La Guerra Civil Española fue un conflicto que implicó de forma indirecta a muchas naciones. Preludio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto hispánico recogió los odios y políticas sembradas en Europa durante décadas. La división frente a la contienda no fue solamente en bloques de países, sino que dentro de los mismos la sociedad tenía diferentes puntos de vista. Irlanda es un caso curioso en este aspecto.
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Situación de Irlanda a principios del siglo XX
En 1916, en plena Primera Guerra Mundial, un pequeño grupo de nacionalistas irlandeses se rebeló en Dublín en lo que se conoció como el Alzamiento de Pascua, sin embargo fueron reducidos y sus líderes ejecutados, lo que solo aumentó la simpatía por el movimiento. Las elecciones de 1918 al parlamento británico dieron al partido nacionalista Sinn Féin 73 diputados de los 105 correspondientes a Irlanda, pero estos se negaron a marchar a Londres y se reunieron en Dublín, proclamando la República de Irlanda. Ambos bandos, nacionalistas y unionistas, libraron una violenta guerra civil. En 1921 se acordó un alto el fuego y la isla se dividió, en base a varios tratados: Irlanda del Norte, parte del Reino Unido y con representación en el parlamento inglés, y el Estado Libre de Irlanda que sufriría varios conflictos internos hasta llegar lo que conocemos hoy como la República de Irlanda.
Debemos recordar el enfrentamiento secular entre irlandeses y británicos, cuyo origen principal estuvo en la diferenciación entre católicos (nacionalistas irlandeses) y protestantes (lealistas británicos). El origen de este conflicto en el siglo XVI se prolongó hasta el siglo XX, generando los famosos Troubles. Aún hoy en día, aunque las diferencias religiosas no son especialmente relevantes, se palpa la tensión socio-política entre ambas comunidades.
La posición de Irlanda frente al levantamiento del 17 de julio
El duro proceso de constitución democrática del Estado Libre de Irlanda provocó la simpatía de la nueva nación hacia la proclamación de la República Española en 1931. Sin embargo, esta alegría y apoyo duró poco en cuanto se conoció el programa laico de la República Española que perjudicaba a la Iglesia Católica. Debemos entender que, pese a su aire revolucionario y obrero, Irlanda tenía al catolicismo como bandera fundamental de su identidad, pues había resistido durante siglos a las presiones protestantes inglesas.
El gobierno de Irlanda declaró su neutralidad frente a la guerra española, pero a nivel popular la nación se posicionó al lado de los sublevados. Una ola de indignación recorrió la isla cuando se conocieron las persecuciones y ejecuciones de católicos en el bando republicano. Se organizaron manifestaciones de apoyo al bando nacional en las principales ciudades de Irlanda y en las parroquias se realizaron colectas organizadas por la Iglesia y el Frente Cristiano Irlandés para el envío de ayuda civil y asistencia médica.
En esta época donde se experimentó en Europa un auge de la nueva ideología fascista, ningún país se libró de tener un grupo que defendía las ideas surgidas en Italia en la década anterior. Tampoco Reino Unido, con Edward Mosley a la cabeza, ni Irlanda se libraron de ellas. En la isla esmeralda el grupo fascista por excelencia era el Partido Nacional Corporativo (NCP en sus siglas en inglés), los Camisas Verdes, fundado por Eoin O’Duffi en 1935. Su objetivo era fundar una república corporativa y anti-comunista en Irlanda. Aunque no obtuvo mucho éxito, destaca su efímero papel en la Guerra Civil Española.
La Brigada Irlandesa
O’Duffin arengó a sus camaradas de partido a acudir en apoyo de Franco y enfrentarse a las tropas comunistas que amenazaban a la cristiandad. En agosto de 1936 hizo un llamamiento a través del Irish Independent pidiendo voluntarios para formar una brigada e ir a combatir «al lado de las fuerzas cristianas» en la Guerra de España. El mismo O’Duffin encabezóa los 700 voluntarios que llegaron a España a finales de año y se integró en la Legión Extranjera formando la XV Bandera. Su papel en suelo español no será muy relevante e incluso sufrieron varios reveses durante las acciones que emprendieron.
Lucharon en la batalla del Jarama, pero durante el combate fueron confundidos por integrantes de las Brigadas Internacionales republicanas y sufrieron varias bajas. También lucharon en Guadalajara, donde llevaron a cabo una fracasada operación de distracción. Pero lo que más mermó la moral de los voluntarios fue las constantes ausencias de su jefe, pues O’Duffin parece que aprovechó el viaje a España para visitar varias ciudades y emborracharse más de lo habitual. Debido al descontento interno y la escasa operatividad demostrada, Franco disolvió la brigada en abril de 1937 y los irlandeses volvieron a su país.
La Columna Connolly
Aunque la población de Irlanda en general apoyó al bando sublevado, también hubo sectores que apoyaron al Frente Popular. El llamamiento de O’Duffin no solamente movió a los voluntarios que le siguieron, sino que también tuvo su reacción entre sus adversarios políticos. El Partido Comunista de Irlanda y el IRA, realizaron a su vez otro llamamiento para combatir en la Guerra de España, pero esta vez animando a los irlandeses a apoyar a la República Española uniéndose a las Brigadas Internacionales. Mientras que los miembros de la Brigada Irlandesa provenían de pueblos y aldeas, el grueso de lo que se conoció como la Columna Connolly lo integraban obreros de las grandes ciudades de la isla. Unos 200 irlandeses, la mayoría miembros del IRA o del Partido Comunista, llegaron a España a finales de 1936. Se integraron en el Batallón Lincoln y el Batallón Británico, ambos pertenecientes a la XV Brigada Internacional.
A pesar de su entusiasmo por combatir al fascismo, pronto empezaron a surgir los problemas. El Frente Popular español era marcadamente anticlerical, mientras que muchos de los irlandeses mantenían su fervor católico, una bandera que habían enarbolado durante siglos. Esto provocó fricciones, pues no les dejaban practicar su religión y costumbres ni si quiera cuando no estaban en el frente. Al igual que sus compatriotas encuadrados en el bando nacional, los brigadistas irlandeses participaron en la batalla del Jarama y también en las de Brunete, Teruel y el Ebro. Los que cayeron prisioneros fueron trasladados a un campo de concentración hasta que acabó la guerra, tras la cual fueron liberados y repatriados.
Su recuerdo
Pese a su pobre papel en la contienda, los voluntarios de O’Duffin fueron recibidos como héroes en su tierra natal, mientras que los brigadistas irlandeses de Connelly no obtuvieron tal recibimiento, incluso fueron despreciados por la mayoría de irlandeses. Después de la Segunda Guerra Mundial y hasta la actualidad la situación ha dado un giro total. Hoy en día apenas se recuerda la participación de O’Duffin, en cambio los irlandeses que participaron junto a las Brigadas Internacionales tienen numerosos monumentos que los recuerdan tanto en la República de Irlanda, como en Irlanda del Norte.
Referencias
Stradling, R. A. (2001) [1996]. «Campo de batalla de las reputaciones: Irlanda y la Guerra Civil Española». En Paul Preston, ed. La República asediada. Hostilidad internacional y conflictos internos durante la Guerra Civil, Barcelona: Ediciones Península, pp. 185-224.
Fearghal McGarry, Irish Politics and the Spanish Civil War, Cork University Press, Cork, Éire, 1999.