En el año 323 a.C., Alejandro Magno, el hombre más poderoso del mundo, moría acosado por terribles fiebres en Babilonia. Sin testamento ni descendencia, la falta de herederos dio lugar a las guerras de los Diádocos.
En otros post te contábamos las anteriores guerras de los Diádocos: parte I, parte II y parte III. Te ofrecemos ahora la IV parte de esta historia; la cuarta y última guerra de los Diádocos.
Traicionado y desposeído, Seleuco llegó a Babilonia, poniendo de su lado a los soldados allí guarnecidos. Rechazó a un ejército de los sátrapas leales a Antígono que le triplicaba en número. Aun en la reunión, Antígono mandó a su hijo Demetrio para que acabara con él, pero fue rechazado una vez más por Seleuco. Fue entonces cuando el mismo Antígono marchó con sus tropas y asaltó la ciudad de Babilonia, tomándola en el 310 a. C. Sin embargo, una nueva derrota frente a Seleuco le obligó a firmar la paz con su enemigo en el 309 a. C. El acuerdo ratificaba la entrega de todas las satrapías del Este a Seleuco, destruyendo para siempre el sueño de Antígono de unificar bajo su mandato el Imperio de Alejandro.
Ante la derrota frente Seleuco y su visible debilidad, Ptolomeo atacó las islas del Egeo en posesión de Antígono y las costas anatólicas de Caria y Licia, dando lugar a la Cuarta Guerra de los Diádocos (308 a. C. – 301 a. C.).
Antígono se alió con Poliperconte, que controlaba el Peloponeso, para hacer frente a los ataques de Ptolomeo en el Egeo. Poliperconte se encomendó entonces a Heracles, un hijo varón que Alejandro había concebido con una aristócrata persa llamada Barsine durante su campaña en Asia. Si bien era a todas luces un hijo ilegítimo y bastardo, Poliperconte lo utilizó como legitimación de su guerra contra Casandro para recuperar el trono de Macedonia. Cuando la guerra entre ambos era inminente, Casandro le propuso designarle general del ejército macedonio, así como gobernador del Peloponeso, si se unía a su bando y acababa con la vida de Heracles. Así pues, abandonó su alianza con Antígono y segó la vida del joven Heracles, de tan solo 17 años.
Finalmente, Ptolomeo y Antígono llegaron a un acuerdo por el cual se repartirían el Egeo, devolviendo las Cícladas al Tuerto y acordando la entrega de Grecia continental a Ptolomeo. Ni que decir tiene que esto suponía una afrenta contra Casandro y Poliperconte. El sátrapa de Egipto emprendió entonces su ataque contra el Peloponeso, pero se vio obligado a regresar debido al estallido de una rebelión en la Cirenaica.
Es entonces cuando Antígono puso sus miras en la Grecia continental. Teniendo asegurada su frontera oriental debido a los ataques del Imperio Maurya contra Seleuco que anexionarán parte las satrapías del Este, mandó a su hijo Demetrio al mando de una gran flota contra Grecia.
Partiendo de Éfeso, en el 307 a. C., arribó a las costas de Atenas y obtuvo una gran victoria sobre las tropas leales a Casandro. Declaró la libertad de los griegos, recibiendo en agradecimiento el título de Theo Soter («Dios Salvador»). Como curiosidad, al mando de los derrotados estuvo Demetrio de Falero, quien será el primer bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría y a quien se le atribuye la primera traducción al griego de la Biblia hebrea.
Viendo el triunfo de los antigónidas como una amenaza, Ptolomeo decidió atacar Siria desde Chipre. Antígono mandó entonces a Demetrio, quien obtuvo una victoria decisiva en la batalla naval de Salamina de Chipre en el 306 a. C., destruyendo por completo la flota ptolemaica. Animado, Demetrio se propuso entonces tomar Egipto, siendo tan solo detenido por la furia de los elementos.
Es en este momento cuando los diádocos empiezan a autoproclamarse reyes de sus respectivos territorios, abandonando definitivamente la idea de una unificación del imperio y naciendo así los reinos helenísticos.
Con Chipre y parte de Grecia en poder de los antigónidas, solo quedaba un obstáculo para el libre tránsito de mercancías y tropas a través del Egeo: la isla de Rodas, fiel aliado de Egipto. En el 305 a. C., Demetrio puso sitio a la ciudad, ganándose el sobrenombre de Poliorcetes, «el asediador de ciudades». Pese las innovadoras técnicas, no lograría tomar la ciudad, ya que un nuevo ataque de Casandro sobre Atenas le obligó a regresar a Grecia. Demetrio efectuaría un contraataque que le llevaría a extender su dominio hasta Tesalia.
Para mayor desdicha de Casandro, su suerte no mejoró, pues una coalición helena se había levantado contra la opresión macedonia: la belicosa Liga Etolia, integrada por ciudades de dicha región. Fue por los ataques de esta por la que Casandro perdió también el Epiro, cuyo rey, un jovencísimo Pirro, se alió con Demetrio.
Asfixiado por los dos frentes, Casandro intentó alcanzar un acuerdo con los antigónidas para que cesara su avance por Tesalia, pero sin éxito. Desesperado, recurrió al último de sus antiguos aliados, Lisímaco de Tracia. Este invadió la costa helespóntica de Anatolia en el 304 a. C., obligando a Antígono a reclamar a Demetrio para su defensa.
Casandro buscó también apoyo en Seleuco, el cual estaba enredado en cruentos combates con el Imperio Maurya para mantener las satrapías fronterizas con la India. Viendo la oportunidad de derrotar a su antiguo enemigo, firmó un acuerdo de paz con el monarca indio por el cual renunciaba a las regiones más al Este a cambio de la entrega de 400 elefantes de guerra. Así, marchó hacia Frigia con 20.000 hombres, 12.000 jinetes y los temibles elefantes. Al poco, Ptolomeo se uniría también a ellos.
Demetrio llegó a un acuerdo con Casandro y abandonó Tesalia, uniéndose a su padre en su lucha contra Lisímaco y Ptolomeo en Anatolia. Esperando la llegada de Seleuco, Lisímaco se refugió en Caria, mientras que Ptolomeo creyó que su aliado había sido derrotado por Antígono y regresó a Egipto.
En el 301 a. C., Antígono reunió en Ipsos un ejército de 7.000 infantes situados en el centro bajo su mando, 5.000 jinetes en cada flanco comandados por Demetrio y 73 elefantes que situó en vanguardia. Por su parte, Seleuco colocó en el centro a sus falanges de 64.000 hombres al mando de Lisímaco, 120 carros de guerra y 15.000 jinetes distribuidos por los flancos y dirigidos por su hijo Antíoco. En cuanto a los elefantes, posicionó a 100 de ellos frente a los de Antígono, dejando a los otros 300 de reserva en la retaguardia.
La batalla de Ipsos se decantó finalmente del lado de Seleuco cuando la caballería de Demetrio, que había atacado su flanco izquierdo, se vio acorralada por los 300 elefantes de la retaguardia, no pudiendo regresar al combate en ayuda de su padre. Sin caballería, a Seleuco le resultó sencillo reducir a las falanges antigónidas, que luchaban contra las de Lisímaco, efectuando un ataque por los flancos en forma de pinza con su caballería. Ante el desastre, Demetrio emprendió la huida con los restos de su ejército, mientras que Antígono no tuvo la misma suerte, siendo pisoteado por los elefantes y muriendo en el acto. Acababa así el reinado de uno de los mayores promotores de la desintegración del Imperio de Alejandro.
Tras la derrota en Ipsos, Demetrio se refugió en los territorios que aun controlaba en Grecia, mientras que sus adversarios se repartieron los dominios de su padre. Lisímaco se apoderó de la práctica totalidad de Anatolia, mientras que Seleuco fue el mayor beneficiario del conflicto, añadiendo toda la franja sirio-fenicia a su ya vasto territorio en Oriente Medio, conectando el Mediterráneo a las zonas limítrofes con la India. Por su parte, Ptolomeo fue privado de esta zona que tanto anhelaba dada la excesiva prudencia demostrada, extendiendo su frontera tan solo hasta Tiro y recibiendo Chipre y algunas ciudades de la costa sur de Anatolia.
Se cerraba así una breve pero sangrienta etapa de apenas veinte años (323 – 301 a. C.) en la que los intereses personales, las intrigas y las traiciones destruyeron para siempre la posibilidad de ver nacer un imperio asiático unido bajo el manto del helenismo.