El Infierno es un lugar común en muchas culturas, pues la muerte es lo más común que tenemos todos los seres humanos. El desconocido más allá ha tomado muchas formas a lo largo de la historia, pero las que más influencia han tenido han sido las concepciones grecolatina y cristiana.
El viaje después de la muerte
En la antigua Grecia la muerte se asoció con el viaje de las almas al inframundo. Este viaje no lo realizaba sola, sino que existían una serie de guías que ayudaban al alma del difunto a llegar hasta los dominios de Hades y Perséfone, el matrimonio infernal que gobernaba el Infierno. A estos guías se les conoce como psicopompos y son esencialmente cuatro: Hipnos, Tánato, Hermes y Caronte.
Los primeros en visitar al difunto eran los gemelos Hipnos (el sueño) y Tánato (la muerte) hijos de la Noche (Nyx) según nos cuenta Hesíodo. El primero era afable, sumía a la persona en un sueño profundo, pero su hermano era implacable y llegaba de improvisto. Una vez muerto, velaban por el difunto, por el cumplimiento de las honras fúnebres y conducían el alma hasta su tumba.
Allí acudía el dios Hermes, que entre sus múltiples funciones (era mensajero de los dioses, protector de los viajeros…) también se encontraba la de la psicostasis, el pesaje de las almas en la balanza para determinar la salvación o la condenación eternas. Luego el dios acompañaba al alma hasta las orillas del río Aqueronte.
En una barca a la orilla del río esperaba Caronte, el personaje más famoso del viaje al Infierno. Un barquero anciano según Pausanias, un horrible demonio con ojos en llamas según Virgilio, que exigía el pago de un óbolo para llevar en su barca el alma del difunto hasta la otra orilla. Por ello los griegos y posteriormente los romanos acostumbraban a enterrar a sus muertos con una moneda bajo la lengua.
Platón, mediante sus escritos dejó constancia de un tribunal que juzgaba a las almas según su conducta. Compuesto por tres jueces, el más famoso de ellos era el rey Minos (antiguo rey de Creta), encargado de asignar un puesto en los círculos del Infierno según nos cuenta Dante en la Divina Comedia. Luego estaba Radamantis, hermano de Minos, que se encargaba de juzgar las almas de oriente y, por último, Éaco, que juzgaba las almas europeas.
Los seres infernales
En el Infierno existían además multitud de seres oscuros y monstruosos. Destacaron las Moiras (Parcas en Roma), tejedoras del destino (fatum), eran tres: Cloto, Láquesis y Átropo (Nona, Décima y Morta en Roma). Cada vida humana era una fina hebra de lino que salía de la rueca de Cloto, era medida por la vara de Láquesis y cortada por las tijeras de Átropo cuando llegaba el momento de la muerte.
El más famoso de los seres del Infierno fue Cerbero, el perro guardián de las puertas del Hades. Homero nos cuenta como Heracles capturó a este feroz perro en uno de los trabajos que le ordenó su primo Euristeo. Hesíodo lo describió como un can de cincuenta cabezas que guardaba las puertas de los terrenos del inframundo y que saludaba alegremente a los que entraban, pero devoraba a quienes pretendían salir. En época clásica se configuró finalmente sus rasgos, presentándolo como un perro de tres cabezas.
Aquellos que viajaron al Infierno
Teseo, fundador de Atenas, y su amigo Pirítoo acordaron desposar a las hijas de Zeus. Teseo escogió a Helena, a quien secuestró hasta la edad de casarse. Pirítoo eligió a Perséfone, esposa de Hades. Ambos amigos bajaron al Infierno para secuestrarla, pero Hades, conociendo el plan, les mostró hospitalidad engañándolos y atrapándolos en el inframundo.
Uno de los doce trabajos que le fueron encargados a Heracles (Hércules romano) fue capturar a Cerbero. Para ello viajó al Infierno, Caronte le dejó atravesar el río Aqueronte sin pago alguno (por lo que después el barquero sería castigado) y llegó hasta Hades. Algunos cuentan que le pidió permiso y el dios infernal se lo concedió, otros que le clavó una flecha y luego luchó contra el perro y lo arrastró hasta el mundo de los vivos. Tras mostrárselo a su primo lo devolvió al Infierno. En su descenso, Heracles liberó a Teseo, pero no pudo rescatar a su amigo Pirítoo, quien quedó allí eternamente.
Uno de los viajes más románticos hasta el Infierno lo llevó a cabo Orfeo, quien descendió (catábasis) para rescatar a su amada Eurídice a quien una serpiente venenosa le quitó la vida. Gracias a su gran habilidad como músico pudo superar los obstáculos del viaje (durmiendo a Cerbero con su música, por ejemplo) y llegó hasta la presencia de Hades, quien conmovido le mostró clemencia y dejó que se llevara a su esposa con una condición: que caminase delante y no mirase atrás hasta que él y su mujer estuvieran en el mundo de los vivos. Orfeo resistió todo el trayecto, pero justo ante la salida, temeroso de que Hades no hubiera cumplido su palabra y ansioso por ver a su amada, se giró y Eurídice desapareció, atrapada eternamente en las sombras del Infierno.
El Infierno cristiano
A finales de la Edad Media se hizo famosa la novela de Dante Alighieri, La Divina Comedia, quien nos relata como el mismo Dante, acompañado por Virgilio, visita el Infierno y sus niveles. Esta obra es una síntesis entre las concepciones del inframundo clásica y cristiana.
En la cultura cristiana se ha discutido el tema del Infierno a lo largo de los siglos. Existe el consenso entre las diferentes concepciones en que es un lugar de tormento para los ángeles caídos y los hombres condenados, pero también se resalta que no es Dios quien envía al hombre al Infierno, sino que es el hombre mismo con sus acciones el que elige libremente su destino final. Estos dos puntos son comunes a la mitología griega y a la concepción del inframundo que tienen otras culturas.
A lo largo del tiempo muchos autores han escrito sobre el Infierno. En el siglo XX destaca la obra alegórica El gran divorcio, del británico ateo, posteriormente convertido al cristianismo, C. S. Lewis, famoso por ser el escritor de Las Crónicas de Narnia. Lewis sostenía que el Infierno semeja la celda de una prisión, en donde la puerta del calabozo se cierra desde dentro, no desde fuera, siendo la intención del condenado alejarse de la verdad, la belleza y la bondad. En este sentido también existe la concepción del Infierno como un «estado del alma» que no se experimenta solamente después de la muerte, sino que es propio de una vida llena de soledad, frustración y desesperación.
Referencias
Teogonía de Hesíodo
Los trabajos y los días de Hesíodo
Ilíada de Homero
Odisea de Homero
La Divina Comedia de Dante Alighieri
Lewis, C.S., El Gran Divorcio, Rialp, 2008