La batalla de Lepanto ha pasado a la historia por ser la gran victoria de la monarquía de Felipe II contra el Imperio otomano, pero también por haber sido la jornada que le valió a Miguel de Cervantes el sobrenombre de «el Manco de Lepanto«.
Hubo un tiempo en el que el oficio de las letras y el de las armas eran compatibles y se fortalecían mutuamente. La historia de España está llena de personajes que se batieron con el mismo éxito sobre el campo de batalla que sobre un legajo. Hombres como Bernal Díaz, Garcilaso, Cieza de León, Lope… y el culmen de de los cúlmenes, el “Príncipe de los Ingenios”: don Miguel de Cervantes Saavedra.
Un aventurero en la pugna por el Mediterráneo
Huido de la justicia desde 1569 por un supuesto duelo con trágico final, Cervantes recaló en Italia y no tardó en enrolarse en el ejército más laureado del momento. En los Tercios rellenará parte de su expediente militar en las distintas casillas de un Mediterráneo infestado por la piratería berberisca y amenazado por un Imperio otomano que ganaba posiciones a pasos agigantados.
Cervantes se enroló en los Tercios justo cuando la situación del Mediterráneo comenzaba a agudizarse
En mayo de 1571, ante la agresión turca en el Mediterráneo, el Papa Pío V consiguió reunir a los estados cristianos más expuestos del Mare Nostrum. La alianza pasará a la historia como la Liga Santa y estará compuesta por: la Monarquía Hispánica, los Estados Pontificios, la República de Venecia, el Ducado de Saboya, la República de Génova, el Gran Ducado de la Toscana y las órdenes militares de Malta, San Lázaro y San Esteban. En total, los estados católicos lograron reunir la nada despreciable suma de 204 galeras, 6 galeazas, 26 fragatas y unos 50.000 hombres. Pío V pondrá la rúbrica simbólica a una alianza que, de facto, será encabezada por Felipe II, único mandatario en posición de aportar los recursos y fuerzas necesarias para plantar cara al ciclón del sultán Selim II.
En 1571 el papa Pío V solicitó la formación de la Liga Santa para hacer frente a la amenaza turca en el Mediterráneo. Felipe II sería la cabeza de la alianza y su mayor respaldo
Si bien es cierto que Venecia fue la potencia que más naves puso al servicio de la causa —y la que más se jugaba—, unas 134, la monarquía española hubo de reforzalas con tripulación, amén de costear prácticamente la mitad de la Liga. A ello habría que añadir unas 90-160 embarcaciones —juntando las aportadas por sus posesiones europeas y aliados tradicionales— y alrededor de 8.160 soldados (españoles, italianos y alemanes, principalmente) pertenecientes a los reputados tercios. A la cabeza de todo este aparato militar quedaba don Juan de Austria apoyado en su buen maestro don Álvaro de Bazán.
La más alta ocasión que vieron los tiempos
El 7 de octubre de 1571 las dos armadas se tuvieron frente a frente en el golfo de Lepanto. El resultado de la batalla no sólo pasaba por determinar el futuro del Mediterráneo. Para los soldados la ocasión significaba mucho más que eso. Les daría la oportunidad enseñorear la fe y poder brindar con orgullo la victoria a sus respectivos mandatarios y generales. En pocas palabras, significaba pasar a la Historia.
Cervantes lo sabía y, aunque aquel día se encontraba bastante enfermo, las fiebres no pudieron frenar al de Henares que pidió expresamente salir a cubierta junto a sus compañeros para entregarse de lleno “en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.
Cervantes era consciente de que la batalla de Lepanto pasaría a los anales de la Historia. Por eso, y pese a su mal estado de salud, exigió salir a cubierta a pelear
La galera Marquesa, a bordo de la cual navegaba, se encontraba casi al extremo del flanco izquierdo de la formación cristiana, justo la parte que sufriría lo más duro de la batalla, pues debía aguantar la maniobra de envolvimiento otomana. Cervantes, a pesar de su estado, exigió a su capitán un puesto en primera línea.
Así lo atestiguaron el alférez Gabriel Castañeda y el soldado Mateos de Santiesteban en 1590, cuando ante notario juraron que el capitán le conminó a guardar reposo: “Que pues estaba malo, no pelease y se retirase y bajase debajo de cubierta de la dicha Galera, porque no estaba para pelear”. A lo que Cervantes respondió gravemente ofendido: “Señores, en todas las ocasiones que hasta hoy en día se han ofrecido de guerra a Su Majestad y se me ha mandado, y servido muy bien, como buen soldado; y ansí, ahora, no haré menos, aunque esté enfermo y con calenturas; más vale pelear en servicio de Dios y de Su Majestad, y morir por ellos, que no bajarme so cubierta”.
Cervantes luchó a bordo de la galera «Marquesa», resistiendo la parte más dura de la batalla y defendiendo con denuedo su posición
Rodríguez González dirá que “Cervantes sabía bien lo que era, lo que había hecho y lo que se esperaba de él como soldado”. Así pues, se le asignaron unos 12 hombres para que cumpliera con la defensa del fogón y del esquife de la galera, baluarte y última resistencia en caso de abordaje. Cervantes se batiría con denuedo y energía, dejándose el alma por su vida y la de sus compañeros.
A las cuatro de la tarde, quemados los últimos cartuchos de pólvora, los cañones comenzaron a callar y los aceros dejaron de tañer y escupir sangre. La cabeza de Alí Bajá, ensartada en una pica, era exhibida con gran alarde en su propia nave a la vista de las embarcaciones cercanas. El ánimo de los otomanos se derrumbó con el mismo dramatismo con el que los bizantinos vieron caer las murallas de Constantinopla ante sus antepasados un siglo antes. La batalla había terminado.
«El Manco de Lepanto» y las consecuencias de la batalla
La campaña de Lepanto se saldó para los otomanos con la pérdida de más de 200 embarcaciones (entre hundidas, quemadas y capturadas), unos 40.000 muertos, entre los que se contaba el líder de la armada Alí Bajá, y unos 8.000 cautivos. Por su parte, la Liga sufrió la pérdida de unas 13 galeras y alrededor 10.000 muertos, a los que Cervantes, con sincera camaradería, ensalzará diciendo que “más ventura tuvieron los cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron”.
A este saldo cabe añadir más de 8.000 heridos, entre los cuales se encontraba Cervantes, que defendiendo su posición recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda. Fruto de estas heridas, la mano izquierda de Cervantes quedará inmóvil, anquilosada de por vida, aunque no por ello dejó impedido a su amo, ahora bautizado con el sobrenombre de “el Manco de Lepanto”. No fue el único perjudicado, la pelea a bordo del Marquesa fue cruenta. Además de otros 120 heridos, murieron 40 soldados, incluido el capitán de la galera Antonio de Sancti Petri.
El saldo de la batalla de Lepanto fue terrible. El propio Cervantes quedó manco de por vida perdiendo la utilidad de una de sus manos
Días después, don Juan de Austria visitó el hospital de Messina, donde Cervantes se recuperaba junto a los demás heridos de la jornada que puso fin al mito de la invencibilidad turca. Allí conoció al joven escritor, por quien se preocupó holgadamente al saber de su valor, en recompensa por el cual le concedió 3 escudos de ventaja mensuales, a los que posteriormente se sumarían otros 22 al reconocerle haber sido uno de los soldados más distinguidos de aquel día.
Cervantes pasó casi 7 meses en el hospital y, lejos de afligirse por su lisiadura y los estragos del combate, continuó sirviendo como soldado. Tiempo después, entregado plenamente a la escritura, dejaría testimonio de sus epopeyas en sus afamadas novelas.
Bibliografía:
- Henry Kamen. Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714.
- Magdalena de Pazzis Pi y Corrales. Tercios del mar: Historia de la primera infantería de Marina española.
- Manuel Fuentes Márquez. Cervantes, soldado ejemplar. En «Laus Hispaniae» nº1.