Como comentamos en un post anterior sobre la humildad en el coloquio de los perros, hoy os traemos otro clásico y otra enseñanza. Esta vez se trata de una obra más antigua: el Libro de buen amor, escrita por el Juan Ruiz, arcipreste de Hita en la primera mitad del siglo XIV. En él se relata una curiosa historia sobre los malos entendidos.
El libro del arcipreste
El Libro de buen amor es una obra propia del mester de clerecía, composiciones medievales que solían realizar clérigos o gentes de cultura. Estas obras estaban escritas en cuaderna vía, un tipo de estrofa compuesta por cuatro versos, a su vez compuestos por catorce sílabas (versos alejandrinos) de rima consonante (coinciden las últimas letras de cada verso) y uniforme. Aunque parezca un poco lío, podéis comprobarlo en el mismo texto.
Esta obra escrita por Juan Ruiz, arcipreste de Hita hacia 1330, trata gran variedad de temas. Aunque el hilo central es la autobiografía del arcipreste, que nos va contando su experiencia amorosa, se entreteje su historia con fábulas, cantigas, himnos y gozos diversos. En general son temas religiosos, pero hay otros tantos que no, como el relato que hoy os traemos. Tal vez la historia la hayáis leído con diferentes versiones, pero no es actual y lo más seguro es que tenga más de los 700 años que ya posee el Libro del buen amor.
No hay mala palabra si no es a mal tenida
Esta historia que nos relata Juan Ruiz pude ser muy actual, sobre todo hoy con las aplicaciones de mensajería instantánea como Whatsapp. Los mensajes que enviamos solo son letras junto a algunos símbolos y en muchas ocasiones, como no los acompaña la expresión de nuestros rostros o el tono de voz, pueden llegar a generar malentendidos. Os dejamos con el arcipreste y su divertida historia de una discusión entre romanos y griegos. Hemos añadido una versión modernizada del texto, pues el castellano de aquella época cuesta de comprender:
Palabras son del sabio y díjolo Catón: 44 el hombre, entre las penas que tiene el corazón, debe mezclar placeres y alegrar su razón, pues las muchas tristezas mucho pecado son. Como de cosas serias nadie puede reír, 45 algunos chistecillos tendré que introducir; cada vez que los oigas no quieras discutir a no ser en manera de trovar o decir. Entiende bien mis dichos y medita su esencia 46 no me pase contigo lo que al doctor de Grecia con el truhán romano de tan poca sapiencia, cuando Roma pidió a los griegos su ciencia. Así ocurrió que Roma de leyes carecía; 47 pidióselas a Grecia, que buenas las tenía. Respondieron los griegos que no las merecía ni había de entenderlas, ya que nada sabía. Pero, si las quería para de ellas usar, 48 con los sabios de Grecia debería tratar, mostrar si las comprende y merece lograr; esta respuesta hermosa daban por se excusar. Los romanos mostraron en seguida su agrado; 49 la disputa aceptaron en contrato firmado, mas, como no entendían idioma desusado, pidieron dialogar por señas de letrado. Fijaron una fecha para ir a contender; 50 los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer, pues, al no ser letrados, no podrán entender a los griegos doctores y su mucho saber. Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano 51 tomar para el certamen a un bellaco romano que, como Dios quisiera, señales con la mano hiciese en la disputa y fue consejo sano. A un gran bellaco astuto se apresuran a ir 52 y le dicen: —“Con Grecia hemos de discutir; por disputar por señas, lo que quieras pedir te daremos, si sabes de este trance salir.” Vistiéronle muy ricos paños de gran valía 53 cual si fuese doctor en la filosofía. Dijo desde un sitial, con bravuconería: —“Ya pueden venir griegos con su sabiduría.” Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado, 54 famoso entre los griegos, entre todos muy loado; subió en otro sitial, todo el pueblo juntado. Comenzaron sus señas, como era lo tratado. El griego, reposado, se levantó a mostrar 55 un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar, y luego se sentó en el mismo lugar. Levantose el bigardo, frunce el ceño al mirar. Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos, 56 el pulgar y otros dos con aquél recogidos a manera de arpón, los otros encogidos. Sentose luego el necio, mirando sus vestidos. Levantándose el griego, tendió la palma llana 57 y volviose a sentar, tranquila su alma sana; levantose el bellaco con fantasía vana, mostró el puño cerrado, de pelea con gana. Ante todos los suyos opina el sabio griego: 58 —“Merecen los romanos la ley, no se la niego.” Levantáronse todos con paz y con sosiego, ¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego! Preguntaron al griego qué fue lo discutido 59 y lo que aquel romano le había respondido: —“Afirmé que hay un Dios y el romano entendido, tres en uno, me dijo, con su signo seguido. Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad; 60 él: que domina al mundo su poder, y es verdad. Si saben comprender la Santa Trinidad, de las leyes merecen tener seguridad.” Preguntaban al bellaco por su interpretación: 61 —“Echarme un ojo fuera, tal era su intención al enseñar un dedo, y con indignación le respondí airado, con determinación, que yo le quebraría, delante de las gentes, 62 con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes. Dijo él que si yo no le paraba mientes, a palmadas pondría mis orejas calientes. Entonces hice seña de darle una puñada 63 que ni en toda su vida la vería vengada; cuando vio la pelea tan mal aparejada no siguió amenazando a quien no teme nada.” Por eso afirma el dicho de aquella vieja ardida 64 "non ha mala palabra si non es a mal tenida", toda frase es bien dicha cuando es bien entendida. Entiende bien mi libro, tendrás buena guarida
Referencias
Libro de buen amor: http://www.cervantesvirtual.com/obra/el-libro-de-buen-amor–0/