Entre 1346 y 1353, tuvo lugar la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad que afectaría de lleno al Viejo Mundo. La Peste o Muerte Negra sembraría de absoluta desolación el mundo hasta entonces conocido, cambiando radicalmente la conducta y la mentalidad de la población afectada.
Causas, síntomas y tipos de la enfermedad
En la actualidad se sabe que la enfermedad es causada por el bacilo Yersinia Pestis, microorganismo descubierto por Alexandre Yersin en 1894. El principal medio de contagio era a través de la picadura de la pulga, la cual inoculaba el bacilo provocando la posterior infección. Dicha pulga residía en las ratas negras y en otros roedores, que se propagaban con total facilidad debido a la escasa higiene y al hacinamiento de la población medieval. Las ratas convivían en estrecho contacto con los humanos, estando presentes en graneros, molinos y casas. Una vez en el organismo, el período de incubación de la enfermedad podía variar entre los 16 y 23 días antes de la aparición de los primeros síntomas.
Existen tres variantes de Peste:
–Bubónica: se caracteriza por una inflamación y dolor en los ganglios linfáticos localizados en las ingles, axilas o cuello, llegando a la supuración. A estas supuraciones se les llamó carbuncos o bubones, que dan nombre a esta enfermedad. Cuando los bubones se rompían dejaban un característico olor nauseabundo. Otros síntomas asociados son fiebre alta, tos, sed aguda, delirios, jaquecas, debilidad, escalofríos y dolores extremos. La mortalidad rondaba en torno al 80%.
–Neumónica: esta variante afectaba al sistema respiratorio. Los aquejados por este tipo de peste experimentaban fuertes toses expectorantes que favorecían el contagio a través del aire.
–Septicémica: se producía cuando el bacilo pasaba a la sangre extendiéndose muy fácilmente por el organismo. La piel mostraba unas peculiares manchas oscuras que darían el sobrenombre de ‘Muerte Negra’. Tanto la variante neumónica como la septicémica no dejaban supervivientes.
Antecedentes: la plaga de Justiniano
Entre los años 541 y 543, en pleno reinado del emperador Justiniano, tuvo lugar una plaga de peste que afectó de lleno al Imperio Bizantino y a otros territorios de Europa, Asia y África. Esta plaga se propagaría de forma intermitente por los puertos del Mediterráneo hasta el año 750. Es considerada como una de las grandes epidemias de la Historia, que impidió concluir el gran sueño de Justiniano de reconstruir el Imperio Romano causando entre 25-50 millones de fallecidos.
Se piensa que el origen de la epidemia pudo encontrarse en algún lugar de Etiopía (África). Desde allí, se extendió a Egipto y al resto del Mediterráneo. Constantinopla fue la ciudad más afectada por esta epidemia, llegándose a contabilizar según las crónicas, hasta 10.000 muertes diarias en los peores momentos. Tendrían que transcurrir más de 6 siglos para que el Viejo Mundo se volviera a enfrentar cara a cara contra la temible peste.
Situación anterior a la epidemia
El gran crecimiento demográfico experimentado en Europa tras la Plena Edad Media, había obligado a poner en cultivo tierras de baja productividad. Unas condiciones meteorológicas adversas como consecuencia de la Pequeña Edad de Hielo, dejaron una sucesión de malas cosechas en torno al año 1300. Todo ello conllevó a un aumento de la malnutrición entre la población, ocasionando un sistema inmunitario muy débil para hacer frente a una epidemia. La población europea al inicio de la epidemia era estimada en unos 80 millones de habitantes.
Expansión de la epidemia
No se sabe con certeza el centro de origen de la Peste Negra, aunque existen varias hipótesis que lo sitúan en algún lugar de Asia central, probablemente en alguna región de China o en el desierto del Gobi, en torno al año 1331. Desde allí se transmitiría al resto de Asia y a Europa a través de las rutas comerciales, especialmente importante era la Ruta de la Seda. Las ciudades comerciales fueron las principales centros de recepción de la epidemia. Desde ellas, la plaga se extendía hacia las ciudades y villas más cercanas. Por último alcanzaba a otros núcleos de población y al campo circundante de forma escalonada.
Para 1346, la peste ya se había extendido por China, la India, Mesopotamia, Siria, Persia, Egipto y Asia Menor causando graves estragos. El Papa Clemente VI desde su sede de Avignon, había sido alertado de una gran epidemia que asolaba el continente asiático. Sin embargo, las noticias llegadas de Oriente tendrían poco impacto en la población europea, absortos como estaban en sus quehaceres cotidianos. Pero no quedaba demasiado tiempo para que el cercano continente también sufriera las devastadoras consecuencias.
La propagación de la peste a Europa llegaría de la mano de los mongoles durante el asedio a la ciudad de Caffa (actual Feodosia, en Crimea) en 1346. Se dice que los mongoles utilizaron cañones cargados con cadáveres infectados de peste para extender la enfermedad a la ciudad y así forzar su rendición. Sin embargo esta explicación no parece ser del todo cierta pues no se podía transmitir la enfermedad a través de los muertos. Otra teoría más verosímil apunta a que se transmitió a través de ratas infectadas que penetraron por los muros de la ciudad.
Posteriormente, los genoveses que huirían de Caffa aterrados por la epidemia, exportaron la enfermedad en barco llegando primero a Constantinopla y después a Mesina (Sicilia) a finales de 1347. Desde Mesina, la epidemia alcanzó a la península italiana. De esta manera la plaga se fue extendiendo por Europa, el norte de África y el Mediterráneo.
En ese mismo año, estalló una guerra entre los reinos de Hungría y Nápoles. Luis I de Hungría conduciría una campaña militar que coincidió con el estallido del brote. La campaña hubo de suspenderse y los soldados húngaros que regresaron de Nápoles, extendieron sin remedio la peste por Hungría y Europa del Este.
En el Mediterráneo, Florencia y Venecia fueron las ciudades que más sufrieron el azote de la epidemia. La Peste llegó a Francia a través del puerto de Marsella a finales de 1347, que más tarde se extendería por todo el reino. La península ibérica sería alcanzada a principios de 1348, llegando primero a la Corona de Aragón por medio del puerto de Barcelona y posteriormente a los territorios de Navarra, Castilla y Portugal.
Desde Londres se veía con espanto como la epidemia arrasaba con la Europa continental. Ni siquiera su condición de isla la salvaría de padecer sus envites. La epidemia alcanzaría Inglaterra en verano de 1348. A Noruega llegaban barcos con ninguno de sus tripulantes vivos. En 1351, la peste ya había alcanzado a la lejana Rusia. Finalmente para 1353, la epidemia ya estaba presente en todo el territorio europeo.
Sin embargo, curiosamente algunas zonas de Europa tales como Polonia, Bohemia o los países nórdicos, tuvieron una mortalidad significativamente más baja que otras áreas. Esto pudo deberse posiblemente mediante el desarrollo de una mayor inmunidad de su población o por un clima más adverso para la propagación de la Peste.
Interpretaciones de la época
La interpretación más extendida entre la población de la época fue el de atribuir la Peste Negra como un castigo divino por los pecados cometidos. Algunos intentarían hallar su significado en los miasmas, producidos por la corrupción del aire debido a la presencia de materia orgánica en descomposición.
También se pensó que la infección se propagaba a través de vapores insalubres surgidos de las profundidades de la tierra. Por ello, se intentó repelerla con aromas y vapores de especias, sin demasiado resultado. Otros sabios trataron de buscar un origen astrológico por la conjunción de Júpiter, Marte y Saturno.
Mediante la excusa de buscar un chivo expiatorio, muy pronto se acusó a la población judía de propagar la enfermedad a través del envenenamiento de los pozos, organizándose numerosos pogromos contra ellos y aumentando la violencia contra esta minoría de forma irremediable. Entre la población judía, la mortalidad fue sensiblemente más baja, debido a su mayor higiene personal.
Con el objetivo de implorar el perdón de Dios, fueron apareciendo numerosas procesiones conocidas como los ‘flagelantes’, que se autoinfligían castigos físicos como penitencia. No obstante, acabarían contribuyendo a expandir todavía más la enfermedad. El papa Clemente VI no vería a estos grupos con buenos ojos, declarándoles como herejes en 1349.
Más adelante, ya en el siglo XVII, los médicos portarían unas máscaras muy características con lentes de vidrio y nariz con forma de pico, para tratar de protegerse frente a la enfermedad. Muchos de aquellos médicos eran jóvenes e inexpertos, que desconocían el remedio contra el mal. Algunos métodos tradicionales como las sangrías se demostraron contraproducentes.
Consecuencias de la Peste Negra
La Peste Negra impactó de forma tan inesperada como contundente, ignorándose tanto su origen como su tratamiento en una época en la que los conocimientos médicos seguían siendo muy rudimentarios. Los cronistas de la época describieron la enfermedad con visiones pesimistas y desoladoras, vaticinando incluso la llegada del Apocalipsis.
Las consecuencias demográficas fueron catastróficas para el Viejo Mundo. No sería hasta principios del siglo XVI cuando se volvieran a recuperar los niveles demográficos previos a la Peste Negra. El total de fallecimientos debidos a la Peste Negra es muy difícil de cuantificar y varía enormemente según la fuente consultada. Las fuentes más optimistas calculan que murió alrededor de un tercio de la población europea, unos 25-30 millones de personas junto con otros 40-60 millones en África y Asia.
Otras fuentes sin embargo, hablan de una tasa de mortalidad mucho más alta, en torno al 60% de la población europea, lo que dejaría un balance de 30 millones de europeos en 1353 frente a los 80 millones iniciales de 1346. En algunos lugares la mortalidad incluso rondaría el 80%, como en la ciudades de Florencia y Venecia.
En la península ibérica, la Corona de Aragón sufrió un mayor impacto demográfico, especialmente en Cataluña, muriendo entre el 50 y 70% de su población. La península ibérica pasó de tener 6 millones de habitantes a alrededor de 2 millones y medio. Ante la brutal mortalidad, en muchas regiones se hubo de improvisar fosas comunes para los fallecidos, sobre todo para las clases más humildes.
Las guerras tampoco fueron inmunes a la Peste. En el plano militar, la Guerra de los Cien Años (1337-1453) entre Francia e Inglaterra hubo de interrumpirse por el brote de la epidemia que afectaría a ambos países. En Castilla, hubo de levantarse el asedio a Gibraltar en 1350 debido a la enfermedad de Alfonso XI. La campaña de Nápoles de Luis I de Hungría también se vio afectada por el brote.
La Peste Negra hizo descender la superficie total de tierra cultivada, lo que contribuyó a un brusco descenso de la producción agraria (alrededor de un 40%). Muchos pueblos y aldeas quedaron totalmente diezmados. En los años posteriores a la epidemia hubo una gran emigración del campo a las ciudades. Muchas tierras vacías fueron adjudicadas posteriormente por campesinos pobres, los cuales intentarían reactivar la economía rural.
En el plano social, algunos estudiosos como Guy Bois atribuyen a la epidemia la crisis del sistema feudal. La Peste afectó a todas las clases sociales sin excepción, reyes como Alfonso XI de Castilla, Juana II de Navarra o Margarita de Luxemburgo morirían de peste. Ante la bajada de las rentas señoriales, algunos señores tratarían de subir las cargas impositivas a sus vasallos.
Muchos campesinos, hartos de los abusos de sus señores feudales, se rebelaron contra ellos organizando numerosas revueltas antiseñoriales. Un ejemplo fue la ‘Jacquerie’ de 1358 en el reino de Francia. Algunos autores defienden que la epidemia supuso el arranque del Renacimiento y los inicios de la Edad Moderna en Europa.
Acontecimientos posteriores y medidas contra la peste
A pesar de las consecuencias que ocasionó la pandemia, hubo extensas zonas del planeta que se salvaron de sufrir sus dramáticos efectos debido a su aislamiento con respecto al Viejo Mundo. Territorios como la totalidad del continente americano, amplias zonas de Siberia, el África subsahariana y Oceanía quedarían a salvo de la Peste Negra. Por la misma razón, Islandia y Finlandia también se libraron.
Posteriormente en los siglos XVI y XVII y hasta el siglo XVIII, aparecerían otros brotes puntuales de peste, aunque nunca con la misma intensidad que el brote del siglo XIV. Especialmente dañinos fueron los brotes de San Cristóbal de la Laguna en 1582, Milán entre 1629-1631, Sevilla en 1649, Londres en 1665, Viena en 1679, Marsella en 1720, la gran plaga de 1738 que afectó a Europa del Este (Rumanía, Hungría, Ucrania, Serbia, Croacia y Austria) o la plaga de Rusia en 1770-1772.
La población europea aprendió a tomar ciertas prevenciones para evitar la peste. Se tenía la sospecha de que las ropas de los infectados podían ser peligrosas, por lo que se procedió a su quema. En algunas ciudades solo se dejaría entrar a los comerciantes que se deshicieran de sus ropajes, cambiados por otros prestados por la propia ciudad.
Otra medida para tratar de combatir la peste, fue el aislamiento durante 40 días de los casos nuevos de enfermedad, antes de poder volver a tener contacto con la población. En los puertos, al llegar un barco sospechoso de portar la peste, se debía aislar por el mismo período de tiempo. Esta medida daría lugar al nombre de ‘cuarentena’.
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