Abordar la historia militar de la España de los Habsburgo siempre ha sido fascinante. A quién no le suenan las famosas campañas en el norte de África, Italia, los Países Bajos… Pero detengámonos un momento, ¿acaso todo este esfuerzo destinado a mantener la hegemonía en Europa era gratis? La respuesta está en el Nuevo Mundo, en la Carrera de Indias.
La riqueza que supuso el descubrimiento y posterior explotación de los recursos de América fue fundamental a la hora de sustentar el proyecto de los Habsburgo en el Viejo Mundo.
Desde el principio una idea quedo bien clara: el Estado establecería un control directo sobre el tráfico indiano siguiendo un régimen de monopolio a través de sus organismos y funcionarios, para así lograr un fuerte drenaje de la riqueza colonial hacia la Península.
Todo comenzó el 20 de enero de 1503 cuando Cristóbal Colón se encontraba en su cuarto y último viaje (1502-1504). Mediante una real provisión los Reyes Católicos creaban la Casa de la Contratación en Sevilla. ¿Sus atribuciones? Al principio muy rudimentarias, pero con el tiempo se irán multiplicando: órgano de control del tráfico ultramarino, oficina de apresto y organización de las flotas, caja de caudales del Rey y particulares, departamento de control de emigración en el Nuevo Mundo, centro de investigación científica y escuela náutica, audiencia y tribunal de justicia… Sin duda alguna Sevilla se convirtió en el «Puerto y Puerta de Indias».
Aparte de las indudables ventajas geotécnicas que ofrecía la capital hispalense (puerto abrigado, gran tradición mercantil, buena comunicación…) había poderosas razones para establecer en ella el régimen monopolístico a través de un único complejo portuario: permitía establecer un control más estricto sobre el comercio con un una considerable economía de medios y funcionarios. A pesar de sus riesgos y futuros errores, el sistema resultó ser el más económico para la Corona y perduró hasta 1778 (casi 275 años en funcionamiento).
Tan solo por razones prácticas concernientes al calado de los buques, la Corona permitió en 1508 el embarque en Sanlúcar de Barrameda y Cádiz; permiso que hacia 1519 se amplió al flete y descarga, siempre bajo la supervisión de un delegado de la Casa de la Contratación. Para 1534 el permiso se extendió a las islas Canarias, de esta manera las Afortunadas pudieron participar también de este flujo comercial. Es cierto que hacia 1522 Carlos I determinó suspender el sistema de puerto único al conceder a La Coruña el permiso de organizar expediciones con destino a las islas de la Especieria y para 1529 abrió al comercio con las Indias los puertos de Laredo, Avilés, Cartagena, Bayona, La Coruña, Bilbao, San Sebastián y Málaga. Aunque eso sí, debían comprometerse a que en el retorno del viaje las naves debían parar en la Casa de la Contratación de Sevilla para dar cuenta y registro de las mercancías. Esto tuvo su punto y final con Felipe II en 1573. El Rey Prudente prefirió volver al antiguo sistema de puerto único por una cuestión de rentabilidad y eficacia de control.
También fue Felipe II quien decidió abordar una de las reformas más importantes del momento: el cambio en el sistema de despacho de las flotas. La cuestión no era baladí, recordemos que por estas fechas los barcos españoles cargados de metales preciosos con destino a la Península eran un botín muy apetecible para los corsarios y piratas de las naciones enfrentadas a la Monarquía Española. Ya su padre se había cuidado en este aspecto y había decretado la obligatoriedad de que las flotas con destino al Nuevo Mundo marcharan en convoyes con escolta con una periodicidad bianual. Lo cual, aunque no siempre se cumplió, ahorró más de un disgusto a la Corona.
Mediante una real provisión emitida en 1561 el Rey Prudente dispuso el despacho de dos flotas anuales que saldrían de Sevilla con destino a América: una hacia Nueva España (Acapulco) y otra a Tierra Firme (Nombre de Dios y después Portobelo). La primera debería partir en enero y la segunda en agosto. Aunque pronto se demostró que estas fechas de partida no eran las más oportunas por puros problemas náuticos. Tres años más tarde se modificó la fecha de salida de la flota con destino a Nueva España y se retrasaría su partida a abril. Tras pasar la invernada en Indias, ambos convoyes se reunirían en La Habana en primavera, y una vez juntos regresarían a España.
¿Cuántos navíos eran despachados para América?
Se calcula que el número fue creciente. El promedio anual a lo largo del s.XVI pasó de 28 barcos a comienzos de la centuria, a unos 90 hacia el final de la misma. Aunque siempre hay que tener en cuenta que volvían menos de los que partían (naufragios, siniestros, capturas…).
En el Nuevo Mundo algunos puertos fueron designados nudos estratégico, y así los Galeones de Tierra Firme convirtieron a Cartagena y Nombre de Dios (más tarde Portobelo) en puertas y gargantas de la Nueva Granada y el Perú. Los comerciantes de Lima cargaban sus mercancías en el puerto de El Callao y ponían rumbo a Panamá. Posteriormente cruzaban el istmo y se celebraba la famosa feria de Portobelo, en la que los comerciantes peruanos pagaban con plata los bienes venidos de la Península, los cuales distribuían más tarde por el litoral pacífico. Cuando terminaba la feria comercial los Galeones de Tierra Firme hacían escala en Cartagena y se dirigían a La Habana, donde esperaban la llegada de la Flota de Nueva España. Por su parte, en Veracruz, a la llegada de la segunda Flota, se repetía el proceso relatado anteriormente, para finalmente dirigirse a La Habana y junto a la Flota de Tierra Firme poner rumbo a España.
A su regreso las naves debían sortear toda una serie de desafíos y obstáculos: huracanes, ciclones, ataques de piratas y corsarios… Para ello las flotas iban debidamente protegidas por temibles galeones, los cuales eran costeados por los propios mercaderes con el pago del derecho de avería. Finalmente, la Escuadra de Indias recalaba en Sevilla, lo cual constituía para los habitantes de la ciudad uno de los acontecimientos más importantes y significativos del año, ya no solo por la impresión que debía causar ver tantos navíos de gran porte juntos, sino también por la variedad y exotismo de las mercaderías llegadas del idealizado Nuevo Mundo. Los jueces de la Casa de la Contratación se encargaban de registrar y dar cuenta de todo lo venido y hacían llegar los productos a sus destinatarios, ya fuera el Rey o un particular.
¿Qué venía desde América?
Los barcos fletados en Sevilla llegaban al Nuevo Mundo cargados de productos típicamente peninsulares, muy demandados en la colonia: obras de arte, vino, aceite… Por su parte los comerciantes indianos pagaban sus compras con género colonial: cochinilla, índigo, azúcar, cueros… Y sobre todo…plata.
Bibliografía:
«La América de los Habsburgo». Ramón María Serrera Contreras.