El misterioso monje Gregori Rasputin fue un personaje clave en los últimos momentos de la Rusia imperial alumbrada por la opulenta dinastía Romanov, antes de la revolución rusa de 1917. La enorme influencia que ejercía especialmente sobre la zarina Alejandra, esposa de Nicolás II, despertó las envidias de ciertos personajes que orquestaron su asesinato, no sin hallar grandes dificultades. Pero, ¿quién había detrás de la figura de Rasputin?
Inicios
Gregori Rasputin nació el 21 de enero de 1869 en el pequeño pueblo de Pokróvskoye (Siberia), en el seno de una familia campesina y analfabeta. Durante su infancia y adolescencia tuvo un carácter poco sociable protagonizando algunos problemas con la justicia. Por otro lado, el joven Rasputin presentaba cierta tendencia a la ensoñación religiosa. A los 18 años contrajo matrimonio con la campesina Praskovia Dubrovina con quien tuvo tres hijos. Pero atraído poderosamente por la mística y aburrido de su vida conyugal, Rasputin abandonó a su familia para ingresar en el monasterio de Verjoturye en 1897. Sin embargo, tampoco estaba a gusto con la estricta disciplina monacal por lo que decidió unirse a la secta de los flagelantes o jlystý. Este grupo precristiano, condenado por la Iglesia ortodoxa, mantenía una ‘laxa’ doctrina en cuanto a la vida religiosa se refería. Solían protagonizar encuentros de carácter lascivo unidos a una posterior penitencia física. Según algunas fuentes, con el paso del tiempo Rasputin se convirtió en uno de sus más acérrimos seguidores, aunque otros dudan de estos supuestos actos.
Influencia en la familia imperial rusa
En 1904, nació el zarévich Alekséi, único hijo varón del zar Nicolás II y de la zarina Alejandra, futuro heredero al trono imperial de Rusia. Sin embargo, la dicha por el ansiado nacimiento se tornó enseguida en tragedia cuando se descubrió que el pequeño Alekséi sufría de hemofilia, una enfermedad hereditaria que provocaba que las heridas sangraran profusamente. Esta dolencia había sido trasmitida a través de la malograda herencia genética de la zarina Alejandra, nieta de la reina Victoria del Reino Unido. Los médicos de la corte no podían hacer demasiado por el pequeño zarévich para desesperación de sus padres Nicolás y Alejandra. Pero entonces la dama de honor de la zarina, Anna Vyrubova, le habló a Alejandra de un misterioso monje dotado de ‘poderes sobrenaturales‘. Este monje no era otro que Gregori Rasputin, el cual se había granjeado una controvertida reputación entre las gentes de toda Rusia. Ante la gravedad de la situación, los zares accedieron a ver a este supuesto sanador milagroso en 1907. Todo fuera por salvar al pequeño zarévich de una muerte más que segura, aunque hubiese que recurrir a un personaje de la calaña de Rasputin.
Este enigmático monje consiguió parar la hemorragia contra todo pronóstico a través de una serie de oraciones. Rasputin logró salvar la vida del pequeño zarévich, algo a lo que ni los mejores médicos de Rusia se habían acercado. Pronto se granjeó la confianza de la zarina, quien a partir de entonces lo mantuvo siempre cerca por lo que pudiese ocurrir. Por otro lado, este monje presentaba un aspecto de lo más siniestro y desaliñado. Pero, ¿entonces como consiguió cautivar a la alta aristocracia rusa? Por aquel momento, la sociedad rusa se deleitaba con el espiritismo, las ouijas, la hechicería y las ciencias ocultas. Sobre Rasputin han circulado todo tipo de rumores, algunos un tanto escabrosos, como la posesión de un órgano viril de un tamaño muy por encima de la media. Una de sus máximas era la siguiente: «Cometed los pecados más atroces porque Dios se complace más en perdonar a los grandes pecadores«. Sean o no ciertas estas anécdotas, lo que sí estuvo claro es que con la enorme influencia que el monje ejercía sobre la zarina, Rasputin pudo participar directamente en las decisiones de gobierno, algo que le acabaría trayendo funestas consecuencias.
Complot y asesinato
Los recelos y envidias que fue despertando Rasputin entre la clase política rusa fueron in crescendo. No era para menos, pues el monje acaparaba la atención de las damas más distinguidas de la corte para infortunio de sus maridos. Además, entre sus admiradores también contaba con un distinguido público masculino. Mientras tanto, la marcha de la Gran Guerra no estaba resultando del todo halagüeña para el Imperio ruso por lo que Nicolás II decidió asumir él mismo el control de las operaciones militares. Por esta razón, fue la zarina Alejandra la que se encargó del gobierno de la nación auxiliada por el fiel Rasputin. La situación no podía ser más calamitosa pues de septiembre de 1915 a febrero de 1917, se sucedieron hasta cuatro primeros ministros. Por si fuera poco, empezaron a surgir rumores acerca de un supuesto romance entre la zarina y el monje (algo nunca probado) aumentado el descontento hacia esta extraña pareja.
Entre algunos círculos de poder se sospechaba que la zarina fuese en realidad una espía alemana al servicio del káiser Guillermo II. Por otro lado, la sola presencia de Rasputin estaba desacreditando a la monarquía, por lo que se hacía necesario eliminar a este incómodo personaje. Además su control sobre la zarina era cada vez más intenso. Primero se intentó sobornarle con un suculento tesoro de 200.000 rublos a cambio de marcharse de San Petersburgo, a lo que el monje se negó. Fue entonces cuando miembros de la alta aristocracia rusa, entre los que se encontraba el príncipe Félix Yusúpov, orquestaron el asesinato de Rasputin. Este apuesto noble, homosexual en la intimidad, había heredado la mayor fortuna de Rusia además de casarse con la bellísima archiduquesa Irina Alexándrovna, la cual iba a ser utilizaba como cebo. Se dice que el propio Yusúpov había mantenido encuentros carnales con Rasputin, por lo que sentía verdadero temor de que el monje utilizase aquellos escarceos como chantaje.
Otras personalidades implicadas en el complot contra el monje fueron el diputado Vladimir Purishkevich y Oswald Rayner, agente del servicio secreto británico y supuesto amante de Yusúpov. Para llevar a cabo el plan, Rasputin recibió una misteriosa tarjeta en la que se le invitaba a un esplendoroso banquete en el palacio de los Yusúpov la noche del 29 de diciembre de 1916. El monje no dudó en aceptar la proposición con tal de acercarse a Irina, cuya deslumbrante belleza era famosa en toda Rusia. Según se fue aproximando la fecha del encuentro, le asaltaron ciertas sospechas, ¿no era todo demasiado turbio? ¿acaso no se trataría de una trampa? A pesar de ello, le pudieron más las ansias que la razón. Incluso se había preparado para la ocasión aseado, perfumado (algo por lo general bastante inusual en él) y con sus mejores galas. No obstante, Rasputin decidió transferir una buena suma de dinero a su hija, por lo que pudiese ocurrir. El plan estaba meticulosamente dispuesto para acabar con el molesto personaje.
Rasputin fue recibido por el mismo príncipe Yusúpov, el cual lo acompañó hasta el sótano donde se hallaba preparado el banquete. Mientras la princesa estaba supuestamente acicalándose para el encuentro (en realidad se encontraba en Crimea, a miles de kilómetros), se sirvió un excelente vino ligeramente aderezado con cianuro. Presa de la emoción por conocer cuanto antes a Irina, Rasputin se tomó varias copas sin pestañear para sorpresa del resto de invitados. Como parecía que el vino no surtía efecto alguno, Yusúpov le facilitó al monje una bandeja con pastelillos igualmente cargados de cianuro. Tras devorar media bandeja de canapés que hubieran tumbado a un toro, Rasputin seguía sin inmutarse. En ese momento, los asistentes empezaron a mostrar claros signos de nerviosismo. ¿No serían ciertos los rumores que afirmaban que Rasputin poseía poderes sobrenaturales? Sea como fuere, se decidió recurrir a las balas. Yusúpov salió un momento de la sala, cargó su revólver y disparó al monje sin pensárselo dos veces. Mortalmente herido, Rasputin trató de salir al patio como pudo. El diputado Purishkevich le propinó otros nuevos tiros que tumbaron al desesperado monje.
Una vez en el suelo, ataron a Rasputin y lo trajeron de vuelta al palacio. Como se resistía a morir, le golpearon la cabeza con un bastón herrado. Tampoco hubo manera. Finalmente, el agente Oswald Rayner le desgajó un tiro en la nuca. El médico Lazovert certificó su muerte. Posteriormente, envolvieron el cadáver en una alfombra y lo arrojaron al gélido río Neva. A pesar de todas las molestias generadas, la autopsia reveló algo asombroso: resultó que el irredento monje no falleció ni por el veneno profusamente administrado ni por los múltiples disparos efectuados contra él, sino que había muerto ahogado. Era tal la devoción profesada hacia Rasputin por parte del pueblo ruso, que muchas mujeres fueron a lavarse a las heladas aguas del río Neva en espera de sus efectos milagrosos. Su cuerpo fue posteriormente embalsamado y sepultado en los jardines de Tsárskoye Seló. La zarina se debatió entre el pesar y la ira, aunque la eliminación de su más cercano confidente no alteró el curso de los acontecimientos que acabarían con el derrocamiento de la familia imperial rusa en 1917 y su posterior asesinato al año siguiente. No obstante, la leyenda de Rasputin no hizo sino acrecentarse siendo protagonista en los años sucesivos de incontables novelas, documentales, series, películas o musicales.
Bibliografía:
Almasov, B. (1924). Rasputin und Russland. Amalthea Verlag, Zürich.
Casals, J. M. (2016). ‘Rasputín, el místico que llevó a Rusia al abismo’ Historia National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/rasputin-mistico-que-llevo-a-rusia-abismo_10988
Cullen, R. (2010). Rasputin: Britain’s Secret Service and the Torture and Murder of Russia’s Mad Monk.
Galán, E. J. (2017). La Revolución Rusa contada para escépticos. Editorial Planeta, Barcelona.