El denominado “cine negro” tal vez sea, junto con el wéstern, el más célebre de todos los géneros cinematográficos y el que, según las grandes enciclopedias de Historia del cine, más cantidad de obras maestras ha proporcionado al séptimo arte. Pero, en puridad, ¿a qué nos estamos refiriendo exactamente cuando hablamos de cine negro? La expresión film noir, de origen francés, suele confundirse fácilmente con otras categorías cinematográficas con las que comparte importantes similitudes y características,-como el cine de mafia o el cine de gángsters-, dado que la vaga frontera que delimita ambos géneros es más bien difusa e imprecisa, siendo los rasgos distintivos propuestos por los expertos en cine verdaderamente ambiguos.
Más allá del estéril debate terminológico, lo cierto es que la expresión cine negro ha acabado por imponerse a la hora de definir un tipo concreto de película cuya atmósfera se caracteriza por transcurrir en un ambiente hostil; por la aparición de una galería de personajes cuyos perfiles revelan una cuestionable y dudosa catadura moral y donde la “dialéctica de los puños y las pistolas”, -en expresión propia del lenguaje joseantoniano-, situará en tesituras de verdadero aprieto a los diferentes protagonistas. La trama de las películas negras se va a desarrollar casi siempre en la sugerente y sugestiva tenebrosidad de la noche, y los directores, recurriendo al blanco y negro en la pantalla, propondrán a los ojos del espectador un atrayente y seductor juego de luces y sombras en el que involuntariamente nos iremos deslizando hasta sumergirnos de lleno en la urdimbre de la intriga y en la dimensión psicológica de cada uno de los personajes.
En cualquier gran Historia del cine que se precie, el alumbramiento oficial del género negro queda establecido con la canónica película dirigida por John Huston en 1941, El halcón maltés, cinta en la que el merecidamente laureado director estadounidense contará con la imponente y seductora presencia de un actor que nos ha legado su personal e imperecedera impronta en el género y, por ende, en la propia Historia del cine: Humphrey Bogart, arquetipo del seductor por antonomasia que otorga vida al detective privado Sam Spade, quien, con su carácter pétreo e implacable, tratará de descubrir qué esconde Ruth Wonderly, personaje al que da vida Mary Astor, quien, con el pretexto de la desaparición de su hermana, involucra al bueno de Sam en un intrincado caso en el que varios criminales se disputan una valiosa y codiciada estatuilla que fue regalada en su día al mismísimo emperador Carlos V.
Los propios Bogart y Huston volverán a deleitarnos en Cayo Largo, magnífico film noir en el que el veterano de guerra Frank McCloud lidiará con un grupo de gángsters en la posada que regenta la viuda de su antiguo compañero. Y es que bajo la tutela del irrepetible Howard Hawks, la pareja Bogart-Bacall, -en la pantalla y en la vida real-, será la protagonista de otros dos grandes hitos del género: El sueño eterno; y Tener y no tener. El citado Hawks, prolífico autor de inolvidables e imperecederos clásicos pertenecientes a todos los géneros, como Río Bravo (wéstern); Bola de fuego (comedia); o Hatari (aventuras), sentaría en 1939 un destacado precedente del género negro con su seminal Scarface, terror del hampa, película conocida por el remake que en los años ochenta hizo Brian de Palma con Al Pacino como protagonista, en la que da vida al singular e irrepetible Tony Montana.
Otro de los elementos constitutivos y definitorios de cualquier película negra que se precie es la presencia en ella de la prototípica femme fatale, icónico y peculiar tipo de mujer que, con una aparentemente candorosa y seráfica figura, y valiéndose de todo tipo de ardides, artimañas, señuelos y estratagemas, logrará seducir al protagonista para arrastrarlo de forma insoslayable e irremisible a un inevitable destino fatal.
Si la adaptación que hizo John Huston de la novela de Dashiell Hammett, El halcón maltés, es el hito fundacional del género, el canon de femme fatale quedaría establecido por la película dirigida por Billy Wilder en 1944, Double Indemnity, (Perdición, en su traducción al español), en la que la siempre genial Barbara Stanwyck, para poder llevar a cabo su mefistofélico plan, logrará seducir a Fred MacMurray, atractivo agente de una compañía de seguros, con la intención oculta de cometer un horrendo crimen y poder cobrar así una importante suma de dinero. El imponderable con el que no contaba la pareja será la sagacidad y perspicacia de Barton Keyes, insobornable, metódico y eficientísimo inspector de seguros al que da vida un fantástico Edward G. Robinson, ese actor bajito y de físico poco agraciado capaz de encandilar con sus apariciones en pantalla y que se convirtió por méritos propios en actor fundamental del género, pues dio vida a los personajes protagonistas de otras dos películas seminales, dirigidas ambas por el alemán Fritz Lang, quien tras su paso por Hollywood nos regalaría dos auténticas joyas: La mujer del cuadro; y Perversidad, en las que el director de Metrópolis y M, el vampiro de Düseldorf, hará un verdadero alarde de dominio y maestría cinematográfica, que sería más tarde admirada y reconocida por otro titán del séptimo arte como Alfred Hitchcock, de quien seguidamente vamos a ocuparnos, porque el director británico, considerado como el maestro del suspense, autor de clásicos imperecederos como Psicosis, también llevaría a cabo una incursión por el género negro con una trilogía de películas imprescindibles y nucleares: Encadenados, donde nos enseñará que Cary Grant también podía interpretar a un tipo velado y oscuro pero capaz de redimirse y salvar de la fauces nazis a Ingrid Bergman, condenada a una muerte agónica por la perversa iniquidad de unos gerifaltes del III Reich que han encontrado su refugio en Brasil; Extraños en un tren, donde el director nos sumerge en un macabro juego de asesinatos entre dos individuos hastiados de su anodina existencia y que se encuentran de manera fortuita en un tren; y, por último, la que probablemente sea la mejor película de la historia del cine, Vértigo, en la que un desbordante y magistral James Stewart, hasta entonces actor convertido en fiel prosopopeya del hombre ideal norteamericano en las comedias de Frank Capra y en los western de Anthony Mann, nos regala un personaje como Scottie, aquejado de acrofobia y que va a quedar hechizado por el subyugante magnetismo de una sublime Kim Novak, en cualquiera de sus versiones, Madeleine o Judy, en una de las más desgarradoras, inquietantes y perturbadoras reflexiones sobre la pasión amorosa de cuantas han sido llevadas a la gran pantalla. Kim Novak ya nos había deleitado acompañado al citado Fred MacMurray en la película dirigida por Richard Quine La casa número 322, donde un apocado detective, para capturar a un incansable ladrón, trata de seducir a la novia de éste, pero lo que empezó siendo un chantaje se acaba convirtiendo en una de las historias de amor más triste, frustrada y trágica jamás filmada.
Otro destacado director que no debe faltar en nuestra sucinta síntesis del género negro es Raoul Walsh, autor de dos auténticas obras cumbre: Al rojo vivo; y El último refugio. En la primera, el eximio James Cagney, prototipo de hombre duro e implacable, da vida a Cody Jarrert, gángster que carece de una posible redención, quien tras perpetrar lo que él y su banda criminal consideran un golpe perfecto, cae en la trampa que le tiende la policía y sucumbe en medio de las abrasadoras llamas del fuego provocado por una explosión. Walsh deleita las retinas del espectador con un verdadero alarde de maestría cinematográfica, consiguiendo un final memorable que pervivirá en un destacadísimo lugar en las inmortales estanterías de la historia del séptimo arte.
Otra obra magna dentro del género que no podemos soslayar es Atraco perfecto, película dirigida por el inimitable Stanley Kubrick en 1956, en la que contó con la presencia de Sterling Hayden, actor famoso del género por su aparición en la conocida y admirable película negra de John Huston La jungla de asfalto, para dar vida a Johnny Clay, gángster hastiado que está dispuesto a dar el golpe final de su dilatada carrera criminal y así poder retirarse. Para ello planea saquear el botín recaudado en las carreras de caballos de un hipódromo, pero el reparto del dinero sustraído no resultará tan sencillo y una ingente cantidad de billetes, como erráticas bandadas de estorninos, volará delante de nuestros perplejos ojos en otra secuencia para el recuerdo.
En esta apretada síntesis no podemos obviar la monumental figura de Orson Welles, confeso y empedernido admirador de John Ford, que sentó los cimientos del cine moderno con la revolucionaria Ciudadano Kane y que haría una incursión en el género negro con la espectacular Sed de mal, especialmente recordada por su secuencia inicial, un canónico plano secuencia que tanto influyó a Martin Scorsese en su no menos seminal plano secuencia del Copacabana en su conocida Goodfellas. En Sed de mal Orson Welles interpretaría a un personaje icónico del género, el detective Quinlan, rudo policía, bebedor compulsivo, y conocido por su proceder poco ejemplar y ortodoxo, que entablaría un majestuoso duelo con otro titán de la interpretación: Charlton Heston.
Welles no se limitaría a dirigir esta inolvidable película, si no que también intervendría en el final de la memorable película de Carol Reed El tercer hombre, dando vida Harry Lime, escurridizo personaje que se hace pasar por muerto en las alcantarillas de Viena y que desconcierta a su antiguo compañero y amigo Holly Martins. Con su adaptación de la excelente novela de Grahame Greene, Carol Reed nos regaló un clásico imperecedero y una excelsa banda sonora compuesta por Anton Karas.
Directores como Otto Preminger, que realizó uno de los mejores dramas judiciales de la Historia, Anatomía de un asesinato, con la arrolladora presencia de James Stewart, se introdujo de forma magistral en el género negro con Laura, película de 1944 donde Dana Andrews encarnaba al detective McPherson, encargado de investigar el asesinato de Laura, interpretada por la fantástica Gene Tierney, utilizando como herramienta para ahondar en la intrincada personalidad de la mujer un sugestivo y misterioso retrato que cuelga de las paredes de la habitación en la que, supuestamente, fue brutalmente asesinada. Max Ophüls, conocido y aclamado director alemán, siempre citado por Kubrick como una de sus referencias, famoso por la sutileza y meticulosidad de sus puestas en escena, recordado por películas como Carta de una desconocida o Madame D, en 1949 puso de manifiesto su maestría en el género negro filmando la imprescindible Almas desnudas, en la que Joan Bennett demostraría hasta dónde está dispuesta a llegar una madre para proteger la inocencia de su hija, capaz de aceptar el chantaje de un oscuro personaje al que daba vida el imprescindible James Mason.
Para concluir con este necesariamente reducido periplo por el noir clásico, mencionaré dos últimas películas por considerarlas fundamentales dentro del género. Por un lado, En un lugar solitario, dirigida en 1950 por Nicholas Ray y protagonizada, una vez más, por el inigualable Bogart, quien encarna a un tipo hastiado de su gris y anodina existencia, un guionista con aureola de conflictivo y problemático, Steele, acusado de haber cometido un abyecto crimen. En esta película, el bueno de Humphrey nos regalará una frase que perdurará en el recuerdo cuando le espeta a Gloria Grahame que “viví mientras te amé, mientras tanto, sólo sobrevivo”. El lirismo que destila el cine de Ray bien merece un nuevo visionado, ya que, lamentablemente, su talento pasó desapercibido y no fue reconocido en su época. Películas como Llamad a cualquier puerta, en la que Bogart da vida a un abogado surgido de los bajos fondos e intenta, infructuosamente, librar de la pena capital a un delincuente juvenil creado por la sociedad abyecta, inhóspita e hipócrita en la que se vio obligado a vivir, se hacen merecedoras, por su calidad cinematográfica y por su carácter moralizante, de una nueva puesta en valor.
Concluyo este recorrido por el cine negro con la fantástica película dirigida en 1946 por Charles Vidor, Gilda, maltratada y prohibida en su momento por la férrea censura franquista debido al sensual baile con el que cierra Rita Hayworth su estelar actuación. En ella Glenn Ford encarnaba a un buscavidas de poca monta, azarosamente convertido en la mano derecha del regente de un poderoso casino, con cuya esposa, Rita Hayworth, había mantenido en el pasado una relación tormentosa, y que acabará por conquistar de nuevo su corazón. Se suele considerar a Chinatown como la película que cierra el ciclo del noir clásico. Dirigida en 1974 por Roman Polanski, el detective Gittes, al que da vida el inefable Jack Nicholson, vivirá una auténtica odisea, y lo que aparentemente era un caso sencillo de resolver, se va tornando en una intrincada trama mafiosa que implica al personaje interpretado por -¿quién mejor?- John Huston. Con él dábamos inicio a este sucinto repaso y con él llegamos a su finalización.
Digamos, por último, que dentro del cine contemporáneo, el noir ha tenido una fantástica revitalización por parte de la singular y pintoresca pareja que forman los hermanos Joel y Ethan Coen, con dos películas fantásticas e inclasificables: Muerte entre las flores; y Fargo. Está última cuenta con las fantástica actuación de la triplemente oscarizada Frances McDormand, que tratará de descubrir hasta dónde fue capaz de llegar ese hombre apocado y tímido con su taimado e inconfesable propósito de cobrar el millonario rescate de su potentado suegro. Antes del advenimiento de los hermanos Coen, en los albores de los ochenta, el hasta entonces guionista y escritor Lawrence Kasdan decidió dar el salto a la dirección y maravilló a público y crítica con su particular visión de Perdición, Body Heat, (Fuego en el cuerpo en castellano), para la que contó con dos actores hasta ese momento desconocidos y que encandilaron con su magistral interpretación, plenas de magnetismo y sensualidad en la pantalla: la irrepetible pareja formada por William Hurt y Kathleen Turner.
El director Curtis Hanson adaptará con auténtica maestría a James Ellroy a la gran pantalla con la inolvidable película de 1997 L.A. Confidential, derrotada en la noche de los Óscar por la celebérrima y almibarada historia de amor entre Leo DiCaprio y Kate Winslet que filmó el aclamado James Cameron en Titanic. Hanson nos adentra en los entresijos del crimen organizado de la ciudad de Los Ángeles a través de la mirada de tres detectives completamente opuestos: Russell Crowe, Guy Pearce y Kevin Spacey.
Para finalizar, en el siglo XXI se han producido dos grandes noir contemporáneos: Camino a la perdición, obra maestra de Sam Mendes y última aparición en pantalla de un inolvidable y extraordinario actor como Paul Newman, en la que se debate entre la amistad que le unía a Tom Hanks o el amor paternal que un padre ha de sentir por su hijo, aún a sabiendas de que éste es una criatura vil y desalmada capaz de arrebatar vidas inocentes por simple envidia; y Drive, película de 2011 dirigida por el inclasificable Nicolas Winding Refn, donde Ryan Gosling lleva a cabo una gran interpretación encarnando a un conductor especialista en escenas de acción y que intenta ganar un dinero extra conduciendo por las noches al servicio de delincuentes y mafiosos, y cuya única posibilidad de redención es la que le brinda el amor que siente hacia su vecina, personaje fantásticamente interpretado por la inigualable Carey Mulligan.