Las siete Maravillas del Mundo Antiguo eran una suma de representaciones artísticas y arquitectónicas que, haciendo referencia a la definición de “maravilla”, causaban admiración a quien las visitaba.
Sin embargo, no siempre fueron entendidas como “maravillas”, en el sentido literal de la palabra. Por el contrario, el título se debe a un error en la traducción. La idea inicial no era la de listar obras que despertasen admiración, en cuyo caso el término sería thaumata. Si no la de nombrar lugares que ver, para lo que se emplearía la palabra theamata.
Aunque fueron muchas las civilizaciones que elaboraron su propio listado de Maravillas del Mundo, la selección que hoy conocemos es de procedencia helénica. Los griegos definieron, en función de varios aspectos culturales, cuáles serían las obras más dignas de admiración. Por otro lado, las limitaciones espacio temporales hicieron que varias de las obras se encontrasen en terreno propio del Imperio de Alejandro Magno.
Debido a las múltiples listas de Maravillas creadas a lo largo de la época antigua, e independientemente de que la helena fuera la más relevante, no fue hasta el Renacimiento cuando se llegó a un consenso definitivo, gracias a la obra del pintor holandés Marten van Heemskerck, llamada “Las siete Maravillas del Mundo Antiguo”.
Fueron varios pueblos y culturas los que elaboraron su propia lista, sin embargo, todos coincidieron en seleccionar 7 monumentos. ¿Cuál es el criterio que determina que han de ser 7? El pensamiento heleno dominaba el mundo por aquel entonces y, para ellos, el 7 representaba la absoluta perfección y equilibrio. Al ser muchas las civilizaciones colonizadas por el pueblo griego, todos adoptaron este pensamiento.
La Gran Pirámide de Giza | 2570 a.C.
Las profundas creencias religiosas, y la particular visión de la muerte del pueblo egipcio fomentaron la creación de múltiples construcciones funerarias que albergasen los cuerpos de sus fallecidos.
La religión egipcia poseía la creencia de dividir al hombre en tres elementos. Una vez fallecido, debía ser juzgado por los dioses, y para llevar a cabo este proceso el cuerpo tenía que estar en buen estado. Por ello se embalsamaba y momificaba el cadáver del difunto. Sepultar al muerto en el lugar idóneo podía proporcionar un tipo de inmortalidad, creando un espacio cargado de energía.
La edificación más célebre fue la pirámide, y aunque se construyeron varias, solo alguna de ellas alcanzó la fama. Las pirámides cumplían un fin religioso, y otro político al mostrar la grandeza de los gobernantes.
Las pirámides de Giza o Gizeh son las más célebres de la historia, y datan del 2570 a.C. aproximadamente. Se trata de la única maravilla del mundo antiguo que continúa en pie en la actualidad.
Se ubican en la meseta de Gizeh y pertenecen a los faraones Kheops, Kefrén y Micerino, de la IV dinastía.
Se cree que se tardaron diez años solo en la construcción de la rampa que se emplearía para mover y arrastrar las piedras hasta el lugar correspondiente. El tiempo, la solidez y durabilidad de su construcción siguen asombrando a arqueólogos, arquitectos e historiadores.
La pirámide de mayor relevancia del conjunto funerario es la dedicada al faraón Kheops, por ser la de mayor altura (147 m.), seguida de la de Kefrén (136 m.) y la de Micerino (62 m.).
Los Jardines Colgantes de Babilonia | 607 a.C. – 562 a.C.
Babilonia fue una gloriosa ciudad, cuna de la cultura mesopotámica y sede de su imperio. La primera etapa de dicho imperio fue, sin duda, la más gloriosa. El rey Hamurabi gobernó la ciudad, implantando su código de justicia, en torno al año 2100 a.C.
Fueron muchos los pueblos que acudieron a saquear e invadir la ciudad, acabando con este legado. Pero en el año 625 a.C., el rey Nabopolasar se deshizo del yugo asirio, devolviéndole a Mesopotamia su gloria de antaño. El imperio babilónico caldeo se hacía con el poder e iniciaba un nuevo periodo de prosperidad.
El hijo del primer rey Neobabilónico, Nabucodonosor, dedicó grandes partidas económicas a embellecer y fortificar la ciudad de Babilonia.
A orillas del río Éufrates se construyeron los magníficos Jardines Colgantes. Se trata de una de las maravillas de la que menos información se dispone en la actualidad, pero eso no ha hecho si no favorecer su estudio e investigación.
Los Jardines Colgantes estaban construidos cerca del palacio real, ubicado en el centro de la ciudad. Los jardines estaban compuestos por numerosas terrazas, en las que la fertilidad de la tierra permitía la plantación de árboles frutales, exóticas plantas de oriente y verdes enredaderas que caían desde las zonas más altas. Las terrazas se sostenían por grandiosas bóvedas con columnas y arcos.
Los arquitectos diseñaron un sistema hidráulico que, aprovechando la localización junto al Éufrates, subía el agua hasta la terraza superior para que cayese después a los distintos niveles a través de las bóvedas.
Aunque no se sabe con exactitud quién fue el impulsor de la construcción de esta maravilla, se le atribuye al rey Nabucodonosor II, gran estratega militar y arquitecto. El rey estaba casado con Amitys, una mujer de procedencia meda que a menudo extrañaba la fertilidad de su tierra de origen; obligada ahora a vivir en un entorno desértico. Para mitigar el dolor de su amada, el rey propuso la construcción de los jardines, haciendo de Babilonia un vergel para ella.
En la actualidad es complicado afirmar la existencia de los jardines, y son muchos los historiadores que dudan de ello, atribuyéndoles la fábula a poetas de la época.
El Templo de Artemisa | 550 a.C.
Cuando se creó el listado, El Templo de Artemisa fue considerado el monumento de mayor relevancia; propiciándose esta idea gracias a la teoría del geógrafo Pausanas.
El templo está ubicado en la ciudad de Éfeso, en la actual Turquía. El pueblo, poseedor de una gran riqueza, empezó a valorar la idea de levantar un monumento que honrase a la diosa Artemisa (Diana para el pueblo romano), la protectora de la ciudad.
La construcción del templo fue complicada, debido en parte a la búsqueda de materiales idóneos para tal fin. Pero entonces, de manera fortuita, se halló un tipo de roca desconocido hasta el momento: el mármol.
El impulsor de la construcción, apoyado por el propio pueblo, fue el rey Creso, quien agradecía a la deidad su vida y su riqueza. El escultor griego Cherisphron, ayudado por artistas y arquitectos de la talla de Fidias o Praxíteles, estuvieron al mando de diseñar y levantar el templo. La construcción duró en torno a dos siglos, en los que no dejó de recibir esculturas, pinturas y otras representaciones artísticas.
El templo, pese a su magnificencia, tuvo que soportar tres destrucciones y sus consiguientes reconstrucciones. La más célebre es la que llevó a cabo de forma premeditada un pastor, llamado Eróstrato, en el año 356 a.C., cuando prendió fuego al templo. Ocurrió el mismo día que nacía Alejandro Magno. De este hecho deriva la leyenda que afirma que la diosa Artemisa, en vez de proteger su templo, cuidó del nacimiento del futuro conquistador. Tiempo después, sería el mismo Alejandro Magno el impulsor de la reconstrucción.
El templo de Artemisa comenzó a perder su gloria en torno al año 260. Cuando los godos invaden Éfeso, la ciudad queda devastada. En el 381, con el templo prácticamente en ruinas, es clausurado por el emperador Teodosio, que intenta evitar toda representación pagana. La gloriosa construcción se convierte entonces en una suerte de mina para la extracción de materiales nobles que posteriormente se emplearían para construir otras obras artísticas y arquitectónicas pertenecientes a la religión cristiana.
La estatua de Zeus | 430 a.C.
En la época de esplendor de la antigua Grecia, Olimpia se había convertido en el centro religioso de la cultura helena. Precisamente por ello, era allí donde se rendía homenaje al dios de dioses, Zeus.
En pleno fervor por honrar al dios, se terminó la construcción de su templo en el año 430 a.C. Los historiadores han llegado a afirmar que no fue sino una reconstrucción de un templo anterior que ya se encontraba allí y que sufrió la destrucción del imperio persa.
El arquitecto griego Libón fue el encargado de erigir este templo de estilo dórico, tarea que le demoró la friolera de 10 años. El templo estaría ocupado por una grandiosa figura del gran Zeus, y Fidias realizaría esta tarea. Se cree que Fidias estaba en la cárcel por aquel entonces, y el pueblo de Olimpia pagó su fianza con tal de que fuese él quien realizase la tarea de dar vida a la estatua de Zeus.
La estatua olímpica de Zeus reposa sobre un glorioso trono, y sujeta con una mano una Niké (diosa de la Victoria), y un cetro con la otra.
El tamaño de la estatua era colosal, llegando casi a rozar el techo del templo que lo albergaba. El marfil y el oro fueron los materiales empleados para las sandalias, el trono y la toga que lo cubría. Debido a que el calor agrieta el marfil, Fidias exigió la creación de un sistema de canalización que cruzase el templo por debajo con agua de un manantial cercano, para mantener la temperatura en el interior.
La gloria de la estatua, y sus mitológicas tallas adquirieron tal fama que se llegó a considerar vital viajar para conocerla en primera persona.
En torno a ocho siglos después, el emperador Teodosio (ya convertido al cristianismo), exigió la eliminación de todo símbolo religioso pagano, eliminando los Juegos Olímpicos y clausurando la entrada al templo de Zeus.
Una teoría de los historiadores cuenta que, debido a la magnificencia de la escultura de Fidias, Teodosio no mandó acabar con ella, si no trasladarla a Constantinopla. Sin embargo, en el año 462 acabaría siendo destruida por un incendio.
Mausoleo de Halicarnaso | 353 a.C. – 350 a.C.
En la localización de la actual Turquía existió, en el siglo IV a.C. una satrapía llamada Caria, cuyo máximo gobernador fue el rey Mausolo; en la capital de Halicarnaso.
El rey Mausolo, gracias a sus victorias como guerrero y estratega militar, era especialmente querido y venerado por su pueblo. Halicarnaso, ciudad bella e imponente, lloró su pérdida cuando falleció.
La hermana y esposa del rey, Artemisa II, en honor a su amado esposo, mandó construir un sepulcro funerario de tal envergadura y magnitud que representase la gloria del rey perdido. Hizo llamar a los mejores constructores para tal fin, llegando a buscarlos hasta la mismísima Atenas.
El equipo de construcción llegó a Halicarnaso y pronto se pusieron manos a la obra. Arquitectos de renombre como Pytheos y Satyros fueron los encargados de llevar a cabo el sueño de la reina. Cuatro escultores participaron en él: Scopas, Briaxis, Leocares y Tymoteo. Los esclavos prepararon el terreno para que los artistas comenzaran la tarea.
Se creó una base cuadrangular en la que descansarían los sepulcros, y sobre ella se construyeron tres plantas pertenecientes al templo. Cada lado del templo estaba detallada y cuidadosamente decorado por cada uno de los escultores. Sobre el edificio se erigía una pirámide trunca, y encima de ella reposaba una cuadriga de mármol coronada por las figuras del rey Mausolo y su esposa Artemisa II.
La obra duró tres años, en los que la esposa del rey controló cada avance. Sin embargo, nunca pudo verlo terminado, pues falleció escaso tiempo antes de que finalizase la construcción del mausoleo.
Una vez la obra fue concluida, cumplió su fin de honrar al que había sido considerado el rey más amado de la historia durante un periodo de dieciséis siglos.
En el año 1100 de nuestra era sucedió un terremoto que causó irreparables daños a la estructura. Después, durante el siglo XV, los caballeros de la Orden de San Juan emplearon los restos de piedra para construir una fortaleza que los protegiese del ejército turco.
Las ruinas del mausoleo fueron exploradas en 1857, encontrándose restos de algunos frisos, que hoy pueden encontrarse en el Museo Británico de Londres.
El Coloso de Rodas | 294 a.C. – 282 a.C.
Rodas es una isla perteneciente a Grecia. Actualmente se trata de un destino turístico de gran interés, y en la antigüedad, la situación era parecida. Por todo el mundo empezó a correr el rumor de que, en el puerto de la isla, se había erigido una grandiosa escultura en honor al dios Helios que protegía y daba la bienvenida a los visitantes: El Coloso de Rodas.
El rey Alejandro Magno, tras su muerte en el 323 a.C., dejó un vacío de poder que muchos intentaron llenar. Algunas zonas pretendieron recuperar su anterior independencia. Este fue el caso de los gobernadores de Rodas. El rey de Rodas, un macedonio llamado Demetrio Poliorcetes, era temido por su capacidad estratégica y militar. Pero ello no impidió que los rodios lo derrotasen, convirtiéndose en ejemplo para el resto de ciudades. El rey tuvo que huir, dejando en la ciudad gran cantidad de armamento y escudos de bronce.
El pueblo rodio decidió fundir todo el bronce de sus escudos, y encargaron al escultor Ceres la construcción de una colosal estatua que mostrase la magnificencia de la ciudad e hiciese honor al dios Apolo.
No se tardó en definir la ubicación de esta nueva obra de arte, cuya altura alcanzaba los 30 metros: La entrada al puerto de Rodas.
Se tardó la friolera de doce años en concluir la construcción, y su propio creador no pudo verla acabada. Se suicidó, alegando que su trabajo había sido deficiente y que su gran obra no se mantendría en pie. Fue uno de sus discípulos quien se encargó de terminarla.
En el año 223 a.C. un terrible terremoto tumbó al Coloso, hundiéndolo en las cristalinas aguas del mar. Allí permaneció durante muchos años, testigo del paso del tiempo en la ciudad.
Con el tiempo, su valor fue decayendo, y se permitió su compra a un mercader judío que viajó a la ciudad. El mercader dio orden de cortar en piezas la estatua para fundir posteriormente las placas, dando lugar a grandes cantidades de bronce.
El Faro de Alejandría | 285 a.C. – 247 a.C.
Alejandro Magno desembarcó en Egipto siguiendo la ruta de sus conquistas en el año 332 a.C. Liberó al pueblo del yugo del imperio persa, permitiendo a la civilización mantener su religión y cultura; hecho que le valió el respeto de sus gentes. Para consolidar su conquista, fundó en la desembocadura del Nilo la ciudad de Alejandría.
La ciudad creció y no tardó en convertirse en la capital científica del mundo antiguo, y centro neurálgico de la cultura helénica. Su grandioso Museo, junto a la célebre biblioteca, adquirió fama mundial gracias a la cantidad de cultura que escondía en su interior. La gran biblioteca fue el hogar de todo el saber de la humanidad largo tiempo, y filósofos, historiadores o médicos llenaban sus salas.
En el 47 a.C. las tropas de Julio César invadieron la ciudad y causaron estrepitosos daños a la biblioteca. En el año 641 d.C. lo que quedaba de la biblioteca fue arrasado por un incendio provocado por los árabes.
En torno al año 247 a.C. el rey Tolomeo II impulsó la construcción de una gran torre de mármol en la isla de Pharo, cuya finalidad era la de guiar a los navegantes hacia el puerto de Alejandría.
Este tipo de torre pasaría a llamarse faro gracias a la localización en la que se construyó la primera.
La torre contaba con tres plantas, que albergaban a su vez 300 habitaciones creadas para la guardia militar, los aduaneros, y aquellos encargados del funcionamiento del faro.
A la caída del sol, se encendía una gran hoguera. Las llamas se reflejaban en unos vidrios metálicos que funcionaban a modo de espejo. El espectro luminoso era visible a 50 kilómetros.
El faro, que pudo resistir los daños de un primer terremoto, acabó siendo derribado de forma definitiva tras un segundo sismo en el año 1303.