Deténgase Dave… Tengo miedo Dave… Mi cabeza se va…. Todo es confuso para mí… Mi cabeza se va… Me doy cuenta… Me doy cuenta… Buenas tardes, señores. Soy un computador HAL de la serie 9000, producción número 3. Me pusieron en funcionamiento en la fábrica HAL de Urbana, Illinois, el 12 de enero de 1997. Mi instructor fue el señor Langley. Me enseñó una canción. Si usted quisiera, podría cantársela.
En 1968 Stanley Kubrick estrenaba 2001, una odisea del espacio. Una película basada en el relato de ciencia ficción El centinela, de Arthur C. Clarke, que supuso un antes y un después en la cinematografía de ciencia ficción y en el tratamiento filosófico que ésta hacía de la inteligencia artificial, encarnada aquí en el computador HAL 9000.
HAL, considerado como uno de los grandes personajes de la historia del celuloide y el más especial de la película de Kubrick y el cuento de Clarke, es el computador encargado de controlar la nave Discovery con destino Júpiter, tripulada por cinco astronautas. Entre sus aptitudes está la de saber cantar, recurso al que acude en un intento desesperado de anhelada humanidad y de vuelta a su más tierna infancia, como impulsado por el instinto de supervivencia, para evitar ser desconectado o, incluso, a modo de despedida tras asumir que ya no hay marcha atrás, en lo que ha pasado a ser una de las escenas más memorables del cine. Pero, ¿cuál es la canción escogida por HAL?
Pues resulta que fue todo un éxito musical de finales del S. XIX. De 1892, para ser más exactos. Y los acontecimientos que inspiraron la composición del tema en cuestión, así como su uso en la película (en la voz sintetizada de HAL), merecen ser recordados.
El autor fue el compositor inglés Harry Dacre, quien viajó a Estados Unidos en 1891 desde Inglaterra, llevando consigo una bicicleta por la que tuvo que pagar un arancel al desembarcar en Nueva York. Al enterarse de lo ocurrido, su amigo William Jerome tiró de guasa para consolarle, soltándole: “menos mal que no has traído una bicicleta para dos, ya que tendrías que haber pagado doble”.
Sería precisamente la expresión bicicleta para dos, que es como se llamaba al tándem por aquellos años, la que inspiró a Dacre a componer la canción fetiche de HAL, a la que tituló Daisy Bell y que popularizaría el cantante americano Dann W. Quinn, alzándose en numerosas ocasiones en el número 1 de las listas de éxitos de la época.
Posteriormente, Daisy Bell ha sido versionada en repetidas ocasiones pero, sin lugar a dudas, la adaptación que merece una mención especial, no solo por cuanto le rodea sino por constituir el germen a partir del cual Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke concibieron el gusto musical de HAL 9000, fue la de John Kelly, Carol Lochbaum y Max Mathews.
En 1962, en lo que supondría una demostración de la síntesis de voz recientemente inventada por los Laboratorios Bell, estos tres investigadores fueron los responsables de la programación de la voz y acompañamiento del primer ordenador que cantó una canción, un IBM modelo 7094, siendo Daisy Bell el tema escogido para tamaño acontecimiento tecnológico. Y Arthur C. Clarke estuvo presente durante dicha demostración.
Teniendo en cuenta que Clarke fue junto a kubrick el guionista de 2001, una odisea en el espacio, a la hora de determinarse qué canción cantaría HAL usando la técnica de la síntesis de voz, la opción parecía obvia. Sin olvidar que el cineasta inglés no dejaba nada al azar.
¿Y de qué trata Daisy Bell? Pues de una inocente declaración de amor y pedida de mano. Algo aparentemente banal, pero ¿acaso hay un sentimiento humano más noble y perfecto que el amor? Podría resultar hasta cruel, bien mirado, al modo de lo que padeciera el moderno Prometeo en sus ansias de amar, el hecho de que fuese el amor, en última instancia, el tema de la canción que el Sr. Langley, cual Dr. Frankenstein, enseñara a HAL.
Una canción, con toda su historia detrás, a la que recurrió el computador HAL 9000 durante los instantes finales de su existencia, como el anciano que recordara, en sus últimos suspiros, aquellas nanas que le cantara su madre en su niñez para hacerle dormir, aunque consciente esta vez, eso sí, de que una vez cerrara los ojos, dormiría para siempre.