Tras dar esquinazo a las seductoras Sirenas, Ulises y sus hombres prosiguieron su periplo. Después de un trágico episodio en el que perdió a los pocos marineros que le quedaban y tras permanecer atrapado en la isla de la ninfa Calipso, Ulises llegó a la recóndita tierra de los feacios, esperando el anhelado regreso a su hogar.
Las vacas del Sol
Muy debilitados por tantos avatares, la expedición de Ulises alcanzó el estrecho de Caribdis y Escila, dos abominables monstruos marinos que devoraban todo a su paso. Aunque se perdieron varios hombres, la embarcación pudo sortear el peligro y arribar a una isla llana y verde, aparentemente inofensiva. La tripulación de Ulises estaba hambrienta después de varios días sin probar bocado. Por esta razón, se adentraron en lo desconocido armados con arcos, lanzas y espadas en busca de alguna presa suculenta. Tal vez pudieran atrapar algo. Pero parecía que aquel lugar solo contenía prados y fuentes de agua. Aún así, pronto tuvieron un golpe de suerte: más allá de una colina pacían unas hermosas vacas blancas del dios del Sol.
A pesar del esplendoroso festín que se avecinaba, Ulises advirtió a sus hombres de dejar en paz a aquellas reses tan tentadoras. Pero aquel sabio consejo no sentó demasiado bien a sus compañeros de aventuras, pues estaban literalmente muertos de hambre. Sin embargo, al verlos tan abatidos, Ulises se ofreció a seguir explorando la isla para conseguir algo de comida. El héroe griego estuvo todo el día dando vueltas sin resultado. Cuando regresó se encontró con el mayor de los desastres: dos vacas habían sido sacrificadas, una de ellas estaba siendo devorada por la tripulación y la otra estaba en espera para ser ofrecida a los dioses. Ulises no pudo soportar semejante acto de insensatez e increpó a sus hombres.
“-¿Pero qué estáis haciendo?-les dijo-¿Acaso no os dais cuenta de que vais a desatar la cólera de los dioses? ¿Qué clase de hombres sois que no podéis aguantar el ayuno? ¿Es que el estómago es más importante que vuestra razón? Huyamos antes de que caiga sobre nosotros la desgracia del rey del firmamento-”. Antes de que se dieran cuenta, el cielo se había oscurecido y un fuerte viento soplaba. Todos acudieron raudos a la costa para subirse al barco y partir sin demora de aquella isla. Quizás todavía podían cambiar su suerte. Pero entonces una ola gigantesca engulló a la embarcación y toda la tripulación murió ahogada. El único superviviente fue Ulises, quien no había osado probar la carne de las vacas sagradas.
Nuestro emblemático héroe pudo asirse a un trozo de mástil del barco para salvarse. En un momento dado, volvió a pasar por el estrecho de Caribdis y Escila y a punto estuvo de ser tragado si no llega a ser por una higuera que crecía cerca de una cueva a la que se agarró en un último suspiro. Cuando el monstruo marino soltó el agua que llevaba dentro, Ulises salió despedido y para su mayor suerte, pudo atrapar otra vez el trozo de mástil. En estas condiciones estuvo a la deriva hasta que alcanzó una playa. Finalmente quedó inconsciente entre unos matorrales a la espera de ser socorrido por algún alma bondadosa. Ahora se encontraba solo y desvalido. ¿Qué nuevas pruebas aguardaban al rey de Ítaca?
La ninfa Calipso
La siguiente aventura para Ulises transcurrió en la isla de Ogigia, hogar de la ninfa Calipso, hija del titán Atlas. Para su desgracia, este salvaje emplazamiento se acabó convirtiendo en una cárcel. Calipso pretendía mantenerlo retenido con el fin de ser su nueva esposa. Además le prometió la inmortalidad y la juventud eterna, una oferta difícilmente rechazable. Pero a pesar de las promesas de la hermosa ninfa, Ulises tenía la firme intención de reencontrarse con su amor verdadero, Penélope. Finalmente, los dioses del Olimpo intercedieron por el héroe griego para que retornarse a su hogar. Todos menos Poseidón, quien todavía tenía cuentas pendientes con Ulises por haber cegado a su hijo Polifemo.
Por mediación de Atenea, el dios mensajero Hermes fue enviado a Ogigia para hacer partícipe a Calipso de la decisión irrevocable de Zeus: Ulises debía partir. Así fue como la ninfa tuvo que renunciar a su deseo más profundo. Ni siquiera alguien como ella podía cambiar la voluntad divina. Mediante la construcción de una balsa improvisada, el rey de Ítaca se echó a la mar rumbo a su destino. Pero entonces Poseidón, furioso por sus acciones pasadas, le envió una tempestad tan violenta que por poco le costó la vida. La balsa de Ulises se hizo añicos ante el feroz rugido de las olas. Solo la intervención de la diosa del mar Leucotea, quien le convenció de quitarse sus pesadas ropas para asirse a su velo protector, le salvó en última instancia. Estando a punto de morir ahogado, Ulises pudo alcanzar un lugar seguro.
El país de los feacios
El sitio donde había llegado Ulises no era otro que Feacia, patria del rey Alcínoo y de la reina Arete. La hija de ambos, llamada Nausícaa, se encontraba jugando con sus criadas en la playa cuando encontraron a un hombre desnudo y moribundo. Ellas se encargaron de asistirle, vestirle y curarle las heridas además de proporcionarle comida y bebida. Pero cuando Nausícaa le quiso preguntar por su nombre, este no supo responder. Ulises había perdido totalmente la memoria, no recordaba quien era ni de donde procedía. Quizás porque veía en él algún rasgo de nobleza, la princesa le llevó hasta la ciudad y le indicó el camino para llegar hasta el palacio de su padre.
Ulises fue bien recibido por los reyes de Feacia, quienes ya habían sido informados de su extraña aparición. Nausícaa empezó a mostrar especial predilección por aquel extranjero tan rodeado de misterio. Por esta razón, Alcínoo creó oportuno organizar unos juegos en su honor. Ulises no quiso ser menos y participó en ellos con tal maestría que superó a los atletas más fuertes y preparados. Esto no hizo sino incrementar el interés que ya sentía Nausícaa por el héroe griego. Tan solo un mes después de su accidentada llegada, Ulises se había ganado el respeto y la admiración de todos los lugareños. No había sido para menos, desde luego. Después de los juegos, se celebró un gran banquete en reconocimiento de la pericia del enigmático náufrago.
Durante aquella fiesta, Alcínoo entregó a Ulises la mano de su hija Nausícaa, quien estaba perdidamente enamorada de aquel hombre. Los presentes allí reunidos, llenos de alegría, brindaron en honor de los prometidos. Pero entonces todo cambió en un instante. Un aedo que había sido llamado para amenizar la fiesta, se encargó de narrar las hazañas de los héroes de Troya. Ulises que hasta entonces no había logrado recordar nada de su persona, rompió a llorar al escuchar los bellos versos acerca de sus aventuras. Alcínoo quiso saber la razón de su repentina tristeza y para gran sorpresa de todos, Ulises afirmó ser el rey de Ítaca a quien los dioses le habían dificultado el retorno a su hogar, donde todavía le esperaban pacientemente su esposa e hijo. En ese momento, el hermoso rostro de Nausícaa quedó desencajado por el dolor. Su amor por Ulises no podía hacer nada contra un pasado tan poderoso como aquel.
El náufrago desconocido por fin había revelado su identidad. Y vaya sí lo hizo. Ulises empezó a relatar una a una todas sus andanzas: la flor del olvido, su encuentro con el cíclope Polifemo, los vientos del zurrón de Eolo, la tentación de Circe y las Sirenas, su descenso al inframundo y el castigo por comer las vacas del Sol. Tras su emotiva intervención, Ulises suplicó a su interlocutor que le ayudase a regresar a su patria. Alcínoo se apiadó de aquel pobre marinero y le prestó un barco, pues Ítaca no se hallaba demasiado lejos de Feacia. El héroe griego no le pudo estar más agradecido y antes de emprender su marcha se despidió de los reyes y de la bella Nausícaa, quien había perdido a su prometido para siempre. Pocos días después, Ulises consiguió llegar por fin a Ítaca en una embarcación extranjera. Así se lo había predicho el adivino Tiresias. Pero antes de poder estar con sus seres queridos, le esperaba una última y arriesgada prueba.
Reflexión del mito
Dentro de estas narraciones de La Odisea, volvemos a presenciar como los hombres de Ulises acaban desatando el caos llevados por su impaciencia. Al devorar sin contemplaciones las vacas del Sol, provocan la ira de los dioses, quienes como castigo hunden su embarcación. El único que queda con vida es el propio Ulises, el cual ya les había avisado de las consecuencias de sus actos (sin mucho éxito). Si no somos capaces de doblegar nuestros instintos, en este caso el hambre, nos enfrentaremos a situaciones impredecibles.
Es en este punto de la historia donde encontramos quizás unas de las pruebas más difíciles y simbólicas para Ulises: renunciar a la inmortalidad y la gloria eterna a cambio de su reencuentro con Penélope. Aunque cualquier mortal hubiera aceptado de buena gana el ofrecimiento de la ninfa Calipso, el rey de Ítaca sigue firme en su propósito. La voluntad de los dioses en este sentido era inapelable, Ulises debía regresar a su hogar. No obstante, todavía quedaba sin zanjar la venganza de Poseidón. Como siempre, los humanos quedan al caprichoso arbitrio de los dioses, sin poder hacer nada al respecto.
Después de sufrir tantos trances, el héroe griego acaba en el país de los feacios. Es aquí donde Ulises no solo pierde sus recuerdos, sino también la condición de sí mismo. De no haber sido por las narraciones del aedo acerca de sus aventuras, quizás nunca hubiese regresado a Ítaca y se hubiese desposado con la bella Nausícaa. Pero como bien ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad, ninguna persona puede eludir su pasado, ni siquiera el valiente Ulises. Finalmente, la profecía del adivino Tiresias se había cumplido. Tan solo restaba el último paso de la misión.
Bibliografía
-Commelin, P. (2017). Mitología griega y romana. La Esfera de los Libros, S.L.
-Goñi, C. (2017). Cuéntame un mito. Editorial Ariel.
-Hard, R. (2004). El gran libro de la mitología griega. La Esfera de los Libros, S.L.
-Schwab, G. (2021). Leyendas griegas. Editorial Taschen.