En 1453 se produjo uno de los acontecimientos que más trascendencia y significación ha tenido para la historia de Occidente, la conquista y la incorporación al mundo islámico del ultimo reducto de la Edad Antigua: la ciudad de Constantinopla.
Situación del Imperio bizantino
Hasta el siglo XI, el Imperio bizantino se había erigido como una potencia brillante y dominadora, paladín de la resistencia cristiana contra las acometidas del Islam. Sin embargo, Bizancio perdió las llanuras interiores de Anatolia frente a los turcos tras la batalla de Manzikert en 1071, a lo que se sumaría una nueva derrota en Miriocéfalon (1176). Más tarde, el Imperio bizantino entró en una grave crisis surgida a raíz de la Cuarta Cruzada (1202-1204), cuando un ejército cruzado se volvió contra Constantinopla, estableciendo un Imperio latino en 1204. En 1261, se dio por finalizado este período estableciéndose la dinastía de los Paleólogos.
No obstante, el Imperio bizantino se vio envuelto en una nueva espiral de desgaste. El azote de la peste negra en 1347 provocó una gran catástrofe, diezmando a la población bizantina. Por otro lado, el reinado del emperador Juan V (1341-1391) estuvo caracterizado por las fratricidas luchas de poder y las constantes guerras civiles. Esto sería aprovechado hábilmente por sus vecinos otomanos, quienes fueron tomando ventaja. Debido a su extrema debilidad, a los últimos emperadores de Bizancio, Manuel II (1391-1425), Juan VIII (1425-1448) y Constantino XI (1448-1453) tan sólo les quedó pedir auxilio a Occidente ante la creciente amenaza turca.
Avance de los turcos
Las llamadas tribus turcas selyúcidas procedentes de Asia Central, se empezaron a establecer en la península de Anatolia a partir del siglo XI. Sin embargo, la dinastía selyúcida se extinguiría con la llegada de los mongoles a mediados del siglo XIII. Hacia el año 1300, Osmán I fundó la dinastía otomana y conquistó la ciudad de Bursa en 1326, fijándola como su capital. A lo largo del siglo siguiente, su imperio se extendió hacia Anatolia y el sureste de Europa. Su sucesor Orján I (1326-1362), conquistó Nicea en 1329. Para 1340, ya se había hecho con el control de Asia Menor, constriñendo a los bizantinos a sus territorios europeos. A la muerte de Orján I en 1362, le sucedió su hijo Murat I (1362-1389), quien fijó Adrianópolis como su capital europea en 1365. Tras la muerte de Murat I en 1389 durante la batalla de Kosovo, su hijo Bayaceto I (1389-1402) ocupó el mando.
En 1402, Bayaceto I fue derrotado a manos de Tamerlán (descendiente de Genghis Khan) en la batalla de Ankara. Después de este duro revés, se sucedieron varios sultanes en el trono: Solimán (1403-1409), Musa (1409-1413), Mehmet I (1413-1421) y Murat II (1421-1451). Éste último derrotó a la coalición cristiana encabezada por el húngaro Juan Hunyadi en Varna (1444), por lo que su sucesor Mehmet II (1451-1481) pudo organizar sin problemas la conquista de la ansiada Constantinopla. Para este objetivo, ordenó la construcción del castillo de Rumeli Hisar en 1452 para controlar el Estrecho del Bósforo y así evitar la llegada de ayuda por mar hacia Constantinopla. La situación para Bizancio era apremiante. Pero a pesar de los múltiples esfuerzos de Constantino XI para apaciguar a los otomanos, Mehmet II ya tenía planeada su inminente conquista.
Correlación de fuerzas
Por el lado musulmán, el ejército regular se componía de unos 80.000 hombres, los bachi-bazuks (tropas irregulares) en unos 20.000, más varios miles de voluntarios adheridos a la causa de Mehmet II. Dentro de este imponente ejército, las tropas de élite eran los jenízaros, compuestos por 20.000 hombres, de origen cristiano pero educados en la más estricta fe musulmana. El sultán contaba además con la ayuda de Urbán, un ingeniero húngaro quien diseñó un poderoso cañón capaz de batir las murallas de la mismísima Babilonia. Este personaje había ofrecido anteriormente sus servicios al emperador bizantino, pero al no poder pagarle, recurrió al sultán otomano. Además, con una poderosa flota al mando de Balta Oghe, Mehmet II buscaba sitiar Constantinopla por tierra y mar.
Por el lado cristiano, el emperador bizantino Constantino XI contaba con sólo 4.983 griegos y entre 2.000-3.000 extranjeros para defender la capital. Entre ellos se encontraba un soldado genovés llamado Giovanni Giustiniani Longo, junto con otros 700 genoveses. Dos capitanes venecianos llamados Gabriel Trevisano y Alviso Diedo decidieron prestar sus servicios al emperador, convirtiendo sus barcos en buques de guerra y estableciendo una cadena de barcos para impedir el paso de la flota turca a través del Cuerno de Oro. Algunos catalanes al mando de Père Julia y un enigmático noble castellano llamado Francisco de Toledo (supuesto pariente de Constantino XI) integraban el resto de tropas extranjeras. Los números beneficiaban claramente al ejército atacante.
La conquista de Constantinopla
El 5 de abril de 1453, todo el ejército turco se concentró ante Constantinopla. Mehmet II ofreció un pacto a la ciudad según el cual si aceptaban la rendición voluntaria, la ciudad no sufriría daño alguno. Sin embargo, ante la negativa de paz del emperador bizantino, empezó el bombardeo dañando gravemente la muralla externa. El 18 de abril, Mehmet II ordenó un asalto al sector del Mesoteiquion. Giustiniani junto con sus tropas griegas e italianas consiguió repeler el ataque. El sultán trazó entonces un astuto plan para controlar el Cuerno de Oro mediante el traslado de sus barcos por tierra y así poder aislar Constantinopla de la colonia de Pera. Al darse cuenta de la vulnerabilidad de la muralla del valle del río Lico, el sultán decidió concentrar allí sus esfuerzos.
La lucha por la supervivencia del último reducto de los antiguos emperadores romanos se había convertido en auténtica desesperación a la espera de la llegada de mayores refuerzos cristianos. No obstante, los bizantinos se hallaban más solos que nunca. Por si fuera poco, la noche del 24 de mayo, la luna se encontraba en plenilunio y trajo un eclipse que dejó tres horas de oscuridad, lo que fue interpretado como un mal presagio para los cristianos. Además, un icono sagrado de la Virgen se cayó repentinamente durante una procesión, causando un gran desasosiego entre la población. Al día siguiente, una espesa niebla cubrió la ciudad y Santa Sofía quedó iluminada por un extraño resplandor. Aunque temeroso, Mehmet II fue informado por sus consejeros que dicho acontecimiento significaba que pronto reinaría la fe islámica dentro del templo cristiano.
Ataque final
A pesar de los esfuerzos de las tropas turcas, la ciudad de Constantinopla seguía resistiendo. El sultán otomano se impacientaba cada vez más, sobre todo por la posible llegada de tropas de auxilio a la asediada capital. En la madrugada del 29 de mayo, Mehmet II dio la orden del definitivo asalto final. Mehmet envió primero a los bachi-bazuks, sus tropas irregulares, pero los cristianos lograron resistir. El sultán dio entonces la orden al destacamento de sus tropas regulares, pero fueron rechazadas de nuevo. Por último, Mehmet II decidió utilizar a los jenízaros en un tercer y último asalto. Estos se lanzaron en sucesivas oleadas contra la barricada construida improvisadamente por sus defensores.
En la muralla de Blaquernas, existía una poterna llamada Kerkoporta, que ante un descuido de las tropas cristianas, los turcos aprovecharon para infiltrarse en la ciudad. Giustiniani fue herido de gravedad por una culebrina, abandonando el campo de batalla. Fue embarcado en un navío genovés provocando la retirada de todas sus tropas. Alviso Diedo rompió la cadena de barcos y huyó con su flota por el Mármara a través del Estrecho de los Dardanelos. La ciudad de Constantinopla estaba perdida. Constantino XI, al percatarse del trágico final que acechaba a la capital imperial, se despojó de sus insignias imperiales y desapareció en el fragor de la batalla. Con él desapareció el último emperador ligado a la tradición romana desde los lejanos tiempos de Augusto.
Vencedores y vencidos
Según la tradición islámica, si una ciudad era tomada por la fuerza, los conquistadores podían dedicarse al saqueo y al pillaje durante tres días. Por esta razón, un gran número de bibliotecas, iglesias y palacios quedaron desvencijados por los conquistadores, ávidos de botín y riquezas. Unos 40.000 habitantes de la ciudad fueron hechos prisioneros y algunos de ellos enviados a diversos reinos islámicos como esclavos. A pesar de ello, el nuevo gobernante de la ciudad quiso integrar los restos del Imperio bizantino a su dominio, manteniendo la tradición del patriarca de Constantinopla. Mehmet II se dirigió en persona hasta la catedral de Santa Sofía, declarando que debía ser transformada en mezquita.
La conquista de Constantinopla convirtió a los turcos en una de las grandes potencias mundiales. Como consecuencia de esta recién incorporación, se estableció un puente entre sus posesiones europeas y asiáticas, controlando las principales rutas comerciales. Mehmet II se veía a sí mismo como el heredero del Imperio Romano, llegando a compararse con el legendario Alejandro Magno. Lejos de detenerse en su expansión imperial, Mehmet II miró hacia el mar Egeo. En los años siguientes, conquistó Atenas (1456), Trebisonda (1461) y su poder se extendió a los Balcanes. Rusia resurgiría como la única potencia ortodoxa libre del poderío turco. Tras la caída de Constantinopla, su capital Moscú se llegaría a apodar como la ‘Tercera Roma.’
Emergencia de Castilla y Portugal
La caída de Constantinopla provocó la disminución del comercio entre Europa y Asia. Como resultado, los mercaderes cristianos tendrían muchas dificultades para viajar a través de las rutas que llevaban a China e India, lugares de donde provenían las especias y los artículos de lujo que les conferían grandes beneficios. Por esta necesidad de comerciar, empezaron a surgir nuevas rutas comerciales, en las que portugueses y castellanos tuvieron un papel primordial. Los portugueses emprendieron la circunnavegación de África que culminó con el viaje de Vasco de Gama en 1497-1498. En el reino de Castilla, los Reyes Católicos decidieron financiar la temeraria expedición de Cristóbal Colón, quien pretendía llegar a las Indias a través del Océano Atlántico basándose en unos cálculos erróneos. Dicha expedición facilitó el descubrimiento de un nuevo continente desconocido para Europa, que se llamaría América. El mundo se había adentrado en una nueva era.
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