Guerrillero español, elogio del héroe

El guerrillero español vindica a España contra sus enemigos, ya que, según Schmitt, éste se arriesga a luchar por su tierra y por su patria.

guerrillero español
Álvarez Dumont, Eugenio. “Malasaña y su hija se baten contra los franceses en una de las calles que bajan del parque a la de San bernardo. Dos de mayo de 1808”, óleo sobre lienzo, 1887.

El guerrillero español y la teoría del partisano

Virgen de Atocha
Dame un trabuco
Para matar franceses
Y mamelucos

En su Teoría del partisano, el jurista alemán Carl Schmitt afirmó que «el partisano de la guerrilla española de 1808 fue el primero que se atrevió a luchar irregularmente contra los primeros ejécitos modernos y regulares»1. En este mismo orden de ideas, Bertrand de Jouvenel señaló la militarización francesa posrevolucionaria como un elemento que puso a Europa a los pies de Napoleón2.

Europa ardía en llamas, los ejércitos napoleónicos doblegaban el viejo orden surgido tras la Paz de Westfalia y las monarquías se arrodillaban o perecían. El pueblo español, sin conocer todavía a su deseado rey, se alzó contra el invasor francés y comenzó la persecución de los sospechosos de afrancesados.

El guerrillero, o partisano español, no dudó en defender lo que era suyo. Sus reservas espirituales motivaban su lucha, más que las novedosas teorías políticas que viajaban por barco en todo el mundo civilizado. El español de a pie se echó contra el enemigo, tomó las armas.

En España, el guerrillero se echó a una lucha sin salida; un pobre atrevido, el primer caso típico de carne de cañón irregular de las disputas político-mundiales. Todo esto forma parte, como obertura, de una teoría del partisano3.

El jurista alemán reconoce que la acción del guerrillero español supone una auténtica revolución dentro del paradigma de la guerra. Al afirmar que «llega a cambiar la faz de la tierra y la humanidad», termina concluyendo que provoca la gestación de una teoría de la guerra y de la enemistad que termina en una teoría universal del partisano4.

La guerrilla española contra Napoleón, la sublevación tirolesa de 1809 y la guerra partisana rusa de 1812 eran movimientos autóctonos y elementales de un pueblo piadoso, católico u ortodoxo, cuya tradición religiosa no había sido afectada por el espíritu filosófico de la revolución francesa5.

Otro aspecto en el que ahonda Carl Schmitt es en el carácter telúrico de la guerrilla española, pues «la guerrilla española contra Napoleón no se comprende claramente sin el gran aspecto espacial del contraste de tierra y mar»6. Inglaterra, a pesar de que apoyó al guerrillero español, no ganó a Napoleón. Fueron las potencias terrestres de España, Rusia, Prusia y Austria quienes vencieron a Bonaparte. Solo la energía telúrica, terrestre, podía vencer al enemigo continental.

Goya, Francisco. «El 3 de mayo en Madrid», óleo sobre lienzo, 1814.

Las reservas morales y espirituales del guerrillero español

Levantamientos insurreccionales constituyen algo tan viejo en España como ese vaivén de favoritos de palacio, contra el que aquéllos suelen ir dirigidos. Así, a mediados del siglo XV la aristocracia se rebeló contra el rey Juan II y su favorito, don Alvaro de Luna. En el siglo XV se produjeron conmociones todavía más graves contra el rey Enrique IV y el jefe de su camarilla, don Juan de Pacheco, marqués de Villena. En el siglo XVII, el pueblo de Lisboa despedazó a Vasconcellos, el Sartorius del virrey español en Portugal, igual que hizo el pueblo de Barcelona con Santa Coloma, el favorito de Felipe IV. Al final de la misma centuria, bajo el reinado de Carlos II, el pueblo de Madrid se levantó contra la camarilla de la reina, compuesta por la condesa de Berlepsch y los condes de Oropesa y Melgar, quienes habían gravado todos los víveres que entraban en la capital con un impuesto opresivo, impuesto que repartían entre ellos mismos. El pueblo se dirigió al palacio real, obligó al rey a salir al balcón y a denunciar él mismo a la camarilla de la reina. Posteriormente, se dirigió a los palacios de los condes de Oropesa y Melgar, los saqueó, les prendió fuego e intentó coger a sus propietarios, que tuvieron, sin embargo, la fortuna de escapar a cambio de un destierro perpetuo. El suceso que provocó el levantamiento insurreccional del siglo XV fue el alevoso tratado firmado por Enrique IV, marqués de Villena, con el rey de Francia, según el cual Cataluña debía ser entregada a Luis XI. Tres siglos más tarde, el tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807, en virtud del cual el favorito de Carlos IV y valido de la reina, don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, acordaba con Bonaparte el reparto de Portugal y la entrada de las tropas francesas en España, provocó una insurrección popular en Madrid contra Godoy, la abdicación de Carlos IV, la subida al trono de su hijo Fernando VII, la entrada del ejército francés en España y la consiguiente guerra de la Independencia7.

La motivación detrás del guerrillero español no podía atender a motivos puramente nacionales, a constructos racionalistas. El súbdito español solo podía estar dispuesto a luchar por los principios y valores que representaba la tierra en la que vivían.

En los reproches del materialismo histórico marxista hay algo de verdad, que el pueblo español tenía un impulso espiritual y moral que pocos pueblos tenían en una época donde el racionalismo y la Ilustración eran la regla. ¿Eso lo hacía un pueblo subdesarrollado en comparación a los otros? Para nada, nos sirve de ejemplo de un pueblo que ha valorado sus tradiciones y las ha defendido con acero y póvora.

El rey aparecía en la imaginación del pueblo a la luz de un príncipe novelesco, sometido por fuerza al maltrato y al encierro por parte de un bandido gigante. Las épocas más fascinantes y populares de su pasado se hallaban envueltas en las santas y milagrosas tradiciones de la guerra de la cruz contra la media luna, y una gran parte de las clases bajas estaba acostumbrada a llevar el hábito de los mendicantes y a vivir del santo patrimonio de la Iglesia8.

Esta inspiración, catalogada por historiadores y literatos de reaccionaria, es descrita por Schmitt como una «reserva de fuerza política» a la que nosotros convendríamos en denominar «reservas morales o espirituales». En su opinión, «España disponía de otras reservas de fuerza política que Alemania, reservas pre-revolucionarias más intensas. Los alemanes no sentían nada parecido a la indignación religiosa y moral de los españoles frente al enemigo de la fe y al saqueador de sus iglesias»9.

El espíritu español engendró un odio incontenible en su enemigo, Napoleón Bonaparte, de modo que éste llegó a catalogar al pueblo español como «asesino, supersticioso, desorientado por 300.000 monjes, pueblo que no se debía comparar con los alemanes aplicados, trabajadores y razonables»10.

Stanley G. Payne tampoco dejará de reconocer la trascendencia del conflicto contra los franceses. Precisamente, Payne entiende la lucha de ideas engendradas entre los partidarios de un régimen y otro. Fue una resistencia contra el invasor pero también una guerra civil. De acuerdo al historiador norteamericano, la Guerra de la Independencia «generó dos nuevos términos políticos y militares que España proporcionó al mundo contemporáneo: «guerrilla» y «liberal». Y con ella aparecieron las «dos Españas» de la época contemporánea»11.

Ahora bien, Charles J. Esdaile considera que es incluso difícil hablar de tres Españas como para afirmar que había dos porque el populacho, radicalizado por la guerra, no se identificaba con más metas que la paz, el pan y la tierra y que el pueblo llano español podía ser tan hostil a la libertad promovida por los liberales como a las «cadenas» del antiguo régimen aunque, en efecto, fuesen partidarios del rey como es natural todavía en el siglo XIX español12.

El pueblo español cuidaba sus costumbres, respetaba sus tradiciones y valoraba con vigor su patria porque el hecho de someterse a un invasor implicaba perder los únicos bienes espirituales que tenían. No obstante, el pueblo también tenía necesidades materiales que cubrir que no necesariamente le colocaban del lado de determinados partidarios de un modelo político.

Es difícil convencer a la masa de la pertinencia de una forma de gobierno u otra. He aquí el gran fracaso de las Cortes de Cádiz, fuera de su incapacidad de gobierno y legislación. Por otro lado, hay que hacer énfasis en la sacralidad del «Cetro y el Altar», baluartes de la sociedad española.

El perfil del guerrillero español

A criterio de Henry Kamen, las guerrillas españolas estaban compuestas por bandoleros y no por defensores de la libertad, ya que éstas nunca habrían obtenido ningún éxito contra los franceses y que sus víctimas eran los propios españoles13.

La invención de España es una obra muy acertada en muchos ámbitos. Es cierto que la construcción de la España nacional está erigida en mitos. Kamen, sin embargo, parece olvidar ocasionalmente el propósito de su propia obra.

El hecho de que existan mitologías nacionales no es, per se, un hecho negativo; es parte de la construcción nacional. España pasó por esa reconversión en nación histórica, en Reinos compuestos, a nación política.

No hay una diferencia elemental entre bandolero y guerrillero porque los métodos, de cualquier modo, son los mismo. Son combatientes irregulares y eso es un hecho patente, fácilmente visible.

Luego que las víctimas del guerrillero fuesen otros españoles es de esperarse. Como está demostrado y lo reconoce Kamen en varias de sus obras, existieron «afrancesados» que colaboraron con las fuerzas de ocupación de una forma u otra.

La Guerra de Independencia también fue una guerra civil: su término lleva a que los partidarios del antiguo régimen y los liberales se enfrenten. Esa lucha naturalmente la heredan carlistas y cristinos.

El guerrillero español, aún así, no era un matón que se dedicaba sin más al pillaje. Esdaile manifiesta que entre los guerrilleros hay un sinfín de cuadros o antecedentes sociales: zapateros, herreros, campesinos, sacerdotes, etcétera.

Había, por supuesto, un puñado de inconformistas que estaban influenciados por puntos de vista liberales. A ésto le sigue una docena de eclesiásticos que encabezaron guerrillas porque lo traducían en la defensa de orden tradicional y de la Iglesia católica14. Véase el ejemplo del cura Merino que, posteriormente, fue partidario del carlismo.

Hay, naturalmente, algunos episodios en las revoluciones españolas que les pertenecen de forma peculiar. Por ejemplo, la combinación de bandolerismo y acción revolucionaria, conexión que surgió en la guerra de guerrillas contra las invasiones francesas y que fue continuada por los «realistas» en 1823 y por los carlistas desde 183515.

La literatura romántica sobre el guerrillero español

Ángel Ganivet, pionero de la psicología nacional española y prominente escritor patrio, vio una tendencia española al guerrillerismo y al bandolerismo. Es la razón por la que sugiere que «Numancia prefirió perecer antes que someterse; pero no sabemos quién hizo allí de cabeza, y casi estamos seguros de que allí no hubo cabeza». Había guerrillas, más no ejercitos. Había caudillos, más no reyes». A lo que agrega que «la figura que más se destaca no es la de un jefe regular, sino la de Viriato, un guerrillero»16.

Rufino Blanco Fombona agregará que el pueblo español pelea, en sucesiva, «desde los tiempos de Viriato y Sertorio hasta Espoz y Mina, el Empecinado y demás guerrilleros de la lucha contra Napoleón»17. Ésto tiene sentido si comprendemos el carácter peninsular de España. España es una encrucijada e históricamente sus pobladores se han enfrentado a grupos exógenos18. Ha existido ese carácter geográfico común aunque Viriato no fuera español porque por motivos obvios no podía serlo19.

Antonio Pirala diría, por su lado, describiría una patria en armas: «la patria de los Viriatos, que empiezan por cuidar rebaños, y terminan por mandar ejércitos, transformándose de pastores en guerreros»20. Se siente el tono romántico. Aunque pretenda establecer una unidad metafísica e ideal entre Viriato y la España católica, no hay mentira en la belicosidad del pueblo español. Pueblo que luchó por siglos contra los musulmanes, que llevó la Cruz al Nuevo Mundo y que estuvo en todas las campañas contra el turco en Europa.

El guerrillero pasó de ser un fenómeno social histórico en España a penetrar en la mitología nacional. Algo que no es difícil de comprender considerando que España, por medio del reformismo borbónico y del liberalismo español, estaba en un proceso de construcción nacional y estatal.

Conclusiones finales

El guerrillero español es paradigma político y militar. Es fenómeno social, histórico y mitológico. Es una fuente de prestigio para el mundo ibérico, representa un capítulo importante de la lucha por la conservación nacional española.

Ante todas las cosas, el guerrillero es héroe y merece la apología porque España modernamente hablando es inconcebible sin el guerrillero. La guerrilla española conservó, sin dudarlo, el casticismo puro español por medio de las armas. Pisoteó el virulento afrancesamiento de los invasores y los colaboradores.

El guerrillero es, en conclusión, un arquetipo nacional creado a partir de la resistencia de los pueblos que han poblado la península. Es la defensa de lo común, de las tradiciones y de la patria.

Notas y referencias bibliográficas

  1. Carl Schmitt, Teoría del partisano (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1966), 13.
  2. Dice Bertrand de Jouvenel que «antes de la Revolución el adjetivo «militar» es considerado poco menos que insultante. La situación se torna muy diferente cuando «la Gran Nación» se halla en guerra con las monarquías de Europa». A su vez, señala cómo la suerte de las monarquías europeas cambia al emular al modelo estatalista francés: «y no cabe duda que la dominación francesa en Europa comenzó a disminuir cuando se le opuso una copia del proceso de militarización que había tenido lugar en ella». Los orígenes del Estado moderno: Historia de las ideas políticas en el siglo XIX (Madrid: Editorial Magisterio Español, 1977), 164.
  3. Schmitt, Teoría del partisano, 15.
  4. Ibíd.
  5. Ibíd., 63.
  6. Ibíd., 99.
  7. Karl Marx y Friedrich Engels (ed. Pedro Ribas), Escritos sobre España. Extractos de 1854 (Madrid: Editorial Trotta, 1998), 105.
  8. Ibíd., 113.
  9. Carl Schmitt, «Clausewitz como pensador político o el honor de Prusia», Revista de estudios políticos, n.º 163 (1969), 24.
  10. Schmitt, Teoría del partisano, 63.
  11. Stanley G. Payne, En defensa de España (Barcelona: Espasa, 2017), 108.
  12. Charles J. Esdaile, The Peninsular War (New York: Palgrave MacMillan, 2003), 506.
  13. Henry Kamen,  La invención de España. Leyendas e ilusiones que han construido la realidad española (Barcelona: Espasa, 2020), 532.
  14. Esdaile, The Peninsular War, 266-267.
  15. Marx y Engels, Escritos sobre España, 101.
  16. Ángel Ganivet, Idearium español (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1905), 48.
  17. Rufino Blanco Fombona, Ensayos históricos (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981), 16.
  18. Ganivet ha dicho lo siguiente: «nuestra historia es una serie inacabable de invasiones y expulsiones, una guerra permanente de independencia». Idearium español, 40-41.
  19. Henry Kamen considera que el espíritu de Numancia, y de la resistencia de Viriato, no penetró sino hasta el siglo XIX que se fortaleció cierta unidad nacional a partir de la invasión francesa. La invención de España, 25-26.

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