Para nadie es secreto que, desde su independencia, los Estados Unidos de América se han convertido en el principal referente de la democracia liberal del sistema internacional. Las complejidades de la democracia más antigua del mundo no son pocas y han sido objeto de estudio desde antaño, y pueden poner en entredicho la naturaleza democrática del país. En ese sentido, podemos plantear la pregunta principal de este análisis: ¿es la democracia estadounidense una democracia de calidad?
Análisis de la democracia estadounidense
Para poder ofrecer una respuesta comprensiva de las diferentes perspectivas que pueden contribuir a esclarecer la materia, basaremos nuestro análisis cualitativo de la democracia estadounidense en tres estándares: la decisión electoral, la participación y la soberanía.
Decisión electoral
En primer lugar, debemos explicar en qué se basa la “decisión electoral”. Podemos definir esta idea como la capacidad del electorado (en este caso el estadounidense) para tomar decisiones políticas informadas. Ya teniendo esta breve definición en cuenta, podemos formular la siguiente pregunta: ¿es competente la democracia estadounidense para proveer a sus ciudadanos de un entorno de igualdad política sustantiva en el que no hay obstáculos para el ejercicio informado de la libertad política? La respuesta, para el juicio de algunos pensadores, es negativa.
La razón para este veredicto es sencilla: la democracia americana no cuenta con el elemento de la “decisión electoral” porque hay un obstáculo importante que impide a los ciudadanos tomar decisiones políticas informadas. Este obstáculo lo constituye la educación. El electorado americano desconoce profundamente el mundo que lo rodea en cuanto a política se refiere. Brennan (2018) afirma: “en su extensa revisión de la literatura empírica acerca del conocimiento de los votantes, Somin concluye que al menos el 35 por ciento de los votantes no tiene ni idea” (p.70). Esta afirmación no es para nada descabellada. Es empíricamente comprobable que la mayoría de los estadounidenses tiene un conocimiento limitadísimo en cuestiones políticas.
Por poner un ejemplo, el 40% de los votantes en ese país no sabe contra quién luchó EEUU en la Segunda Guerra Mundial, mientras que “más de una cuarta parte de los estadounidenses ni siquiera sabe contra qué país luchó Estados Unidos en la guerra de la Independencia” (Brennan, 2018, p.78). Así, es razonable afirmar que la democracia estadounidense no sale bien parada del filtro que simboliza la decisión electoral. Es evidente que la población estadounidense no toma decisiones políticas de manera informada por su falta de educación, lo que, a su vez, hace que la democracia estadounidense no presente condiciones de una igualdad política sustantiva, en la que el electorado supera los obstáculos que le impiden ejercer sus derechos para desarrollarse. Como ya se ha señalado, este obstáculo es la educación.
Ya nos quedó claro que una parte importante del electorado estadounidense no puede tomar decisiones políticas informadas, lo que no sabemos es si la democracia estadounidense construye un ambiente propicio para estimular la participación política de los miembros del electorado. Es así como introducimos a nuestro análisis el segundo estándar mencionado anteriormente: la participación.
La participación
Esta idea viene a cuestionar de qué manera apoya la democracia estadounidense el involucramiento del electorado en la política y la incidencia de este en las decisiones políticas tomadas. Así pues, para examinar si la democracia estadounidense sale bien librada de este filtro, nos centraremos en dos puntos principales: la participación electoral y la representatividad de las instituciones.
En cuanto a la participación electoral se refiere, el desempeño de la democracia estadounidense es paupérrimo por dos razones: la gente no participa, y la motivación del electorado por participar en las decisiones políticas del país es precaria. La no participación del electorado es evidenciable de manera empírica. Brennan (2018) afirma: “alcanzamos como mucho el 60 por ciento [de participación] en unas elecciones presidenciales, o el 40 por ciento en las elecciones de mitad de legislatura, estatales o locales” (p.32).
Así, es claro que el entusiasmo de los estadounidenses por participar en las decisiones políticas de su propia nación no es muy alto, y esto no parece tender a cambiar. Como se afirmó anteriormente, la gente no solo no participa, sino que considera que hacerlo es poco útil. Brennan (2018) afirma: “un sondeo de la universidad de Monmouth de 2015 halló que los estadounidenses son cada vez más escépticos sobre si su participación política individual es valiosa como medio para producir cambios. Un 54 por ciento cree que “puede ser más efectivo en el mundo que lo rodea implicándose en actividades no políticas” (p.231).
Ahora, si bien en cuanto a participación electoral se refiere la democracia estadounidense tiene mucho por mejorar, es probable que, con la poca participación, la diversidad esté presente y la representatividad de minorías y alternativas políticas sea una realidad. No obstante, los datos parecen desmentir esta posibilidad. Por una parte, las fuerzas alternativas son de facto inexistentes, porque los republicanos y los demócratas dominan la escena política, mientras que las minorías y los grupos vulnerables tampoco están muy bien representados. En efecto, la democracia estadounidense es para los ricos.
Brennan (2018) afirma: “las personas ricas y bien relacionadas tienen muchas más probabilidades [de llegar a un cargo público] que las demás. En Estados Unidos, el senador medio tiene un patrimonio de casi 14 millones de dólares, y el miembro medio de la cámara de representantes tiene un patrimonio medio de 4,6 millones de dólares.” (p.187). Así, podemos afirmar que la democracia estadounidense tampoco pasa este filtro, porque simplemente no es para cualquiera. La gente no participa, y las minorías y los grupos vulnerables no están bien representados.
La soberanía
La tercera idea por analizar es la soberanía. Por soberanía nos referimos a la medida en la cual los políticos elegidos por el electorado pueden actuar sin interferencia ni influencia de terceros, ya sean simples individuos, o grupos religiosos o económicos, por ejemplo. Con respecto a este último estándar, la democracia estadounidense recibe otro duro golpe. En efecto, los políticos estadounidenses tienden a estar fuertemente influidos por un grupo en específico: los ricos. Brennan (2018) explica: “los presidentes son seis veces más receptivos a las preferencias políticas de los ricos que a las de los pobres” (p.384).
En conclusión, puede decirse que, en cuanto a calidad se refiere, la democracia estadounidense tiene serias dificultades. Y es que, según sugiere la evidencia empírica, la democracia estadounidense puede ser muchas cosas, excepto el gobierno del pueblo. La alta tasa de ignorancia en cuanto a conocimiento político se refiere, la poca participación política de los estadounidenses, la para nada diversa representación que existe en los Estados Unidos de minorías y grupos vulnerables, así como la preponderancia e influencia de los ricos en la política, nos permite concluir que la democracia estadounidense podría beber, como mucho, del modelo de una teoría democrática elitista.
Referencias:
- Brennan, J., & Férriz, G. R. (2018). Contra la Democracia. Ediciones Deusto.