Corre el mes de noviembre del año 2015. Las calles de la pintoresca ciudad de Dresde, ubicada en el este de Alemania, se ven invadidas por una marea de manifestantes. Sin embargo, esta no es una manifestación ordinaria; las consignas y los gestos de los diez mil participantes revelan una creciente polarización en la sociedad alemana. Los manifestantes, afiliados al grupo de extrema derecha alemán Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), levantan sus voces en un llamado de advertencia contra un enemigo que, según ellos, representa una amenaza existencial: el Islam.
Lejos de ser la excepción, esta imagen se ha vuelto la regla en las grandes ciudades de los Estados del norte, sur y centro de Europa, siendo especialmente jugosos los casos de la ya mencionada Alemania, pero también de Francia (siendo estos los espacios muestrales del presente trabajo por ser los países más populosos de la Unión Europea). El origen de esta problemática data del ya mencionado 2015, cuando la canciller Alemana Angela Merkel decidió promover una política de fronteras abiertas la cual “allowed refugees to enter Germany in unprecedented numbers [permitió la entrada de refugiados a Alemania en números nunca antes vistos]» (Ernst, 2021, párr. 1). Esta política no se restringía al entorno alemán sino que se trataba de exportar a escala europea, en tanto “Merkel suspendió la aplicación del Convenio de Dublím, que obligaba a los refugiados a solicitar asilo en su primer país de entrada en la Unión Europea” (Ali, 2020, p. 109), permitiendo a las olas de migrantes moverse libremente por la Unión. Esta iniciativa de fronteras abiertas ha causado populosas manifestaciones en contra de la expansión de la influencia musulmana en los Estados del viejo continente. Lógicamente, este tipo de protestas han crecido de la mano de una fuerte ola de sentimientos nacionalistas y xenófobos que, a su vez, han sido el caldo de cultivo perfecto para el decidido crecimiento de diversos partidos de extrema derecha, como Vox, en España, Rassemblement National Y Reconquete! en Francia, Fratelli d’Italia en el país homónimo, y otros como Amanecer Dorado en Grecia y verdaderos finlandeses en Finlandia, los cuales, más allá de alinearse con posturas ultraderechistas, pueden ser considerados como partidos tácitamente fascistoides (Xenakis, 2012; Kravva, 2003; Chapelle, 2020).
Más allá de las divergencias ideológicas y programáticas de estos partidos, y gracias a la ola de rechazo a lo musulmán que los han fortalecido, lo cierto es que todos ven en el Islam una confesión violenta, y una amenaza latente a la seguridad europea. Por ejemplo, y para exhibir algunas declaraciones de los partidos políticos anteriormente mencionados, el líder del partido derechista francés Reconquete!, el periodista Eric Zemmour, ha dicho, en relación a su preocupación por la “invasión” musulmana que, a su modo de ver, el país galo sufre, que “Le grand remplacement touche toute la France, et le nuisances de l’immigration touche toute la France. Il y a une insécurité folle meme dans les zones rurales [el gran reemplazo toca a toda Francia, y los problemas de la inmigración tocan a toda Francia. Hay una inseguridad de locura incluso en las zonas rurales]’’ (Europe 1, 2022, 0m03s). Por su parte, Santiago Abascal, el líder del partido conservador Vox, opina que el Islam es un peligro para la civilización que lo acoge (El periódico de Ceuta, 2020).
Es precisamente esta suposición, por muchos considerada indiscutible como lo hemos podido notar gracias a los comentarios de varios lideres derechistas europeos, de que el Islam es una religión inherentemente violenta que contribuye a las alzas del crimen en los países del viejo continente, el argumento que nos proponemos analizar en este texto. ¿Es el Islam la causa de las alzas en la inseguridad y criminalidad europeas? ¿Es el Islam una religión violenta per natura?. Para ofrecer respuestas a estas preguntas, exhibiremos la relación (si es que la hay) entre Islam y criminalidad en Europa, centrándonos en dos países de la UE para achicar nuestro espacio muestral: Alemania y Francia. Después, avanzaremos con una comparación de estas cifras de criminalidad con aquellas de los países musulmanes. En tercer lugar, se tratara de mostrar lo que el Islam mismo, desde el núcleo de su configuración religiosa, tiene que decir acerca de la manera en la cual se percibe la violencia al interior del credo de Mohamed. Posteriormente, intentaremos demostrar que el aparente problema de violencia que el Islam trae a Europa no responde a un componente religioso inherente al Islam, sino al tribalismo de las sociedades humanas y a los problemas socio-psicológicos que las sociedades demasiado multiculturales experimentan.
El Islam y el crimen en Europa: Un análisis empírico
La preocupación que el Islam genera en las esferas política y social de las comunidades europeas no es injustificado. En efecto, y más allá de las fantasías ideológicas, que los sectores de izquierda y derecha del viejo continente tratan de vendernos, acerca de la realidad de la coexistencia entre musulmanes y no musulmanes, lo cierto es que, en un primer momento, los europeos tienen razones para preocuparse. Y es que, sobre todo desde el año 2015, en el que los flujos migratorios hacia Europa provenientes de medio oriente y el norte de África se vieron acrecentados exponencialmente, los ciudadanos de muchos países pertenecientes a la Unión Europea han venido experimentando lo que ellos consideran un alza importante en las tasas de criminalidad. Este aumento ha mostrado una desproporcionada participación de ciudadanos musulmanes.
En Alemania, los extranjeros se encuentran extremadamente sobrerrepresentados cuando a arrestos por crímenes relacionados con robo a mano armada y asesinato en primer grado se refiere. Semonsen (2022) afirma: “Despite making approximately 12% of the population, foreign nationals—that is to say those living in Germany with foreign Passports—last year comprised 37.7% of suspects arrested for violent crimes such as assault, manslaughter, and murder” (párr. 1). Otros académicos han apoyado estas conclusiones, incluso en épocas anteriores a las grandes olas migratorias comenzadas en 2015 (Chapin, 1997). Ciertamente, se podría contraargumentar que la sobrerrepresentación de un grupo social específico en la actividad criminal de un país no tiene nada que ver con el aumento o decrecimiento de la misma. Sin embargo, lo cierto es que, mientras el crimen general había mostrado un constante descenso desde los años noventa del siglo pasado en el país teutón, “that changed in 2015- about the same time hundreds of thousands of refugees began entering the country. In 2014, there were 6.1 million offences recorded by the police. By 2016, this had risen to 6.4 million [Esto cambió en 2015- aproximadamente cuando cientos de miles de refugiados comenzaron a ingresar al país. En 2014, hubo 6.1 millones de crímenes. En 2016, este número había subido a 6.4 millones] (BBC, 2018, párr. 13-14). A estas cifras se nos podría responder que en ningún momento las fuentes citadas insinúan que el incremento en las tasas de crimen alemán en la segunda mitad de las década pasada tenga que ver necesariamente con ciudadanos musulmanes, o al menos con nacionales provenientes de países en los que el Islam es la confesión dominante. Pero la verdad es que, a diferencia de las bajas tasas de criminalidad asociadas con inmigrantes del este de Asia, por ejemplo, los ciudadanos provenientes de países donde la vasta mayoría de la población es musulmana tienden a tener una participación sorprendentemente (y posteriormente explicaremos por qué nos parece sorprendente) alta en la ejecución de crímenes violentos.
Semonsen (2022) afirma:
For example, while Germany hosts a considerable number of Japanese and Chinese nationals, those from these groups were found to be criminal suspects at far lower rates than were native German population. Conversely, among some 272,000 Afghan nationals living in Germany, the crime rates have been observed to be far higher than those witnessed among the German population (párr. 6).
La precaria situación de seguridad que exhiben las estadísticas incluyen, como no podría ser de otra manera, a la población femenina residente en Alemania. Para este grupo de la sociedad teutona, lo cierto es que la coyuntura tampoco es alentadora, en tanto los flujos migratorios parecen haber causado una explosión en los crímenes relacionados con violencia sexual. En ese sentido, la renombrada activista somalí Ayaan Hirsi Ali explica que, desde el año 2000 hasta el 2015, las cifras de crímenes sexuales se movieron entre los 7,000 y los 9,000. No obstante, desde el año 2015 se presentó un estratosférico aumento en el número de este tipo de crímenes. Según Ali (2020): “En 2016 fueron 8,102, pero en 2017 el numero subió hasta las 11, 444: Un incremento del 41 por ciento” (p.53). Según la feminista somalí, este aumento se debe al constante aumento de la población musulmana, formalmente la masculina, en el territorio alemán desde el año 2015 (Ali, 2020).
En Francia la situación no es muy diferente. La sobrerrepresentación de ciudadanos provenientes de países musulmanes en las estadísticas criminales es la regla desde hace unos años. En ese sentido, el servicio estadistico ministerial de seguridad interior (2019) afirma que “La majorité (87 %) des mis en cause impliqués dans des vols ou des violences dans les transports en commun sont des hommes, plus de quatre sur dix sont identifiés comme mineurs et plus de la moitié seraient de nationalité étrangère [La mayoría de los detenidos implicados en robos o violencia en el transporte público son hombres, de los que cuatro de cada diez son menores y más de la mitad extranjeros]” (párr. 4). Aquí se nos podría contraargumentar, un avez más, que extranjero no signifca musulmán, y que, por ende, tratar de atar cabos afirmando que estos individuos de nacionalidad extranjera son musulmanes o provenientes de países donde la mayoría de la población lo es sería un acto abierto de islamofobia, o por lo menos, un razonamiento falacioso. Ante esta respuesta nos permitimos responder que, a pesar de la falta de especificidad del reporte de la institución francesa anteriormente citada en torno a la nacionalidad de los facinerosos, lo cierto es que la mayor parte de los mismos es musulmana. Según expone el Washington Post (2007): “About 60 to 70 percent of all inmates in the country’s prison system are Muslim, according to Muslim leaders, sociologists and researchers, though Muslims make up only about 12 percent of the country’s population [Alrededor del 60 al 70 por ciento de todos los reclusos en el sistema penitenciario de país son musulmanes, según líderes musulmanes, sociólogos e investigadores, aunque los musulmanes representan sólo alrededor del 12 por ciento de la población del país]” (Washington Post, 2008, párr. 4). Es cierto, sin embargo, que la figura del 70% ha sido criticada por no tener una metodología empírica, sino sociológica, proponiéndose entonces un 25%, un 40% y hasta un 60% de prisioneros musulmanes en lugar del ya citado 70% (Libération, 2019). Más allá de la divergencia en las metodologías de las investigaciones que han dado con estos datos, lo cierto es que la población musulmana se encuentra sobrerrepresentada en las cárceles francesas.
¿Es la criminalidad inherentemente musulmana? Las cifras del mundo árabe:
En el anterior apartado de nuestro texto, afirmamos que las cifras de criminalidad relacionadas con individuos musulmanes en Alemania y Francia nos parecían sorprendentes, pero no ahondamos en el porqué de nuestra afirmación. La razón de nuestra sorpresa, sostenemos, tiene que ver con que las cifras de criminalidad de una parte importante de los países musulmanes son totalmente diferentes a aquellas de los casos de los Estados europeos revisitados en este trabajo. Esta diferencia radica en que, a diferencia de lo que uno podría pensar, la vasta mayoría de países musulmanes cuentan con competentes cifras de paz social, y bajas tasas de criminalidad.
Tomemos, en primer lugar, a uno de los Estados más populosos del mundo musulmán: Egipto. Lejos del caos de criminalidad al que las cifras nos han acostumbrado en Europa, cifras en las cuales parece haber una clara huella musulmana, Egipto sale bastante bien parado en cuanto a criminalidad e inseguridad se refiere. En efecto, y según BBC (2018): “Egypt has been ranked the safest country in Africa and higher than both the UK and US” (párr. 1), siendo considerado el país más Seguro de África. Recordemos que, de los ciento diez millones de egipcios habitando en su país, cien son musulmanes.
Ahora, teniendo en cuenta que el caso de Egipto podría ser criticado en tanto los resultados de los estudios que lo ubican como un país más seguro que el Reino Unido y Estados Unidos fueron obtenidos mediante una metodología altamente cualitativa, siendo la opinión de los egipcios acerca de las seguridad de su país el estándar básico de la investigación llevada a cabo por Gallup, nos vemos en la obligación de mostrar la situación de criminalidad del resto del mundo musulmán mediante datos más cuantitativos. En el caso de Omán, por ejemplo, nos damos cuenta de que la tasa de homicidio intencional es mucho más baja que en otros países no occidentales. El sultanato del golfo, que goza de una tasa de 0,3 y un total de solo 14 asesinatos en 2020, es más seguro que países como la segura y nada musulmana Finlandia, en donde una tasa de homicidio culposo de 1.3 representa a las 91 personas asesinadas en el país fenoscandio en el mismo año (United Nations Office On Drugs and Crime, 2021). Similar es la situación de regiones nada sospechosas de estar bajo la influencia de los “violentos musulmanes”, como lo son las islas Vírgenes Americanas, en donde, a pesar de su pequeña población, la tasa de homicidio culposo haciende a un 49.3%, mientras que Arabia Saudita, guardiana de los santos lugares del Islam, tiene una tasa de 0.8, con solo 285 asesinatos en un país donde la población asciende a los 40 millones de personas en el año 2010 (United Nations Office On Drugs and Crime, 2021).
Estas cifras no son la excepción en el mundo musulmán, sino más bien la regla. En Qatar, la tasa de homicido culposo es de 0.4, representando solo 12 asesinatos en un país de casi 3 millones de personas en 2020. En Jordania e Indonesia, los datos nos muestran tasas de 1.0 y 0.4, con 99 y 1,150 asesinatos en el año 2020. Téngase en cuenta que la población jordana es de 11 millones de personas, mientras que la de Indonesia, en la que la tasa de homicidio impresiona por el millar de muertos, es de 273 millones de personas.
¿Y qué pasa con Irak? ¿Se les ha olvidado Libia?, podrían ser todos contraargumentos factuales para afirmar que, a pesar de las cifras ya mostradas, el mundo musulmán cuenta con varios de los países más peligrosos del mundo. Sin embargo, nuestra respuesta a este tipo de narrativas se basa en el hecho de que, lejos de ser una problemática inherente a las comunidades musulmanas muchas veces mayoritarias de países como Libia, Irak o Siria, la difícil situación de seguridad responde no a razones religiosas sino a razones políticas. La situación de seguridad en estos países ha colapsado no por el fundamentalismo musulmán, sino por las torpes e innecesarias intervenciones militares que países supuestamente defensores del derecho internacional han decidido llevar a cabo en esas zonas del planeta. Libia, por ejemplo, llegó a ser la quinta economía de África hasta que la OTAN invadió el país en 2011 (NationMaster, 2011), mientras que durante el gobierno del también criticable Saddam Husein, las problemáticas y las tensiones religiosas no eran tan grandes como lo fueron después de la sangrienta e injustificada invasión estadounidense, que, además de destruir el país, acabó por crear un vacío de poder en el marco del cual gran parte del país quedaría bajo control de ISIS, volviéndose la antigua convivencia entre musulmanes y cristianos, que existía incluso durante el gobierno de Husein en tanto el ministro de Relaciones exteriores Iraquí durante este periodo fue cristiano, un lejano recuerdo. Así, las historias de violencia, inestabilidad politica y fracaso de State-building fueron iniciadas no por la confesión de los habitantes de países como Irak y Libia, sino por la destrucción política, económica y social que occidente a llevado a cabo en esas regiones del mundo musulmán.
Sobre lo anterior, el célebre filósofo español Juan Manuel de Prada explica:
¿Cuál fue la tradición española? Era mantener relaciones de amistad con aquellos pueblos musulmanes que te garantizasen una relación de amistad. Ahora no, ahora todos los moros son muy malos. ¿Esto para qué ha servido? Ha servido para que en las últimas décadas, con la excusa de combatir el terrorismo islamista, han sido destruidas naciones musulmanas que eran precisamente las naciones que combatían más el terrorismo y curiosamente las naciones en las que los cristianos eran más protegidos, por ejemplo Irak. Irak era un país en el que la comunidad cristiana vivía en paz con la población musulmana y donde incluso había cristianos que eran ministros. Mas recientemente Siria. Siria era una nación donde los cristianos vivían en paz perfectamente, tenían un reconocimiento absoluto, y claro, al final esa idea de no distinguir ha legitimado operaciones como éstas (De Prada Antología, 2023, 0m00-1m28s).
¿La religión del terror?: La violencia a la luz de la tradición religiosa musulmana
Rémi Brague, reputado historiador francés, afirma en su libro Sur L’Islam que “nous voyons l’islam avec des lunettes chrétiennes [vemos el islam a través de lentes cristianos]» (Famille Chrétienne, 2023,párr. 1). Efectivamente, nuestra perspectiva cristiana, como fuerza antagónica del islam desde hace siglos, nos ha forzado a ver al islam como una religión eminentemente violenta. Sin embargo, pocas veces tomamos en consideración lo que la doctrina y la tradición musulmanas tienen que decir acerca de la percepción que ésta religión tiene de la violencia. Para arrojar luz sobre la opinión musulmana en torno a la violencia, creemos que es clave tomar como base los dos argumentos que los críticos del Islam suelen utilizar para tachar a este credo de ser la religión del terror, la intolerancia y la violencia: El verso de la espada y el concepto de Yihad, ambos relacionados de manera intrínseca por razones que veremos a continuación.
En muchos medios de comunicación europeos, y sobre todo desde el año 2015, han pululado las referencias al famoso “verso de la espada”. Según los críticos del Islam, este verso, proveniente de la quinta aleya de la novena sura (Al-tawbah), narra que “cuando hayan pasado los meses inviolables, matad a los asociadores donde quiera que los halléis. Capturadlos, sitiadlos y tendedles toda clase de emboscadas; pero si se retractan, establecen el salat y entregan el zakat, dejad que sigan su camino. Verdaderamente Allah es Perdonador y Compasivo” (Corán 9:5). Logicamente es un fragmento polémico, el cual, más allá de despertar el rechazo y la prevención de los europeos, también ha calado en los escritos de algunos autores provenientes del mundo musulmán. Melek Meselmani (2015), por ejemplo, afirma que “El versículo de la Espada (Q 9.5) es posiblemente el versículo más poderoso del libro sagrado del Islam. Según los eruditos musulmanes, el verso de la Espada abroga o anula más de cien versos pacifistas que llaman a la coexistencia pacífica con los no musulmanes” (p. 55).
Pero lejos de la visión simplista de los europeos y de autores como musulmanes, los académicos musulmanes se han esforzado en mostar que la interpretación de un verso como este es realmente compleja, y que una comprensión literal del mismo puede llevar a malos entendidos que pueden llevar a ver en el Islam a una religión que literalmente pide hacer la yihad (de la que hablaremos más adelante) a todo aquel que sea, según los estándares de esa religión, infiel. En efecto, la mayoría de académicos coinciden en que las palabras de la aleya 5 de la sura 9 del Corán deben entenderse en el contexto en el que fueron escritas. Las ordenes de este fragmento del Corán se inspiran en un contexto histórico en el que la naciente comunidad musulmana era vista con recelo y hostilidad por sus compatriotas politeístas, los cuales buscaban la expulsión y el exterminio del grupo liderado por Mohammed. Ante esta coyuntura, y teniendo en cuenta que una respuesta débil podría significar el fin de la naciente comunidad islamica, es que los musulmanes toman la decisión de tratar a los politeístas árabes como éstos los trataban a ellos: A sangre y fuego. Como bien explica Muhammad Abdel-Haleem (2001): “It was these hardened polytheists in Arabia, who would accept nothing other than the expulsion of the Muslims or their reversion to paganism, and who repeatedly broke their treaties, that the Muslims were ordered to treat in the same way – to fight them or expel them [Fue por estos endurecidos politeístas de Arabia, que no aceptarían nada más que la expulsión de los musulmanes o su reversión al paganismo, y que violaron repetidamente sus tratados, que se ordenó a los musulmanes que trataran de la misma manera: luchar contra ellos o expulsarlos.]” (pp. 65-66). Así, y lejos de las alarmistas interpretaciones de muchos “islamófobos”, si cabe el termino, la cláusula bajo la cual el verso de la espada fue compuesto solo aplica en condiciones bajo las cuales los musulmanes sean perseguidos, y por ende, desde este fragmento del Corán la intolerancia y la violencia hacia el no musulmán se permite siempre y cuando el no musulmán esté haciendo lo mismo (Crone, 2006). De lo contrario, lo narrado en esta sura no es aplicable a la realidad diaria de los musulmanes.
En el verso de la espada encontramos una de las bases para otro de los tantos conceptos musulmanes que muchos occidentales (y no occidentales, como en el caso del citado Meselmani) parecen no comprender: La Yihad. Este concepto, entendido por los críticos del Islam como una constante guerra santa en la cual los musulmanes se embarcan para destruir todo lo no musulmán, pero sobre todo lo no occidental, es también uno de los menos comprendidos por los mismos que se alarman ante él. En efecto, lejos de ser un constante estado de guerra alimentado por el más burdo fundamentalismo, lo cierto es que la Yihad es interpretada de distintas maneras por distintas ramas del Islam, y debemos decir que las interpretaciones que ven en la Yihad un constante esfuerzo (Yihad significa esfuerzo en español) militar son más bien marginales. Así, la rama ibadí del Islam, por ejemplo, que es mayoritaria en el sultanato de Omán, deja muy claro, desde su perspectiva de dialogo y total rechazo a la violencia, que una de sus máximas es “Nunca atacar y sólo utilizar el ‘yihad’ [guerra santa] si se es atacado» (El mundo, 2010, párr. 10). Pero si consideramos que la posición Ibadí es de cierto modo pacifista, lo cierto es que se queda corta ante la visión que muchos aderentes a la corriente mistica del sufismo tienen de la Yihad. El Sufí ni siquiera ve en la Yihad entendida como un ataque a otro una posibilidad, sino que la entiende como “La gran lucha (yihad) del sufí que no va dirigido al otro, al diferente, sino a su propio interior (Alkhalifa, 2021, párr. 13). Tal vez es por esta interpretación que son los sufíes, musulmanes en todo sentido, la persecución fundamentalista. En palabras de Alkhalifa (2021): “El sufismo encabeza la lista de los objetivos favoritos de los grupos yihadistas que asesinan a sus líderes y destruyen los mausoleos de sus figuras más destacadas” (párr. 10).
El caso del sunismo es particular. Esta rama del Islam suele diversificar las interpretaciones de lo que significa la Yihad, y solo para algunos significa un verdadero y constante esfuerzo militar. Así, los suníes dividen el concepto de Yihad en dos categorías principales: la yihad mayor, que es la lucha interna contra el ego y las tentaciones negativas, y la yihad menor, que es la lucha externa y, en ciertos momentos, tambien belica. En el marco de estas dos grandes divisiones surgen otras más pequeñas. Así, académicos musulmanes como Maid Khadduri explican que hay cuatro tipos de lucha por la causa de Dios: la lucha del corazón contra el mal, la lucha “de la lengua”, difundir la verdad del Islam, la lucha “de la mano” al hacer lo correcto y combatir la injusticia, y la lucha “de la espada”, que implica la guerra santa en un sentido belico, y que es popular entre muchos grupos wahabitas y salafistas fundamentalistas (Khadduri, 1940). Esta ultima interpretación, sin embargo, es a día de hoy muy marginal, y solamente ciertos grupos violentos rechazados por la vasta mayoría de musulmanes son los que la adoptan. Por ejemplo, ya los grandes maestros Ibadíes advertían a los wahabitas sobre el peligro de su interpretación de la Yihad. Kahlan Nabhan al Jarusi, asesor del gran muftí de Omán, explica que “ Nuestros sabios ya advirtieron al fundador del wahabismo [Mohamed Abdul Wahab, en el siglo XVIII en Arabia Saudí] de las tendencias violentas que podía traer este movimiento” (El mundo, 2010, párr. 11).
La cuestión musulmana: Una perspectiva alternativa
Ya hemos visto anteriormente que el Islam, desde un punto de vista empírico y cuantitativo, es capaz de permitir el desarrollo de sociedades en las que el crimen es prácticamente un tabú, teniendo cifras de criminalidad bajísimas. En adición, también hemos revisado las interpretaciones religiosas de algunos argumentos que los críticos del Islam utilizan para tachar a esta religión de ser un tipo de “religión del terror”, mostrando que, lejos de ser fundamentalistas y violentas, la vasta mayoría de académicos y comunidades musulmanes son tremendamente críticos de interpretaciones radicales y violentas del Corán y de las practicas consuetudinarias que de éste se desprenden, siendo especialmente tajantes en su rechazo las opiniones de populosos grupos musulmanes como el ibadí y el Sufí. Empero, si el Islam es una religión aparentemente tolerante, ¿Por qué los musulmanes están sobrerrepresentados en las estadísticas de crimen violento en Francia y Alemania? La respuesta a esta pregunta no puede ser vehemente, en tanto este texto es una primera aproximación a la problemática, pero nos atrevemos a teorizar que las altas tasas de criminalidad a las que están ligadas las comunidades musulmanas en Europa no tienen nada que ver con religión, y todo que ver y factores morales y culturales. Aquí queremos hacer hincapié en una cuestión clave, y es que por cultura y moral no nos referimos nunca a que la cultura o la moral musulmanas sean inherentemente violentas (de serlo, todos los países musulmanes estarían en los puestos menos ventajosos de los índices de criminalidad, pero es al contrario), sino a que la razón de la correlación entre Islam y criminalidad en Europa responde al choque cultural-moral que los individuos musulmanes experimentan en suelo europeo. Este tipo de choques suele ser muy habitual en sociedades muy multiculturales, en el marco de las cuales suelen rozarse sistemas culturales y morales que no pueden ser más diferentes, como sucede en el caso de la cultura musulmana y la receptora, la cristiana occidental. En palabras de Jonathan Haidt (2016), “the debate over immigration policy in Europe is not a case of what is moral versus what is base, but a case of two clashing moral visions [el debate sobre la política de inmigración en Europa no es en este caso sobre lo que es moral versus lo que es inmoral, debería ser un debate sobre dos visiones morales enfrentadas]” (párr. 14). Sin embargo, este tipo de choques entre la cultura y moral musulmana y cristiana, que son los que, creemos, causan la sobrerrepresentación de la población musulmana en crímenes violentos en países como Alemania y Francia, solo aparecen de manera clara cuando grandes grupos de inmigrantes no se asimilan, como ha sucedido en los paises estudiados, en donde la formación de ghettos es muy alta y la incorporación de los inmigrantes a la cultura receptora es pauperrima. La falta de asimilación contribuye al alza de la criminalidad porque baja el nivel de confianza y capital social, factores que sólo una cierta homogeneidad cultural aporta.
En ese sentido, Jonathan Haidt (2016) explica:
Having a shared sense of identity, norms, and history [caracteristicas dadas por la asimilación] generally promotes trust. Having no such shared sense leads to the condition that the sociologist Émile Durkheim described as “anomie” or normlessness. Societies with high trust, or high social capital, produce many beneficial outcomes for their citizens: lower crime rates, lower transaction costs for businesses, higher levels of prosperity, and a propensity toward generosity, among others. [Tener un sentido de identidad compartido, normas e historia, promueve generalmente la confianza. El no tenerlo conduce a una condición que el sociólogo Émile Durkheim describió como «anomia» o ausencia de normas. Las sociedades con alta confianza o alto capital social producen muchos resultados beneficiosos para sus ciudadanos: tasas de criminalidad más bajas, costos de transacción más bajas para las empresas, niveles más altos de prosperidad y propensión a la generosidad entre otros.]
Cuando la asimilación falla, o simplemente no existe, en grupos de inmigrantes muy grandes, el capital humano baja, la confianza social también y por ende la criminalidad sube. Es aquí cuando comenzamos a detectar fenómenos de reacción nacionalista como los citados al comienzo del texto por parte de organizaciones como PEGIDA, en Alemania y Reconquete! en Francia.
Jonathan Haidt (2016) afirma:
«Moderate levels of immigration by morally different ethnic groups are fine, too, as long as the immigrants are seen as successfully assimilating to the host culture. When immigrants seem eager to embrace the language, values, and customs of their new land, it affirms nationalists’ sense of pride that their nation is good, valuable, and attractive to foreigners. But whenever a country has historically high levels of immigration, from countries with very different moralities, and without a strong and successful assimilationist program, it is virtually certain that there will be an authoritarian counter-reaction, and you can expect many status quo conservatives to support it…» [Niveles moderados de inmigración de grupos étnicos moralmente diferentes es bueno siempre que se considere que los inmigrantes se asimilan con éxito a la cultura anfitriona. Cuando los inmigrantes parecen ansiosos por adoptar el idioma, los valores y las costumbres de su nueva tierra, reafirma a los ciudadanos su sentido de orgullo nacional de que su país es bueno, valioso y atractivo para los extranjeros. Pero cada vez que un país tiene niveles históricamente altos de inmigración, de países con moralidades muy diferentes y sin un programa fuerte y exitoso que ayude a su asimilación, es prácticamente seguro que habrá una contra-reacción autoritaria, y se puede esperar que muchos conservadores del statu quo lo apoyen… ] (párr. 36).
El problema no es el Islam, sino como lidiamos con él:
Después del fin de la segunda guerra mundial, y ante la urgente necesidad de países europeos como Francia y Alemania de reconstruir su infraestructura después de un conflicto que había acabado con todo, ambos países comenzaron a traer trabajadores de Argelia y Turquía respectivamente para llevar a cabo las grandes obras de infraestructura que los gobiernos de De Gaulle y Adenauer planeaban. Estos inmigrantes, mayoritariamente musulmanes, nunca se vieron sobrerrepresentados en las tasas de criminalidad de los dos gigantes europeos, y su contribución a estos países sí fue vital. Si queremos que la población musulmana que hoy habita en países europeos como Francia y Alemania se comporte como aquella que llegó a reconstruir lo que la guerra se había cobrado en estos dos países, debemos aprender de las lecciones del pasado (algo que, ante la macabra idea de que el progreso es inevitable y que el hoy es mejor que el ayer, y que el mañana será a su vez mejor que hoy, ya no es muy común), y comprender que, lejos de ser el Islam el problema, el obstáculo a una sociedad en la que los individuos musulmanes puedan desarrollarse tal y como lo hacen sus pares alemanes o franceses es la falta de asimilación de comunidades cuyo sistema moral y cultural es demasiado diferente al de los países receptores. Si queremos construir una sociedad en la que la coexistencia pacífica sea la regla y no la excepción, la única opción viable radica en la inclusión y asimilación de los musulmanes a las sociedades francesa y alemana. Este proceso de asimilación pasa por un necesario aprendizaje del idioma francés y Alemán, así como por la integración laboral (con ayuda de los gobiernos central y regional respondiendo siempre a un principio de subsidiariedad) y la formación en valores liberales occidentales. Esta estrategia ya ha sido puesta en marcha en Austria, donde “Quienes no cumplan con los requisitos de integración, tales como dominar el Alemán, formarse en valores e incorporarse a la población activa, se arriesgan a sanciones” (Ali, 2020, p. 279). Los resultados de este tipo de políticas públicas en Austria fueron positivos, en tanto los inmigrantes que no tenían ningún interés de incorporarse a la sociedad austriaca fueron los mismos que, después de la aprobación de la ley y de ser amenazados con sanciones en forma de recortes a ayudas sociales, “formaron colas larguísimas que recorrían todo el edificio y se desbordaban hacia la calle; todos querían inscribirse en cursos y aprender el idioma” (Ali, 2020, p. 279). Este tipo de políticas no son, ni de lejos, particulares de partidos nativistas europeos, sino que han sido los mismos inmigrantes musulmanes los que, viendo el sufrimiento y las condiciones de marginalidad, pobreza y criminalidad de sus hermanos en la fe, han decidido dar un paso adelante.
Ali (2020) afirma:
En Alemania, entre estos se cuentan Hamed Abdel-Samad, hijo de un imán egipcio; Düzen Tekkal y Seyran Ates, ambas turcas criadas en Alemania; y el político austro-turco Efgani Dönmez. Suecos como el afgano Mustafa Panshiri, el iraní Tino Sanandaji y la kurda Gulan Avci, diputada en el parlamento, que defienden todos ellos no solo ofrecer a los inmigrantes la posibilidad de aprender los valores liberales, sino hacer hincapié en ellos” (p. 281).
En conclusión, tanto Alemania y Francia como el resto de Europa tienen dos opciones. La primera, es seguir aceptando una inmigración musulmana populosa, que no es un problema, con poco o nulo interés de integrar a los recién llegados a la sociedad francesa y alemana, que si lo es, y seguir siendo un campo de cultivo de crimen, por el lado de la población musulmana, y de xenofobia y racismo, por parte de los franceses y alemanes, o simplemente imponer vigorosas políticas de integración que, lejos de obligar a los musulmanes a dejar su religión, los ayuden a integrar sus creencias religiosas en el marco de un sistema moral-cultural occidental, patrocinando el dialogo, el entendimiento social y la coexistencia pacífica. El destino de los pueblos de Europa, depende de cuál de estos dos caminos decidan seguir.
Referencias:
- Ali, A. H. (2020). Presa: La Inmigración, El Islam y la erosión de los derechos de la mujer. Debate.
- BBC. (2018). Reality check: Are migrants driving crime in Germany?. BBC News. https://www.bbc.com/news/world-europe-45419466
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Antes de que te vayas…