Parece que todo es una leyenda. Ningún texto normativo de la Iglesia lo menciona. Pero también es cierto que durante años se dio por verdad. La historia empieza con un rumor que empezó a adquirir tintes de verdad en torno al Siglo XIII, cuando empezamos a encontrar en muchos escritos la figura de la Papisa Juana.
Una mujer que vivió en el siglo IX, llamada Juana que, ocultando a todos su género, consiguió hacerse con el más alto rango de la curia vaticana. En la lista oficial de papas no aparece, pero por cronología correspondió a Benedicto III. Esta mujer, llamada Juana era hija de un monje y nació en Alemania. Hay incluso una película del año 2009 que se llama la Papisa.
Pues bien. Esta papisa dicen que tenía un amante y se quedó embarazada. Y es aquí cuando se descubrió el pastel. En mitad de una procesión entre San Pedro y San Juan de Letrán se puso de parto y tuvo que dar a luz públicamente al fruto de su pecado. La turba se lanzó encolerizada sobre Juana y la despedazó viva. De esa manera se terminó con la impostora.
Para evitar estos desmanes de suplantación de género, corrió el rumor que la Iglesia procedió a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. El Vaticano instauró la figura del palpador genital, un individuo —evidentemente varón— cuyo único cometido era toquetear los testículos del recién nombrado Papa.
La opinión más extendida es que todo se trata de una leyenda que, sin embargo, fue dada por cierta por sectores de la propia Iglesia hasta el siglo XVI. El medievalista francés Alain Boureau conjeturó que el rito de la verificación del sexo que lleva por miedo a la mujer, a imaginar una papisa disfrazada de hombre, es situado en las prácticas del Carnaval romano nacido en la Edad Media. Numerosas obras, tanto eruditas como literarias, han recogido dichas fábulas. Incluso Giovanni Boccaccio escribió sobre la papisa Juana en 1362 en su libro sobre biografías femeninas De Mulieribus Claris.
La práctica de verificación de sexo se puede ver en la serie The Borgias (2011-2013). A Alejandro VI, interpretado por Jeremy Irons se le practica esta incómoda comprobación.
El palpador sería un joven diácono al que se le llamó «El Palpati» -básicamente era lo que hoy llamaríamos un «tocapelotas»- y tenía el encargo de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla, llamada sedia stercoraria (silla del estiércol), que era una silla perforada donde se sentaba el pontifíce y donde deslizaba sus genitales. Esta silla de hecho se expone hoy en día en los museos Vaticanos. Acabada la inspección, si todo era correcto, el diacono debía exclamar: «Duos habet et bene pendentes» («tiene dos y cuelgan bien») y todos respondían aliviados al unísono «Gracias a Dios».
«Hay, hoy día una silla en el palacio sacro, abierta por lo bajo, para que se pueda ver encubiertamente si es hombre el que se elige».
Pedro Mejía (1497-1551)
«¿Por qué esta invención de un rito ilusorio que se convierte en la justificación para inventar un personaje imaginario e inimaginable? La respuesta de Alain Boureau [1] es que a fines del siglo XIV el mito aparece como una venganza de los humanistas, de algunos intelectuales frustrados por la hostilidad mostrada por Pablo II contra ellos, por lo que mientras se difundían por Roma los versos irreverentes, se tomaban a broma la institución papal. Si se busca en los tiempos anteriores al nacimiento del mito, en los siglos XII y XIII, en la época de la reforma gregoriana y del nacimiento de un derecho canónico que excluía con fuerza a la mujer de la Iglesia, se evidencia un cierto miedo a la invasión femenina en la Iglesia.»
A. Álvarez de Morales
[1] Alain Boureau es un medievalista francés.
Bibliografía
- La papisa Juana: la mujer que fue papa, Alain Boureau. Edaf, 1989.