Según diferentes estudios, hasta el 82% de la población ha tenido un sueño lúcido alguna vez, pero solo entre el 21 y el 37% dice tenerlos con cierta regularidad.
Cuando hablamos de sueños lúcidos, nos referimos a un estado onírico en el que, como su nombre lo dice, cobramos lucidez y conciencia. Es básicamente la capacidad de estar conscientes de que estamos soñando, y así poder actuar a voluntad en este estado.
Este tema es foco de estudio desde la década del 80, con la Universidad Stanford de Estados Unidos y el Lucidity Institute como principales exponentes.
Hoy sabemos que hay varias etapas de sueño, entre las que está el adormecimiento, el sueño ligero, fases de transición hacia el sueño profundo y la fase REM (MOR por sus siglas en español, Movimientos Oculares Rápidos). Y es en esta fase REM, que dura el 25% del sueño total, en la que soñamos, teniendo tono muscular reducido y con una actividad neuronal similar a la de la vigilia, con ondas cerebrales rápidas y de bajo voltaje.
Según el psicólogo Paul Tholey, los sueños lúcidos se distinguen de los regulares por una serie de cuestiones. En ellos, además de ser conscientes de que estamos soñando, disponemos de nuestro libre albedrío, contamos con nuestras capacidades normales de raciocinio, percibimos nuestros cinco sentidos parecido a lo que sería estando despiertos, contamos con los recuerdos que tenemos en nuestra memoria cuando despiertos, y a veces hasta podemos llegar a interpretar el sueño dentro del sueño mismo, u otro sueño.
¿Suena bien no? Es básicamente un juego de realidad virtual súper realista que podemos controlar a voluntad.
Ahora bien, los sueños lúcidos pueden darse espontáneamente o pueden ser inducidos a través de algunas prácticas o ejercicios.
Seguramente alguna vez te ha pasado que soñaste algo extraño o ridículo (como suelen ser los sueños), y solo luego de despertar pensaste “¡¿Cómo no me di cuenta de que era un sueño?!”.
Eso ocurre porque nuestro cerebro funciona según esquemas sociales, que son abstracciones mentales que formamos a través de nuestra experiencia y nos permiten detectar incongruencias en nuestra realidad, como por ejemplo ir al kiosco en un horario en el que debería estar abierto y encontrarnos con que no lo está. En este caso, esto nos parecería raro y llamaría nuestra atención. Ni hablar de ver a alguien atravesar una pared o volar. Esto simplemente nos parecería ridículo.
Pero estos esquemas parecen no funcionar en el estado onírico, tal vez por una cuestión de ahorro de energía del cerebro, ya que al estar soñando no necesitamos saber si es raro que el kiosco esté cerrado fuera de horario, o si es inusual que podamos atravesar paredes o volar. Simplemente no detectamos incoherencias en este estado.
Y eso es lo que puede llevar a algunos sueños lúcidos espontáneos, el hecho de por casualidad darse cuenta de alguna incongruencia en el sueño, y a partir de allí cobrar lucidez por el hecho de saber que uno está soñando.
Por otro lado, hoy en día se conocen varios métodos para lograr soñar lúcidamente a voluntad.
Algunos practicantes recomiendan llevar un diario en el que anotar los sueños con la mayor cantidad de detalles posible. Al parecer esto nos vuelve capaces de reconocer patrones, y por ende discernir cuando estamos soñando. Es importante anotar los sueños lo más pronto posible luego de despertar, ya que se nos olvidan fácilmente. Esta es la opción que usé yo personalmente y realmente puedo decir que es efectiva.
Otros sugieren técnicas relativas a la meditación, como relajarse y calmarse antes de dormir. Además, no rascarse o moverse mucho para lograr abstraer la mente, solo por nombrar algunos.
Más allá de estos métodos pre y post sueño, algunos proponen prácticas dentro de los sueños, ya que a veces podemos tener algo de voluntad en un sueño como para hacer acciones mínimas, sobre todo si están premeditadas antes de dormir.
Por ejemplo, algunos sugieren buscar carteles, una vez dentro del sueño, o lugares donde pueda haber palabras escritas. A veces el cerebro llena esos espacios de texto con palabras sin sentido, y esto podría detonar la incongruencia y posterior lucidez. Algo parecido pasa con mirarse al espejo, donde el reflejo no siempre va a ser una copia exacta de lo que es nuestra imagen real.
Independientemente de ser espontáneo o inducido, y sobre todo al comienzo y para primerizos, un sueño lúcido puede ser muy emocionante e incluso dar un poco de miedo (pero no hay de qué preocuparse, nada malo puede pasar). En estos casos es como si hubiera una sobrecarga de actividad neuronal y el soñante acabara despertando a los pocos segundos de haber comenzado a ensoñar (término acuñado por Carlos Castaneda).
Por ello también hay técnicas para tratar de permanecer en un sueño lúcido, como son, principalmente, calmarse y relajarse, mirarse las manos y/o frotárselas, mirarse los pies, e incluso algunos sugieren girar de pie sobre el eje.
Más allá del obvio aspecto lúdico de posibilitarnos volar (una de las opciones más elegidas) o hacer lo que sea que queramos, hay estudios que encuentran varios beneficios y utilidades para los sueños lúcidos. Entre ellos se encuentra la posibilidad de lidiar con problemas cotidianos desde la seguridad de estar en un ambiente controlado por uno mismo, pasando por estudiar o memorizar algunas cosas, o mejorar las habilidades motoras, hasta aplicaciones terapéuticas como el tratamiento de fobias o del trastorno de estrés postraumático.
Y puedo dar fe de esto personalmente, ya que cierta vez estaba teniendo una pesadilla en la que un payaso me arrinconaba en una habitación oscura (sin tenerle un miedo en especial a los payasos, la verdad, pero así son los sueños), hasta que por alguna razón caí en la cuenta de que se trataba de un sueño, y no tuve que hacer más que poner mis manos frente a él, haciendo el gesto de aplastarlo cual bollo de papel, y con eso bastó para que la pesadilla acabara. Simplemente lo aplasté y desapareció, al igual que la sensación de peligro.
En otra oportunidad, por dar un ejemplo, pude volar cual Superman (entiéndase, ensoñando) en las alturas de un paisaje similar al Gran Cañón de Arizona, EEUU, mientras la vastedad resonaba con El Verano de Vivaldi, a la vez que sentía el viento en la cara y su resoplo en los oídos.
Sí, es tan divertido como suena.