Una de las consecuencias más importantes de la Reconquista es la insuficiencia demográfica de España, que todavía llega a nuestros días (la densidad de la población en España es inferior a la de la Unión Europea y muy inferior a las de Francia, Italia, Reino Unido y Alemania). En el siglo XVII, la densidad de la población española era de unos veinte habitantes por km2, la mitad de la de lo que llamó Pierre Chaunu la Europa “densa y feliz por ser numerosa”, que fue la que protagonizó el desarrollo económico moderno y sigue siendo el centro del continente. En el siglo XVII, esta España poco poblada perdió un millón de habitantes, aunque ese retroceso fue un fenómeno común en Europa. En esa coyuntura se sitúa la actividad demográfica de Felipe IV (1605-1665), el rey de España con más hijos conocidos.
Felipe IV se casó dos veces. La primera vez, en 1615, con Isabel de Borbón (1602-1644), hija de Enrique IV de Francia (el matrimonio fue concertado en 1611, cuando el futuro rey español tenía seis años). Con esa mujer, tuvo ocho hijos, a los que hay que sumar los dos abortos con los que terminaron los postreros embarazos, el último de los cuales provocó la muerte de la reina. De los ocho hijos, siete fueron hembras. Pero lo más notable es que únicamente uno sobrevivió a su padre y dos a su madre, pese a fallecer con tan solo 41 años. La primera hija vivió unas horas; la segunda, casi un mes; la tercera, veinte meses; la cuarta, nació muerta; la quinta sobrevivió un día; y la séptima, nueve meses. Sólo la última, María Teresa (1639-1683) alcanzó la edad suficiente para casarse y tener seis hijos, cinco de los cuales murieron prematuramente (tres a los pocos meses de nacer, uno con dos años y otro con cinco años recién cumplidos). Y pudo pasar a la historia de España porque su matrimonio con Luis XIV, concertado con la Paz de los Pirineos (1659), permitió la entronización de los Borbones en España. Su único hijo superviviente, Luis el Gran Delfín de Francia (1661-1711), no vivió lo suficiente para ser coronado rey de Francia, pero sí para ver a su hijo, Felipe V, en el trono español (un nieto, Luis XV, sería rey de Francia).
El único hijo varón, el príncipe Baltasar Carlos (1629-1646), inmortalizado por Velázquez en varios cuadros, vivió mucho más que sus hermanas, con la excepción de María Teresa. Pero ni siquiera pudo cumplir los 17 años. Murió de viruela en Zaragoza el 9 de octubre de 1646, tras cuatro días de enfermedad.
La muerte del príncipe de Asturias dejó a Felipe IV sin heredero varón. La urgencia de un nuevo matrimonio propició que el rey se casara con su sobrina Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III y de su prima María Ana (hermana de Felipe IV). Mariana había estado destinada a desposarse con el príncipe Baltasar Carlos. En el momento del matrimonio, el 7 de octubre de 1649, la joven tenía catorce años (y no menstruaba todavía).
Con Mariana de Austria, Felipe IV tuvo seis hijos. En este caso, tres fueron varones. Pero la suerte no fue muy diferente, porque sólo dos sobrevivieron a su padre. Una hija, la segunda, vivió trece días, y la última nació muerta en 1662. La primera de las hijas, Margarita Teresa consiguió vivir 21 años, casarse con su tío el emperador Leopoldo I de Austria y tener cuatro hijos, de los cuales tres murieron muy prematuramente (y pasar a la historia por ser retratada por Velázquez en el cuadro de Las Meninas). La única superviviente de ese matrimonio, María Antonia de Austria, vivió durante 23 años, fue heredera del trono español y madre de tres hijos. Los dos primeros murieron al poco de nacer. Y el tercero, José Fernando de Baviera (1692-1699), fue reconocido como heredero del trono español por Carlos II. Pero murió con seis años.
Los tres hijos varones del segundo matrimonio tuvieron mala salud. Felipe Próspero (1657-1661), vivió tres años, durante los cuales fue el heredero del trono español. Aún así, le dio tiempo suficiente para contemplar el nacimiento y muerte de su hermano Fernando. Pero esta vez el príncipe de Asturias tuvo pronto un sucesor. Cinco días después su fallecimiento, nació su hermano Carlos, el último hijo alumbrado vivo por la segunda esposa de Felipe IV.
El caso de la descendencia legítima de Felipe IV es un caso excepcional, pero no único. Una generación después, Ana I del Reino Unido (1665-1714), La Buena Reina Ana (1702-1714), casada con Jorge de Dinamarca, concibió 19 hijos hasta la muerte de su marido en 1708 a los 55 años. Pues bien, solamente uno llegó a cumplir los dos años, Guillermo Enrique, quien murió en 1700, recién cumplidos los once años. Once nacieron muertos (entre ellos dos gemelos), otros tres murieron el mismo día del nacimiento y dos embarazos acabaron en aborto. María sobrevivió veinte meses y Ana Sofía, nacida después y muerta antes, casi nueve. En este caso, no se puede recurrir a la consanguineidad de los cónyuges. La Buena reina Ana, que no estaba destinada a reinar (ni legítimamente le correspondía el trono del destronado Jacobo II), no dejó heredero, pero alumbró en 1707 el Reino Unido.
No parece que Felipe IV, a pesar de tener sólo ocho tatarabuelos y no dieciséis, sea responsable de las desgracias de su descendencia legítima, a tenor de la numerosa descendencia ilegítima que tuvo. En realidad, no se sabe con seguridad el número de bastardos que tuvo y es probable que el propio rey lo desconociera (también porque llegó a compartir lecho). El embajador veneciano Girolamo Giustiniani mencionó 23 bastardos (“es fama, aunque no segura, que sea padre de veintitrés hijos habidos fuera de matrimonio, casi todos con personas de nobles sangre. A todos suministra en privado alimentos”). Normalmente, se cuenta que fueron una treintena. Pero no ha faltado quien le atribuyera setenta. Se sabe que el alumbramiento ponía fin a la relación. Y que el niño era enviado lejos para su crianza. No parece que, como amante, Felipe IV fuera un clasista.
Lo que se conoce es que sólo legitimó a dos, uno de ellos, Fernando Francisco Isidro de Austria (1626-1634), después de muerto (en Éibar, bien lejos de sus padres).
El único hijo legitimado en vida fue Juan José de Austria (1629-1679), a los trece años, uno de los personajes más importantes del reinado de Carlos II y que prestó grandes servicios políticos y militares a Felipe IV. Habiendo tomado los hábitos religiosos, no se casó pero engendró tres bastardas.
La madre de Juan José de Austria fue, asimismo, la amante más famosa de Felipe IV, María Calderón (1611-1646), conocida como La Calderona o Marizápalos, la actriz de más éxito de su tiempo, que, recién nacida, había sido abandonada a las puertas de Juan Calderón, un individuo relacionado con el teatro. Cuando el rey la conoció, estaba casada y tenía amantes (un cómico y un duque), lo que propició rumores sobre la paternidad de Juan José de Austria (explicables, en parte, por los enemigos que tuvo éste por la elevada posición que alcanzó). Cuando inició la relación con el rey, se retiró del teatro. Y cuando tuvo el hijo, le fue arrebatado, bautizado como “hijo de la tierra” y enviado a León (fue normal enviar a los recién nacidos ilegítimos del rey fuera de Madrid). Ella entró en religión, como sucedió con otras madres (a otras se las casó). Y, en sus cinco últimos años de vida, fue la abadesa del monasterio benedictino de San Juan Bautista de Valfermoso de las Monjas (Guadalajara).
Un caso singular fue el de Alonso Enríquez de Santo Tomás (1631-1692), nacido en Vélez-Málaga y cuya madre era dama de honor de la reina, Constanza de Ribera y Orozco, quien estaba comprometida con José Enríquez de Guzmán y Porres, que se casó con ella y reconoció al recién nacido (poco después murió y el niño fue criado por sus abuelos y, después, por su tío, obispo de Málaga, lo que influyó en su vocación religiosa). Felipe IV quiso legitimarlo y traerlo a la Corte. Pero el que ya era fraile domínico, y tenido por hijo legítimo, no quiso. Sin duda, Felipe IV le ayudó a que fuera, sucesivamente, obispo de Osma (1661), Plasencia (1663) y Málaga (1664).
Sólo tenemos datos de diez hijos bastardos de Felipe IV. De ellos, únicamente dos son mujeres, y de una ni siquiera se conoce el nombre (es el único caso), sólo una cita del propio rey en una carta fechada a finales de 1650: “Verdad es que tengo el yerno que decís y su esposa está harto contenta de que yo me huelgo mucho. En fin: ya que le ofendí [a Dios] cuando tuve esta prenda, se la he dado para solicitar con esto el perdón de lo que le he ofendido”. Eso permite deducir que la lista de diez bastardos conocidos es muy incompleta (y más si se tiene en cuenta que en la descendencia legítima, las hembras fueron 10 y los varones sólo 6).
A pesar de ello, cabe considerar muy significativos los datos que pueden deducirse de esa lista sesgada. De los 10 hijos ilegítimos, sólo uno murió siendo niño, con siete años. Y la media de edad de los ocho que se conoce cuánto vivieron es de 48 años, muchísimo más de la esperanza de vida al nacer de aquella época que se calcula que era de algo más de 30 años. De hecho, cuatro, la mitad, superaron los sesenta años, que es lo que vivió Felipe IV (y otro, que es el único que se sabe que tiene descendientes hoy, pese a haber tenido sólo una hija, alcanzó los 57 años).
Resulta significativo que siete de los nueve hijos que llegaron a adultos entraran en religión (uno de ellos tras haber contraído matrimonio dos veces).
Sabemos que Felipe IV, un rey que creía en el determinismo religioso y fue muy piadoso, vivió atormentado por sus pecados, que consideraba causa de las desgracias que sufría como padre y como rey. Dan cuenta de ello las 614 cartas que escribió entre 1643 y 1665 a sor María de Ágreda, que se convirtió en su consejera (y que murió tres meses antes que el rey). Lo cierto es que el último de los hijos bastardos del rey nació en 1642. Parecería que Felipe IV enmendó su conducta. Si fue así, no cambió su suerte: los 23 últimos años de su reinado fueron aún peores.
El drama para España fue que, a pesar de las docenas de hijos que tuvo Felipe IV, cuando murió el rey no había más heredero varón que un niño de tres años. Un niño, además, con una mala salud, que hizo temer por su vida en todos y cada uno de los casi 39 años de existencia. Aún así, consiguió reinar 35 años, más que la mayoría de los monarcas españoles (y que todos los reyes visigodos). Lo que no logró fue engendrar un heredero, pese a los dos matrimonios que contrajo. Todo ello tuvo en vilo a las cancillerías europeas a lo largo de su reinado, dado que el imperio español seguía siendo el más grande. Y desembocó en la Guerra de Sucesión española, a pesar de que no fuera inevitable (Felipe V consiguió reinar en paz durante más de una año). Carlos II el Hechizado (1601-1700) no sólo tuvo problemas graves de salud, sino que por sus múltiples deficiencias estaba incapacitado para reinar. Aún así, mostró una dignidad que no se encuentra en la mayor parte de la clase política que padecemos.
Antes de que te vayas…