Hegel, la tensión dialéctica entre lo finito y lo infinito

El sistema hegeliano consiste en pensar la realidad desde el lugar del infinito, para que la filosofía pase de ser amor a la sabiduría y se convierta en saber absoluto.

1. Antecedentes: lo finito y lo infinito en el pensamiento anterior a Hegel

1.1. Lo finito y lo infinito en el pensamiento griego

En el pensamiento clásico griego, lo finito es aquello que tiene unos límites definidos; lo que está plenamente determinado. Lo finito es lo definido; lo infinito es lo indefinido. En nuestro idioma, las propias palabras nos hacen ver su origen común: de-finido, de-limitado, de-terminado. Definir es poner límites, señalar los límites precisos de lo definido; algo es perfecto cuando está acabado, terminado, cuando es finito.

La definición (de-finición) de algo es la expresión en palabras de la esencia de ese algo; y definir X consiste en decir tanto las características esenciales de ese X como lo que X no es. Definir es delimitar, tanto desde dentro (diciendo lo que X es) como desde fuera (diciendo lo que X no es). Lo finito es lo perfecto, lo que tiene unos límites definidos, claros; lo que tiene una esencia. Y la esencia se expresa, como decíamos, en la definición; según Aristóteles, la definición se construye mediante el género al que lo definido pertenece, más la diferencia específica, es decir, lo que diferencia a la especie a definir del resto de especies del mismo género.

Parménides, el filósofo presocrático que llevó a sus últimas consecuencias lógicas el principio de no contradicción (nada puede ser y no-ser a la vez) dirá que el Ser, que es lo único que hay, es una esfera finita, igual por todos los lados, maciza. Las cosas que vemos, oímos, tocamos, son todas engaños de los sentidos, imperfectas, infinitas: no son, porque les falta la determinación, la definición, el límite. Son un engaño de los sentidos.

Pitágoras, asimismo, pensaba que el universo tenía una estructura racional, es decir: proporcional. De tal modo, que el número, la matemática, que es la ciencia de la proporción, nos da el secreto del universo. Lo finito es lo proporcionado. Lo racional es lo que puede expresarse, numéricamente, como una fracción entre dos números enteros: n/m. La gran paradoja del pensamiento pitagórico es que descubren la existencia de números infinitos, desproporcionados, irracionales; por esta razón, la divulgación de la existencia de un número así, raíz cuadrada de 2, más allá de los límites de la escuela pitagórica, le supuso, al indiscreto que lo divulgó, la condena a muerte.

El principio de que el universo era perfecto, finito, recibía un golpe mortal, con el descubrimiento de los números irracionales (infinitos). El primer número irracional que descubrieron fue la diagonal de un cuadrado de lado 1; es decir, la raíz cuadrada de 2 (la inconmensurabilidad de la diagonal). Esta raíz cuadrada de 2 no puede expresarse como un número racional, ya que ese número debería reducirse a una fracción entre números primos entre sí; es decir: que al menos n o m debería ser impar, lo que es imposible. Le siguieron el número π, que expresa la imposibilidad de la cuadratura del círculo, y raíz de 5, que está involucrada en la proporción áurea.

Anaximandro, de la escuela de Mileto, fue el único que hizo de lo indeterminado el principio universal de lo real. En el fondo, todo está compuesto por una materia indeterminada, ilimitada, indefinida, y por tanto, infinita. A ese principio o ingrediente fundamental de todo lo que existe, lo llamó to apeiron, lo que no tiene límites (pèras).
Platón también pensaba que lo finito era lo perfecto. Lo acabado, pleno, lo que es lo que es. De esta forma, la perfección, la finitud, era una característica esencial de las Ideas (o Formas), esencias plenas a las que nada le falta y que son lo que son sin confusión. Las cosas materiales eran infinitas, indefinidas, imperfectas. Les faltaba plenitud, perfección, esencialidad; y todo ello porque estaban hechas de una materia infinita en la que era imposible plasmarse la perfección finita de la idea. Las cosas materiales, infinitas, imitan imperfectamente la perfección de la idea, perfecta, finita, plena. Como decía Hegel: las cosas materiales son falsas porque no son como su noción, no son plenamente perfectas (no son iguales que la Idea, no son lo que son).

Aristóteles pensaba que uno de los dos ingredientes de las cosas (compuestas de materia y forma), la materia, era infinita e indeterminada (lo que equivale a amorfa, sin forma); la forma es el principio que le da la determinación a cada cosa o sustancia. Pero la materia prima, aquella que no tiene forma alguna, es, por ser carente de forma, completamente inobservable e incognoscible.

En el universo aristotélico, la materia prima, al carecer deforma, es lo más imperfecto, lo plenamente infinito. Después se hallan los seres hilemórficos, compuestos de materia y forma, pero sin vida; los seres vivos tienen un cuerpo material y tienen una forma más elevada y perfecta: el alma (que en Aristóteles es sinónimo de vida); más allá de la luna aparecen los astros formados por una materia más perfecta que los cuatro elementos empedocleanos (agua, tierra, aire y fuego), y en la última esfera se halla Dios, forma pura sin materia, pleno, perfecto, finito. Entre Dios (perfección pura, finitud) y la materia prima se encuentran todos los seres compuestos de materia (infinita) y forma (finita).

En pocas palabras: para los griegos, algo, como una estatua -por ejemplo-, es perfecta cuando está acabada, terminada, cuando está finalizada, y por lo tanto es finita. El significado etimológico de perfecto (del latín perfectum) nos da idea de esta finitud. Perfecto: «completamente hecho, acabado y sin falla».

1.2. Lo finito y lo infinito en el pensamiento cristiano

La dialéctica entre lo finito y lo infinito se invierte en el pensamiento cristiano. Lo finito cae del lado de este mundo; lo infinito, del lado del Reino de Dios. Es la inversión platónica del platonismo. Si para Platón, las formas o ideas son finitas por ser perfectas, plenas, y Dios, el Demiurgo, solo es una mente ordenadora que toma como modelo unas ideas que le son externas, en el pensamiento cristiano, Dios es lo infinito, lo ilimitado, porque la limitación ya no es perfección sino impotencia.

El platonismo está muy presente en el pensamiento cristiano, a través, sobre todo, de San Agustín. Ahora bien, más allá de las ideas, perfectas, está la perfección de Dios, cuya mente contiene esas ideas perfectas. La perfección de Dios es ya infinita; no en el sentido de la imperfección, sino en el de más allá de todo límite. Dios es trascendente (está fuera del mundo). Infinito equivale aquí a trascendente. Lo inmanente es lo que está más acá, en el mundo observable, lo finito; lo trascendente pertenece al reino de Dios; el Dios cristiano es un Dios que no es de este mundo (por eso el panteísmo es considerado una herejía).

Dios es más que cualquier cosa o idea finita. A Dios, al igual que al dios de Aristóteles, no le falta absolutamente nada. Pero, mientras que el dios de Aristóteles, al ser perfecto y finito, no se relaciona más que consigo mismo (es pensamiento del pensamiento), ya que relacionarse con lo imperfecto solo es posible para lo imperfecto, el Dios de San Agustín es más que perfecto, y por eso, por sobreabundancia de perfección, puede crear el mundo y amar a sus criaturas; sobre todo al ser humano, creado a su imagen y semejanza, con un alma que reproduce la Santísima Trinidad. El Dios cristiano es infinito, pero porque está más allá de lo finito. Sería más adecuado llamarlo transfinito, por sobrenatural.

El conocimiento de Dios implica dos vías: la vía de la eminencia (Dios es más que cualquier otra cosa pensable); y la vía de la negación (Dios no es nada de lo finito, no es cognoscible; de Dios no podemos decir lo que es, sino lo que no-es: es inmortal, infinito, …).

1.3. Lo finito y lo infinito en el pensamiento moderno

En el pensamiento moderno tiene una gran influencia el infinito matemático. Los ejes cartesianos, que representan el espacio (la extensión, la materia, pero también el tiempo) son infinitos. El espacio y el tiempo son infinitamente divisibles, así como infinitamente grandes (carecen de límites).

Descartes lo dirá: Dios es un ser infinito; los seres materiales somos finitos, limitados. El trastoque del significado de lo finito y lo infinito se consuma, gracias a la matemática y a la creación de la geometría analítica, con las coordenadas cartesianas, que pueden extenenderse todo lo que se quiera.

La matemática, con Leibniz, Newton y Euler, comienzan a trabajar con el infinito. Más bien con lo infinitamente divisible. Para Descartes, en los ejes de coordenadas se da una relación punto a punto (punto de abcisas relacionado, clara y distintamente, con un punto de la ordenada); para Leibniz, la relación fundamental es la de intervalo a intervalo. Crea así el cálculo infinitesimal, al trabajar con intervalos tan pequeños como se quiera. La mónada, que es la sustancia que tiene en sí ya la infinitud del universo y que solo se relaciona consigo misma, es un alma infinita. Cada uno de nosotros contiene en sí el universo, bien de forma clara y distinta o bien de forma confusa y oscura. Lo que ocurre es que cada mónada contiene el universo infinito desde un punto de vista finito. Y por eso no somos conscientes de todo lo que hay en nuestra mente, la cual está influida por todos los sucesos del universo entero.

Para el racionalismo, Dios es positivamente infinito (Dios es la razón absoluta); el infinito no es negación de lo finito, pese a que gramaticalmente así se construya la palabra (in-finito). Spinoza lo dice claramente: Dios es la sustancia infinita. Y los predicados de Dios son positivos. La infinitud solo es un predicado negativo para nosotros, modos o seres limitados, incapaces de comprender lo infinito (por eso solo podemos conocer a Dios de manera negativa, diciendo lo que no-es).

1.4. El infinito en el idealismo kantiano y fichteano

Kant considera que el mundus aspectabilis (el mundo tal y como lo podemos observar) es simplemente un mundo fenoménico. Los fenómenos son los objetos que están en nuestra mente. Nadie puede conocer las cosas en sí mismas porque nadie puede salir de su mente.

El sujeto cognoscente es el que construye mentalmente los objetos conocidos, al imponerles sus formas de conocimiento (el espacio y el tiempo; las categorías, o conceptos puros a priori y los principios o leyes fundamentales de su movimiento en el espacio y el tiempo). Por eso, al conocer el mundo, en realidad estamos conociendo nuestra forma de construir mentalmente el mundo. El mundo no es más que la forma que tiene nuestra mente de organizar los datos caóticos que llegan (no se sabe bien cómo) a nuestros sentidos. Esos datos son la materia del conocimiento; la forma es dada por nuestras facultades de conocimiento (sensibilidad, entendimiento, imaginación, juicio y razón).

El noúmeno, la cosa en sí, absoluta, al margen de nuestro conocimiento, no es cognoscible; es simplemente un supuesto para explicar que el mundo fenoménico tienen un sentido y no es solamente el sueño de un visionario.

El fenómeno es lo finito, al tener forma. La forma es dada por el sujeto que conoce. El noúmeno es infinito, ya que no tiene forma. No tener forma, para algo, puede significar: 1) que ese algo es informe, como la materia prima (los datos que llegan a los sentidos antes de ser elaborados por la mente); o 2) que ese algo es lo que da la forma a esos datos brutos de los sentidos (en este sentido, es infinito, o sin forma, el sujeto trascendental, como dator formarum, como aquella mente que da forma a los datos informes de los sentidos).

El Yo es infinito, para Kant, porque es aquello que da forma a la realidad, transformándola en mundus aspectabilis, en mundo fenoménico. Pero ese Yo es el sujeto trascendental, no el yo empírico (el yo concreto). El yo biográfico de cada uno es fenoménico, finito, porque es solamente la apariencia de un yo trascendental. Cuando queremos conocer el Yo trascendental caemos en lo que llama Kant el paralogismo de la razón pura, que consiste en tratar a un ser infinito (Yo trascendental, dator formarum) en un ser finito (un objeto, el yo fenoménico, concreto).

Toda la filosofía kantiana se resume en la tensión entre lo finito (el mundo fenoménico, regido por las leyes de la física matemática) y lo infinito (el mundo nouménico). La realidad se estructura entre dos infinitos: el infinito como absoluta indeterminación (la materia prima, los datos brutos que llegan a los sentidos, el mundo como totalidad) y el infinito como aquello que conforma esos datos de los sentidos y los convierte en objetos de pensamiento, imponiéndoles las formas de nuestro pensamiento. Más allá del Yo trascendental, como infinito que da forma al mundo finito, fenoménico, se halla otro infinito: Dios, como garante de que la moral, el imperativo categórico, tiene sentido.

En Fichte ocurre algo parecido. El Yo es determinante, es decir, infinito. Lo finito es lo determinado, el No-Yo. Lo que ocurre es que el Yo infinito (el Ego trascendental) solo puede determinarse a sí mismo (autodeterminarse) si realiza su libertad infinita actuando sobre el mundo, sobre el No-Yo. Ese Yo finito, concreto, que actúa sobre una materia finita, se convierte en Yo infinito al ir más allá y darse cuenta de que la auténtica libertad no consiste solo en el trabajo sobre una materia finita, limitada, sino sobre sí mismo, en el reino del pensamiento. Y ese reino del pensamiento puro que se autodermina es el mundo de la razón moral y política (es con el idealista Fichte que nace la idea política de la autodeterminación, Selbsbestimmung, tan querida por muchos políticos que se reclaman marxistas y, por tanto, materialistas). En el trabajo somos todavía dependientes de la materia. Aunque seamos superiores a ella, al darle forma, todavía somos dependientes (de aquí sacará Hegel su dialéctica del amo y el esclavo). Al darnos cuenta de que la materia que nos hace libres es nuestro propio pensamiento, alcanzamos la infinitud del Yo absoluto.

En resumen: la infinitud es la autodeterminación del Yo, que debe superar su dependencia de la materia, pero que para ello debe trabajar sobre ella. Lo finito es el No-Yo y el Yo que trabaja sobre ese No-Yo. Lo infinito es el Yo absoluto absolutamente libre, autodeterminado: la conciencia moral y política que se da leyes a sí misma, elevándose por encima del mundo del trabajo y de la economía, que se centra en la finitud o materialidad del no-yo.

1.4. La crítica hegeliana en la lógica

Hegel se centra en analizar el presente problema en los siguientes planteamientos:

1) el racionalismo de Christian Wolff;
2) el empirismo de Hume;
3) el criticismo de Kant;
4) y el fideísmo de Jacobi.

1.- El racionalismo wolffiano se construye a partir de la metafísica leibniziana. La razón es todopoderosa; puede llegar a conocerse todo, porque el universo tiene una estructura racional, y porque en cada cosa (mónada) está contenido todo el universo, reflejado desde un punto de vista.
Según Hegel, la limitación de la metafísica racional es la de querer conocer el infinito (Dios, que es la Verdad, el objeto último de la Lógica y, por ende, de la Filosofía) mediante la facultad de conocer lo finito. El entendimiento, aunque se use de manera reflexiva (abstrayendo los contenidos racionales a partir de la experiencia), o especulativa (sin tomar en cuenta la experiencia) es la facultad de conocimiento que actúa mediante conceptos, de manera abstracta. El entendimiento conoce los objetos mediante los conceptos, diciendo predicados finitos a un sujeto que se quiere conocer.
Por mucho que se quiera conocer a Dios, a la Verdad, mediante predicados, solo es posible ir añadiendo predicados al mismo sujeto; y aunque fueran infinitos predicados (en número) los que convienen al sujeto, este nunca se conoce de manera infinita, porque la suma de predicados finitos nunca nos hará conocer el infinito. La limitación del entendimiento consiste en que su principio fundamental es el principio de no-contradicción, de tal forma que, cuando predicamos de un sujeto un predicado, estamos negándole la negación de ese predicado. El entendimiento no puede admitir la contradicción, que es el principio fundamental de la razón dialéctica. De esta forma, es imposible conocer una Verdad absoluta, que incluya en sí misma la propia negación. Y sin dialéctica, sin negación y negación de la negación, no se puede entender el movimiento y el desarrollo de ningún ser, desde el más ínfimo al más complejo: la planta no es sino una negación de la semilla, pero es a la vez su realización. De la misma manera, el Derecho es la negación del delito, que es a la vez la negación de la propiedad y la vida. Sin delito no hay Derecho, y por tanto, no hay libertad.

En resumen: el racionalismo de Leibniz-Wolff quiere conocer el Absoluto (Dios, la Verdad) sin recurrir a la experiencia, que es siempre limitada. Pero, como utiliza el entendimiento finito, se ve incapacitado para conocer aquel infinito que contiene en sí la propia razón de su desarrollo. Es decir: aquel ser que es absolutamente libre y que contiene en sí su propia negación, como momento necesario de su propia realización.

Dicho de otra manera: los racionalistas se dan cuenta de que la experiencia es limitada, parcial, incompleta, y nos hace caer en el escepticismo (¿existen realmente los colores, las cosas percibidas?). Por eso, confían en la razón, que es más poderosa que la simple experiencia. Pero justamente, su impotencia es la de usar el entendimiento, que es, como bien vio Kant, una facultad de conocer que solo se puede aplicar a los objetos de experiencia. El entendimiento es la facultad mental de organizar los datos de los sentidos, y fuera de ese uso empírico el entendimiento es impotente. El entendimiento es la facultad de conocer lo finito; usarlo para conocer lo infinito (la Verdad absoluta, Dios) es contradictorio consigo mismo.

2.- Si el racionalismo quiere conocer lo infinito (Dios, el Alma y el Mundo, que no pueden percibirse en sí mismos) con medios finitos (con el entendimiento), el empirismo se conforma con conocer lo finito (la experiencia, formada a partir de las percepciones y sus leyes de asociación) con el mismo medio finito (el entendimiento), sin afirmar nada que no pueda ser experimentado. Por eso, al no poder afirmar la existencia de las cosas en sí, caerá en un escepticismo. ¿Podemos saber que existe el árbol que veo enfrente? No: solo podemos saber que tenemos una percepción del árbol, no que el árbol exista fuera de la mente.
El conocimiento (la experiencia) solo puede ser universal y sobre lo universal. Las percepciones son todas individuales (esto de aquí, individual, es percibido aquí y ahora); el paso de la percepción individual a la experiencia universal se lleva a cabo, según Hume, no por la necesidad de las leyes de la naturaleza, sino por la contingencia del hábito. Las cosas del mundo no siguen leyes universales (que no podemos conocer) sino que en nuestra mente, por hábito, se forma la idea de que lo que ha sucedido habitualmente en el pasado continuará sucediendo de manera similar en el futuro.

Kant
Kant

3.- Kant enseña que las percepciones, individuales y contingentes, reciben una estructura racional mediante la forma que les da el entendimiento. Es nuestra mente la que ordena, da forma (dar forma es definir, hacer finito) a una materia infinita (ese infinito material es llamado por Hegel “el infinito malo”, la indeterminación pura, frente al “infinito bueno”, que es Dios, como aquel ser que hace que cada cosa sea lo que es, aquel ser que moldea el mundo mediante la Idea).
Lo infinito puede definirse, en Kant, de dos maneras -dice Hegel-: 1) como infinito trascendente, como lo que está más allá de todo límite; ejemplo de infinito trascendente es el infinito matemático, el paso al límite, como cuando se considera un círculo como un polígono de infinitos lados. 2) Como infinito trascendental, que sería nuestro entendimiento al darle forma a las percepciones finitas. Sin embargo, nuestro entendimiento no entiende la razón de ser del mundo, de los fenómenos. ¿Por qué existe el mundo, existen los fenómenos, existen las leyes físicas? Al no poder dar razón del mundo, Kant sigue manteniéndose en el terreno de la finitud.

En la Crítica del juicio está Kant a punto de poder dar razón del mundo, aunque esa razón se limita a la razón de los seres vivos y de los productos del arte. Los seres vivos tienen una organización que tiene por finalidad (telos) la vida; la razón de ser de todos los órganos del cuerpo vivo está en la propia vida. Igual ocurre con el arte, entendido como la creación de la belleza. Todas las partes tienen su razón de ser en la producción de un objeto bello, tal que en él existe armonía entre la imaginación y las leyes del entendimiento.

Lo que ha hecho Kant, según Hegel, en la Crítica del juicio, de dar razón de algunos seres, se queda a medio camino, al no dar una razón interna de la existencia del mundo fenoménico y de los seres que lo pueblan.

Otro gran mérito de Kant es el de haber señalado la diferencia entre el entendimiento y la razón, como facultades mentales de conocer. El entendimiento conoce cómo es el mundo (mejor dicho, cómo son los objetos del mundo) y cómo se comportan los fenómenos (ya que él mismo ordena los objetos del mundo en un espacio y tiempo, los nombra mediante conceptos y establece las leyes físico-matemáticas de sus movimientos). La razón quiere conocer el porqué del mundo. Cuando Kant investiga las causas del mundo (la condición para lo condicionado), se da cuenta de que la razón cae en contradicciones, pudiendo afirmar cosas completamente opuestas. Es imposible saber si el mundo tuvo un inicio temporal o es eterno, si existe o no Dios, si el alma es simple, si la materia se puede dividir hasta el infinito o no. La Dialéctica, para Kant, que es el intento de la razón por conocer lo infinito, la razón de ser del mundo, es una ilusión trascendental, y funciona mediante contradicciones. Es el triste destino que le cabe a la razón humana al intentar buscar un porqué al mundo: contradecirse.

Al no aceptar la contradicción como el motor del mundo, como aquel principio racional que explica el desenvolvimiento de la verdad en la historia, Kant renuncia a dar una explicación del infinito (de Dios, de la verdad). Se contenta con explicar el mundo finito de una manera finita, renunciando al conocimiento del infinito.

Dicho brevemente: para Kant, el mundo es el conjunto de fenómenos. Los fenómenos son finitos, y por lo tanto, el mundo es finito. Del mundo solo podemos conocer los objetos que en él hay y las leyes que rigen su movimiento. El mundo como totalidad y su razón de ser son declarados por Kant nouménicos. El mundo como totalidad no puede ser conocido, porque nadie puede observarlo (para ello habría que situarse fuera de él); pero puede ser pensado como el fundamento o la condición, el porqué del mundo. La razón de ser del mundo y de los acontecimiento que en él hay son, para Kant, incognoscibles. Esta razón de ser del mundo es el infinito, y nuestra mente es finita. Hegel dará el paso hacia el conocimiento de esta razón de ser del mundo, de sus sucesos, de la historia y de la conciencia humana. Ese paso es al paso de la finitud (del conocimiento de los fenómenos) a la infinitud del conocimiento de lo Absoluto.

4.- Friedrich Heinrich Jacobi se da cuenta de que la razón humana (el entendimiento) es incapaz de conocer lo infinito, de conocer a Dios y a la verdad absoluta. Para él, la forma de conocimiento adecuada es la creencia o intuición. Al igual que creemos en la existencia de las cosas materiales, sin poder dar razón de ella (es imposible demostrar que existe nuestro cuerpo, o los árboles o cualquier otra cosa; solo podemos creer en su existencia por un instinto natural, llamado creencia), creemos en Dios o en el infinito: en la razón del mundo.

La creencia, o la intuición, es un conocimiento inmediato, frente al razonamiento que es un conocimiento mediato. Nuestro entendimiento conoce de una forma mediata, por pasos. La forma más elemental de este conocimiento es el silogismo (por ejemplo: “todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal”). De unas premisas sacamos una conclusión. El único ser que conoce de manera inmediata es Dios.

Pero Descartes ya había planteado que existe un conocimiento intuitivo, inmediato: pienso, luego existo. La propia existencia es una evidencia inmediata; no es deducida. Así es la evidencia que tenemos, dice Jacobi, cuando afirmamos nuestra existencia y la de las cosas materiales; y también cuando afirmamos la existencia de la Verdad y de Dios.

Sin embargo, para Hegel, o bien ese conocimiento inmediato oculta un conocimiento mediato (mediante la educación es como creemos en Dios, por ejemplo) o bien es un conocimiento tan pobre que solo nos da a conocer que la verdad existe. Pero es una verdad abstracta y vacía, como lo es el principio de no contradicción (lo que es, es; lo que no-es, no es).

2.- El infinito hegeliano

El mundo es racional (lo real es racional; lo racional es real). Es este el principio básico de la filosofía hegeliana. No solo es racional porque los objetos del universo se muevan siguiendo unas leyes físicas, sino que el propio mundo como totalidad tiene un porqué.

Ese porqué es el infinito, mientras que el mundo y sus objetos son lo finito. El mundo finito (las cosas concretas) se mueve entre dos infinitos: el infinito malo y el infinito bueno. El infinito malo es la materia prima, infinita en extensión, en divisibilidad y en indeterminación. La materia prima puede ser cualquier cosa, porque no es nada determinado. La materia prima del árbol es la misma que la del animal y la de la roca.

El mundo es un mundo determinado (finito); tiene una forma y una estructura determinadas. Determinación, forma, estructura, son sinónimos de finitud. Pero, frente al pensamiento griego, la determinación, la concreción, no es sinónimo de perfección. El mundo no es perfecto por tener una forma, por estar determinado, sino por tener una razón de ser en sí mismo. Es la totalidad del mundo la que es perfecta; las cosas, aunque estén determinadas y tengan una forma concreta, no son perfectas sino como partes (necesarias) del desarrollo racional del mundo.

La verdad, que para Hegel es la identidad entre el objeto y su noción, no es posible para las cosas finitas. Ninguna cosa es perfecta, porque no es idéntica a su noción. No hay ninguna persona, ni árbol, ni piedra, que sean lo que deben ser (plenas, perfectas, como bien vio Platón). Y ello es así porque en la noción está ya la Idea. La Idea es la razón de ser. Y ninguna persona ni árbol ni roca tienen en sí su razón de ser, su Idea. Porque la Idea es la razón de ser del mundo como totalidad. Por eso dirá Hegel que el individuo es una abstracción, porque su razón de ser no es él mismo sino el universo entero.

El infinito bueno es la razón de ser del mundo. Para Kant, los objetos son fenómenos, meras apariencias. No son la verdad en sí, sino solo la verdad para nosotros. Cuando vemos un árbol, esa imagen que vemos del árbol es falsa porque no podemos conocer el árbol en sí. Para Hegel, ese árbol es falso solo si lo tomamos aislado del resto del universo. Como parte del desenvolvimiento de la razón en la tierra, ese árbol contiene toda la verdad, ya que su existencia es racional. Esta ahí ahora (existe) porque su existencia es racional, porque el mundo necesita de su existencia para ser racional. Quien dice este árbol de aquí y ahora, puede decir la Historia. Cada hecho histórico tiene un porqué, y cada hecho histórico es un paso en el desenvolvimiento racional de la verdad. Igual ocurre con cada sistema científico y filosófico, que son el conocimiento de la verdad sobre sí misma. Todo sistema filosófico es falso, en tanto que parcial; pero todos tienen su razón de ser. Era necesaria la existencia de Nerón y la de Napoleón para hacer un mundo racional; así como eran necesarios los sofistas, y los empiristas y Kant, para poder llegar al conocimiento absoluto. Eran errores necesarios (momentos, dirá Hegel) para llegar a la verdad.

El infinito bueno es aquel que contiene en sí mismo la razón de su forma de ser y de su desarrollo. Dios, o la verdad, lo infinito, necesitan de las cosas finitas para poder ser la verdad. Una verdad que no contenga en sí misma la falsedad (la limitación), es una verdad vacía; es la verdad en la que simplemente el ser es y el no-ser no es.

El infinito bueno es aquel que se relaciona consigo mismo haciéndose otro (alienándose). Esa relación, en la cual la razón se convierte en materia, en objetos; esa relación en la que el bien necesita del mal para poder imponerse, es llamada por Hegel “relación infinita”. El mundo y la historia no siguen un plan que haya escrito un ser que se halle más allá. El mundo y la historia siguen su propio plan. Por eso, Dios es la verdad de este mundo, es la razón de ser de la historia: es inmanente, no está más allá, sino que es la razón del más acá. Y la Filosofía (como saber absoluto) es la Historia pensándose a sí misma: es la verdad conociéndose a partir de las apariencias. El infinito conociéndose mediante la finitud del mundo.

Hegel desarrollará esta filosofía en el conjunto de su obra. En la Lógica, lo hace desde lo más vacío e indeterminado, el Ser, hasta lo más complejo: la Idea, la filosofía como autoconciencia, como saber absoluto. Y para ello recurre a la Dialéctica. Que no es, como pensaba Kant, un producto de la extralimitación de la razón al querer conocer lo que no se puede conocer (el infinito), sino la propia razón de ser del universo y de la historia humana.

Para Kant, la contradicción es señal de la ilusión trascendental. El entendimiento no se contradice: A es A; es imposible que A sea no-A. La razón, que es el instrumento de querer conocer lo infinito, cae constantemente en contradicciones: en antinomias, en el paralogismo y en el ideal de la razón pura. La razón piensa, pero no conoce nada, porque solo podemos conocer fenómenos.

Hegel admite la contradicción como el motor del mundo. La vida es muerte, a la vez; sin muerte es incomprensible la vida; y sin vida no hay muerte. La destrucción de la semilla es el requisito imprescindible para el nacimiento del árbol. De igual forma que decía Heráclito que la guerra es la fuerza que mueve el mundo, Hegel dirá que no hay evolución en la historia (y la Historia humana es lo más racional que hay en el mundo) si no hay enfrentamiento, si unos Estados no son justamente la negación concreta (el universal concreto) de otros Estados. La paz universal que pretendía Kant es simplemente una situación ahistórica. No solo porque no haya existido nunca, sino porque es la negación de la propia historia, de la propia razón absoluta.

Hegel rompe la identificación entre la finitud y la perfección. El mundo no es finito, porque está haciéndose; siempre. La Historia, que es la Providencia, el plan de Dios para el mundo (hay que insistir en que Dios es, para Hegel, la Verdad filosófica), no acaba nunca; nunca está completada, finalizada. La Historia es infinita; el mundo no deja nunca de hacerse racional. Pero la racionalidad del mundo no es una meta (el fin de la Historia), ni un ser trascendente que dé sentido a todo. La racionalidad y perfección del mundo es la propia Historia humana, que es infinita, inacabada, ilimitada; pero no por ello imperfecta, sino racional. Es imposible buscar en Hegel un Estado racional o una meta de la Historia (ni siquiera su propio sistema o la Prusia de su época, como tantas veces se ha dicho). Y en este punto, la dialéctica marxista sigue siendo completamente hegeliana. Ninguna sociedad comunista futura será la meta de la Historia ni su final, como también tantas veces se le ha reprochado al barbudo de Triers. Pero eso ya es asunto de otro artículo futuro.

3.- Bibliografía

Fragmentos presocráticos, Alianza Editorial, Madrid, 2012.

I. Kant, Crítica de la razón pura, Ed. Gredos, Madrid, 2017.

I. Kant, Crítica del juicio, Ed. Tecnos, Madrid, 2007.

J. G. Fichte, Doctrina de la ciencia 1811, Ed. Akal, Madrid, 1999.

G. F. W. Hegel, Ciencia de la Lógica, I y II, Ed. Abada, Madrid, 2011.


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