Crónica de una muerte anunciada: La política exterior colombiana desde la secesión hasta la perdida de Panamá.

En 2006, el politólogo estadounidense James Rosenau publicó, en su libro Study of World Politics, el capítulo titulado pre-theories and theories of foreign policy, un estudio que pretendía servir como base neurálgica para la construcción y análisis de la política exterior de un estado en específico. A lo largo de su estudio, Rosenau proponía, entre otros argumentos, una serie de variables que podían manipular, desde diversos ámbitos, la política exterior de los estados. Es precisamente la serie de dimensiones que Rosenau propuso en su estudio la herramienta principal que, creemos, nos será útil para presentar una anatomía integral de la política exterior del estado colombiano desde su independencia, en 1820, hasta la pérdida de Panamá en 1903. 

Para llevar a cabo nuestro análisis, hemos escogido las dos de las cinco dimensiones propuestas por Rosenau que, sostenemos, pueden explicar de manera más holística las vicisitudes de la política exterior colombiana a lo largo del periodo histórico propuesto anteriormente. La primera de estas variables, la idiosincrática, comprende “las idiosincrasias de quienes toman las decisiones que determinan e implementan las políticas exteriores de una nación” (Rosenau, 2006, p. 172). Esta variable estudia todo aquello que construye la identidad del líder: su historia personal, sus ambiciones, sus gustos, etc. 

La segunda dimensión que hemos elegido para llevar a cabo nuestro estudio es la sistémica, que engloba todo lo relacionado con los factores “no humanos de una sociedad” (Rosenau, 2006, p. 173). Entre las variables “no humanas” que la dimensión sistémica incluye en su rango encontramos desde realidades geográficas hasta el tinte ideológico de estados rivales, pasando por “todas aquellas acciones que se verifican en el extranjero y que condicionan o influyen de alguna manera en las decisiones de los funcionarios” (Rosenau, 2006, p. 173).

En primer lugar, las variables idiosincráticas resultan útiles para analizar, sobre todo, el pensamiento del principal tomador de decisión del país desde la independencia hasta su propia muerte: Simón Bolívar. Para la aplicación de la variable idiosincrática a Bolívar, hemos decidido hacer énfasis solamente en el pensamiento del libertador y no en el de otros estadistas contemporáneos a este, ya que siempre han sido los presidentes los que han ejercido una mayor influencia en el proceso de formulación de la política exterior del país, siendo este “presidencialismo” propio no solamente de Colombia, sino de otros países hispanoamericanos (Vázquez, 1996; Bywaters, 2014; long et al, 2020).

El Libertador (Bolívar diplomático), 1860. Óleo sobre tela 107×69 de Aita (seudónimo de Rita Matilde de la Peñuela, 1840-?), localizado en la colección de arte del Banco Central de Venezuela.

El periodo Bolivariano muestra de qué manera la personalidad y las preferencias ideológicas de Simón Bolívar influyeron en la política exterior colombiana. En primer lugar, encontramos entre estos elementos idiosincráticos el idealismo que siempre caracterizó al libertador. Este idealismo se reflejó en su deseo de constituir una unión entre la Nueva Granada y Venezuela, siendo este uno de los principales bastiones de la política exterior del comienzo del periodo bolivariano. Decimos que este proyecto era un reflejo de su idealismo por el simple hecho de que, desde una perspectiva realista, esta unión era tremendamente improbable en ese momento, ya que la campaña independentista, que serviría de base para el plan de Bolívar, nunca había recibido mucho apoyo de los círculos populares (Anderson, 1993; Ospina, 1988; Palacios, 2002). Simplemente no podía constituirse inmediatamente una unión del tipo soñado por Bolívar en una región en la que una guerra civil había enfrentado a la población de la misma por casi diez años, destruyendo su economía y sobre todo su cohesión interna, la cual había sido lacerada de manera importante cuando la corona española perdió el control de sus provincias americanas. En ese sentido, Maltby (2009) expresa: “Allegiance to the Crown had provided the colonies with an ideological basis for cohesion that was now lost” [la lealtad a la corona le había dado a las colonias una base ideológica para la cohesión que estaba ahora perdida] (p.514). Fue el idealismo del libertador lo que le impidió ver tamaño obstáculo para la unión, la cual, a pesar de haberse “realizado” durante un tiempo, “existió mientras vivió Bolívar, y el fenómeno no tuvo ninguna profundidad en los pueblos que un día la integraron” (Ospina, 1988, pp. 131-132).

Otro rasgo idiosincrático que encontramos en el pensamiento de Bolívar es su liberalismo. Nacido en una de las familias que “en la época de la dominación española constituían la nobleza criolla en Venezuela” (Marx, 2001, p. 11), Bolívar fue enviado a temprana edad a recorrer los principales centros culturales de Europa, en donde recibiría una formación claramente liberal. Este tinte ideológico quedaría expuesto en su estima por el liberalismo constitucional inglés (Vázquez, 1996) así como en sus cartas de Jamaica, en donde, al escribir sobre los prospectos de uno de sus proyectos en temas de política exterior, la unión granadina-venezolana, Bolívar afirmó que la grandeza de este proyecto estaría dada “menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria” (Bolívar, 1815, como se citó en Ospina, 1988), mostrando así la importancia del liberalismo para uno de sus proyectos de política exterior.

Pero una formación liberal no fue lo único que Bolívar conservó de sus viajes por Inglaterra y Francia. Fue en estos países donde el libertador también adquirió un particular gusto por la literatura francesa que conservaría hasta su muerte (Marx, 2001), así como una afición por la cultura y “las costumbres parlamentarias inglesas” (Vázquez, 1996, p. 501). Gullo (2021) afirma: “Fue a través de la lectura de esas dos obras [L’histoire des deux indes y la riqueza de las naciones] como el joven Simón Bolívar quedó subordinado ideológicamente al imperialismo cultural francés y británico” (p. 92). Esta afinidad ideológica puede explicar, en materia de política exterior, el constante acercamiento a Inglaterra hasta la conformación de una virtual alianza (Vázquez, 1996). Fue tal la cercanía que la política exterior bolivariana creó entre Inglaterra y la gran Colombia, que algunos autores han señalado a esta relación como la culpable de que el nuevo estado, y los que irían apareciendo con la degradación de la gran Colombia, se volvieran “semicolonias de su graciosa majestad británica” (Gullo, 2021, p. 93). 

La dimensión sistémica también nos arroja elementos importantes para construir una visión integral de la política exterior colombiana. El primer elemento sistémico influyente para el proceso decisorio de la política internacional de nuestro país fue la encrucijada geopolítica en la que Colombia se encontraba después de su independencia. España, que había ostentado el gobierno de la mayor parte de América por trescientos años, aún mantenía al norte la isla de Cuba, el oriente de la española (actual república dominicana) y Puerto Rico, mientras que, al sur, en Perú, los realistas contaban con un fiero ejército en el cual “la mayoría de los soldados eran indios y mestizos pobres de habla quechua, y el resto, criollos, negros y pardos hispanoparlantes” (Gullo, 2021, p. 304). Estos bastiones realistas representaban para Colombia una amenaza latente para su supervivencia, ya que, de seguir siendo algunas Antillas mayores y Perú provincias españolas, el riesgo de una reconquista que matara el proyecto republicano estaba a la vuelta de la esquina1. Esta fue la principal razón por la cual la política exterior colombiana, de la mano de Bolívar, tuvo como prioridad a corto plazo la liberación del Perú, así como una posible invasión a la Cuba española que fue obstaculizada por los intereses británicos y estadounidenses en la zona (Osorio, 1988).

El segundo factor sistémico para resaltar sigue teniendo que ver con España. Nos referimos a la ideología imperial que caracterizaría a España desde el nacimiento de su imperio, con la conquista de Melilla y las canarias, hasta 1898 con la perdida de sus últimas provincias ultramarinas. Esta ideología imperial era, sin embargo, diferente de la de otros imperios, y esta distinción es importante para entender de qué manera influyó en la política internacional colombiana. Esta diferencia está dada por el carácter generador del imperio hispánico. El filósofo marxista Gustavo Bueno (2000) explica: “Un imperio generador es cuando, por estructura, y sin perjuicio de las ineludibles operaciones de explotación colonialista, determina el desenvolvimiento social, económico, cultural y político de las sociedades colonizadas, haciendo posible su transformación en sociedades políticas de pleno derecho” (p. 465). El carácter generador del imperialismo español hizo que las autoridades imperiales no consideraran a América como una serie de colonias corrientes, sino como una extensión del territorio metropolitano (Levene, 1973). Esta perspectiva llevaría a España a mostrarse totalmente reacia a aceptar la independencia de sus provincias ultramarinas, estando dispuesta a pelear hasta conseguir la subyugación de aquellos a los que consideraba rebeldes secesionistas. Esta negativa a reconocer la independencia de los nuevos estados marcaría una pauta en la política exterior colombiana, la cual pasó de buscar a toda costa la paz con España (que fracasaría por la obstinación española a reconocer la independencia de un territorio que, más que colonial, consideraba neurálgico y propio) a tratar de crear un sistema de alianzas para expulsar y alejar el poder español de América (Ospina, 1988).

El tercer factor sistémico que contamos marca la mayor parte del periodo “post-bolivariano” hasta 1903: Es el alzamiento de Estados Unidos como candidato a hegemón. La caída del imperio hispánico en América contribuyó a una creciente influencia estadounidense, cuyo principal objetivo se haría manifiesto con su doctrina Monroe. Esta declaración de politica exterior, sumada al deterioro de las relaciones con Inglaterra por la intervención de este país en la Mosquitia que Colombia reclamaba como suya, llevó a Miguel Mallarino, importante tomador de decisión en materia de política exterior en tanto presidente de la república, a apresurarse a cambiar la virtual alianza con Inglaterra que se había cosechado desde tiempos de Bolívar por otra con Estados Unidos (Vásquez, 1996), pensando que los planes estadounidenses de “América para los americanos” eran inclusivos de otros estados y no una simple estrategia de política exterior para convertir al resto de América en el patio trasero del imperio estadounidense. Mallarino y Mosquera debieron darse cuenta, con el rechazo estadounidense a las alianzas que México y Colombia enviaron (Vásquez, 1996),  la brutal perdida de territorio que México sufrió ante Estados Unidos con el tratado de Guadalupe-Hidalgo, y antes de su apresurado tratado (el famoso Millarino-Bidlack), de que “el enemigo estaba en el norte» (Guevara, 1955, como se citó en López, 1974), y no era ya la España imperial, sino los Estados Unidos, que terminarían arrebatándole a Colombia, con base en los términos del torpe tratado impulsado por Mosquera y Mallarino, el istmo de Panamá (Vásquez, 1996).

La política exterior colombiana tuvo, desde su independencia hasta la perdida de Panamá, una serie de estrategias dirigidas a moldear la situación de nuestro país en el marco del sistema internacional de una u otra manera. Cada una de estas estaba compuesta por una serie de elementos que, en conjunto, constituyen los ingredientes para la construcción de una estrategia de política exterior holística que, en efecto, proponga respuestas a los retos que el sistema internacional le impone a los distintos estados.

A lo largo de este texto, ofreceremos un análisis integral de esos elementos que, consideramos, forman la base neurálgica para la construcción de una estrategia de política exterior. En ese sentido, repasaremos no solamente los distintos medios, modos, objetivos, amenazas, riesgos y desafíos que se hicieron evidentes a lo largo del periodo histórico que comienza con la independencia de nuestro país hasta la perdida de Panamá en el año 1903, sino que también trataremos los distintos factores domésticos y sistémicos que pudieron haber influido en las características de cada uno de esos elementos que logran articularse para crear una estrategia uniforme de política internacional, los cuales, a su vez, estarán ligados a tres factores temático-geográficos a lo largo de este texto: El rol hegemónico de Gran Bretaña, la composición geográfico-política de la América española a comienzos del siglo XIX, y la soberanía Colombiana sobre el istmo de Panamá.

Carta de la República de Colombia dividida en 12 departamentos en 1824. Tomado del Atlas físico y político de la República de Venezuela, 1840.

La primera estrategia de política exterior colombiana a la que queremos hacer alusión hace parte al periodo que llamamos “Bolivariano”, que cubre el periodo histórico que va desde la independencia de nuestro país (y más específicamente desde el congreso de angostura, donde Simón Bolivar fue investido presidente) hasta la disolución de la gran Colombia en 1831. Esta primera estrategia tenía como objetivo conseguir el reconocimiento de la total independencia de Colombia por parte de potencias extranjeras, pero específicamente aquel de la Gran Bretaña. Este objetivo estaba, sin duda alguna, influenciado por un factor sistémico de suma importancia: el rol de hegemón del que Inglaterra gozaba ya desde el siglo XVIII. En efecto, y más allá de las simpatías culturales e ideológicas que Bolívar sentía por Inglaterra, el libertador “siempre pensó en la necesidad de la influencia inglesa -la primera potencia naval y económica de su tiempo- para consolidar la independencia de la Nueva Granada, Venezuela y las repúblicas que habían liberado en América meridional” (p. 623). 

Esta estrategia utilizó, como medio principal para alcanzar el objetivo ya descrito, la búsqueda de un tratado de paz con España. En efecto, ya muchos colombianos consideraban que la guerra entre España y Colombia era fratricida, y terminarla era importante no solo para acabar con lo que Francisco Zea consideraba una masacre entre hermanos (Ospina, 1988), sino para comenzar a construir relaciones diplomáticas con otras potencias europeas en calidad de estado independiente basándose en el más básico requerimiento para el establecimiento de esas relaciones interestatales: El reconocimiento (que era, como ya hemos dicho, el principal objetivo de la presente estrategia). Fue tal la importancia que Bolívar y la gran Colombia le dieron a encontrar la paz con España para cumplir sus objetivos de política exterior, que el mero medio en cuestión se volvió una obsesión para el gobierno republicano, el cual estaba dispuesto a “obtener la paz con la metrópoli al precio que fuera, exceptuando el proyecto de monarquías que se ideaba en la corte de Madrid” (Ospina, 1988, p. 132). 

Al objetivo y medio ya analizados se le suma un modo, entendiendo a este como la forma en la cual se logra proceder a la terminación del medio escogido, en el marco de una estrategia de política exterior, para lidiar con un objetivo específico. En ese sentido, el principal modo de esta estrategia fue el uso de la diplomacia directa en la forma de negociaciones diplomáticas entre algunos hombres de estado colombianos enviados a Madrid, siendo los más importantes José Rafael Revenga, Tiburcio Echeverria y el famoso Francisco Zea, y el gobierno español. Los términos del proceso de negociación diplomática que Colombia desplegó para cumplir con el medio de llegar a la paz con España eran muy simples (aunque difícil de aceptar para la monarquía hispánica): Los diplomáticos colombianos estaban llamados a buscar “la celebración de un tratado de paz cuya base fundamental fuera «el reconocimiento por España de la absoluta independencia, libertad y soberanía de Colombia como República o Estado perfectamente igual a todos los demás Estados soberanos e independientes del mundo” (Ospina, 1988, p. 141).

Una serie de desafíos, riesgos y amenazas también fueron importantes a la hora de establecer una estrategia de política exterior en la que el principal objetivo era el reconocimiento de la independencia del país por parte de las grandes potencias, utilizando como medio principal la firma de la paz con España. El principal riesgo constitutivo de esta estrategia era la relación de amistad que la Corona española tenía con la Santa Alianza. La estima de Austria y Rusia hacia España estaba, en gran parte, dada porque el absolutismo fernandino representaba un bastión del antiguo régimen que esos estados europeos defendían, y por ende, era plausible en teoría que los rusos y austriacos pensaran no solamente en no reconocer al estado colombiano, sino en intervenir. La amenaza, en tanto evolución del riesgo en un peligro ahora latente para la supervivencia y los intereses específicos del estado colombiano, se basaba en que la cercanía de la Santa Alianza con España (riesgosa en tanto constituía una teórica posibilidad de intervención) se transformara en un intento real, por parte de los ejércitos ruso y austriaco, de intervenir en América y restablecer el orden imperial. En ese sentido, Ospina (1988) afirma: “el peligro que representaba una probable intervención de la Santa Alianza en favor de España era demasiado inminente para no ser tomado en cuenta” (p. 143). La firma de la paz con España, y los posteriores intentos de establecer relaciones interestatales (entre las cuales podemos contar alianzas como la conseguida por Bolívar con Inglaterra (Vázquez, 1996)) con base en el reconocimiento que los grandes estados le brindarían a Colombia, era la única forma de estar seguros de que la Santa Alianza, en observancia de su alianza con España, no extinguiría al naciente estado colombiano.

El desafío al que Colombia haría frente en el marco de esta primera estrategia era, precisamente, saber tratar con España sacando el máximo provecho de sus modos de negociación diplomática directa para conseguir la tan añorada paz, alejando así el riesgo de que, a medida que pasaba el tiempo y el estancamiento de las fuerzas realistas se hacía más estorboso para el gobierno peninsular, la temida Santa Alianza interviniera militarmente.

La segunda estrategia que, durante su periodo bolivariano, siguió nuestro país, tenía como principal objetivo lograr la adaptación estratégica de la joven republica colombiana al sistema internacional, mientras que el principal medio que exhibió la estrategia colombiana para alcanzar el objetivo ya explicado fue apostar por la liberación de las regiones de Sudamérica que aún permanecían bajo el control de la corona española mediante la movilización de tropas colombianas hacia el sur para luchar contra las fuerzas realistas de esa región. Ospina (1988) afirma: “tropas colombianas iban al Perú a cooperar con la libertad de ese país” (p. 140). Este medio (la liberación total de la región del dominio español) estuvo influenciado por un factor sistémico que volverá a aparecer más adelante, a medida que desglosamos los distintos elementos constituyentes de la presente estrategia: Nos referimos a la presencia de dos bastiones españoles en la región circundante a la gran Colombia: El Perú, al sur, y el Caribe Español al norte. En efecto, la redefinición de las relaciones coloniales que Cuba experimentaba a comienzos del siglo XIX (Santamaría, 2017), sumado a la fidelidad de una parte importante de la población peruana hacia la corona española (Gullo, 2021) hacían que la influencia de este factor sistémico sobre el medio de la presente estrategia de política exterior de Colombia fuera esperable.

El modo que se habría utilizado en el marco de esta estrategia fue precisamente la financiación económica de las campañas militares colombianas que fueron a luchar contra las fuerzas imperiales al sur de nuestras fronteras. Este apoyo económico (a veces en serias dificultades por el complejo estado económico de la gran Colombia durante sus primeros años) a esas campañas, además de concentrarse en Perú, también fue determinante para sostener la lucha independentista de otras regiones2. En ese sentido, Ospina (1988) explica: “De Colombia salió la financiación de la segunda campaña libertadora de Venezuela, y la campaña del sur, que dará la independencia a Ecuador, Perú y creará el estado de Bolivia” (p. 121). Sin esta financiación económica, el cumplimiento del medio escogido por la presente estrategia (enviar tropas hacia el sur para libertar el Perú) no habría sido posible. 

En cuanto a riesgos, amenazas y desafíos, hemos de acotar que el principal riesgo que Colombia enfrentó en el marco de esta estrategia está ligado al factor sistémico de la presencia de fuerzas españolas en la región circundante a la gran Colombia. En efecto, fue el dominio realista del Perú (y el control total que España ejercía sobre Cuba) el principal riesgo que Colombia quiso enfrentar mediante su estrategia de política exterior. Después de todo, los bastiones realistas en América, de seguir unidos a España, podrían servir de plataforma para una reconquista española del territorio ahora colombiano, por lo que era necesario deshacerse de la presencia realista en esas zonas para evitar que el riesgo tomara forma y se consolidara como una amenaza, la cual se habría solidificado si, dejando de ser una mera posibilidad y como le sucedió a un joven México independiente en 1829, la corona española hubiera alistado, en Cuba o en Perú, una expedición de reconquista similar a la dirigida por Pablo Morillo a finales de la primera década del siglo XIX, que hubiera intentado invadir el territorio colombiano con el objetivo de reanexarlo a los territorios gobernados por Madrid. 

Al manejo del riesgo y la amenaza ya expuestos, se le sumaba un complejo desafío que la Colombia bolivariana debía enfrentar si quería llegar a buen puerto con su liberación de América para poder adaptarse estratégicamente al sistema internacional. Este desafío se basó en lidiar con el poco entusiasmo que la población indígena (que componía una parte nada despreciable del espectro demográfico sudamericano) mostraba con las campañas independentistas, directamente derivado de la delgadez social que la campaña libertadora padeció siempre (Anderson, 2021; Palacios, 2002). Importantes lideres indígenas de la época independentista, como Antonio Huachaca, mostraron bien claro el desprecio que una gran parte de la población indígena sentía hacia el proyecto de emancipación hispanoamericano.

Huachaca (como se citó en Corsi, 2009) exclamaba contra los gobiernos republicanos:

Ustedes son mas bien los usurpadores de Religión, Corona y Suelo Patrio…¿Qué se ha obtenido de vosotros durante vuestro poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina en un Reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En qué recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros no cargamos semejante tiranía. (p. 243).

La razón de ser de este problema es explicada por Barea (2017), quien afirma que “el Imperio español hizo durante varios siglos que el milagro e pluribus unum fuera posible, y cuando el imperio faltó, afloraron todas las diferencias de sustrato, que eran enormes, y lo que triunfó fue ex uno, plures.” (p. 844). El riesgo que representaba la falta de cohesión con estos grupos étnicos, intensificado con el colapso del orden imperial, sentaba las bases de una peligrosa situación: La aparición de rebeliones que fragmentaran el control territorial de los nuevos estados y pusiera en jaque la misma unidad territorial y supervivencia de las nuevas republicas. Lidiar con este desafío era clave, ya que la hostilidad indígena hacia la independencia comenzó a sentar preocupantes precedentes como, por ejemplo, la rebelión de Santa Marta, en la que los indígenas del norte de Colombia presentaron una hostil resistencia a las fuerzas patriotas aún después de la batalla de Boyacá, llegando incluso a arrebatar el control de la zona norte de Colombia (la provincia de Riohacha) al gobierno republicano (Cevallos, 1870). Si este tipo de rebeliones, así como la actitud de los pueblos indígenas hacia el proyecto republicano que las causaba, no se manejaban a tiempo, era posible que la liberación del continente del dominio español fuera aún más compleja, y su margen de fracaso podría aumentar exponencialmente.

En el periodo que podemos denominar “post-bolivariano”, también encontramos una estrategia principal que, luego del colapso de la gran Colombia en 1831, el estado colombiano utilizaría hasta la pérdida del istmo de Panamá en 1903. Para comprender la estratagema que Colombia iba a plantear en el periodo histórico ya delineado, hay que tener en cuenta como, luego del colapso del legado grancolombiano de Bolívar, el estado colombiano “buscó llevar vida nueva en el orden interno e internacional” (Vázquez, 1996, p. 497). Este espíritu de renovación basado en el fracaso de un proyecto como el de la gran Colombia, sumado a las agitadoras diferencias entre bolivarianos y santanderistas que empezaron a ser tratadas (probablemente ya muy tarde) llevarían a nuestra política exterior a experimentar una especia de cambio copernicano. En ese respecto, Vázquez (1996) afirma: “En el campo internacional existían cambios profundos respecto a Estados Unidos e Inglaterra” (Vázquez, p. 497).

La estrategia colombiana se constituyó para lidiar con un objetivo claro: Salvaguardar la soberanía sobre Panamá, tratando de asegurar la neutralidad del futuro canal de Panamá. Este objetivo, creemos, estuvo fuertemente influenciado por las pretensiones británicas en la costa oriental de la actual Honduras, conocida en ese momento como la Mosquitia y colindante con la Honduras Británica, actual Belice. El deseo británico de establecer una colonia en la Mosquitia, territorio que Colombia consideraba como suyo por los antiguos límites de la nueva granada virreinal, las que llevarían a una seria degradación en las relaciones entre ambos países, y con razón, ya que “Inglaterra, en un acto de posesión colonial, que pudo ser realizado en un país africano, creó el reino de Mosquitos, sin ningún derecho para hacerlo” (Vázquez, 1996, p. 627). Estas pretensiones coloniales tenían como objetivo, al menos en parte, hacerse con una posición cercana al lugar en donde seria construido el canal de Panamá (Vázquez, 1996). Fue precisamente este factor sistémico en su complejidad el que llevó a Colombia, tal vez apresuradamente3, a ponerse el objetivo de defender la soberanía del istmo de Panamá, así como la neutralidad del canal.

El principal medio de esta estrategia fue, sostenemos, la eliminación de la alianza con Inglaterra que la Colombia Bolivariana había cosechado, cambiándola ahora por un repentino acercamiento a los emergentes Estados Unidos de América mediante la creación del tratado Mallarino-Bidlack, durante la administración de Tomas Cipriano de Mosquera. Las bases para escoger este medio venían ya construyéndose desde antes de la presidencia de Mosquera, y no solamente por el factor sistémico ligado a las pretensiones coloniales de Inglaterra en territorio que, de iure, era colombiano, sino por el pensamiento de Francisco de Paula Santander, que, en tanto variable idiosincrática, influenciaría en este caso en el medio escogido para la presente estrategia. Después de todo, eran claras las simpatías que Santander sentía hacia Estados Unidos, y teniendo en cuenta que Santander “no tenía nexos de amistad con Inglaterra” (Vázquez, 1996, p. 631), no es para nada descabellado ver en el pensamiento de este prócer de la independencia una valiosa influencia en la selección del medio de la presente estratagema. 

Para llevar a buen puerto el conseguimiento del medio propio de esta estrategia, se escogió, como modo, un apresurado proceso de negociación diplomática directa que desembocaría en la confección del ya mencionado tratado Mallarino-Bidlack. Decimos que fue apresurado porque, con tal de conseguir el medio propuesto (verbigracia la alianza con Estados Unidos), Colombia estuvo dispuesta a ofrecer esta vida y la otra, si se nos permite el coloquialismo. Entre los “tesoros” que Bogotá le ofreció a Washington, encontramos la pésima redacción del artículo 35 del tratado, que permitía a los Estados Unidos asegurar la neutralidad del canal incluso contra la misma Colombia, y por otro lado, la eliminación de los derechos comerciales diferenciales, lo cual era insensato porque “celebrar un tratado de comercio eliminando los derechos diferenciales y pactar la neutralidad del futuro canal interoceánico con la soberanía de la nueva granada, no cabían en el mismo documento” (Vázquez, 1996, p. 632).

La estrategia, como siempre, también planeaba responder a un riesgo, una amenaza y un desafío. Para Colombia, la creación de un asentamiento que, en territorio colombiano, le rindiera pleitesía a Londres, era tremendamente riesgoso, porque una vez con un pie bien puesto en la zona, Inglaterra podría tomar aspiraciones mayores. La creación de un protectorado inglés en esa zona podía mutar en la amenaza de que, una vez en Mosquitia, Inglaterra pudiera llegar a arrebatarle a Colombia la tan preciada neutralidad del canal de Panamá. Después de todo, “tanto el gobierno inglés como el francés se negaban a garantizar la neutralidad de la vía interoceánica” (Vázquez, 1996, p. 629), por lo que, una vez establecidos en el actual territorio hondureño, la amenaza de una perdida de neutralidad del canal (y, tal vez, de soberanía colombiana en el área circundante a éste) hubiera sido esperable.

El principal desafío, entonces, que Colombia debería sortear se basaría en encontrar una manera de manejar diplomáticamente a Inglaterra, pero también a Estados Unidos. Después de todo, la ayuda de Estados Unidos para cesar las pretensiones colonialistas inglesas en territorio colombiano era importante, pero era verdaderamente desafiante lograr alejar el peligro colonialista inglés sin alimentar la para nada minoritaria interpretación imperialista de la doctrina Monroe, la cual, para desgracia de Colombia) podría posar sus ojos sobre Panamá.

En suma, creemos que, más allá de las diversas estrategias de politica exterior concebidas por los distintos gobierno de la Colombia independiente para llevar al país y a su posición en el sistema internacional por derroteros más favorables, lo cierto es que las particularidades de la estrategia colombiana tuvo, muchas veces, crasos errores que condenaron a ese país a perder una influencia internacional que ya después de la independencia era paupérrima, siendo un Estado en condición de una especie de cuasi-vasallaje, tanto con Inglaterra durante la vida de Bolivar, como con respecto a Estados Unidos después de la muerte del líder secesionista venezolano. En efecto, el idealismo de los gobiernos colombianos, y su actitud de subordinación frente a ingleses y norteamericanos, constituyeron, parafraseando al nobel de literatura Gabriel Garcia Marquez, la crónica de una muerte anunciada en el contexto de la cual, en términos de influencia exterior y capacidad de maniobra, y durante los primeros cien años de independencia, cada año sería peor que el anterior. 

Citas:

1 La preocupación de Bolívar en lo tocante a la Cuba Española no era para nada infundada. En efecto, la historia le terminaría dando la razón cuando, precisamente desde la isla de Cuba, España envió una fuerza expedicionaria a México con la tarea de reconquistar el territorio (Ruiz de Gordejuela, 2017).

2 Simón Bolívar también pensó en intervenir militarmente en Cuba para liberarla de dominio español, y así expulsar rápida y totalmente al dominio español del continente; sin embargo, los intereses ingleses y estadounidenses, a los que la acción colombiana siempre estuvo subordinada, obstaculizaron tal operación (Vázquez, 1996).

3 Decimos que pudo ser apresurado porque Estados Unidos ya había advertido que, de no negociar la neutralidad del canal con Inglaterra, un conflicto estallaría. Esta advertencia llevaría a la firma del tratado Clayton-Bulwer, que de cualquier manera ya hacía inútiles los propósitos de Gran Bretaña en la zona (Vázquez, 1996).

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    independencias hispanoamericanas. Revista De La Real Academia Hispano Americana
    De Ciencias, Artes y Letras.

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