Esta es la dramática historia de una de las reinas más poderosas de Francia: una ingenua extranjera que creció entre los bellos tapices de Versalles.
Desde su nacimiento, la hija de los emperadores Francisco y María Teresa, estaba destinada a una vida llena de lujos y excentricidades que contrastarían con los sufrimientos y desdichas que viviría desde su llegada al suntuoso Palacio de Versalles, hogar de la realeza de Francia, construido por Luis XIV, el Rey Sol, para centralizar su poderío. Logró su cometido, viviendo entre la nobleza, aliada y a la vez enemiga.
La presencia de esa nobleza bajo un mismo techo sería la perdición de María Antonieta.
Desde temprana edad la hermosa María Antonieta fue criada con esmero, como era costumbre en una casa real, y, con suerte, poder ser casada con un buen esposo de alguna corte europea, y por qué no, poder portar la corona real sobre su cabeza. Quizá de todos sus hermanos fue ella quien “lo tuvo más difícil”; su poderosísimo padre, Francisco I emperador del Sacro Imperio, presionado por la emperatriz, la prometió con el joven dauphin Luis Augusto. La vida hermética a la que estaba sometida la joven y hermosa archiduquesa en Austria la aisló, sin conocer a fondo la situación política que atravesaba su nación con el Reino de Francia. Sin embargo, desde temprana edad los emperadores educaron a sus hijos con la mentalidad del “deber real”; María Antonieta sabía que debía casarse por conveniencia, complacer a su futuro esposo, darle un heredero a Francia y esforzarse por crear simpatía entre su nación natal y su nuevo hogar.
Desde hacía tiempo las consortes y amantes de los reyes tenían en Francia un rechazo por parte de la nobleza si eran extranjeras. María Antonieta no se salvó de dicho descrédito y, para ella quizá, fue peor. Las relaciones entre Francia y Austria recién se estaban arreglando después del Primer Tratado de Versalles que buscaba crear alianzas en Europa occidental contra la invasión de Prusia y la expansión de la corona española. Pero los múltiples retrocesos y malos entendidos entre el Sacro Imperio y Francia dejaron a la familia real en medio del conflicto y la mayor parte de la carga recayó sobre María Antonieta. Aunque su figura era la de una simple “consorte del Rey”, dentro de los muros del chateau se vivía otra especia de “guerra fría” plagada de chismes, rumores, insinuaciones e infidelidades.
La delfina mantenía una constante comunicación con su madre que la aconsejaba, animaba y según otros, la manipulaba y presionaba para conseguir el fin de sus intereses políticos. Su esposo Luis, tímido e inexperto en el trato a las damas, solía evitarla y llegó a consumar su matrimonio siete años después de la boda, lo cual la puso en una posición muy peligrosa; si la delfina no quedaba embarazada, Francia no tendría un heredero. Además de esto, su cuñada la Princesa María Teresa, dio a luz un varón antes que María Antonieta. Había nacido el primero Borbón de la generación y no era hijo de los delfines.
Una vez muerto Luis XV, su nieto el dauphin ascendió al trono y María Antonieta se convirtió en la Reina consorte de Francia y Navarra y en la Duquesa de Anjou. El rey y la reina tenían 20 y 21 años respectivamente al momento de la coronación. Los jóvenes e inexpertos reyes no lograron dar un heredero a Francia hasta 1781, después de la visita del entonces Emperador José, hermano de María Antonieta, que tuvo que aconsejar a Luis sobre como mantener relaciones con su esposa y lograr la consumación de su unión.
Muchas son las opiniones que los historiadores han plasmado acerca de la vida y obra de “La Rosa más hermosa de Versalles”; hay quienes la consideraron una víctima del sistema, de su propia familia y de la corte de Francia, y otros, la causa de la desgracia del Reino, ”madamme déficit” debido a sus constantes fiestas y celebraciones; y la “autre chienne” (otra perra) parodia de su gentilicio Austriaca “autrichienne”, en francés. Historiadores y testimonios recogidos de sus sirvientes más allegados concuerdan en que ella era caprichosa y conseguía controlar al rey, tildado de débil y maleable.
Desde su llegada a palacio, la prometida del dauphin ya contaba con el odio de la corte por su impresionante belleza, orgullo y agudo pensamiento; la corte a su vez, se ganaba el desprecio de la delfina. Quizá los más mordaces comentarios pronunciados en contra de María Antonieta se basan en la adolescencia de la Reina y la suntuosidad de su hogar y de su vida. Entre las leyendas y rumores podemos nombrar:
– La reina tenía un par de zapatos para cada día del año.
– Empolvaba sus pelucas con harina, mientras los franceses morían de hambre por la escasez.
– La reina llegó a comprar en ocasiones cargas de tela que debían ser llevadas hasta Versalles en carros tirados por ocho caballos, dado el peso de los textiles.
– Los sirvientes preparaban un banquete cada día para la reina, ella apenas los probaba y llenaba el estómago de dulces y pasteles.
– La comida se desperdiciaba por toneladas en el palacio; toda la comida era tirada a los cerdos de las granjas del chateau por orden de la Reina.
Y quizá la más famosa leyenda y la que, según los expertos quebró por completo el poco afecto que tenían los franceses hacia la reina, es el asunto del collar; una estafa orquestada por una noble llamada Jeanne Valois de La Motte, en compañía de su esposo. Dicha estafa terminó en la ruina y destierro del riquísimo cardenal Roan, capellán de los reyes. Después de todo, ¿Qué podría pensar el pueblo después de enterarse de que la reina compró un ostentoso collar de casi dos millones de libras, cuando ellos solo ganaban salarios de un centésimo de libra?
Dicho collar, del que la reina no tenía siquiera conocimiento de su existencia, causó que su poco afecto hacia el cardenal Roan se deteriorara y la reina exigió a su esposo que el cardenal fuera procesado y encarcelado por dañar el buen nombre de la reina, haciéndola ver como despilfarradora. El rey hizo que, en frente de toda la corte y a punto de iniciar la Misa de Asunción, el cardenal fuera arrestado y llevado a La Bastilla. Luego de un proceso, el cardenal fue absuelto por los enemigos de la reina, con lo cual, fue calificada como una mujer caprichosa y autoritaria.
Entre los nobles se hablaba del débil carácter del rey, que se dejaba manipular fácilmente por su esposa para satisfacer arbitrariamente cualquier deseo de ésta; deposición de ministros, derroche de fondos, destierro de clérigos y hasta espionaje; ahora, con el asunto del collar y el odio del clero, la reina estaba sola; solo contaba con los nobles más cercanos a su cámara, que pudieron enterarse por cuenta propia y no por chismes, de la faceta más íntima de La reina.
Una vez estalló la Revolución, el palacio fue saqueado y la nobleza huyó. El Rey Luis y María Antonieta junto con sus hijos (incluido el dauphin), trataron de escapar del Palacio vestidos de plebeyos, pero fueron interceptados y encarcelados. En la proclamación de la Primera República, recibieron en la cárcel los títulos de “Reyes de los Franceses” en lugar del de “Reyes de Francia”. Luis XVI fue decapitado y, después de un amañado juicio, María Antonieta fue acusada de traición, lesbianismo, y hasta de haber abusado sexualmente de su hijo el dauphin, por lo cual, fue abucheada durante el camino hacia el patíbulo y finalmente, guillotinada el 16 de Octubre de 1793 a los 37 años. Fue sepultada en el cementerio de la Magdalena y luego trasladada en el siglo XIX a la Catedral de Saint-Denis, sepulcro de los Reyes de Francia.
La dinastía Borbón en Francia continuó fuera de la linea de sangre de María Antonieta, dado que su hijo, el dauphin Luis Carlos, murió en la cárcel y su hija mayor, María Teresa, nunca tuvo descendencia.
Un error histórico muy común
No. María Antonieta nunca dijo “si no tienen pan, que coman pasteles” (“Qu’ils mangent de la brioche”). Ya en su época, se difundió la creencia de que María Antonieta respondió con altivez y soberbia “que coman pasteles” a una muchedumbre que fue a protestar a Versalles por la falta de harina para hacer pan. No obstante, la historiadora Antonia Fraser afirma que la reina nunca pronunció tal sentencia, Stefan Zweig asegura que se trata de una confusión, pues fue una de las hijas de Luis XV quien dijo “si no tienen pan, que coman costra de pastel” ante la falta de pan, y Rousseau declaró en sus ‘Confesiones’ publicadas en 1782 que fue “una gran princesa” quien la dijo. En cualquier caso la frase fue famosa durante la revolución, y además recoge muy bien la distancia entre los gobernantes y su pueblo.