Era el año 79 d.C. cuando el monte Vesubio entró violentamente en erupción dejando sepultada a Pompeya y a otras ciudades cercanas del Imperio romano. Miles de personas murieron de forma dramática sin apenas tiempo de reacción. Se escribía así un fatídico episodio que quedó registrado por siempre en los anales de la historia, el cual fue narrado y documentado por Plinio el Joven.
Antecedentes
A pocos kilómetros de la ciudad italiana de Nápoles, en la región de Campania se hallan las ruinas romanas de Pompeya, Herculano, Oplontis y Estabia. Otrora opulentas poblaciones, terminaron sus días enterradas bajo kilómetros de material volcánico y un mar de cenizas. Al pasear por sus rincones, podemos contemplar uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados del mundo casi como si se hubiera «congelado en el tiempo». Pero, ¿que ocurrió exactamente en este lado del Mediterráneo?
El núcleo urbano sobre el que se asentaba la legendaria Pompeya estuvo habitado desde los siglos VII-VI a.C. En aquel período, sus primeros pobladores desconocían los peligros que entrañaba situarse a los mismos pies del monte Vesubio, un imponente volcán que entonces se encontraba inactivo. Aunque esto no lo podían haber previsto con los conocimientos de la época. Los lugares situados en las laderas de los volcanes solían ser muy productivos en las actividades agrícolas, como era el caso de Pompeya.
Se piensa que los etruscos se hicieron con el poder en la zona hacia el siglo VI a.C. Posteriormente, en el 450 a.C. fue conquistada por los samnitas. A principios del siglo III a.C. Pompeya entró dentro de la órbita de Roma como ciudad aliada alcanzando la plena ciudadanía tras el fin de la Guerra Social (91-88 a.C.). Su conversión de municipium a colonia romana favoreció su progresiva romanización. En aquel entonces, la República romana (509 a.C.-27 a.C.) ya era dueña de toda la península italiana y de buena parte del Mediterráneo, apodado por esta civilización como Mare Nostrum.
Ya en pleno apogeo del Imperio romano (27 a.C.-476 d.C.), en febrero del año 62 d.C. tuvo lugar un terremoto que produjo severos daños en Pompeya y en otras localidades de la zona. Estos temblores siguieron repitiéndose con cierta frecuencia aunque en menor intensidad, por lo que la población local no lo consideró una amenaza inminente. No pudieron haber estado más equivocados. Se estima que justo antes de la erupción del Vesubio, vivían en torno a unas 15.000-20.000 personas en la ciudad que acabaría siendo sepultada durante más de diez siglos por las fuerzas de la naturaleza.
Los últimos días de Pompeya
En la mañana del 24 de agosto (fecha tradicional) o 24 de octubre (según las últimas investigaciones) del año 79 d.C. durante el reinado del emperador Tito (79-81 d.C.), aparentemente nada parecía presagiar un funesto destino para los pompeyanos. Sin embargo, en esta fatídica fecha se desató el infierno sobre esta parte de los dominios de Roma. Al principio, una columna de humo procedente del Vesubio ascendió en lo alto del cielo. Como esto ya había sucedido en otras ocasiones, no se tomaron las medidas oportunas que podrían haber disminuido en parte la tragedia.
Pero no mucho tiempo después de este evento, miles de toneladas de gases nocivos y material piroplástico acumulados durante siglos en el interior del Vesubio fueron expulsados al exterior con inusitada violencia. En Herculano una mezcla de cenizas, lluvia y lava inundó las calles y calzadas cubriendo los tejados y penetrando en el interior de las viviendas. Muy pocos lograron escapar de la catástrofe. La misma suerte se cernió sobre la cercana Pompeya, cuando una finísima lluvia de cenizas se cernió sobre sus habitantes, que fue seguida por la caída de lapilli (pequeñas piedras volcánicas) y venenosos vapores de azufre. Por si fuera poco, las temperaturas se aproximaron a los 300 ºC.
Ante la desesperación, algunos infelices trataron de encontrar refugio encerrados en sus casas aunque muchos tejados se derrumbaron. Otros optaron por escapar de la ciudad por todos los medios posibles, pero ya era demasiado tarde. Por otro lado, también tuvo lugar un pequeño maremoto en el golfo de Nápoles. Al anochecer del segundo día, la erupción cesó pero el cielo había quedado envuelta en una extraña bruma a través de la cual el Sol apenas se dejaba ver. Se desconoce el número exacto de víctimas totales que produjo este desgraciado evento, pero podrían ascender a varios miles. Las palabras de Plinio el Joven no pudieron ser más descriptivas con respecto al desastre sufrido:
«Amplias capas de fuego iluminaban muchas partes del Vesubio; su luz y su brillo eran más vívidos por la oscuridad de la noche… era de día en cualquier parte del mundo, pero allí la oscuridad era más oscura y espesa que cualquier otra noche».
Descubrimiento arqueológico y legado
La memoria de la ciudad de Pompeya se perdió en el tiempo durante más de 1500 años. En 1592, la construcción de un canal para el río Sarno ocasionó su descubrimiento parcial. Pero habría que esperar hasta el lejano año de 1748, cuando las primeras prospecciones arqueológicas llevadas a cabo por el español Roque Joaquín de Alcubierre bajo el mecenazgo del futuro Carlos III de España entonces rey de Nápoles, la sacaron de nuevo a la luz. En pleno Siglo de las Luces, Europa se reencontraba con sus orígenes clásicos. Los trabajos han continuado sin interrupción desde aquella época, si bien dotados de una mejor técnica y disciplina que en el siglo XVIII.
Desde su descubrimiento, Pompeya ha evocado la gloria y el ocaso ya no sólo de la Antigüedad pasada sino también de la propia humanidad. En el año 1834, el escritor británico Edward Bulwer-Lytton publicó la novela «Los últimos días de Pompeya», que no debe confundirse con la novela del mismo nombre realizada por la autora rusa Yelizabeta Vasilievna Salias de Tournemir en 1883. Se trata de una novela histórica del Romanticismo, cuyos protagonistas se encuentran en Pompeya momentos antes del horripilante episodio del Vesubio. Debido a su naturaleza tan infausta, todas las artes han cultivado este acontecimiento, estando presente en infinidad de narraciones, documentales o películas.
Los desconcertantes moldes de figuras corpóreas que podemos observar si decidimos visitar el yacimiento, corresponden a un inyectado de yeso en los huecos que ocuparon los cuerpos de los pompeyanos en el momento de la erupción. Este procedimiento fue elaborado por el arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli (1823-1896), ayudando a preservar los restos de Pompeya. Todo ello nos evoca la desesperación y la desastrosa pérdida de vidas humanas de aquellos tiempos remotos. Desde los frescos magníficamente conservados que nos han llegado, los que antaño fallecieron nos devuelven la mirada quizá para recordarnos a los que todavía vivimos la fugacidad de nuestra vida terrenal.
Bibliografía
Beard, M. (2014). Pompeya, Historia y leyenda de una ciudad romana.
Berry, J. (2009). Pompeya. Ed. Akal. Madrid.
Fierz-David, L. (2007). La villa de los Misterios de Pompeya. Editorial Atalanta.
“Pompeya, la ciudad desenterrada”. National Geographic.
Antes de que te vayas…