos solo se dan en el tiempo histórico: se gestan lentamente, y el limo sustantivo que opera la metamorfosis es pausada, queda, tardando en aposentarse sobre el substrato que posibilita la mutación.
Remontemos el curso, pues, hasta la aurora del pensamiento occidental y podremos comprobar que ya, desde entonces, venía estableciéndose y gestándose el cambio fatal para las mujeres. En efecto, es lugar común entre los pensadores de todos los tiempos dividir al ser humano en dos partes bien diferentes: alma y cuerpo. A lo largo y ancho de la historia de la filosofía vemos y comprobamos cómo la dimensión racional, el alma, se lleva la mejor parte, el señorío y la hegemonía, el dominio y la preeminencia… frente al cuerpo, que es denigrado, pasivo, corruptible, informe, etc.
El caso es que, en esta división —que no es baladí ni gratuita— el alma racional, más alta y señorial, se metaforiza de modo y manera que ejerce su imperio sobre el cuerpo subordinado. Lo superior, que además es divino por inmortal, debe gobernar las partes bajas y abyectas del individuo, así ahora, escindido en dos planos irreconciliables. Si el alma se identifica con el intelecto y con la deidad, la materia es degradada e identificada con las pasiones volubles e inconstantes.
Ahora bien, hay que decir que los hombres, como actores principales de la trama histórica, han copado tradicionalmente el ámbito espiritual del alma, y la identificación hombre-alma ha sido una y la misma manera de identificarlo, mientras que a las mujeres les ha cabido, como desecho, el cuerpo, estableciéndose la identificación mujer-materia. Si a los hombres les estaba por naturaleza encomendada la gloria del mando, a las mujeres les tocaba la sumisión del hogar.
De todos es sabido que el alma es principio de automovimiento, la más noble y autárquica realidad; la materia, en cambio, es identificada y definida, desde casi los albores del pensamiento filosófico, pero fundamentalmente a partir de Aristóteles, como pasiva (dice el estagirita: «todo lo que se mueve es movido por otra cosa». Esto es, el cuerpo es animado y regido por el alma).
Esta división insoluble ha permanecido entre nuestra forma de cosmovisionar la realidad a lo largo de toda la historia del ser humano, y, aún hoy, perdura entre nuestra manera de convivir y de relacionarnos ente las mujeres y los hombres. Hay que decir que el patriarcado ha mantenido su postura de modo férreo y opresivo, incluso dictatorialmente (el propio Aristóteles, de nuevo, calificaba al varón en su casa, en el ámbito privado del hogar, como «déspota»). Sin embargo, se hace preciso y necesario una apertura de miras para que el horizonte humano en convivencia se torne mucho más armónico y justo, con igualdad real entre mujeres y hombres. Porque la divergencia de opiniones, la pluralidad de ideas, la heterogeneidad de pensamientos… no destruye la cohesión de una sociedad ni produce el aislamiento entre las personas, antes al contrario, la enriquece. Porque así el medio social de convivencia se desarrolla de lo simple a lo complejo, y el civismo, el respeto y la tolerancia intersubjetiva cobran carta de naturaleza, y determinan —a nivel global— la estabilidad de las estructuras sociopolíticas, mientras a nivel individual condicionan un mayor grado de armonía interior, bienestar espiritual y material, y felicidad crecientes. De la entropía y el desorden a la coherencia y la armonía.
No hay que olvidar que las mujeres constituyen la mitad de la población mundial, al menos.
Pero no bastan los buenos deseos y las buenas intenciones. Una crítica atinada del presente ha de triturar lo obsoleto de las relaciones y lo caduco del pensamiento individual y social; desenmascarar las falsedades sobre las que está actualmente montado la farsa patriarcal que impera entre los machistas, e ir a la realidad con radicalidad integral para cuestionar lo perfectible y ponerlo en solfa, y así poder sublimar este estadio (in)civilizado de la historia del ser humano.
La sociedad del mañana tiene que ser construida con mimbres distintos y enfoques diferentes y novedosos, por ello, la perspectiva que pueden aportar las mujeres a su medio es imprescindible, se hace fundamental para evolucionar hacia estadios más humanos, más plenos y auténticos. La emancipación de la mujer y el reconocimiento de sus derechos públicos están afectando a la familia, a la profesión y a la representación político-constitucional, aunque no solo, también a la concepción misma de la religión, a todas las fuentes históricas de sabiduría, de connotaciones tan claramente patriarcales. En el fondo de todo ideal totalitario y excluyente palpita el deseo vehemente y egoísta de imposición, de la dominación de unas personas sobre otras, de su utilización para beneficio propio, rompiendo las bases del respeto mutuo interpersonal. Las sociedades que hagan efectiva la inclusión real de la mujer en la sociedad lograrán un avance cualitativo insuperable. En suma, porque es de justicia y de derecho efectivo la realización femenina en las sociedades hemos de tomar consciencia de este formidable viraje de las mujeres, demandando su parcela de realidad, en pie de igualdad real y material, para que la convivencia entre personas sea lo más armónica, proporcionada y feliz posible.