Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es uno de los personajes más conocidos de la Historia de España. Esto es así porque en base a su destrezas y éxitos militares logró traspasar los márgenes de la Historia para entrar en la leyenda y el mito. Hoy día podemos distinguir claramente las dos facetas del personaje, la histórica y la legendaria, siendo ambas realmente interesantes y potentes.
¿Quién fue el personaje histórico?
Rodrigo Díaz fue un caballero nacido posiblemente en Vivar, cerca de Burgos, a mediados del siglo XI. Sus orígenes familiares y sociales no están demasiado claros, porque los documentos conservados solo nos permiten conocer el nombre de su padre, Diego Laínez, un caballero al servicio del rey Fernando I de León en las fronteras con el vecino reino de Pamplona y quizás procedente de una rama secundaria de la poderosa familia Laínez, algunos de cuyos miembros se habían sublevado contra el rey Fernando en el pasado. Tenemos las primeras noticias de Rodrigo precisamente en la corte palatina del rey Fernando, donde se educaría a la manera de los príncipes Sancho, Alfonso y García, recibiendo formación en leyes, letras y, especialmente en el arte de la guerra. No conocemos bien el motivo de la presencia de Rodrigo en aquella corte, pero pudiera ser que estuviese allí en calidad de rehén, para asegurar la fidelidad de un padre cuya familia se había levantado en armas contra el poder regio.
Relativamente pronto, siendo adolescente, Rodrigo Díaz empezó a destacar gracias a sus destrezas guerreras individuales. En unos tiempos en los que el combate individual era una opción para resolver litigios judiciales, un experto combatiente individual como Rodrigo despertaría las simpatías y admiración de príncipes y nobles. Algunos escritos nos dicen que, gracias a esas capacidades, Rodrigo logró imponerse en duelo singular a un campeón navarro llamado Jimeno Garcés y a un musulmán de Medinaceli.
En la corte del rey Fernando, Rodrigo trabó amistad con el mayor de los hijos del rey, el príncipe Sancho, quien lo armaría caballero y lo convertiría en su escudero personal. A partir de entonces Rodrigo comenzará a actuar en las huestes de Sancho, especialmente después de la muerte de Fernando, cuya división testamentaria de sus dominios entre sus hijos desencadenó guerras fratricidas entre Sancho, Alfonso y García. Siguiendo una tradición pamplonesa, Fernando dispuso antes de su muerte que Sancho heredara Castilla, que de condado pasaría a ser reino en estos momentos. A Alfonso, el mediano de sus hijos varones, le dejó en herencia el reino de León y el título de emperador vinculado desde hacía tiempo al trono leonés. A García, el más pequeño de sus vástagos, le legó el reino de Galicia, y a sus dos hijas, Urraca y Elvira, Zamora y Toro respectivamente. Alfonso fue sin duda el mejor heredado por su padre, y eso no tardó en despertar la ira de un Sancho que se sentía ninguneado en el reparto testamentario de su padre. Tras aliarse con Alfonso para dominar las tierras gallegas de su hermano pequeño García, Sancho comenzó una lucha intensa contra su hermano Alfonso, entendiendo que él merecía el reino de León y el título de emperador. De ese modo las tropas castellanas y leonesas se enfrentaron en dos batallas, la de Llantada y la de Golpejera, en las que Rodrigo sirvió a Sancho como escudero y hombre de confianza. En Golpejera las tropas leonesas de Alfonso fueron derrotadas y el propio rey apresado. Sancho le impuso el destierro a tierras de la taifa de Toledo, gobernadas entonces por el prestigioso Al-Mamún, un soberano con el que Alfonso entablaría amistad durante su expatriación.
Tras neutralizar a su hermano Alfonso y dominar sus tierras, Sancho se lanzó contra la herencia de su hermana Urraca, la ciudad amurallada de Zamora, entonces la posición cristiana más importante en el sector occidental de la frontera con los musulmanes. Sancho cercó Zamora y Rodrigo tuvo entonces la oportunidad de conocer un asedio a gran escala. Los asedios a fortalezas eran operaciones que se dilataban en el tiempo, y durante aquel cerco a Zamora Rodrigo Díaz tuvo la ocasión de enfrentarse a distintos adversarios que osaban a abandonar la seguridad proporcionada por las murallas para enfrentarse con él. Una crónica cuenta que en aquellas circunstancias Rodrigo se enfrentó a quince caballeros enemigos, siete de los cuales iban protegidos con loriga -la armadura de cota de mallas de la época-, derribando a tierra a dos, matando a otro y poniendo en fuga al resto.
A finales de 1072 el rey Sancho fue asesinado a traición ante los muros de Zamora, terminando así el asedio. Alfonso VI regresó de su destierro toledano y se puso al frente de los reinos de León y Castilla, acogiendo a su servicio a Rodrigo Díaz y proporcionándole un ventajoso matrimonio con una sobrina suya, una noble de Oviedo llamada Jimena Díaz. Durante un tiempo Rodrigo actuó como juez del rey en tribunales itinerantes que se dedicaban a impartir la justicia regia en distintos puntos del reino. Estuvo presente en la apertura solemne del Arca Santa de Oviedo, un cofre de reliquias antiguas y veneradas.
La primera misión importante encomendada por el rey a Rodrigo Díaz consistió en acudir a Sevilla para reclamar los tributos, llamados parias, debidos por el rey taifa Al-Mutamid a Alfonso. Corría el año 1079, y aquella experiencia sevillana sería especialmente formativa para Rodrigo, pues le permitió vivir por primera ver inmerso e integrado en una sociedad islámica, aprendiendo del funcionamiento de una corte taifa, y teniendo la oportunidad por primera vez de articular una hueste híbrida y combinada de caballeros cristianos y guerreros andalusíes. Encontrándose allí la taifa de Sevilla fue atacada por una hueste igualmente mixta de combatientes procedentes de la vecina taifa de Granada y caballeros cristianos comandados por García Ordóñez, uno de los hombres de la máxima confianza de Alfonso VI. Posiblemente el ideólogo de aquella acción fue el propio rey Alfonso, siempre interesado en sembrar y fomentar disputas y guerras entre las distintas taifas, para así debilitarlas y poder extorsionarlas y exigir tributos más fácilmente. Rodrigo comandó la hueste híbrida que se enfrentó con el igualmente mixto ejército liderado por García Ordóñez en las cercanías de Cabra (Córdoba), consiguiendo una victoria aplastante y resonante sobre los enemigos del rey taifa de Sevilla. Se cuenta que en aquella jornada fueron bastantes los muertos, y que el propio García Ordóñez fue apresado y humillado. A partir de entonces Rodrigo Díaz pudo ganar el sobrenombre del Campeador, que significaba dueño o señor del campo de batalla, y también a un poderoso enemigo en la corte, pues García Ordóñez era hombre de confianza de Alfonso, y ostentaba el título de conde, solo disfrutado por un puñado de magnates elevados. Rodrigo nunca sería distinguido con el título de conde, pero desde entonces sería llamado Campeador, y él mismo emplearía ese epíteto glorioso para firmar algún documento importante posteriormente.
Rodrigo fue colmado de honores y regalos en la corte del taifa de Sevilla, y regresó a Castilla triunfal. A pesar de lo que podría pensarse, aquella acción contra uno de los vasallos principales del rey no le reportó entonces consecuencia adversa alguna. Rodrigo siguió integrado en la corte de Alfonso VI, y sería otra acción la que le acarrearía el primero de sus destierros. En 1081 Alfonso VI puso en marcha una gran hueste para atacar tierras musulmanas, para devastarlas y presionarlas. Es posible que aquella campaña formara parte de una de tantas de las desarrolladas por Alfonso para desestabilizar a las taifas andalusíes, llevando a cabo una estrategia basada en la presión militar, la devastación de tierras, la intervención política y la exigencia de tributos. Rodrigo se ausentó en aquella ocasión de la hueste regia alegando enfermedad, pero poco después respondió a un ataque lanzado por una partida de musulmanes contra la fortaleza de Gormaz. En respuesta a aquella agresión Rodrigo asaltó y devastó tierras pertenecientes a la taifa de Toledo, aliada de Alfonso VI. El rey, irritado, decretó el destierro para Rodrigo, pues con su acción había puesto en peligro la vida del rey, y removido la fina red militar y diplomática tejida por Alfonso para dominar al-Ándalus.
Rodrigo partió al destierro con parientes y amigos, al frente de una mesnada que no sería demasiado numerosa, y a la que se irían sumando en el camino individuos cristianos y musulmanes, habitantes de las difusas fronteras existentes entre el mundo cristiano y el islámico. Dirigió sus pasos en principio a la corte condal de Barcelona, gobernada entonces a la par por los mellizos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. Tras ser rechazado allí fue acogido a su servicio por al-Muqtádir, rey veterano de la taifa de Zaragoza, que vivía sus últimos días. La taifa de Zaragoza era en aquellos momentos una de las más importantes, así como un gran foco de desarrollo cultural y científico que atraía a distintos sabios e intelectuales. Amenazada por todas partes por distintos enemigos, estaba muy necesitada de un buen comandante de tropas, un conductor de hombres que convirtiera un conjunto de guerreros en un ejército disciplinado y eficiente. El anciano y sabio rey encontró en Rodrigo lo que más necesitaba, pero no sería él quien disfrutaría de los logros de su idea, sino su hijo, Yusuf al-Mutamin, quien sucedió a su padre en el trono de Zaragoza. Al-Muqtadir había dividido su reino entre sus dos hijos. A Yusuf al-Mutamin le dejó en herencia Zaragoza, y a su otro hijo, Al-Mundir, le legó Lérida, Tortosa y Denia. Tras la muerte del padre no tardó en surgir la guerra entre los hijos herederos, iniciándose una serie de conflictos fronterizos en los que Rodrigo Díaz tuvo un protagonismo destacado. Al-Mundir buscó la alianza de dos señores cristianos, Sancho Ramírez, rey de Aragón, y Berenguer Ramón II, conde de Barcelona. Al-Mutamin únicamente se apoyó en su comandante en jefe, en Rodrigo Díaz, quien articuló un ejército híbrido compuesto por sus caballeros cristianos, ejerciendo como núcleo, y guerreros zaragozanos. Con esa hueste entrenada y disciplinada Rodrigo derrotó en sendas batallas campales a los leridanos y catalanes, en Almenar (1082), y a los leridanos y aragoneses en Morella (1084), conjurando las amenazas que se cernían en las fronteras de la taifa de Zaragoza. Gracias a esas victorias aumentó el prestigio y la posición de Rodrigo Díaz en la corte del rey taifa de Zaragoza, convirtiéndose en una especie de ministro en asuntos militares, al mismo tiempo que en general en jefe de las tropas de aquel reino. Durante los años que Rodrigo permanece en esa situación consigue articular un ejército híbrido de combatientes cristianos y musulmanes, siendo el islámico el elemento más numeroso en sus huestes desde entonces, y constituyendo esta una de las claves esenciales que nos ayudan a entender sus éxitos militares posteriores.
En el año 1085 Alfonso VI conquista Toledo, fundamental por su posición estratégica en el centro de la Península Ibérica y por su enorme importancia simbólica tanto para los cristianos, pues esa ciudad había sido la capital del reino visigodo existente hasta la llegada de los musulmanes en el 711. Mientras Toledo se rendía, tras años de presión militar, política y fiscal de Alfonso VI a los toledanos, Rodrigo Díaz permanecía al servicio de Zaragoza.
Pero la alegría de aquel resonante éxito militar le duró poco a Alfonso VI, autointitulado “emperador de toda Hispania”. Y es que poco más de un año después desembarcaron en la Península Ibérica los almorávides, fieros guerreros beréberes que habían articulado un imperio militar y expansivo en el Magreb, en torno a un líder carismático llamado Yúsuf Ibn Tasufin. En principio los almorávides no tuvieron un interés especial en saltar a la Península, pero fueron llamados por algunos reyes de taifas peninsulares, atemorizados tras la conquista de Toledo y entendiendo que no tardarían en ser devorados por un Alfonso VI henchido de triunfo y en pleno proceso de expansión contra Al-Andalus. Yúsuf logró sumar a sus fuerzas norteafricanas otros contingentes de reyes taifas, y se dirigió a Badajoz con aquel poderoso ejército. El 23 de octubre de 1086 Alfonso VI, que a su vez había levantado una gran hueste para luchar contra los almorávides, fue derrotado de manera aplastante en las cercanías de Badajoz, en la llamada batalla de Zalaca o de Sagrajas. En aquella jornada Rodrigo Díaz aun se encontraba al servicio del rey musulmán de Zaragoza, y poco después, quizás a consecuencia de la amarga derrota cristiana, fue perdonado por Alfonso VI y reintegrado a su servicio tras algo más de cinco años de destierro.
Entendiendo Alfonso que Rodrigo había alcanzado un conocimiento profundo del funcionamiento de las sociedades islámicas taifas, fue enviado a Valencia con la misión de proteger en el trono al aliado al-Qadir, quien un año antes había rendido Toledo al emperador leonés a cambio del trono de Valencia. Al-Qadir era débil y un tanto pusilánime, y Valencia un hervidero de intrigas y choques de poder. Su posición era inestable, y es por ello que desde el principio de su reinado valenciano había sido protegido, al tiempo que extorsionado, por el capitán Álvar Fáñez, a la cabeza de un poderoso ejército de caballeros cristianos proporcionados por un Alfonso VI muy interesado en el dominio de Valencia. Álvar Fáñez y sus caballeros prestados habían sido convocados por el rey para integrarse en aquel ejército que habría de ser aplastado en la batalla de Zalaca, y es por ello que durante un breve tiempo al-Qadir estuvo desprotegido en Valencia. A ejercer la misma función protectora acudiría Rodrigo Díaz poco tiempo después.
En aquella nueva situación, y con una hueste híbrida organizada en Zaragoza y fortalecida con caballeros suministrados por el rey Alfonso, Rodrigo comenzará a organizar una cierta estructura militar y fiscal, sometiendo a tributo a distintos poderes locales, y también a Valencia, en base a una presión bélica consistente en el lanzamiento de razias devastadoras contra todos aquellos señores y comarcas que se negaban a pagarle tributos. Entonces Rodrigo actuaría como una especie de señor virtual de Valencia, y comenzaría a vislumbrar la posibilidad de convertirse en su señor absoluto en el futuro.
Encontrándose Rodrigo ampliando y consolidando su red tributaria en torno a Valencia fue convocado por Alfonso VI, para que acudiera con sus tropas a ayudarle a luchar de nuevo contra los almorávides. En esta ocasión el ejército comandado por Yúsuf Ibn Tasufin, enriquecido con contingentes proporcionados por taifas como las de Sevilla, Málaga, Murcia, Granada y Almería, pusieron sitio a la fortaleza de Aledo, en la que se encontraba una tropa de Alfonso VI que atacaba con frecuencia tierras andalusíes, infringiendo un gran daño a los musulmanes desde aquella posición bien defendida e incrustada en Al-Andalus. Rodrigo se demoró en la respuesta y llegó tarde al llamamiento del rey, provocando aquello una gran irritación en Alfonso, quien entendió que su vasallo había fallado en uno de los deberes esenciales que el vasallo contraía con su señor, el “auxilium”, consistente en acudir rápidamente al auxilio militar del rey cuando este lo necesitara y lo requiriera al vasallo. Aquello era contemplado por las leyes de la época como delito de traición, y es por ello que Alfonso volverá a desterrar a Rodrigo, declarándolo, además, traidor en esta ocasión, lo que implicaba la confiscación de sus bienes y el apresamiento de su mujer y sus hijos. Rodrigo intentó librarse de un deshonor y perjuicio tan grande proponiendo en varias ocasiones duelos singulares que demostraran su inocencia, pero todas las cartas enviadas a Alfonso por el burgalés no recibieron respuesta alguna.
A partir de entonces, del año 1089, comenzará una nueva etapa fundamental en la vida del Campeador. Y es que a partir de su segundo destierro se verá libre de toda obligación y servicio a un señor, ya fuese cristiano o musulmán. Actuará a partir de entonces, y gracias a su capacidad para mantener un ejército permanente y bien armado, en un señor de la guerra independiente, actuando en torno a Valencia como señor de facto, cobrando tributos y articulando una especie de señorío virtual basado en la fuerza de las armas y la extorsión tributaria.
La situación era compleja para él y sus hombres, pues estaban rodeados por enemigos cristianos y musulmanes que codiciaban Valencia, que veían a Rodrigo como un advenedizo que era necesario eliminar. Uno de eso rivales era Berenguer Ramón II, conde de Barcelona que ya había sido derrotado y apresado por Rodrigo Díaz en la batalla de Almenar, en 1082, cuando el burgalés actuaba como comandante mercenario al servicio del rey taifa de Zaragoza. El conde de Barcelona reunió una poderosa hueste compuesta por sus propias tropas cristianas y reforzadas por contingentes musulmanas de la taifa de Lérida. Rodrigo dirigió su propio ejército hacia una región montañosa situada entre las actuales provincias de Teruel y Castellón, buscando contrarrestar la superioridad del adversario con el empleo de un inteligente uso del terreno boscoso y quebrado. Gracias a ese uso del terreno como arma, a la elección del escenario de la batalla, y a la división del enemigo propagando rumores y falsas noticias, Rodrigo Díaz logró una nueva victoria en una batalla campal, provocando la dispersión de la hueste enemiga y apresando de nuevo a su líder, a Berenguer Ramón II, quien se vio obligado a suscribir pactos de amistad y no agresión con el Campeador a cambio de su libertad. Desde entonces el conde de Barcelona no supondrá amenaza alguna para Rodrigo Díaz, quien resultó gravemente herido durante la batalla al caer de su caballo.
Mientras Rodrigo se recuperaba de sus heridas sus hombres prosiguieron la presión a Valencia y a su entorno. Tiempo después, y ya recuperado, Rodrigo tuvo que conjurar a un nuevo enemigo que quería apartarlo de Valencia: Alfonso VI. Y es que el emperador entendió que Rodrigo cada vez era más fuerte en torno a la ciudad del Turia, que quien había sido su vasallo estaba completamente fuera de su control, y que podía instalarse en Valencia de manera estable, perdiendo el rey la posibilidad de dominarla. Es por ello que en el año 1092 se dirigió a ella al mando de un potente ejército, para asediarla por tierra mientras flotas de las repúblicas de Pisa y Génova acudían a complementar el asedio de la ciudad por mar. Rodrigo reaccionó atacando violentamente tierras de Castilla situadas en torno a Logroño y Nájera, pertenecientes al conde García Ordóñez, su enemigo en la corte, derrotado años atrás por el Campeador en la batalla de Cabra. Rodrigo y los suyos arrasaron comarcas, sembrando el caos, la destrucción, el incendio y la muerte, en una campaña claramente concebida para la distracción, para obligar a Alfonso VI a levantar el asedio de Valencia y acudir a defender su propio reino y las tierras de uno de sus principales vasallos.
La maniobra funcionó y Alfonso abandonó el asedio de Valencia. Rodrigo se mantuvo alejado durante un tiempo, permaneciendo temporadas en Zaragoza, ampliando su ejército con tropas zaragozanas y pertrechándose de lo necesario para hacerse más fuerte en una Valencia codiciada por unos y otros. Durante ese lapso cambió la situación en Valencia, el rey al-Qadir fue asesinado y su lugar ocupado por el cadí Ibn Yahhaf, quien abrió las puertas de la ciudad a una tropa almorávide procedente de Murcia, donde los norteafricanos ya habían consolidado su dominio frente al taifa de allí. Aquella entrada de los almorávides en Valencia trastocaba los planes de Rodrigo Díaz, quien debía expulsarlos de allí cuanto antes para que no consolidaran su dominio en la ciudad mientras esperaban la llegada de ejércitos de sus correligionarios. Para estar informado de los movimientos almorávides del sur Rodrigo Díaz ordenó refortificar y abastecer el abandonado y derruido castillo de Peña Cadiella, situado en la sierra de Benicadell (Alicante), en una posición estratégica para el control visual de rutas importantes que conectaban Murcia con Valencia. Para disponer de una base de operaciones desde la que atacar Valencia y en la que organizar sus tropas, Rodrigo Díaz asedió y rindió la fortaleza de Yuballa (Puig de Cebolla), situada a unos 15 kilómetros al norte de Valencia. Pronto convirtió aquella posición en una potente plaza de armas, fortificándola con materiales obtenidos de saqueos y destrucciones, y convirtiéndola en una ciudad próspera y comercial. Empezó también el Campeador entonces a intervenir activamente en las tramas políticas de Valencia, una ciudad dividida en distintas facciones. Convirtió la presencia almorávide en un argumento para presionar aún más a los valencianos, usando el estímulo de la insurgencia interna como arma desestabilizadora. Los almorávides eran pocos y estaban bastante solos, aun así, liquidaron los víveres que el Campeador había ido depositando en almacenes valencianos, fruto de sus rapiñas y extorsiones a la población local. Tras una serie de negociaciones y amenazas Rodrigo consiguió que los almorávides salieran de la ciudad, facilitándoles escolta con sus propios hombres hasta que llegaran a lugar seguro.
A partir de aquella experiencia Rodrigo Díaz entendió que se encontraba en una situación delicada, que su deseo de dominar Valencia pendía de un hilo. Es por ello que comenzará una nueva fase de aproximación a la ciudad, y para ello se empeñó en conquistar algunos arrabales como los de Villanueva y Alcudia. En el arrabal de Alcudia, una vez conquistado y dominado, Rodrigo se convirtió en una especie de señor cristiano gobernando a la manera islámica, respetando las leyes y costumbres musulmanas, los pesos, medidas y monedas, y solo exigiendo a sus habitantes la décima parte de su producción (diezmo). Pronto florecieron allí mercados, y la riqueza comenzó a fluir por sus calles, contrastando aquella opulencia con la escasez y el hambre que empezaba a sentirse en el interior de Valencia. Rodrigo Díaz usaría aquella paz y abundancia que se vivía en los arrabales que dominaba como una suerte de contrainsurgencia, mostrando a los valencianos asediados un modelo de sociedad ideal en la que ellos podrían vivir en paz si le entregaban la ciudad.
Las negociaciones con el nuevo gobernante valenciano experimentaban giros y cambios. Rodrigo combinaba insurgencia y contrainsurgencia, tratos con el cadí Ibn Yahhaf, pero no avanzaba. Llegado el momento, y tras rechazar un ataque almorávide, entendió que la mejor manera de conquistar Valencia sería asediarla por completo, impidiendo entradas y salidas, para que la población sufriera un hambre atroz y terminara rindiendo la ciudad. Será a partir de principios del año 1094 cuando Rodrigo Díaz intensificará más el asedio, rodeando por completo la ciudad, intentando asaltos directos a las murallas y puertas, construyendo máquinas de guerra para quebrar las defensas. A partir de entonces comenzará a emplear también la brutalidad, la tortura, el asesinato, como armas psicológicas para quebrar la resistencia mental de los valencianos y minar su moral.
Tras todos esos intentos, y tras el asedio prolongado, el hambre terminaría cebándose con la ciudad de Valencia, donde los precios de los productos más básicos no dejaron de crecer, hasta alcanzar precios desorbitados, hasta que la escasez de todo alimento llevó incluso a algunos de sus habitantes a practicar la antropofagia, como revelan algunos autores de ese tiempo que vivieron el asedio al que el Cid sometió a los valencianos.
Finalmente, en junio de 1094, las autoridades valencianas aceptaron las condiciones propuestas por el Campeador para la rendición. Algunos de los acuerdos contraídos no tardaron en ser vulnerados por un Campeador que veía en peligro su obra. Su principal problema era el cadí Ibn Yahhaf y sus partidarios, y es por ello que maniobró para eliminarlos. Al cadí lo acusó de magnicidio, por haber ordenado el asesinato del anterior rey de Valencia, al-Qadir. Ibn Yahhaf fue juzgado siguiendo la ley islámica y condenado a morir, en la hoguera según algunos testimonios, apedreado según otros. A partir de ahí Rodrigo gobernará Valencia a la manera musulmana, pero tratando con mano de hierro a todo aquel que pudiese poner en peligro su gobierno.
No mucho tiempo después de haber conquistado Valencia, Rodrigo y los suyos fueron asediados por un poderoso ejército almorávide, una hueste inmensa que según un autor parecía “un océano”. Entendiendo Rodrigo que tal vez no estaban en condiciones de resistir un asedio prolongado decidió terminar con aquella amenaza recurriendo a su indiscutible talento militar, diseñando una batalla campal que dispersara aquellas tropas numerosas. Para ello dividió en dos sus huestes, enviando una parte emboscada por la noche para situarse justo detrás del campamento de los almorávides. A través de infiltrados el Campeador difundió entre los almorávides el rumor de que un poderoso ejército dirigido por el mismísimo Alfonso VI acudía en persona a ayudar a su vasallo Rodrigo. Con el resto de sus hombres Rodrigo lanzó un ataque frontal contra los almorávides al rayar el alba. Los norteafricanos reaccionaron persiguiendo en masa a Rodrigo y los suyos hacia Valencia tras haber propinado el primer golpe. Mientras perseguían a aquel cuerpo dirigido por Rodrigo, la otra parte de la hueste, la que se había emboscado durante la noche, atacó por las espaldas al campamento almorávide. Aquella acción hizo cundir el pánico entre los norteafricanos, quienes huyeron en desbandada y se dispersaron. Esta será la primera vez que Rodrigo el Campeador consiguió derrotar a los almorávides en el campo de batalla, aunque no la única.
Los primeros años Rodrigo Díaz gobernó Valencia a la manera de cualquier rey de taifas islámico. Respetó leyes y costumbres, el uso de la mezquita principal, y la idiosincrasia propia de las sociedades islámicas que había conocido bien, por haber pasado temporadas integrado en ellas. Mientras tanto hará lo posible con consolidar su dominio sobre la taifa valenciana, reforzando posiciones y atacando a elementos hostiles. En esos años reforzó su alianza con el rey de Aragón, Pedro I, quien se convertirá en gran amigo suyo. En una campaña ambos se dirigieron con sus tropas hacia el sur, para abastecer la importante fortaleza de Peña Cadiella. Al regreso fueron sorprendidos por un gran ejército almorávide a la altura de las playas de Gandía. Los norteafricanos habían controlado con tropas los acantilados que dominaban la playa, con barcos el mar, y habían cerrado el paso de la playa con el grueso de su ejército. Una vez más Rodrigo Díaz mostró gran talento táctico y también altas dosis de valor personal, pues ordenó a sus caballeros y a los de su amigo el rey Pedro atacar como un solo hombre contra aquel bloque de adversarios que les cerraban el paso por la playa. Lanzando una poderosa carga de caballería pesada, táctica bastante novedosa en aquel tiempo, Rodrigo y Pedro destrozaron y dispersaron a las tropas almorávides, alcanzando una victoria más contra unos almorávides que estaban derrotando en el campo de batalla a todos las huestes cristianas que se enfrentaban a ellos, incluidas las del poderoso Alfonso VI.
En una de esas victorias de los almorávides frente Alfonso VI, en la batalla de Consuegra, en verano de 1097, perdió la vida el único hijo varón de Rodrigo Díaz, llamado Diego. Ese trágico acontecimiento motivará un giro en la orientación gubernamental y política de Rodrigo Díaz en Valencia. A partir de entonces ya no se comportará como un rey de taifas al estilo musulmán, como había venido haciendo, y se transformará en un príncipe cristiano. Nombra como nuevo obispo al cluniacense Jerónimo de Perigord, que había llegado a la ciudad no hacía mucho, transforma la mezquita principal de Valencia en catedral cristiana consagrada a Santa María e inicia un intento de vasallaje hacia el papa Urbano II, quien hacía pocos años había predicado en Francia la Primera Cruzada. Rodrigo dará ese giro político al perder a su único heredero varón, quien podría haber garantizado la continuidad y consolidación de una dinastía, convirtiendo un principado en reino gracias a la legitimación dada por el papa de Roma. No era el único Estado recién creado que buscaba la alianza con el papa para su consolidación y protección. Eso es algo que habían hecho algunos señores en el sur de Italia y Sicilia, y los reyes de Aragón desde el reinado de Sancho Ramírez. Mediante un documento del año 1098, firmado de puño y letra por el propio Rodrigo como “Ego Ruderico”, el Campeador sustanciaba esta nueva orientación gubernamental a su señorío. Entre él y Jimena buscaron matrimonios lo más ventajosos posibles para sus hijas María y Cristina , casando a la primera de ellas con Ramón Berenguer III de Barcelona, quien terminaría por convertirse en uno de los más importantes condes barceloneses. A Cristina la casaron con el infante pamplonés Ramiro Sánchez, y de ese matrimonio nacerá el rey García Ramírez, llamado “El Restaurador”. A partir de entonces Rodrigo y Jimena considerarán “hijos” a sus yernos, viendo en ellos la única posibilidad de garantizar la supervivencia del señorío conquistado a golpe de espada e ingenio por Rodrigo el Campeador.
Muy poco tiempo después, en julio de 1099, mientras los cruzados conquistaban Jerusalén, moría en Valencia Rodrigo Díaz el Campeador, hundido por la muerte de su único hijo varón y todo lo que ese hecho implicaba. En esas fechas moría el hombre y nacía un mito que en cierta medida había hecho ya nacer el propio Rodrigo en vida, gracias a su talento militar y a dos grandes logros alcanzados: el haber resultado invicto en las muchas batallas en las que participó, en un momento en el que no abundaban las batallas, y por haber conseguido conquistar todo un reino de taifas sin ser rey ni gran señor, siendo un señor de la guerra.
Tres años más tarde Jimena, tras haber gobernado como señora de Valencia con tenacidad y fuerza, tuvo que abandonar la conquista de su esposo, ante su imposibilidad de mantenerlo por su aislamiento y por la intensa presión almorávide. La ciudad fue destruida y los restos del Campeador llevados al monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos), donde serían sepultados, y acompañados por los de la propia Jimena años más tarde.
Poco tiempo después de su muerte empezará a tejerse una red legendaria en torno al personaje histórico, y es posible que las primeras semillas de la leyenda fueran sembradas por dos personajes muy interesados en mantener vivo el recuerdo del héroe: su propia esposa, Jimena Díaz, y el obispo Jerónimo de Perigord. Tal vez ellos dos estén en el origen de un Cantar de Mío Cid que terminará por convertirse en una de las obras cumbre de la literatura española y universal, y que determinará en buena medida una imagen del Cid Campeador que no dejará de transformarse con el paso de los siglos, hasta llegar a la actualidad ese proceso de mutación permanente. Y es que a la imagen del personaje histórico se le irán sumando añadidos que no tienen fundamentación histórica, como unas hijas llamadas Elvira y Sol, unas espadas llamadas Tizona y Colada, un caballo llamado Babieca, una rivalidad con unos infantes de Carrión que ni existieron ni tuvieron relación alguna con el personaje real.
En ese proceso de transformación se añadirán acontecimientos legendarios, no históricos, como la Jura de Santa Gadea, cuya primera mención la encontramos en una obra de Lucas de Tuy, un cronista de la primera mitad del siglo XIII. Según esa figuración, muy asentada aun hoy día, Rodrigo Díaz habría hecho jurar solemnemente a Alfonso ante su corte que no había tenido nada que ver en el asesinato de su hermano Sancho en Zamora. Una jura como la así planteada hubiera sido algo impensable en la época del Cid.
Otro añadido legendario muy consolidado es aquel que presenta al Cid ganando una batalla después de muerto. Esa invención fue obra de los monjes de San Pedro de Cardeña, que intentaron convertir en santo a su sepultado más ilustre, para salvar los graves problemas económicos que sufrían fomentando el culto al héroe santo, la peregrinación y las limosnas hacia su monasterio. No hay constancia histórica de que Rodrigo Díaz venciera una batalla después de muerto, pero la historia relatada por los monjes de Cardeña es deliciosa, y no sorprende que resultara atractiva al publico medieval, y que aun hoy día siga siendo atrayente.
Ambas figuraciones serían consagradas para el gran público por la película de 1961 dirigida por Anthony Mann, producida por Samuel Bronston, protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren y rodada en distintas localizaciones españolas. Pero antes de que llegara esa producción que internacionalizó y condicionó en buena medida la imagen actual que tenemos del Cid, cada siglo fue creando a su propio Cid, dotándolo de las pasiones y sensibilidades de cada época y cada momento. Así, en el siglo XIV surge un Cid adolescente, temerario, soberbio, engreído y desafiante. En el XV el Campeador será venerado por reyes y grandes hombres, y será comparado con grandes héroes de la Guerra de Granada, última fase de la llamada Reconquista. El siglo XVI nos traerá nuevos aditamentos a un Cid que da el salto a una incipiente imprenta, que permite que las obras literarias lleguen a un público más amplio. Durante el siglo XVII el Cid es teatralizado, en obras de gran éxito de público como son Las mocedades del Cid, del valenciano Guillén de Castro, y su posterior adaptación francesa realizada por el dramaturgo Pierre Corneille. Ya en el siglo XVIII el Cid seguirá siendo atractivo, y es en ese siglo cuando es editado por primera vez el Cantar de Mío Cid, permitiendo su difusión por España, Europa y el Mundo. Durante el siglo XIX el Cid aparecerá en el himno liberal de Riego, primer himno oficial español, que sería recuperado durante la Segunda República. También en el XIX el Cid es representado en la literatura y la pintura de los autores del Romanticismo, y se le otorga gran importancia en las historias nacionales que elaboraron historiadores como Modesto Lafuente, lo que permitiría, junto al Cantar que el personaje fuese conocido en las aulas de educación primaria y secundaria. Entre finales del siglo XIX y principios del XX el Cid será exaltado por autores de la llamada Generación del 98, quienes contribuirán en esa identificación del personaje con la idea de España. Durante las primeras décadas del siglo XX el sabio Ramón Menéndez Pidal desarrolla y publica extensos e intensos estudios sobre el Cid, su tiempo y la literatura por él generada, creando una imagen del Cid que será asumida por el régimen de Franco, un régimen que usará y abusará del magnetismo del guerrero de Vivar, identificándose Franco con el propio Cid en la inauguración de la estatua ecuestre de Burgos en el verano de 1955.
Pero al mismo tiempo el Cid es venerado por autores de la Generación del 27, algunos de los cuales dedicarán sus esfuerzos al estudio del Cantar, y otros se identificarán con él viviendo su experiencias como desterrados en países de Hispanoamérica.
El Cid se consolida en la posguerra como mito nacional español, y así es presentado en libros de texto de referencia como la Enciclopedia Álvarez, con la que estudiaron miles de alumnos en las décadas de los 50 y 60. Pero al mismo tiempo atraerá a autores como Antonio Gala, y dará su salto al cómic, en la atractiva obra de Antonio Hernández Palacios. Con la llegada de la Transición el Campeador es un tanto abandonado por los estudios académicos, pero no por la cultura popular, que sigue generando representaciones del héroe como la serie Ruy pequeño Cid, que alegrará la vida a niños y no tan niños en las sobremesas españolas de principios de los 80.
En el siglo XXI, en el que vivimos el Cid ha seguido siendo un personaje reinterpretado y adaptado, capaz de generar distintas versiones en productos de la llamada cultura popular. En películas de dibujos animados, como la de 2004 El Cid, la leyenda, en novelas históricas, como la de José Luis Corral o la reciente de Arturo Pérez Reverte, en videojuegos como Age of Empires, en series como la que pronto estrenará la plataforma Amazon Prime…
Aun a día de hoy el Cid sigue siendo un personaje de moda, atrayente y atractivo, magnético y sorprendente, y si es así es porque detrás de todas las muchas interpretaciones dadas podemos constatar una realidad: que Rodrigo Díaz fue un personaje único, y que consiguió logros personales únicos y al alcance de muy pocos, gracias a una mezcla de talento, inteligencia, aprendizaje, adaptación, flexibilidad, resiliencia, valentía, sufrimiento y, en alguna ocasión, golpes de suerte.