Tras la conquista de América nació una sociedad compuesta por dos grupos humanos con una identidad cultural y étnica propias que, bajo la autoridad de la Corona, y amparados en un cuerpo legal muy particular, gozaron de cierta autonomía. Una sociedad dinámica que evolucionó a lo largo de tres siglos y que el virrey Francisco de Toledo bautizó en 1570 como: «La República de españoles y la República de indios».
La República de españoles
La República de españoles estaba formada por los colonos que cruzaron el Atlántico y decidieron afincarse en las Indias. Unos pobladores cuidadosamente seleccionados por la Casa de la Contratación que, lenta y paulatinamente, fueron llegando al nuevo continente. Se trataba de un conglomerado muy homogéneo, cultural y étnicamente, pero de una amplia variedad social.
Los primeros colonos y los conquistadores significaron el primer contingente humano de la naciente República: hombre, generalmente joven, que mediante su arrojo e inversión trata de conseguir los elementos señoriales propios de la nobleza castellana.
La República de españoles estaba formada por los españoles que decidieron afincarse en las Indias. Se trataba de un conglomerado muy homogéneo, pero de una amplia variedad social.
Pronto la meritocracia conquistadora fue dejando paso a la gracia pecuniaria. En una sociedad tan teatralizada, donde el estamento nobiliario era el modelo a imitar, una vez la Corona abrió el canal de la venalidad por sus necesidades económicas, las clases adineradas corrieron a adquirir los puestos más prestigiosos de la administración y el hábito de la orden religiosa pertinente, que les harían gozar de una preeminencia social acreditada.
Por debajo se encontraba la población blanca vinculada a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales: funcionarios reales, médicos, abogados, herreros, zapateros… Y en los últimos escalones: mestizos, mulatos y otros grupos étnicos libres (adscritos a dicha República), artesanos no gremiados,
marginados e inadaptados.
La República de indios
Del otro lado tenemos la República de indios, conformada por los llamados indios o naturales. Un colectivo de creación española cuyo componente era verdaderamente complejo y heterogéneo, con unas relaciones de dominio muy distintas a las de los conquistadores y una cultura, en parte compartida, pero con profundas diferencias internas.
Esta República respondía al interés de la Corona por mantener al colectivo indígena alejado de las actividades políticas más relevantes y, en principio, conservar sus usos y costumbres siempre y cuando no fueran en contra de la legislación castellana y de la religión católica. Para ello la Monarquía se cuidó a la hora de promulgar los cuerpos legislativos que respaldasen y protegiesen la condición del indio, como fueron las Leyes de Burgos de 1512 y las Leyes Nuevas de 1542.
La República de indios la conformaban los nativos. Un grupo complejo y heterogéneo con tierras, leyes y autoridades propias. Estaban agrupados en cabeceras para un mejor control y proceso de asimilación
En el fondo, la Corona estaba poniendo en marcha una locomotora de aculturación y asimilación. La sola creación del término indio como definición del colectivo rompía con los esquemas mentales de los naturales. Los nativos fueron agrupados en cabeceras, movilizados de sus tierras de origen y conviviendo (en muchos casos) con grupos antagónicos. Pero, a fin de cuentas, vivían en un solar propio, donde las tierras eran de la comunidad, se regían bajo su propio cabildo y ellos mismos elegían a sus gobernadores, alcaldes regidores y alguaciles.
¿Por qué este ordenamiento? Para un mejor control y por el fomento de la actividad misional cristiana, principal vía de integración. Así lo indicaba Carlos I en 1551 a través de una Real Cédula: «los indios sean reducidos a pueblos y no vivan divididos y separados por montañas y colinas, desprovistos de todo beneficio espiritual y temporal».
Una lenta y progresiva integración
¿Cómo se logró la integración? No fue un proceso fácil ni rápido, ni tampoco se desarrolló de la misma forma ni con la misma intensidad en todo el continente. En primer lugar, referir el trato dispensado por los españoles a las élites indígenas, cima de la República de indios y engranaje clave en la sociedad, a las cuales mantuvieron en sus cargos en la mayoría de ocasiones. Llamados a participar de ciertas instituciones, con permiso de lucir blasones propios y otras dignidades propias de la nobleza española, pronto se integraron en la nueva realidad.
De otro lado, remarcar la importancia de la ciudad como elemento integrador. En cuanto los nativos se afincaban en la ciudad, automáticamente abandonaban la República de indios y dejaban de tributar como miembros de ella. Frente al campo, la ciudad incitaba a adoptar las costumbres españoles por inercia: vestimenta, alimentación –vino al pulque-, festividades, jerga…
La integración cultural del indio no fue fácil ni rápida. Varios elementos actuaron como agentes activos del proceso de aculturación: ciudades, instituciones…
Como bien indicaba Alfonso García-Gallo: «pese a sus profundos contrastes, que justificaban un tratamiento legislativo distinto, ambas repúblicas estaban llamadas a unirse«. Nuevos factores permitieron configurar un ordenamiento social original y con una evolución propia, en la que irremediablemente iba inserta el destino integrador multiétnico.
Fue un proceso lento pero continuado en el que irremediablemente los criterios de los conquistadores se impusieron a los de los conquistados, pero que paradójicamente gozó de un trasvase cultural bidireccional que alimentó una nueva idiosincrasia en un continente genuino.
Bibliografía:
-Serrera Contreras, Ramón María. La América de los Habsburgo (2011).
-García-Gallo, La constitución política de las Indias españolas (1972).