La conquista de Masada es una expresión del poderío de las legiones romanas. Los trabajos del ejército romano para la toma de Masada en el año 73, dentro del marco de la guerra judía iniciada en el 66, son una clara manifestación de la pericia en el manejo de las técnicas poliorcéticas, es decir, del “arte de atacar y defender las plazas fuertes”. La conquista de esta fortaleza es una muestra de la eficacia técnica del ejército romano en sus tácticas de guerra.
En el año 73 d. C. el comandante de la Legio X Fretensis, Flavio Silva, se dirigió a suprimir a los rebeldes de Masada tres años después de la caída de Jerusalén. Esta acción se debió más bien a cuestiones de carácter económico que político, puesto que una Masada rebelde podía perjudicar el lucrativo negocio de las plantaciones de bálsamo que constituía una considerable fuente de ingresos para Roma. Silva tuvo que estructurar y desplegar un imponente operativo de asedio para que el asalto pudiera ser efectivo, puesto que la localización de la fortaleza, la particularidad topográfica del terreno y las provisiones de las que contaban los defensores, hacían que la operación fuera compleja y ardua.
Dicha operación se llevó a cabo en el contexto de la primera guerra judeo-romana que transcurrió entre los años 66 y 73 d. C. De las tres rebeliones judías contra el Imperio romano esta fue la principal. La Gran Revuelta Judía (como también se la conoce) empezó por los disturbios masivos de Jerusalén del 66 provocados en su inicio por un conflicto entre judíos ortodoxos contra griegos y judíos helenizados. La no intervención romana se sintió como un agravio, lo cual se sumaba al rechazo del pago de impuestos a los romanos vinculado a un movimiento por la independencia de Judea. La tensión aumentó y la espiral de violencia fue en ascenso. Los conflictos se encontraban en el centro de una provincia romana: Judea. El gobernador de Siria Cayo Cestio Galo fue vencido en la batalla de Betorón y tuvo que huir de Jerusalén. Lo mismo tuvieron que hacer el rey Herodes Agripa II y su hermana Berenice.
El suceso decisivo de la primera guerra judeo-romana se dio en el año 70 con el sitio de Jerusalén. Tito Flavio Vespasiano, quien posteriormente será emperador de Roma, asedió y logró conquistar la ciudad ocupada por los judíos sublevados. En esta acción la ciudad quedó destruida, al igual que su célebre templo. La destrucción del Templo de Jerusalén es un evento importante en la tradición judía. Tras conquistar Jerusalén, Tito regresó a Roma y dejó a la Legio X Fretensis para conquistar los tres reductos de la rebelión judía: las fortalezas de Herodión, Maqueronte y Masada. El encargado de la misión fue Lucilio Baso, quien tomó Herodión en el 71 y Maqueronte en el 72. Baso no pudo concluir su cometido por una enfermedad, por lo que Lucio Flavio Silva lo sustituyó en el cargo y se dirigió hacia el último baluarte que resistía.
Cuando en el 66 d. C. dio comienzo la Gran Revuelta Judía, un conjunto de judíos rebeldes tomaron el control de Masada eliminando a las diez cohortes de la Legio III Gallica que guarnecían la posición. El líder de la acción fue Menahem, pero al morir, el liderazgo pasó a su sobrino Eleazar ben Yair. El grupo radical de judíos al que pertenecían era conocido como los sicarios, los cuales eran insurrectos que luchaban contra los romanos, considerados invasores y ocupantes. El nombre proviene de sicarii, pues usaban una espada corta (sica) que ocultaban tras sus túnicas. Los sicarios pertenecían al movimiento político nacionalista de los zelotes. Se caracterizaban por su fuerte sectarismo religioso incluso dentro del judaísmo, por lo que se decía de ellos que practicaban la fe con “celo” y se oponían a otras facciones y comunidades como los fariseos o los saduceos. El segundo rasgo distintivo era la lucha armada y el empleo de la violencia dirigida a la consecución de la independencia de Judea respecto del Imperio romano. Menahem era el hijo de Judas el Galileo, quien fue el fundador del movimiento de los zelotes, según Flavio Josefo. Los zelotes fueron los protagonistas de la sublevación para la liberación de Judea.
Los palacios y fortificaciones de Masada se ubican en una cumbre amesetada perteneciente a una montaña que se encuentra aislada en la zona oriental del desierto de Judea cerca de la ribera sudoccidental del mar Muerto. Se trata de una localización perfecta para la construcción de una fortaleza de difícil expugnación. Los sicarios de Masada adaptaron las instalaciones del interior de la fortaleza para poder practicar con normalidad la vida religiosa judía. Anteriormente (entre los años 37 y 4 a. C.), Herodes el Grande dispuso Masada para ser una ciudadela regia. Durante la guerra, Masada fue un refugio para los judíos. Los restos arqueológicos muestran que también se cobijaron samaritanos y esenios.
Para el asalto de Masada en el 73, los romanos procedieron a la confección de un sistema de aislamiento de la fortificación a través de la construcción de nueve compartimentos enlazados entre sí por una circumvallatio que integraba la propia topografía del lugar. Además, los trabajos de expugnación incluyeron la construcción de un gran agger (terraplén o rampa) de asalto, una helépolis (torre de asedio o bastida) y un ariete para hacer una apertura en el muro de la ciudad. El muro de circunvalación construido estaba fortificado con catorce torres blindadas con vigas, colocadas a intervalos de entre 75 y 100 metros de distancia. Según relata Josefo, Silva detectó que la línea de asalto más propicia era bajo la torre de Herodes en el camino occidental. En el lado oeste mandó a construir la rampa y una plataforma en su cima para colocar la torre de asalto de treinta metros de alto.
El asalto comenzó tras concluir todas las obras precisas para disponerlo. Se izó la héleplis por el agger y se adosó al muro, a pesar de la aguda inclinación. Un ariete del piso bajo se dedicaba a golpear el muro a la vez que la artillería lo despejaba de soldados enemigos. De este modo, los romanos consiguieron romper el muro abriendo una brecha que se mantiene a día de hoy. Como era de esperar, los defensores se apresuraron a bloquear la grieta construyendo un segundo muro con dos alineaciones de vigas verticales cohesionadas mediante su entrelazamiento con otras vigas horizontales y rellenadas con arena para hacerlo compacto.
El nuevo muro no sólo consiguió taponar la entrada, sino neutralizar los impactos del ariete, puesto que la arena amortiguaba los impactos: los golpes no conseguían más que fortalecer el muro, dado que prensaba la arena. Ante este problema, los romanos decidieron prender fuego a la estructura de madera del muro. Esta misión se llevó a cabo gracias a la ventaja posicional que confería la torre, ya que desde su nivel superior se procedió al lanzamiento de material incendiario.
La meteorología fue un factor determinante en ese episodio del asalto. Los vientos de esa zona del desierto no sólo son fuertes, sino que tienen prominentes cambios de dirección. Este fenómeno puso en peligro la estrategia romana, puesto que una ráfaga condujo las llamas hacia la posición de las tropas romanas y puso en peligro a la propia torre de asedio. No obstante, el viento volvió a cambiar de orientación y perjudicó al muro construido por los judíos. Los romanos entendieron que el designio divino estaba a su favor y la moral de las tropas incrementó. Los romanos se retiraron para infligir la embestida definitiva al día siguiente y vigilaron con especial cautela el muro con el objetivo de que no pudiese fugarse ningún enemigo sitiado.
La interpretación religiosa del fenómeno que perjudicó a los del interior de Masada también tuvo un impacto importante, pero en sentido contrario: consideraron que Dios les había abandonado por sus pecados. En este contexto de miedo, peligro y fanatismo religioso Eleazar bar Yair persuadió al resto de que era preferible el suicidio a la esclavitud o la muerte en el circo que les esperaba si eran capturados por los atacantes. Según el relato de Flavio Josefo, diez hombres fueron encargados de dar muerte al resto (ya que la ley judía prohíbe el suicidio), a continuación, uno ejecutó a los demás verdugos para posteriormente incendiar el palacio y suicidarse. En aquella noche, los sicarios de Masada quitaron la vida a sus familias y quemaron sus pertenencias valiosas. Sin embargo, dejaron intactas las provisiones para que los romanos pudieran ver que no era el hambre la causa de la fatal decisión tomada, manifestando un gesto final de soberbia. Hay que aclarar que no hay pruebas arqueológicas que respalden el suicidio colectivo relatado por Flavio Josefo. Incluso se cuestiona que la rampa de combate se terminase de construir. Además, el año 73 es el que corresponde en el calendario juliano a fecha que señala Flavio Josefo del calendario hebreo. No obstante, historiadores como Duncan B.Campbell sugieren que la fecha real se ajusta más al año 74.
Tras la funesta noche, los romanos acometieron el asalto planificando previamente las vías de penetración a través de la grieta del muro. Cuando entraron se encontraron la ciudad destruida y a sus habitantes muertos. El relato cuenta que dos ancianas y cinco niños consiguieron refugiarse de lo acontecido en una cisterna y contaron a Silva lo que ocurrió por la noche. Las tropas de Roma procedieron a extinguir las llamas y Silva retornó a la capital de la provincia dejando una guarnición para vigilar el desmantelamiento. El clima del desierto ha conservado hasta la actualidad los restos de madera carbonizada que aún se pueden ver.
En cualquier caso, este episodio del 73 supuso el fin de la Gran Revuelta Judía comenzada en el 66. De este modo, el país pasó a ser una provincia imperial acabando con los rastros de independencia que este pueblo mantenía. Masada terminó en posesión de Roma y la historia de los sicarios de Eleazar ben Yair se fue disolviendo. En el siglo XX hubo un redescubrimiento de Masada, en la que se proyectó simbólicamente el sentimiento de la independencia nacional judía.
Bibliografía
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Masada: el último bastión judío. National Geographic.
Sánchez Sanz, A. (2013). Judea Capta. La primera guerra judeo-romana. Zaragoza: HRM.