Este pequeño artículo es el primero de una serie dedicada a explorar las bases del pensamiento político occidental. De Platón hasta nuestros días, la filosofía política es una de las ramas principales del conocimiento y parada inevitable para la comprensión de la contemporaneidad.
La motivación de la filosofía es el descubrimiento de la verdad. Desde la Grecia Arcaica, cuando los pensadores intentaban definir los elementos que componían el universo, hasta el siglo XX, en el cual los filósofos ahondan en lo profundo del alma humana, la búsqueda de la verdad es la quimera de las mentes despiertas.
Sin embargo, no todo el conocimiento —que lo griegos bautizaron como episteme— se encuentra en lo inasible. Una de las ramas más importantes de la tradición filosófica se ha centrado en temas más humanos, concretamente, en desarrollar modelos que nos permitan vivir juntos sin que la sangre llegue constantemente al río.
Esta noble ocupación, relegada en nuestros días por el triunfo de lo fáctico, se denominó filosofía política. Es el pensamiento ordenado en aras de la convivencia y se fundamenta en tres preguntas fundamentales: ¿cuál es el mejor sistema bajo el que debe organizarse la sociedad?, ¿cuál es el fundamento por el que unos pueden mandar a otros?, ¿los sistemas que actualmente utilizamos son deseables?
Quien primero planteó estas cuestiones y las integró a su pensamiento fue Platón, desarrollando la obra referencial del género: La República. Es seguramente un nombre que a todos con alguna aproximación al mundo de las ideas les sonará inevitablemente familiar. Simplificando un poco, de esto va: intentemos definir la justicia, noción que permite a los hombres vivir virtuosamente y, especulando un poco, planteemos un modelo en el cual la sociedad pueda ser siempre justa.
Así, Platón construyó la primera utopía —que significa lugar imposible, o que no puede existir— una sociedad ordenada exclusivamente en el mérito y donde cada segundo en la vida del individuo estaba planificado por la autoridad superior. Era una ciudad en la cual los más fuertes, los más hábiles o los más inteligentes verían sus capacidades recompensadas y donde los conflictos no podrían darse, puesto que eliminaba toda razón para el enfrentamiento mediante el gobierno de los justos.
De lo cual deducimos una pregunta: ¿qué es el gobierno de los justos?, ¿cómo debe ser un gobernante para que una sociedad pueda ser realmente virtuosa? Esta es otra de las preguntas fundacionales de la filosofía política. En los antiguos sistemas políticos donde el peso de la autoridad descansaba en una sola cabeza, era una cuestión de especial relevancia.
Platón termina de sellar el carácter utópico de su propuesta cuando responde que una ciudad como la suya solo puede regirla un rey filósofo. Esto es, un rey que haya encontrado, al fin, la verdad. De la imposibilidad de esto no nos damos cuenta sólo los contemporáneos: su discípulo Aristóteles ya se revolvía contra los sueños inalcanzables del padre de la filosofía.
Años más tarde, el alumno respondería al maestro planteando una visión menos aspiracional del gobernante perfecto: el rey prudente. Para Aristóteles, la política era la más importante de las ciencias prácticas, es decir, de las cosas que realmente nos conciernen a todos.
El rey prudente, entonces, debía ser un hombre que no apresurase sus decisiones, que fuese mesurado en su gobierno, que ni el furor de la juventud ni la apatía de la vejez le dominasen. Ningún hombre iba a alcanzar el conocimiento supremo de la verdad, concluyó Aristóteles, así que mejor centrémonos en que sea lo suficientemente capaz para no gobernar por impulso.
Discusiones como esta se replicarán a lo largo de toda la historia del pensamiento occidental: Para Erasmo de Rotterdam el príncipe perfecto era uno formado en el seno de las enseñanzas cristianas, al cual Maquiavelo despreciaría en favor de un príncipe que cuya motivación central debía ser el mantenimiento de su poder.
De una manera u otra, los seres humanos perseguimos siempre perfeccionar el modo en el que vivimos juntos. Ya sea procurando sistemas que nos hagan más felices, más libres o más virtuosos, el mito de Prometeo se parece irrefrenablemente a nuestra especie: la necesidad de innovar, de inventar y de transformar nuestro entorno como mejor nos convenga.
Bibliografía
Bobbio, N. (2005) Teoría General de la Política. Trotta: España.
Bobbio, N. (1999) Estado Gobierno y Sociedad. FCE: México.
Cropsey & Strauss (Compiladores) (2004) Historia de la Filosofía Política. FCE: México.
Platón (2006) La república. Alianza: Madrid.
Aristóteles (2010) La Política. Alianza: Madrid.