La batalla de Lepanto representa más bien una batalla cultural, donde las armas no fueron de fuego y los soldados no fueron de carne, sino que estos fueron de lienzo, papel o materiales diversos y lucharon con la poesía, la imagen, la oración o el anuncio de una victoria milagrosa sobre el enemigo. Este icono de la historia que se pintó en Lepanto es lo que, en algunos trazos y apoyados en diversos autores es lo que pretendemos destacar en este artículo.
El profesor Manuel Rivero, en su obra sobre Lepanto, hace mención al “imaginario colectivo europeo” sobre la batalla[1]. Este imaginario está formado por obras de arte, literatura e historiografía de la época. Por ello es de obligado cumplimiento comenzar citando al más grande de las letras españolas, quien estuvo presente en la batalla, y que nos habla de ella como sigue:
“Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella.” (Cervantes, M., El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, parte segunda, “Prólogo al lector”) [2]
No habían pasado dos semanas del gran combate naval, cuando llegó a Venecia una galera llamada L’Arcangelo Gabrielle con la noticia de la victoria en Lepanto. La república de San Marcos fue la primera en conocer la derrota de los turcos y las gentes estallaron en júbilo. Las principales instituciones ordenaron festejos y se dijeron misas de acción de gracias a Dios por tal acontecimiento: Cristo había dado la victoria a la Santa Liga. En la península ibérica se difundieron panfletos, loas y romances de héroes o milagros en los diversos idiomas de los diferentes reinos antes incluso que el relato oficial. Hasta en Londres agradó la victoria a la reina Isabel, quien mandó festejar el acontecimiento con unos fuegos de artificio. Toda la cristiandad celebró la victoria sobre los infieles turcos que amenazaban a la Europa cristiana.
Cantare mes, ab molt alegre rima lo bell renom, d’aquesta cosa francha d’Austria dich, y les fors d’una branca quin procehix, de quis fa gran estima qui batallant, ha molt fort oprimida del Othoman, la casa esforzada dexant del tot, aquella desolada sent li portar, per força dura brida. Lo seu valor, a tota Spanya ’smalta y durara, tant com lo sens falta.[3]
Como hemos señalado, a España la noticia oficial llegó más tarde, pero en los territorios de la monarquía ya se había extendido por medios más populares, que embriagaron de júbilo a la población. Como ejemplo cercano, tenemos a Castellón, en aquel entonces una pequeña villa mediterránea, donde se organizaron varios festejos, incluida una representación de la batalla en la Plaza Mayor[4]. Felipe II, sin embargo, acogió la noticia con cierta sobriedad, en la Corte no se ordenó preparar ninguna celebración de gran magnitud como se hizo en Roma o Venecia, incluso se prohibió que los españoles celebraran la victoria en la Ciudad Eterna, donde Juan no pudo entrar victorioso[5]. En principio se creía que el monarca precisaba de información de primera mano sobre la victoria, por ello era prudente a la hora de celebrarla. Pero pasaban los días y llegaban los relatos oficiales y los trofeos y el rey seguía sin inmutarse, hasta que en diciembre de ese mismo año nació el infante Fernando. Fue entonces cuando Felipe II celebró la victoria de Lepanto, uniendo la gesta naval a su dinastía. Víctor Mínguez, comentando el cuadro de Tiziano Felipe II ofreciendo al cielo al infante Fernando, afirma que fue la ausencia de un heredero, que no tardaría en aparecer en escena, lo que provocó que el monarca no celebrase una victoria que hubiera enaltecido a su medio hermano[6]. Como señala el profesor Mínguez, el rey se preocupó mucho por crear toda una mitología visual en torno a la batalla, no solo después de ella, como demuestran los lienzos de Luca Cambiaso en El Escorial repletos de alegorías de los dioses clásicos, sino también antes, con todo lo que implicó la decoración de Argo, la galera de D. Juan de Austria[7].
En Venecia, la primera en conocer el resultado de la batalla, se celebró por todo lo alto la victoria. Tal noticia reforzó a las autoridades del momento, aunque el júbilo fue algo atenuado al confirmarse la caída de Famagusta, el último reducto que resistía al turco en Chipre. Esta isla veneciana había sido una de las causas por las que la Serenissima había acudido a pedir ayuda a Roma. El papa Pío V, conocido en un futuro como San Pío V, estaba muy preocupado por llevar a cabo las reformas necesarias que permitieran aplicar los postulados del Concilio de Trento. Ya en la Orden de Predicadores, de donde él provenía, había emprendido importantes reformas para reducir el gasto y se propuso llevarlas a cabo de igual modo en la Corte Papal. También aplicó reformas de importante carácter religioso como instituir la misa tridentina, llamar al orden a los obispos, vestir a las estatuas o pinturas desnudas, además de financiar la guerra contra los hugonotes en Francia o expulsar a los judíos de los estados pontificios entre otras muchas cosas. En definitiva, era un papa bastante implicado en la Reforma de Trento, un papa reformista, y parece ser que bastante devoto, a quien le preocupó mucho la petición de ayuda que le hicieron los venecianos. El sumo pontífice se sintió con la obligación, como cabeza de la cristiandad, de convocar la cruzada contra los infieles, que amenazaban con expandirse hacia el oeste.[8]
El medio hermano del rey Felipe II, D. Juan de Austria, había sido designado como comandante de la Armada después de intensas deliberaciones, pues la Corona de España aportó el grueso de los efectivos, aparte de que la primera campaña, cuyo objetivo era recuperar Chipre, resultó un desastre en manos del comandante pontificio, Colonna. El joven comandante de la flota cristiana fue fundamental para conseguir la victoria en Lepanto, sobre todo por sus dotes estratégicas y su capacidad para unir las diferentes facciones que conformaban la liga. Posteriormente la figura de D. Juan sería elevada por la historiografía española. En el s. XIX, Rosell, en su obra sobre Lepanto, premiada por la Real Academia de la Historia, escribía sobre el mismo: “…en sus venas hervía la sangre de Carlos V: levantábase en su imaginación la memoria de sus hazañas; y puesta su esperanza en Dios, y los ojos en un Crucifijo, que llevaba consigo siempre, rindió al cielo anticipadas gracias por su triunfo”[9] Tras oír misa y recibir la bendición del legado papal, monseñor Odescaldi, la flota cristiana partió de Mesina el 15 de septiembre de 1571 con varios meses de retraso.
“A Don Álvaro de Bazan A llamar también envía, Y le dijo:― Buen Marqués, Vuestro voto se me diga.― El valeroso español Con ánimo respondía: ―Demos, señor, la batalla, Que Dios nos ayudaría, Y yo mas quiero ser muerto Que volver atrás la vía.―”[10]
Así pues, pese al retraso, los combatientes creían firmemente que la providencia divina guiaba sus pasos. El papa Pío V pidió a toda la cristiandad rezar el rosario y ayunar para conseguir la victoria. El propio Juan de Austria, antes de la batalla ordenó a toda la escuadra ponerse de rodillas y rogar al cielo por la victoria. El viento, favorable a los turcos hasta ese momento, cambió repentinamente a favor de la flota cristiana, “Mas Dios, como es piadoso, / a los suyos nunca olvida: / por su gran misericordia / la mar calma luego hacía”[11]. El papa Pío V rezaba desde el Vaticano con las manos extendidas, como lo hiciera Moisés cuando Israel luchaba contra los amalecitas[12]. Fue el rosario uno de los instrumentos más relacionados a posteriori con la batalla. Debemos tener en cuenta que este instrumento de oración fue entregado, según la leyenda, al fundador de los dominicos de manos de la propia Virgen, por tanto, tiene un gran significado para la Orden de Predicadores, a la que pertenecía el pontífice.[13]
Entre las numerosas representaciones que decoraban la galera de D. Juan de Austria se encontraba la de Jasón y los argonautas, quienes partieron hacia Cólquide en busca del vellocino de oro. Felipe II era el maestre de la Orden del Toisón (vellocino en francés) de Oro, quien nombró a D. Juan, su medio hermano, capitán de la flota. Mínguez ve en ello un claro paralelismo entre el almirante de la flota y Jasón, quien junto a sus navegantes viajaría hacia oriente en busca del nuevo vellocino de oro: Jerusalén[14]. La imaginería de Jasón en torno a la rama de los Habsburgo no era nueva, ya Carlos I la había propiciado y su hijo, Felipe II, llegó a conectar la dinastía con el mismísimo Eneas[15]. Sin embargo, en la obra del profesor Mínguez se echa en falta la relación entre el vellocino de oro, la Virgen y, en consecuencia, el rosario, algo fundamental en aquella época. El vellocino de Jasón ya se había relacionado desde el s. XV con el episodio bíblico del vellocino de Gedeón (Jue 6, 36-40), donde Dios da un signo al juez de Israel con un vellón[16]. Esto se relacionó a su vez con la fecundación de la Virgen, tal y como nos cuenta el predicador mercedario Alejandro de San Antonio:
“Assí como para llenar Dios la tierra de su rocío, le depositó primero en el vellocino cándido, assí para haver de socorrer, y remediar à los hombres depositó nuestro socorro y remedio en su Santíssima Madre, para que no huviesse favor vertido en las criaturas, que no passasse primero por los órganos de aquellas manos generosas.”[17]
La victoria, atribuida especialmente a la Virgen, se celebró en Roma con gran júbilo, la urbe se preparó para recibir a los héroes de Lepanto como antaño se hacía con los generales romanos victoriosos. El papa Pío V era venerado como un profeta, pues había anunciado la victoria contra los turcos, habiendo escogido a un general hispano según el designio divino, “un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan” (Jn 1, 6), que además había cumplido las expectativas evangélicas, ya que al igual que Juan Bautista, este había disminuido al final para que otro creciera[18], pues, como hemos comentado más arriba, después de la batalla no recibió triunfo alguno. Fue el lugarteniente pontificio, Colonna, quien lo recibió por él y, en definitiva, fue el papa Pío V el gran vencedor de la contienda: había logrado reunir a los cristianos y había profetizado una gran victoria naval de lectura cuasi apocalíptica que perduraría durante siglos en el ya citado imaginario colectivo europeo[19], lectura que no habría sido posible sin un aparato propagandístico adecuado.
Al igual que Felipe II detallaba los pormenores de su cuadro a Tiziano, Giorgio Vasari preparaba su proyecto para la Sala Regia del Vaticano. El gran cuadro sobre el combate representa a las dos escuadras enfrentadas, mientras que, del cielo, abierto, surgen en ayuda de la flota cristiana San Pedro, San Pablo, San Marcos, Santiago y toda una legión de ángeles. Esta obra fue reproducida en estampa por Cavalleriis en 1572 y seguramente difundida por la Ciudad Eterna, lo que dio pie a la leyenda. La propaganda construida por Roma ha sido la más preponderante a lo largo del tiempo, un claro ejemplo de ello es el poema que escribió poco más de tres siglos después un periodista inglés convertido al catolicismo llamado G.K. Chesterton, fruto del impacto que tuvo en este escritor converso el conocimiento de la batalla. También nos encontramos una situación similar con el clérigo inglés J.H. Newman, convertido también al catolicismo.
“They have dared the white republics up the capes of Italy, They have dashed the Adriatic round the Lion of the Sea, And the Pope has cast his arms abroad for agony and loss, And called the kings of Christendom for swords about the Cross, The cold queen of England is looking in the glass; The shadow of the Valois is yawning at the Mass; From evening isles fantastical rings faint the Spanish gun, And the Lord upon the Golden Horn is laughing in the sun.” (Chesterton) [20]
Como hemos podido observar, existe un imaginario colectivo a nivel europeo para la batalla que fundamentalmente gira en torno a la figura de Pío V o la Iglesia Católica. Dentro de este imaginario encontramos testimonios relativamente recientes, como el de Chesterton que hemos citado arriba, o el del cardenal Newman, quien destacó la clásica lucha entre civilización y barbarie, donde Lepanto salvó Occidente. La tradición británica que alaba la victoria de 1571 no es novedosa, pues ya Jacobo I de Inglaterra escribió un poema de más de mil versos sobre Lepanto[21].
En España, la batalla conformó su propio imaginario. Felipe II la ligó como una victoria dinástica, “un jalón importante en el proceso de configuración de la Monarquía, en su justificación y en su representación”[22], puesto que la celebración de la victoria no se hizo nada más conocer la noticia, como en el caso de Venecia o Roma, sino que se relacionó meses después con el nacimiento del infante Fernando.
España se arrogó el protagonismo de Lepanto dentro de sus fronteras, tal como expresa el cuadro de Tiziano, La religión socorrida por España, un cuadro que no fue encargado al pintor, sino que lo hizo por iniciativa propia y donde se representa a la Monarquía Hispánica como vanguardia de la cristiandad, preparada para el combate, socorriendo a la desvalida Iglesia. La religión católica, una mujer despojada y humillada mira apesadumbrada a otra mujer, que representa a España, ataviada con armadura, lanza y escudo, en clara referencia a la diosa Atenea, seguida por un ejército, la cual sale en su ayuda a combatir al turco. Escribe Dandelet, que el poder de Pío V y de Felipe II “deben ser vistos como complementarios e interdependientes”[23]. España se proclamaba garante de la cristiandad católica, Pío V lo hacía como eje fundamental, punto de unión a través del cual Europa podía volver a reunir a los príncipes cristianos por medio de las cruzadas.
Lepanto sirvió para reforzar el mundo católico: una demostración de fuerza no hacia los turcos, sino hacia el resto de potencias europeas. Es el objetivo que demuestra otro cuadro del Greco, La adoración del nombre de Jesús, en él aparecen Felipe II, el papa y el dux de Venecia, rodeados de las multitudes sobre las que son responsables y arrodillados frente a Dios, que somete a los enemigos. Este cuadro muestra, comenta Rivero, la novedad traída por Trento: ya no están a la cabeza el papa y el emperador, sino el papa junto a los gobernantes de las naciones, los líderes que llevan a la victoria los ejércitos[24].
Durante años se ha ido transmitiendo esta idea. López de Toro recopiló toda una serie de poemas, romances, loas y sermones de la insigne batalla para demostrar cómo había perdurado la memoria de Lepanto y sus héroes y así mantener viva la “inmortalidad” de aquel acontecimiento tan importante para España[25]. Carrero Blanco también escribió una obra sobre Lepanto, donde la describió como el choque entre “dos civilizaciones, dos corrientes étnicas y dos concepciones morales”[26]. Tanto López de Toro como Carrero Blanco se insertan en la historiografía de la dictadura franquista, es decir, desde la construcción nacional-católica de posguerra, que no deja de beber con nostalgia de aquella Monarquía Hispánica como “vanguardia del catolicismo” y del mundo. Todavía hoy se recuerda en España la batalla de Lepanto con emoción en algunos sectores de la sociedad. En la Armada Española se sigue mencionando el acontecimiento en el himno propio del cuerpo militar y se tiene muy en cuenta su conmemoración.
“[…] El imperio a España vendrá por los caminos del mar, hay que morir o triunfar, que nos enseña la historia, en Lepanto la victoria y la muerte en Trafalgar. Soñando victorias, diciendo cantares, marinos de España crucemos los mares, delante la gloria, la leyenda en pos, debajo las voces de nuestros caídos: ¡Qué viva el mandato de España y de Dios!”[27]
Como podemos observar, la batalla de 1571 se extiende en el tiempo. No tanto por su relevancia militar, como por su gran relevancia cultural, que le confiere una gran importancia histórica. Todavía hoy se evoca el combate de Lepanto, sobre todo en el mundo católico, como ideal de cruzada, como signo milagroso y fruto del favor divino para con el mundo occidental. La práctica del rezo del rosario se ligó a la batalla como arma espiritual que consiguió la victoria, y pues consiguió tan gran victoria ¿qué no va a conseguir quien lo rece? De esta forma la Iglesia extendió la gloria de la victoria junto al rezo del rosario, no solo por Europa, sino también por América, donde los misioneros, especialmente los dominicos, se encargaron de enlazar la devoción con la leyenda[28]. Es por ello que, aún hoy en día, todos los 7 de octubre se celebra la Virgen del Rosario en la Iglesia Católica.
[1] Rivero, M., op. cit., p. 269
[2] Cervantes, M., El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, parte segunda, “Prólogo al lector”
[3] Pujol, J. L’a singular y admirable victoria… que obligue el Serenissim… don Juan D’Austria…, Barcelona, Pedro Malo, 1573. (En López de Toro, J., Los poetas de Lepanto, Instituto histórico de marina, Madrid, 1950, pp. 67-68)
[4] Olucha Motins, Ferran, “La festa per la victoria de Lepant (1571) a Castelló”, Carrera Vera, sin lugar ni año; cf. Mínguez, V., p. 262
[5] Rivero, M., op. cit., pp. 265-266
[6] No podemos conocer los deseos más profundos de D. Juan de Austria para juzgar si su intención era usurpar el trono, pero sí sabemos que Felipe II gobernaba una Monarquía en cuyo Consejo de Estado abundaban las rivalidades que podían dividirse en dos grandes facciones: la de los Alba y la de los Éboli y Mendoza. Los unos apostaban más por la acción en Europa, concretamente en los Países Bajos, mientras que los otros aspiraban a los territorios del Mediterráneo, hacia Lepanto. Vid. Elliott, J., La España Imperial: 1496-1716
[7] Mínguez, V., “Iconografía de Lepanto. Arte, propaganda y representación simbólica de una monarquía universal y católica”, pp. 255-284; Edouard, Sylvène, “Argo, la Galera Real de Don Juan de Austria en Lepanto”, Reales Sitios: Revista del Patrimonio Nacional, 172, 2007, pp. 4-27
[8] Rivero, M., op. cit., p. 84 ss.
[9] Rosell, C., Historia del combate naval de Lepanto: y juicio sobre la importancia y consecuencias de aquel suceso, p. 97
[10] Romancero General vol. II 1188 “Descripción de la batalla de Lepanto”. En Biblioteca de autores españoles, tomos X-XI, Rivadeneyra, Madrid, 1877. De este romance, el 1188, que describe la batalla de Lepanto, se sustraen las principales leyendas en torno a la batalla, algunas de las cuales relatamos a continuación.
[11] Ibídem.
[12] Ex 17, 11 “Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec”
[13] Bicheno, H., op. cit., p. 129 ss.
[14] Mínguez, V., op. cit.
[15] Tanner, M., The Last Descendant of Aeneas
[16] Esteban Estríngana, A., (ed.), Servir al rey en la monarquía de los Austrias, pp. 87-118
[17] De San Antonio, A., Sermones varios de María Santíssima sobre sus principales mysterios, festividades y títulos, Tomo I, Sermón XII, página 296, Madrid, imprenta del convento de la Merced, 1735.
[18] Juan de Austria pasó a un segundo plano, al igual que lo hiciera Juan Bautista con Jesús de Nazaret. De ahí que se pueda sustraer este paralelismo que el mismo Pío V dio con la famosa cita de Jn 1, 6. Sin embargo, que Juan de Austria no recibiera triunfo alguno se debió a la frialdad de Felipe II en torno a celebrar la reciente victoria en Lepanto. Vid., Rivero, M., op. cit., pp. 260-265
[19] Ibídem,p. 269
[20] Chesterton, G.K., Lepanto, Poema completo y traducción al español:
https://en.wikisource.org/wiki/Lepanto_(Chesterton) http://fernandortizreflexiones.blogspot.com.es/2013/06/lepanto-poema-de-chesterton.html (01/04/2020)
[21] Rivero, M., op. cit., p. 293
[22] Ibídem, p. 270
[23] Dandelet, T.J., La Roma española, p. 91
[24] Rivero, M., op. cit., pp. 282-283
[25] López de Toro, J., Los poetas de Lepanto
[26] Carrero Blanco, L., Lepanto, p. 9
[27] Pemán, José María, Himno de la Armada Española
[28] Mínguez, V., op. cit. p. 270-273