En noviembre de 1910, miles de mexicanos salieron a la calle para acabar con las injusticias sociales que atenazaban a la nación. Era el inicio de la Revolución mexicana, una esperanza para mejorar las condiciones de vida de la población más humilde. Pero tras años de intensa lucha, ¿qué legado dejó este episodio tan memorable para la historia de México y de Hispanoamérica?
Antecedentes
Desde que México alcanzó su independencia del Imperio español en 1821, la inestabilidad política fue su seña de identidad a lo largo de aquel siglo. Monarquías y repúblicas, administraciones centralistas y federales, constituciones, gobiernos liberales y conservadores… Un ambiente de constante enfrentamiento civil sacudía los pilares de la nación mexicana. Pero además hubo otros desafíos añadidos. A mediados del siglo XIX, la intervención estadounidense en México se saldó con la entrega de más del 50% de su territorio a través del Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848. Los actuales estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma pasaron a formar parte de los Estados Unidos. Sin lugar a dudas, había sido una pérdida sin precedentes.
Por otro lado, el analfabetismo alcanzaba a cerca del 90% de la población mexicana. Este factor unido a la desigual distribución de la riqueza y una ausencia notable de libertades políticas empañaban el desarrollo del país. En este difícil contexto, el general Porfirio Díaz puso fin a la alternancia política a finales de 1876. Este militar se encargó de construir una férrea dictadura apoyada en un discurso paternalista. Si bien el porfiriato propició un cierto respiro para la maltrecha economía mexicana, este crecimiento solo benefició a los grandes empresarios, hacendados y compañías extranjeras. Durante la dictadura de Díaz, política y negocios estaban intrínsecamente unidos. Un grupo de tecnócratas denominados los “científicos” presentaron a la dictadura como el paso previo a la modernización y la democracia.
Oposición a Porfirio Díaz
En 1910, con ochenta años y siete mandatos consecutivos, Porfirio Díaz meditaba si presentarse a una nueva reelección por medio de unas elecciones fraudulentas. Dos años antes, había dejado en el aire la posibilidad de dejar el poder: “La ley me sucederá”. Estas ambiguas declaraciones acrecentaron las ansias de renovación de ciertos grupos que habían quedado excluidos de los círculos de poder. Aunque eran conscientes de la estabilidad que el régimen había proporcionado a México, reclamaban el inicio de una apertura de las libertades políticas.
Un demócrata procedente del estado norteño de Coahuila llamado Francisco Ignacio Madero, había publicado en 1909 La sucesión presidencial en 1910 con el claro objetivo de impedir la vuelta al poder de Díaz y favorecer la transición a la democracia. A través del Partido Antirreeleccionista, Madero emprendió una intensa campaña por todo el país. En un primer momento, el gobierno dictatorial no lo consideró un gran peligro por lo que le dejó seguir adelante con su proyecto. Pero pronto la situación empezó a cambiar, para desgracia de los defensores de la dictadura.
A medida que Madero fue ganando apoyos, fue considerado una amenaza por los seguidores de Díaz y acabó entre rejas. No obstante, a pesar de su dramática situación, mantuvo una actitud desafiante. De hecho, Madero llegó a advertir a Díaz que sus medidas no hacían sino alejar todavía más el camino hacia la democracia. Tras la reelección de Díaz, Madero huyó a San Antonio (Texas, EE.UU.) y llevó a cabo el Plan de San Luis Potosí. Su lema resonó con fuerza durante el estallido de la posterior revolución que haría temblar los cimientos de México: “Sufragio efectivo, no reelección”.
Estallido de la revolución y la cuestión agraria
En noviembre de 1910, Madero proclamó la revolución armada con el fin de lograr establecer la democracia en México. Sin embargo, esto le supondrá un gran dilema pues carecía de ejército propio. Este contratiempo le ocasionó tener que recurrir a personajes muy variopintos. El movimiento revolucionario tendrá tintes muy diferentes en función de los intereses de cada uno de los implicados.
Para algunos, la revolución era una oportunidad para echar a Díaz del poder; para otros la instauración de la democracia y para los sectores más influidos por el comunismo y el anarquismo, una transformación radical de la sociedad. Es de destacar que no todos los liberales deseaban cambios profundos en la estructura social de México, pues solo pretendían tener un mayor acceso a los círculos de poder.
De todos los problemas que acuciaban a la nación mexicana, la cuestión agraria era sin duda el que generaba mayor conflictividad. En aquella época, poco más de mil propietarios controlaban cerca del 65% de tierra cultivable. Las grandes haciendas constituían uno de los principales motores económicos y sociales del país. Los propietarios solían actuar con total impunidad en sus terrenos, explotando indiscriminadamente a peones y braceros.
La desigualdad y la arbitrariedad del sistema constituían dos lacras que amenazaban con provocar un estallido social. Además, algunos latifundios se habían formado a partir de las tierras comunales (ejido) con el beneplácito de las autoridades locales. De una población estimada en unos 15 millones de habitantes, 11 correspondían a campesinos desposeídos de tierras, que además sufrían bastantes abusos a manos de los hacendados. Una situación nada halagüeña.
Madero era consciente de la pésima situación de la propiedad agraria. Por esta razón, en su Plan de San Luis Potosí había contemplado un reparto de las tierras más equitativo, así como una revisión de las expropiaciones indebidas realizadas por los dueños de las haciendas. Esta promesa atrajo a personajes como Emiliano Zapata, Pancho Villa y Pascual Orozco. Zapata incluso se presentó en Morelos con un ejército de campesinos llamado “Tierra y Libertad”, Villa y Orozco también se encargaron de reclutar hombres para su causa.
No obstante, hay que destacar que las diferencias existentes entre los principales protagonistas de este acontecimiento empañaron buena parte del proceso revolucionario. Después de los primeros ataques desde la frontera norte, el ejército federal fue cediendo terreno. Por otro lado, los revolucionarios contaron con el apoyo de Estados Unidos. El presidente William H. Taft vio en Madero el hombre que podría conducir a México hacia la democracia.
Cambios políticos
Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, la dictadura se fue resquebrajando. Madero aceptó la renuncia y exilio de Porfirio Díaz. Pero antes de marcharse hacia Francia, Díaz lanzó una oscura profecía hacia el líder evolucionario que había provocado su caída: “Madero ha soltado al tigre”. El ministro de Asuntos Exteriores, Francisco León de la Barra, asumió la jefatura del Estado hasta que se celebrasen elecciones democráticas.
Tras más de tres décadas ostentando el poder, el porfiriato ya era historia. Pero lo que venía después no iba a ser un camino de rosas precisamente. Tal vez demasiado confiado en sus posibilidades, Madero no estimó oportuno desmantelar las estructuras del viejo régimen. Además, cometió dos errores más: cedió la presidencia a León de la Barra mientras preparaba su campaña electoral y aceptó la desmovilización de las tropas revolucionarias. Estas dos decisiones marcarán el destino del que posteriormente se conocería como el “apóstol de la democracia”.
Pronto empezaron a aflorar discrepancias entre Madero y los líderes revolucionarios, quienes le acusaron de ser un pusilánime. Zapata fue más allá pues le llegó a calificar de traidor, ya que todavía no había aplicado el tan ansiado reparto de tierras. A finales de 1911, Madero alcanzó la presidencia de México por medio de las elecciones más libres celebradas en la historia de este país. A pesar de las amplias expectativas puestas en este político, durante el año y medio que duró el mandato de Madero se fueron sucediendo los problemas.
Además Madero tuvo que hacer frente a sucesivas rebeliones tanto de porfiristas como de revolucionarios que habían quedado descontentos. Poco a poco, se fue quedando sin apoyos. El remate final lo protagonizó el general Victoriano Huerta con la ayuda del embajador estadounidense, Henry L. Wilson. Huerta decidió pactar con los porfiristas, entre ellos Félix Díaz, sobrino de Porfirio. De inmediato se hizo con las riendas del poder y días después Francisco Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados.
El «fantasma» del porfiriato
La oposición al golpe orquestado por Victoriano Huerta, erigido como un nuevo Porfirio Díaz, se fraguó sobre todo en los estados mexicanos del norte. El ex gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, proclamó el Plan de Guadalupe, en el que declaraba ilegal la presidencia de Huerta. Sin embargo, no hacía mención alguna a la cuestión agraria ni a cambios sociales. Carranza, autoproclamado Primer Jefe del Ejército, únicamente pretendía restaurar el orden y la Constitución de 1857, la cual reconocía las libertades de enseñanza, imprenta y trabajo.
Una vez eliminado Madero de la ecuación, quedó claro que la Revolución carecía de un objetivo común. Los diferentes puntos de vista entre Carranza y líderes como Zapata y Villa, eran irreconciliables. Para Carranza no eran más que simples bandidos y unos indisciplinados. Por si fuera poco, Huerta contaba con el apoyo de hacendados, militares, religiosos e incluso de algunas clases populares. El presidente estadounidense Woodrow Wilson condenaba las acciones de Huerta y el asesinato de Madero además de defender la restauración de la democracia en México.
El contexto revolucionario empezó a dar un vuelco de la mano de Pancho Villa. Por su propia cuenta, unificó el mando de mando de los estados de Chihuahua, Durango y Zacatecas logrando una gran victoria en Torreón entre marzo y abril de 1914. Sin embargo, Huerta controlaba dos tercios del país, los principales puertos y las suculentas ganancias procedentes de los impuestos por la explotación de los recursos petrolíferos a empresas extranjeras. Pero a pesar de esta situación, la venta de armas a los revolucionarios por parte de Estados Unidos hizo equilibrar la balanza.
Las tropas de Carranza empezaban a avanzar posiciones. La toma de Guadalajara supuso el hundimiento del régimen de Huerta, el cual huyó a través del puerto de Veracruz. En agosto de 1914, Carranza hizo su entra triunfal en la ciudad de México. Aun así, los vencedores se tuvieron que dedicar a la complicada tarea de la refundación del estado. Espinoso asunto, dados los intereses contrapuestos de la clase militar. Carranza era partidario de un Estado fuerte, pero existían otros factores como el liderazgo de Villa, la eterna cuestión agraria sin revolver y el papel de Estados Unidos.
División y guerra civil
Para intentar acercar las diferentes posturas existentes entre carrancistas, zapatistas y villistas, se organizó la Convención de Aguascalientes a finales de 1914. En ella, se impuso el bando de Pancho Villa, el cual daba prioridad a las reformas sociales. La convención depuso a Carranza y en su lugar eligió a Eulalio Gutiérrez como presidente interino. Sin embargo, Carranza no se dio por vencido e instaló su propio gobierno en Veracruz con el apoyo de varios generales. Tras algunas dudas, el militar Álvaro Obregón se acabó uniendo a él. Este personaje jugará un papel muy importante en los años venideros. Todo parecía marchar bien para la convención, la cual mantenía el apoyo del ejército del norte y del campesinado además del beneplácito de Estados Unidos.
El gigante americano consideraba a Pancho Villa como el hombre fuerte de México en torno al cual se constituiría el nuevo gobierno. Pero las divisiones internas y la falta de vocación por el poder institucional de los revolucionarios, jugaron a favor de Carranza. Tampoco ayudó el propio pensamiento de Zapata y Villa. Aunque ambos líderes se profesaban mutuo respeto, no lograron formar una coalición para aplicar la reforma agraria. De orígenes humildes, ninguno de ellos aspiraba a ocupar el poder. Zapata llegaría a decir: «A quien me venga a tentar con la silla presidencial, lo voy a quebrar», lo que dejaba claras sus nulas pretensiones políticas. Al igual que Pancho Villa, que tan solo pretendía regresar a su rancho y vivir en paz.
Estos problemas internos acabaron por pasar factura a la convención. Álvaro Obregón se aprovechó de la situación para imponerse en la capital atrayendo consigo a las organizaciones obreras que conformaron los Batallones Rojos. En abril de 1915, se produjo la decisiva batalla de Celaya. En ella, por primera vez una ciudad resistió el empuje de la división del norte, que salía claramente diezmada en hombres y recursos. Carranza se sintió más fuerte que nunca y arrinconó a Zapata y Villa en los estados de Chihuahua y Morelos. En el mes de octubre, Estados Unidos reconoció al gobierno de facto de Carranza y relegó a los dos caudillos agrarios a meros rebeldes locales. No obstante, el apoyo estadounidense estaba condicionado por la salvaguarda de sus compañías, especialmente en lo referente al petróleo.
La guerra estaba dejando un balance desolador: la actividad económica estaba prácticamente paralizada, la devaluación del peso era imparable, la deuda exterior había aumentado… Carranza pretendió promulgar una nueva constitución que reforzara la centralización del país sin demasiadas concesiones sociales. Pero gracias a la actuación de Obregón, se contemplaron en ella parte de las demandas de los reformistas como la propiedad pública de los recursos naturales del país (incluido el petróleo) la posibilidad de expropiación de latifundios para un mejor reparto agrario, la jornada laboral de ocho horas, limitación de los poderes de la Iglesia, etc. El 1 de mayo de 1917, Carranza juraba su cargo como presidente de un país salido de un proceso revolucionario. No había posibilidad de reelección.
Estertores finales de la revolución
Durante su mandato presidencial, Carranza se sentía preso del prestigio de Obregón, quien gozaba de gran popularidad entre amplios sectores de la sociedad mexicana. Por esta razón, le obligó a dimitir. Por otro lado, también decidió dar marcha atrás a la política de expropiación a los hacendados a la vez que ralentizaba el reparto de tierras a los campesinos. Mientras tanto, Pancho Villa se había dedicado a saquear algunas poblaciones del norte, junto con la ciudad estadounidense de Columbus (Nuevo México). Este constituiría uno de los escasos ataques recibidos por Estados Unidos en su territorio nacional por parte de una país extranjero.
Esta acción de Villa había provocado un grave incidente diplomático y la consecuente expedición punitiva entre 1916-1917, que no obstante acabó en derrota estadounidense. La situación en el norte de México incapacitaba a Carranza para ejercer adecuadamente su gobierno en todo el país. Por si fuera poco, Estados Unidos quería anular el artículo 27 de la Constitución, aquel que establecía la titularidad nacional de los recursos del país, petróleo incluido. Wilson llegó a amenazar con una invasión militar sino se atendían sus demandas. Mientras la tensión entre los dos países americanos era máxima, uno de los líderes más emblemáticos de la revolución, Emiliano Zapata, moría asesinado durante una emboscada en Morelos. Era el 10 de abril de 1919.
Obregón presentó su candidatura a la presidencia, utilizando para ello sus magníficas dotes políticas. Carranza reaccionó presentando a su propio candidato, Ignacio Bonillas, el embajador de Washington. Para finales de 1919, la sucesión de Carranza no tenía tintes de ser pacífica. En marzo de 1920, Carranza ordenó la detención de Obregón. Pero desde el estado de Sonora, los generales Plutarco Elías de la Puerta y Adolfo de la Huerta quienes eran partidarios de Obregón, echaron por tierra los planes de Carranza y proclamaron la independencia del estado frente al gobierno federal. Más tarde, este bando publicó el Plan de Agua Prieta, en el que se denunciaban las actuaciones de Carranza. Este plan recibió el apoyo de importantes mandos del ejército mexicano, así como de la clase obrera y del campesinado.
Estados Unidos también dio su visto bueno al nuevo gobierno dado su carácter moderado con ciertos guiños reformistas. Venustiano Carranza murió asesinado en mayo de 1920 en Tlaxcalantongo mientras trataba de huir de sus enemigos. Poco después, Pancho Villa abandonaba definitivamente su lucha revolucionaria. En el mes de septiembre, Obregón ganó las elecciones presidenciales. Tras un decenio de luchas y divisiones internas, por fin existía una clase política capaz de traer la añorada estabilidad a México, que se encontraba al borde del colapso. Desde 1920, el poder en México quedaría vertebrado en torno a un gran partido hegemónico, el Partido Nacional Revolucionario (antecesor del actual Partido Revolucionario Institucional). Una nueva era se abría paso en las páginas de la historia de México.
Legado de la Revolución mexicana
La Revolución mexicana es uno de los episodios más trascendentales de la historia de este país y de toda Hispanoamérica. Algunas de sus consecuencias fue el derrocamiento de la dictadura de Porfirio Díaz tras más de 30 años de permanencia en el poder, así como la amplia participación ciudadana en los diferentes procesos electorales que se fueron sucediendo. También significó el acceso de las clases medias a la administración pública, copada anteriormente por ciertos grupos de poder. Otra de sus aportaciones más importantes fue la recuperación de la propiedad de la tierra por parte del campesinado, aunque las condiciones de vida seguían distando mucho de ser las mejores.
La reforma agraria y los avances sociales se aceleraron en los sucesivos mandatos de Obregón y Calles. Pero sería durante el posterior gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) cuando este proceso llegó a su máximo apogeo. A su vez, la Constitución de 1917 promulgada durante el proceso revolucionario, sigue rigiendo el destino de México. El 20 de noviembre es celebrado como Día de la Revolución Mexicana, mediante actos conmemorativos de este acontecimiento histórico. No obstante, a pesar del legado revolucionario y de la grandeza de sus figuras como Zapata y Villa, México todavía aspira a solucionar los problemas relacionados con la pobreza y la justicia social de una parte significativa de su población.
Bibliografía:
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