Don Pelayo, el legendario héroe de la Reconquista

Han circulado auténticos ríos de tinta acerca del más legendario y a la vez misterioso héroe de la Reconquista: don Pelayo. Elegido como Princeps de los astures, tras la caída del reino visigodo de Toledo por las huestes islámicas comandó un pequeño contingente rebelde que logró la primera victoria cristiana en la batalla de Covadonga (¿718?-¿722?), a medio camino entre la realidad y la leyenda. Pero, ¿quién fue realmente don Pelayo? ¿Qué datos conocemos sobre él? ¿Existió o no?

Don Pelayo, princeps de los astures

¿Qué nos narran las crónicas?

Es de destacar que si bien la inmensa mayoría de investigadores e historiadores no duda de la existencia histórica de don Pelayo, las distintas fuentes de las que disponemos no concuerdan del todo en cuanto a las enigmáticas circunstancias que rodean a este personaje. No obstante, existen algunas crónicas que nos permiten trazar un recorrido a grosso modo de esta figura.

La Crónica mozárabe del año 754, y por tanto la más contemporánea de todas las que competen al período histórico analizado, pretendió ser una continuación de la Historia de los Godos de San Isidoro de Sevilla. Esta fuente constituye un documento de primer orden para entender los sucesos que conllevaron a la caída del reino visigodo y los acontecimientos posteriores. Un aspecto realmente reseñable de dicha crónica es que no menciona a Pelayo en ningún momento, lo cual pudiera resultar cuanto menos extraño. El hecho de no haber recogido a un personaje que a la postre se convertiría en el primer líder de un reducto de resistencia cristiano contra el islam en la península ibérica, es desconcertante. Lo cual nos hace suponer que la formación de este minúsculo reino en las montañas asturianas, revestiría de escasa importancia para el autor de esta crónica en el momento en el que tuvieron lugar los hechos narrados.

A pesar de esta consideración, nos han llegado otras crónicas que sí hacen mención a Pelayo y a sus orígenes:

Por un lado, la Crónica Albendense, escrita en torno al año 880 en pleno reinado de Alfonso III de Asturias apodado «el Magno» (866-910). En este relato, se narra cómo Pelayo es un noble de origen godo expulsado de Toledo por el rey Witiza (702/703-710), buscando refugio en Asturias. Al dar comienzo la invasión musulmana de la península ibérica, Pelayo es elegido Princeps de los astures y derrota a una guarnición islámica establecida en Gijón comandada por un gobernador de nombre Munuza.

A su vez, encontramos la Crónica de Alfonso III, que presenta dos versiones: la Rotense y la Sebastianense.

En la versión Rotense, Pelayo es considerado un espatario (capitán de la guardia) de los reyes visigodos Witiza y Rodrigo, que marcha al norte de Hispania junto a su hermana Ermesinda ante el imparable empuje de los musulmanes. Una vez ubicado en Asturias, Pelayo entra en contacto con el gobernador musulmán de la zona, llamado Munuza, que se encontraba en la ciudad de Gijón. Este se enamora de Ermesinda y decide enviar a Pelayo a Córdoba para librarse de él y así poder desposarse con su hermana. Más tarde, en el año 717, Pelayo regresa a Asturias y tras una dramática irrupción en contra de los intereses de Munuza, consigue ponerse a salvo entre los astures e iniciar el primer conato de resistencia frente al islam después de haber sido nombrado como el príncipe de este pueblo.

Por último, en la Sebastianense se renunció al trasfondo novelesco de los acontecimientos, si bien se destaca el supuesto origen noble godo de Pelayo, al considerársele como hijo de un duque de nombre Favila o Fáfila, que no hay que confundir con el hijo de Pelayo del mismo nombre. Esta versión de la Crónica de Alfonso III fue elaborada por Sebastián, el sobrino del mismo rey asturiano, y constituye el más claro ejemplo de neogoticismo. A través de una construcción ideológica en la que Pelayo vendría a ser el sucesor lineal de Rodrigo, su pretensión era la de establecer una continuidad histórico-política entre el antiguo reino visigodo de Toledo y el reino de Asturias o astur-leonés, nacido del anterior, y de esta manera legitimar la autoridad de Alfonso III sobre sus súbditos.

A diferencia de la Crónica mozárabe del año 754, tanto la Crónica Albendense como las dos versiones de la Crónica de Alfonso III (Rotense y Sebastianense), coindicen en dibujar a un personaje emparentado con la nobleza visigoda de tintes algo legendarios, además de no colaborar con el enemigo y ser un firme defensor de la fe cristiana sin ambigüedades ni cortapisas. Esta cuestionada tendencia, por otra parte bastante idealizada de Pelayo, nos hace suponer que no se correspondería con la autenticidad histórica propiamente dicha, sino que se trataría más bien de una invención literaria. A favor de esta teoría, se encuentra el hecho de que en la propia Crónica mozárabe no se haga referencia alguna a Pelayo, a pesar de la trascendencia macro-histórica de sus actos que culminarían en última constancia con la batalla de Covadonga y en la fundación del reino de Asturias.

Monumento a don Pelayo en Covadonga (Asturias)

La batalla de Covadonga y el nacimiento del reino de Asturias

Una vez analizados los diferentes puntos de vista que nos ofrecen las crónicas, nos situaremos en el contexto histórico y político que envuelve a don Pelayo para tratar de discernir más acerca de este personaje.

En los últimos estertores del Imperio romano de Occidente, numerosos pueblos fueron asentándose paulatinamente en sus dominios, entre ellos los visigodos. La derrota de los visigodos a manos de los francos de Clodoveo en la batalla de Vouillé en el 507, obligó a los primeros a fijar su centro político en la península ibérica. Poco después, eligieron a la ciudad de Toledo como la capital de su reino debido a su centralidad geográfica. Grandes monarcas visigodos de la talla de Leovigildo (568-586), Recaredo (586-601), Suintila (621-631) Recesvinto (653-672) o Wamba (672-680) dejaron paso a otros que no supieron estar a la altura de sus predecesores. Tras una serie de intrigas palaciegas y de reinados algo convulsos, el rey Witiza murió en torno al año 710 dejando consigo un espinoso litigio sucesorio.

Panorámica de Toledo, capital del reino visigodo

El duque de la Bética, de nombre Rodrigo, había logrado hacerse con la corona en contra de los parientes de Witiza, lo que acarreó graves desavenencias internas en el seno del reino visigodo. Las luchas fratricidas entre los diferentes aspirantes al trono visigodo habían constituido una norma casi constante desde la caída del Imperio romano de Occidente y el establecimiento de los visigodos en la vieja Hispania. Una facción rebelde de la nobleza decidió entronizar a Agila II en contra de Rodrigo, si bien este hecho se ha de tomar con cierta precaución. La ya mencionada Crónica mozárabe de 754 habla de un contexto de guerra civil entre los propios visigodos, pero no menciona a Agila II. Mientras tanto, una nueva religión llamada islam surgida en las tierras de Arabia en el siglo VII de la mano de su profeta Mahoma, se estaba expandiendo rápidamente por todo el mundo conocido, incluyendo vastos dominios del Imperio bizantino, toda Persia y el norte de África.

Por si esto fuera poco, a comienzos del siglo VIII tuvieron lugar una serie de fatales hambrunas debido a las adversas condiciones meteorológicas que arruinaron las cosechas y diezmaron a la población peninsular. Fue en estas difíciles circunstancias cuando una expedición de árabes y bereberes al mando de Táriq ibn Zayid, subalterno del valí del norte de África y a su vez dependiente del Califato omeya, Musa ibn Nusair; desembarcó en el Campo de Gibraltar en el año 711. El rey Rodrigo, que se encontraba en ese momento guerreando contra los vascones en el lejano norte, hubo de reclutar a toda prisa un contingente para hacer frente a este contratiempo. Poco después, tuvo lugar la trascendental batalla de los montes Transductinos, más conocida en la historiografía tradicional como la batalla del río Guadalete. Durante este enfrentamiento, supuestamente Rodrigo perdió la vida al huir las alas de su ejército en plena batalla como consecuencia de una traición, dando como resultado a la desintegración del reino visigodo de Toledo en muy pocos años.

El rey Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete, por Bernardo Blanco y Pérez. Fuente: Museo del Prado

Sin encontrar demasiada resistencia, Táriq y Musa se hicieron con el control de la mayor parte de la península ibérica. En el año 714, los musulmanes llegaron hasta la tierra de los astures, situada en los confines de Hispania. El jefe bereber Munuza se estableció en Gijón con el objetivo de dirigir la administración de este territorio. Sus pobladores debían enviar rehenes a Córdoba para asegurar su lealtad. Sin embargo, en tiempos del valí Al-Hurr (716-719), un personaje llamado Pelayo perteneciente a uno de los linajes familiares más importantes de la zona, es elegido en asamblea princeps, equivalente a caudillo o líder de los astures. Es de destacar que el título de rey atribuido comúnmente en el imaginario popular a Pelayo pudiera resultar algo problemático, siendo más correcto el correspondiente a princeps. Munuza envió un destacamento para sofocar la incipiente rebelión que se estaba fraguando. Mientras esperaba refuerzos procedentes del sur, Pelayo y sus hombres se refugiaron en el monte Auseva donde tendieron una emboscada a sus enemigos. El enfrentamiento bélico quedó registrado como la batalla de Covadonga, acontecida en una fecha comprendida entre 718-722.

Don Pelayo en Covadonga, por Luis de Madrazo y Kuntz. Fuente: Museo del Prado

Respecto a la mítica batalla de Covadonga, esta es considerada a menudo como el mito fundacional” de España, punto de arranque del nacimiento del reino de Asturias, así como de otros reinos cristianos y de la propia Reconquista. Como es fácil de suponer, este episodio fue glorificado a lo más alto entre los cronistas cristianos de siglos posteriores. Pero a pesar de la magnificencia que dicha batalla pueda generar entre el público por sus tintes de épica y espectacularidad, hoy en día existe un gran debate en torno a este acontecimiento. Aunque dada por cierta por la mayoría de historiadores, se descartan los números exagerados que las crónicas cristianas otorgaron al ejército musulmán (según la Crónica albendense se compondría de 187.000 hombres, por unos 300 cristianos, de acuerdo a otros relatos). Otros expertos en cambio dudan de su existencia misma, como el caso del catedrático e historiador medievalista José Luis Corral. Por otro lado, el cronista musulmán que vivió entre los siglos XVI-XVII, Al-Maqqari, también dio cuenta de la batalla de Covadonga, aunque restó importancia a lo sucedido, calificando a Pelayo y a sus hombres como de “treinta asnos salvajes”.

El destino del gobernador Munuza varía según las fuentes, resultando muerto o huido tras los sucesos ocurridos en Covadonga. Sin embargo, en aquel momento los musulmanes tenían más interés en conquistar el reino merovingio, en la actual Francia, donde serían frenados por Carlos Martel en la batalla de Tours-Poitiers en torno al 732-734. ¿Pero que había sucedido en Asturias después de Covadonga? Tras el triunfo de la rebelión, Pelayo decidió no establecer su corte en Gijón. Esta era la ciudad más importante de Asturias en aquel entonces, la cual había sido fundada anteriormente por los romanos. En su lugar, escogió a la población de Cangas de Onís, próxima a la cordillera de los Picos de Europa. La elección de este particular enclave podría radicar en su mejor defensa natural en caso de otro posible ataque musulmán, ya que la situación de Pelayo y la de sus reducidos dominios distaba mucho de ser segura a pesar de su reciente victoria en Covadonga. Más tarde, la sede regia se trasladaría a Pravia en tiempos del rey Silo (774-783), el que fuera el esposo de Adosinda, nieta de Pelayo, y posteriormente a Oviedo, ya en tiempos de Alfonso II apodado «el Casto» (791-842).

Batalla de Poitiers, por Charles de Steuben

Muerte y sepultura

El legendario don Pelayo, aquel que había logrado repelar a las huestes de Alá en el extremo noroccidental de la península, falleció en Cangas de Onís en el año 737. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, junto a los restos de su esposa Gaudiosa. Posteriormente, en tiempos de Alfonso X el Sabio, los restos de Pelayo fueron trasladados a la Santa Cueva de Covadonga, donde permanecen en la actualidad. No obstante, numerosos investigadores dudan de la autenticidad de dicho traslado.

Como curiosidad, en su lápida podemos encontrar la siguiente inscripción:

AQVI YACE EL S REY DON PELAIO ELLETO EL AÑO DE 716 QUE EN ESTA MILAGROSA CUEBA COMENZO LA RESTAVRACION DO ESPAÑA BENCIDOS LOS MOROS FALLECIO AÑO 737 Y ACOMPAÑA SS M/gEr Y ErMANA

Sean o no ciertas las leyendas o relatos que se han contado en alguna ocasión sobre Pelayo, de lo que no cabe ninguna duda es de que su legado y trascendencia seguirá generando ríos de tinta por muchos años. Sin mediar cuestiones ideológicas o políticas de cualquier tipo que podrían empañar nuestro conocimiento, el que fuera nombrado Prínceps de los astures se ha ganado con toda seguridad el honor de ser uno de los personajes de la historia de España más recordados y estudiados de todos los tiempos.

La primera victoria, por Ferrer Dalmau

Bibliografía:

Álvarez, P. C. (2020). El origen de Pelayo y la batalla de Covadonga. Desperta Ferro Ediciones. Recuperado de https://www.despertaferro-ediciones.com/2020/el-origen-de-pelayo-y-la-batalla-de-covadonga/

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Chica, S. J. (2023). Imperios y Bárbaros. La Guerra en la Edad Oscura. Desperta Ferro Ediciones.

Chica, S. J. (2020). Los Visigodos. Hijos de un Dios furioso. Desperta Ferro Ediciones.

Chica, S. J. (2023). Nunca fue en Guadalete. La correcta ubicación y reconstrucción de los montes Transductinos. Desperta Ferro Ediciones. Recuperado de https://www.despertaferro-ediciones.com/2023/la-correcta-ubicacion-y-reconstruccion-de-la-batalla-de-guadalete-los-montes-transductinos/

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