Al contrario de lo que se suele pensar y, en muchos casos, impartir en los distintos medios de enseñanza, la Edad Media europea contó con una intensa actividad intelectual que influyó en la línea de actuación política y determinó muchos aspectos de la trayectoria de la llamada cultura “occidental”. Todo lo cual se pone de manifiesto al tener en consideración la fundación de las universidades medievales.
En primer lugar, es preciso realizar ciertas aclaraciones conceptuales propias de la época, puesto que su interpretación desde nuestro momento histórico supondría una desviación y una mala comprensión. El término universitas en la Edad Media no alude a algo parecido a un conjunto de facultades establecidas en un mismo recinto. Antes bien, se refiere al conjunto de personas, tanto maestros como discípulos, que forman parte de la enseñanza que se imparte en una ciudad determinada. Universitas no equivale a una universidad organizada y establecida en una ciudad, sino que el término sirve para mencionar al conjunto de profesores y estudiantes que habitaban en un mismo lugar.
Otro punto importante es el del studium generale, universale o commune. Lo característico y particularmente relevante en la Edad Media, reside en que se trata de un centro de estudios en el que eran admitidos estudiantes de diferentes procedencias. Su rasgo definitorio no consistía en ser algo así como un sitio en el que se estudian todos los conocimientos. En un principio, el término studium generale era aplicado a las escuelas que las Órdenes religiosas abrían en las ciudades. Todo esto se encuentra un tanto alejado de la actual concepción de “universidad” como conjunto de edificios dedicados a la transmisión y desarrollo de disciplinas especializadas y compartimentadas.
Es imprescindible conocer la organización de la enseñanza para estudiar el desarrollo de los saberes y las visiones del mundo propios de la escolástica. El propio trabajo de un filósofo medieval está relacionado de modo intrínseco con el medio en el que se elabora. La primera universitas en convertirse en una entidad colectiva organizada regularmente no fue otra que la de Bolonia. Esta universidad fue principalmente un centro de estudios jurídicos. No fue hasta el año 1352 cuando adquirió una facultad regular de Teología, en el pontificado de Inocencio VI. Sin embargo, nos centramos en la Universidad de París del siglo XIII, su época de esplendor, por su prestigio en teología y filosofía, áreas particularmente influyentes en la cultura medieval. Consideramos conveniente focalizar el tema en esta universidad, lo cual no implica desvalorizar a las demás instituciones.
“Es en París donde el género humano, deformado por la ceguera de su ignorancia original, recobra su vista y belleza por el conocimiento de la verdadera luz que despide rayos de ciencia divina”
(papa Alejandro IV)
Desde los siglos XI y XII, París ya tenía un próspero ambiente escolar. Por la ciudad habían pasado personalidades de gran prestigio como Abelardo cuyas enseñanzas habían traído a París a muchos estudiantes procedentes de Inglaterra, Alemania e Italia. No fue difícil que los profesores y alumnos tuvieran conciencia de su unidad dados los intereses y peligros compartidos. Asimismo, tanto el papado como la monarquía francesa vieron conveniente proteger a este conjunto de personas. Los reyes de Francia quisieron promocionar la influencia de su ciudad en la circulación de extranjeros dispuestos a formarse en ella. Para fomentar el desarrollo del studium parisiense se debía garantizar la protección de sus miembros, para lo cual era necesario organizarlo.
Ahora bien, allende la asociación de profesores y estudiantes de 1150 y el reconocimiento del rey Felipe II Augusto en 1200, el punto más relevante en la fundación fue el reconocimiento de la Universidad por parte de Inocencio III en una bula de 1215. Este papa fue el auténtico fundador de la Universidad de París y sus sucesores, principalmente Gregorio IX, fomentaron y orientaron su desarrollo. La jerarquía eclesiástica no podía quedar al margen de este importante núcleo intelectual. De hecho, su preeminencia en el siglo XIII entre las universidades medievales se debe a la intervención del papado.
Entrando en el contenido de los estudios universitarios parisienses del siglo XIII, hay que decir que existían dos tendencias opuestas que primaban respectivamente los fines religiosos y el saber puro. De este modo, Gilson (2007, p. 382) expresa sobre la Universidad de París que “la vemos continuamente dividida en dos tendencias contradictorias, de las cuales una trataba de convertir a la universidad en un centro de estudios puramente científicos y desinteresados, mientras que la otra intentaba subordinar dichos estudios a fines religiosos, poniéndolos al servicio de una verdadera teocracia intelectual.” La medicina se encontraba aún poco desarrollada, pero este enfrentamiento de tendencias afectó al derecho y a la filosofía.
El trivium (las Artes Liberales se componían del trivium y el quadrivium) había puesto en valor a la dialéctica. Muchos maestros no sólo se dedicaron al cultivo de esta disciplina, sino que se negaban a ascender el nivel de las Artes Liberales para no llegar a la teología. Además, el redescubrimiento de los textos de Aristóteles permitió afinar los procedimientos lógicos y aplicarlos a la Física, la Metafísica o la Ética aristotélicas. Se acentuó la tendencia de profesores de Artes Liberales que pretendían estudiar materias como la lógica o la física de Aristóteles sin ocuparse de la teología (cf. Gilson 2007). El averroísmo parisiense fue la manifestación más destacada de esta línea intelectual.
Por otro lado, la facultad de Teología representaba la tendencia contraria. Además, su importancia era superior a la de la facultad de Artes. Concretamente, la tradición teológica que se estudiaba era de carácter agustiniano (Agustín de Hipona). Grandes maestros como Alejandro de Hales o Buenaventura de Fidanza de la escuela franciscana de París eran marcadamente agustinianos. De igual manera lo eran obispos de París como Étienne Tempier. Este último realizó una condena de tesis filosóficas de influencia aristotélica. De las novedades aristotélicas sólo se valían para los procedimientos expositivos y de discusión.
Cabe señalar que esta disputa concluyó con el triunfo del aristotelismo gracias al trabajo de figuras tan destacadas como Alberto Magno y su discípulo Tomás de Aquino. Particularmente, el sistema aristotélico-tomista acabó convirtiéndose en el más preponderante, dado que permitía conciliar las dos tendencias enfrentadas de la Universidad de París. La monumental Suma teológica de Tomás de Aquino contribuyó en gran medida a consolidar el constructo teórico más importante y racionalmente sólido de la teología tradicional. Esta obra recoge de forma completa todas las verdades de la teología natural y sobrenatural, estructuradas según un orden lógico. Cada cuestión tiene su correspondiente demostración y las refutaciones de los errores sobre el tema.
El peso de la Universidad de París en la Cristiandad se hizo notar en tanto que se instituyó como fuente de error o verdad teológicos. Por este motivo papas como Inocencio III o Gregorio IX se esforzaron en convertirla en un medio de expansión de la verdad religiosa con un organismo estructurado. La Universidad de París en esta época ostentaba una condición única. Gilson (ibíd.) declara que “el studium parisiense es una fuerza espiritual y moral cuya significación más profunda no es ni parisiense ni francesa, sino cristiana y eclesiástica; es un elemento de la Iglesia universal, dotado del mismo derechos y de la misma significación que el Sacerdocio o el Imperio”.
Por ser la Universidad de París el centro intelectual de la Cristiandad, los papas la “protegieron del error”. Antes del triunfo del aristotelismo tomista, en 1215 Robert de Courçon prohibió en la Universidad de París la Física y la Metafísica de Aristóteles; y en 1231, Gregorio IX recomendó a los maestros de teología no vanagloriarse de ser filósofos (nec philosophos se ostentent), pues debían ceñirse a los textos teológicos de los Santos Padres y la transgresión de este límite “no es sólo temeraria, sino hasta impía”. Para Gregorio IX las ciencias eran válidas si servían a la teología.
La enseñanza en las universidades medievales se realizaba mediante el método de la lección y el de la disputa. Actualmente se ha perdido el sentido originario de estos métodos tradicionales. El primero consiste en la lectura y explicación de un texto. Así se han realizado multitud de comentarios que, bajo el aspecto de una mera aclaración circunstancial, reflejaron ideas de gran valor y originales del pensamiento medieval. Los textos de Aristóteles, la Biblia o las Sentencias de Pedro Lombardo fueron especialmente utilizados en las lecciones. Por otro lado, la disputa se parecía a un certamen dialéctico bajo la responsabilidad de un maestro que determinaba la solución de la cuestión disputada tras ordenar los argumentos ofrecidos. Las famosas Quaestiones disputatae proceden de los conjuntos de problemas que constituían un todo y las Quaestiones quodlibetales de las memorias de disputas sobre cualquier clase de tema.
Respecto al curso de los estudios, sin entrar en las pequeñas modificaciones e irregularidades, la carrera escolar medieval prototípica era la del maestro parisiense. Los estatutos que Robert de Courçon estableció en 1215 dictaminaban que para enseñar las Artes Liberales era preciso tener al menos veintiún años de edad y haber estudiado seis años. Para enseñar Teología se necesitaban treinta y cuatro años de edad y ocho años de estudio. En cuanto a los grados, la trayectoria era la siguiente: para ser Maestro en Artes un estudiante debía cursar el bachillerato y la licenciatura antes de dar su primera lección. Después podía optar a ser Maestro y Doctor en Teología siempre y cuando cursase tres bachilleratos (bíblico, sentenciario y formado) y la licenciatura.
En definitiva, sin identificar la filosofía medieval y la filosofía escolástica, la organización de las escuelas y sus métodos determinaron el desarrollo de las investigaciones medievales. Las grandes obras (con pocas excepciones) están relacionadas con el ejercicio de la enseñanza escolar que, a su vez, desarrollaba el pensamiento del mismo maestro. La expresión más acabada y completa es, sin duda, la mencionada Suma Teológica de santo Tomás. Todo esto revela la importancia de las universidades de la Edad Media, con el claro ejemplo de la Universidad de París.
Bibliografía
Carañana, J. P. (2012). La teoría y la práctica en la universidad medieval. CIAN. Revista de historia de las universidades. Vol. 15, N. 2, pp. 139-161.
Gilson, E. (2007). La filosofía en la Edad Media. Madrid: Gredos.
Villa, Prieto, J. (2017). La enseñanza en la universidad medieval. Centros, métodos, lecturas. Tiempo y sociedad. N. 26, pp. 59-131.