El 26 de abril de 1986 el mundo ya no volvió a ser el mismo. En este fatídico día, tuvo lugar el terrible accidente en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, ubicada en el norte de la actual Ucrania (entonces Unión Soviética) a unos 3 km de la ciudad de Prípiat y a 14’5 km de Chernóbil. Está considerado como el peor accidente nuclear de la historia y uno de los mayores desastres medioambientales jamás ocurridos cuyas trágicas consecuencias llegan hasta nuestros días.
Antes del accidente
En la década de 1970, el gobierno soviético mostraba un gran interés en aumentar el uso de la energía nuclear para satisfacer su creciente demanda energética. Con este propósito, en 1972 se empezó a construir la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, ubicada a 14’5 km de la ciudad de Chernóbil y a más de 100 km de Kiev, la capital de la República Socialista Soviética de Ucrania. Este singular proyecto era uno de los más ambiciosos de su época. Para albergar a los trabajadores de la central y a sus respectivas familias, a partir de 1970 se edificó la moderna ciudad de Prípiat, sin duda un escaparate para el resto del país y del mundo. De alguna manera, se pretendía mostrar al eterno enemigo capitalista las supuestas bondades del régimen soviético. Desafortunadamente, los siguientes hechos demostrarían lo contrario.
Debido a sus instalaciones y servicios de alto nivel, en aquel entonces a Prípiat se la conocía como la ‘ciudad del futuro‘. El primer reactor de la central modelo RBMK (construidos únicamente en la URSS) entró en funcionamiento en 1977, el segundo en 1978, el tercero en 1981 y el cuarto en diciembre de 1983. Un quinto reactor estaba programado entre octubre y diciembre de 1986. Sin embargo, debido al trágico accidente ocurrido en 1986, su construcción fue paralizada y finalmente cancelada. A causa de la rapidez con la que el proyecto fue llevado a cabo, la central nuclear de Chernóbil ideada por el arquitecto Víktor Briujánov presentaba severos fallos en su diseño (como el no disponer de recintos de contención) que la convirtieron en un elemento altamente inestable cuando se trabajaba a baja potencia.
Prueba experimental y explosión del reactor 4
El sábado 26 de abril de 1986, iba a tener lugar una prueba experimental con el fin de aumentar la seguridad del reactor nuclear en la central de Chernóbil. A través de este temerario ensayo, se debía averiguar cuánto tiempo continuaría generando electricidad la turbina de vapor tras una pérdida brusca del principal suministro energético del reactor. En el caso de que se produjera un corte eléctrico, las bombas refrigerantes de emergencia requerían de un mínimo de potencia para ponerse en marcha y se desconocía si una vez cortada la afluencia de vapor, la inercia de la turbina podría seguir manteniendo en funcionamiento dichas bombas refrigerantes durante ese tiempo. Las condiciones para esta prueba habían sido acordadas antes del inicio del turno diurno del día 25 de abril. Para que esta pudiera llevarse a cabo, a las 1:06 de la mañana la potencia se redujo al 50%. No obstante, toda una sucesión encadenada de factores desafortunados iba a condenar a la central nuclear al completo desastre.
Fue entonces cuando ante el fallo de una planta regional, el jefe de la red eléctrica de Kiev solicitó paralizar la reducción de la potencia eléctrica de la central de Chernóbil para suplir esa falta de energía, a lo que su director accedió de forma bastante irresponsable. A las 23:04, se reanudó la reducción de la potencia. Este retraso fue crucial para el posterior devenir de los acontecimientos. Para cuando se suponía que el ensayo debía realizarse, los empleados del turno diurno hacía bastante tiempo que se habían marchado y los del turno vespertino se disponían a salir. Esta situación dejó a los siguientes trabajadores nocturnos la responsabilidad de una prueba para la cual no habían sido preparados de forma previa pues el plan inicial previó haberla concluirlo durante el día y no por la noche. Por si fuera poco, el tiempo del que disponían para llevar a cabo dicha prueba era demasiado escaso. Todas estas circunstancias jugaron en contra ante lo que todavía estaba por llegar. Aleksandr Akímov era el jefe supervisor durante aquel turno nocturno y Leonid Toptunov el ingeniero encargado del régimen operacional del reactor. Sin todavía sospecharlo, pronto se enfrentarían al mayor desafío de sus vidas.
La reducción de potencia continuó pasada la medianoche. Sin embargo, debido a la producción natural de xenón (gas muy absorbente de neutrones) la potencia siguió bajando peligrosamente en un proceso conocido como ‘envenenamiento por xenón‘. Además, inconscientemente las barras de control se instalaron demasiado rápido, por lo que la potencia bajó hasta los 30 MW, un 5% del valor al que se suponía que debía operar el experimento. Por ello, se decidió elevar la potencia desactivando el sistema automático encargado del mantenimiento de las barras de control. La potencia se estabilizó en torno a los 160-200 MW. No obstante, ante la anterior caída tan brusca de potencia, se había producido el mencionado envenenamiento por xenón. Con el fin de contrarrestarlo, se empezaron a extraer más barras de control. La baja potencia del reactor, la presencia de xenón-135 junto con la inestabilidad en la temperatura del núcleo hicieron saltar las alarmas. Sin embargo, las señales de emergencia procedentes del sistema termohidráulico fueron ignoradas con el fin de mantener la potencia requerida para la consecución del experimento. La tragedia se estaba aproximando irremediablemente.
La potencia se reajustó a 200 MW. A las 01:05 se activaron dos bombas de agua adicionales. Este aumento en el flujo de agua disminuyó la temperatura del núcleo, generando a su vez una mayor bajada en la potencia del reactor. Ante el cariz que estaba tomando la situación, los operarios apagaron dos de las bombas de circulación para reducir el caudal de alimentación de agua y así aumentar la presión de vapor a la vez que se retiraban manualmente más barras de control con el objetivo de conservar los niveles de potencia requeridos para la prueba. Todas estas acciones extraordinariamente arriesgadas conllevaron a una situación altamente inestable del reactor. Casi todas las barras de control habían sido extraídas manualmente (sólo quedaban 8), muy por debajo del 30 mínimo requerido para poder controlar el reactor. Por otro lado, el sistema automático que podía activar el apagado de emergencia había sido inhabilitado a propósito para mantener las condiciones de la prueba (aunque todavía estaba el botón de Defensa de Emergencia Rápida AZ-5). Todo ello suponía una grave violación del Reglamento de Seguridad Nuclear de la Unión Soviética. Pese a la absoluta falta de un mínimo de sentido común, a las 1:23:05 dio comienzo el fatal experimento, cortando la alimentación de las turbinas para que estas funcionasen por inercia.
A medida que disminuía el generador de la turbina, también lo hizo la electricidad dirigida a las bombas de agua. La reducción del caudal del agua generó un aumento en los huecos de vapor del núcleo y provocó un bucle de retroalimentación positiva del reactor. Esto se debió a la incapacidad de refrigeración del agua para absorber neutrones lo que conllevó a un aumento inusitado de la potencia del reactor. A su vez, esto originó que mayor cantidad de agua se convirtiera en vapor, incrementando todavía más esa potencia. Se suponía que las barras de control debían haber contrarrestado esa peligrosa retroalimentación, pero la mayoría de ellas ya habían sido extraídas. A las 1:23:40, se registró el inicio del apagado de emergencia mediante el accionamiento del botón AZ-5, lo que desencadenaría la posterior explosión. Este mecanismo insertaba todas las barras de control en el núcleo, incluidas aquellas que se habían retirado manualmente de una forma tan imprudente. A día de hoy, existe cierta controversia acerca de las circunstancias que condujeron a pulsar el botón AZ-5. Hay quienes afirman que su pulsado se debió al repentino incremento de la potencia del reactor. Otros dudan de que realmente se llevara a cabo esta acción o que incluso tuviese lugar como parte del método rutinario del citado experimento.
Sea como fuere, al presionar este botón AZ-5 comenzó la inserción de las barras de control en el núcleo del reactor. Estas debían atravesar los 7 metros de altura del núcleo a una velocidad de 0’4 m/s. Dichas barras contenían además puntas de grafito (material conductor), lo que provocó que al entrar en contacto con el núcleo se desplazara el material absorbente de neutrones para frenar la reacción. Se produjo entonces un pico de masivo de energía que provocó el sobrecalentamiento del núcleo y el resquebrajamiento de las barras cuando estas se encontraban a 2’5m. El nivel de potencia se elevó de repente a 530 MW. Posteriormente subió a más de 30.000 MW, diez veces la producción normal. El último registro anotó 33.000 MW. Se escucharon fuertes ruidos seguidos de una fuerte explosión que hizo volar la tapa de 2000 toneladas del reactor 4. Un grave incendio tuvo lugar en la planta así como la emisión de productos altamente radiactivos a la atmósfera. La primera víctima mortal del accidente fue el ingeniero Valery Khodemchuk, quien era el operador de la bomba de circulación en el momento de la explosión. Su cuerpo quedó sepultado bajo los escombros procedentes de lo que había quedado del malogrado reactor 4. Alrededor del 25% del grafito fue expulsado al rojo vivo junto con otros materiales.
Tragedia y consecuencias
Minutos después del catastrófico evento, todos los bomberos militares asignados a la central estaban ya en camino. El incendio había afectado a varios pisos del reactor 4 y se estaba acercando peligrosamente al reactor 3 de la central. La acción heroica de estos profesionales durante las primeras horas del desastre, aun a riesgo de poner en riesgo sus propias vidas, evitó que el fuego se extendiera por todas las instalaciones. Ante la gravedad de la situación, se hizo necesario pedir ayuda extra al cuerpo de bomberos de Kiev. Tristemente, sin posibilidad de saberlo todavía, todos estos trabajadores habían firmado su sentencia de muerte al hallarse tan cerca del implosionado reactor 4 recibiendo dosis mortales de radiación en apenas minutos. Los dosímetros disponibles sólo medían hasta 3’6 röntgens por hora (unidad utilizada para medir las radiaciones ionizantes), aunque en algunas áreas este valor ascendía a 30.000 R/h. Por ello, el jefe nocturno Aleksandr Akímov consideró erróneamente que el reactor estaba intacto. Días después, varios helicópteros del ejército soviético procedieron a arrojar materiales como arena, arcilla, plomo, dolomita y boro para tratar de solucionar el desastre, sin demasiado resultado.
A pesar de la magnitud que estaba tomado el curso de los acontecimientos, no se procedió a evacuar a la población de Prípiat y de un radio de 30 km hasta pasadas 36 horas después del accidente. Para entonces miles de personas ya habían quedado severamente afectadas a causa de los intensos niveles de radiación. Unas 135.000 personas tuvieron que ser evacuadas de la zona de exclusión, incluidos los habitantes de Prípiat. Se les llegó a decir que regresarían a sus hogares pocos días después. Para el mes de mayo, las labores de evacuación para un radio de 30 km habían concluido, si bien la radiación acabó afectando a un área mucho mayor. Otros 215.000 individuos serían ubicados en los años posteriores. Como consecuencia de estas improvisadas evacuaciones, extensas regiones quedaron deshabitadas de forma permanente. A modo de curiosidad, la naturaleza ha ido ‘conquistando’ el espacio dejado por los seres humanos, dando lugar a una explosión de vida nunca antes vista a pesar de los altos niveles de radiactividad todavía presentes. Años después se dieron numerosos casos de saqueos de las localidades vaciadas.
Paradójicamente las evidencias del escape de material altamente radiactivo procedente de la central de Chernóbil, no llegaron de las propias autoridades soviéticas sino de la central nuclear sueca de Forsmark, situada a una distancia de 1.100 km del lugar de los hechos. El día 27 de abril se descubrió que los niveles de radiación anormalmente elevados presentes en la ropa de los operarios no procedían de la propia central, sino del exterior. Se determinó que la inusual radiación procedía de una zona comprendida entre Ucrania y Bielorrusia, teniendo en cuenta los vientos dominantes de aquella época. Sucesivamente, otros países como Finlandia y Alemania también detectaron los alarmantes niveles de radiación procedentes de la central de Chernóbil. Ante la imposibilidad de seguir manteniendo el desastre en secreto por mucho más tiempo, las autoridades soviéticas emitieron un escueto comunicado sobre el accidente tratando de no revelar excesivos detalles, por lo que pudiese ocurrir.
No obstante, el 14 de mayo de 1986, el secretario general Mijaíl Gorbachov decidió leer al fin un extenso informe en el que se reconocía abiertamente las dimensiones reales de la catástrofe nuclear. Se habían acabado las excusas. Pese a este sincero pero tardío acto de valentía, los medios internacionales acusaron a la Unión Soviética de ocultar deliberadamente los efectos provocados por este accidente, los cuales ya se empezaban a notar en diversas zonas del resto de Europa. Las fotografías de la zona afectada así como del posterior trabajo de los liquidadores fueron realizadas por el fotógrafo Igor Kostin, el cual tuvo que sortear la férrea censura soviética. Kostin quedó profundamente conmocionado por esta experiencia. Gracias a su trabajo sumamente arriesgado, en la actualidad disponemos de abundante material gráfico de esta catástrofe. A su vez, Valery Legásov fue el científico encargado de investigar las circunstancias que conllevaron a la tragedia nuclear. El arquitecto Víktor Briujánov, el jefe adjunto durante la prueba Anatoly Dyatlov y el ingeniero jefe Nilokai Fomin, fueron hallados culpables de los hechos. El propio Legásov se suicidó dos años más tarde como consecuencia de una profunda depresión. Muchos historiadores apuntan al accidente de Chernóbil como una de las causas que precipitó la posterior caída de la Unión Soviética en 1991.
Como curiosidad, a pesar del trágico accidente y debido a la alta demanda energética de la región, la central de Chernóbil continuó funcionando hasta el 15 de diciembre del año 2000. Increíble, pero cierto. A día de hoy, es muy difícil determinar el número total de víctimas y afectados por el accidente nuclear de Chernóbil debido al férreo secretismo de las autoridades soviéticas. Oficialmente, 31 personas murieron debido a la exposición directa de la radiación, la mayoría de ellas bomberos y personal de rescate. Por otro lado, entre 300.000 y 600.000 liquidadores tuvieron que hacer frente a las peligrosas labores de limpieza en la llamada zona de exclusión, recibiendo dosis variables de radiación en función de sus tareas y el tiempo total de exposición. Su excepcional sacrificio contribuyó a no empeorar el problema aun a costa de sufrir ellos mismos los devastadores efectos de esta exposición. Algunas estimaciones hablan de unos 4.000 muertos y cientos de miles de afectados de manera directa e indirecta por el accidente de Chernóbil, si bien solo se puede hablar de meras aproximaciones.
Es de destacar que la radiación no se distribuyó de forma uniforme por el continente europeo, sino que esta se propagó más bien en forma de ‘bolsas radiactivas’ similares a pétalos de flor. Los países más golpeados por el desastre nuclear fueron Bielorrusia, Ucrania y Rusia, aunque países más lejanos como Noruega, Suecia, Finlandia, Moldavia, Bulgaria, Grecia, Eslovenia, Italia, Suiza o Austria también registraron zonas contaminadas de mayor o menor extensión. Los diferentes estudios publicados sobre la salud de las personas en las áreas más afectadas siguen siendo motivo de fuerte debate científico y político. Se estima que la mayoría de las muertes prematuras producidas por el accidente de Chernóbil se debieron a casos de cáncer, malformaciones congénitas y otras enfermedades relacionadas como resultado de la exposición continuada a los efectos de la radiación. El cáncer de tiroides aumentó considerablemente en ciertas regiones de Bielorrusia. Algunos científicos han determinado que la radiactividad permanecerá en la zona hasta pasados unos 30.000 años. Esto significa que los daños presentes trascenderán a la existencia de los estados o incluso de la propia humanidad.
Para evitar mayores daños, se procedió a construir un gran sarcófago en torno al reactor 4 entre mayo y noviembre de 1986. Sin embargo, ante el posible derrumbe de dicha estructura debido a la corrosión, el gobierno ucraniano (la Unión Soviética se había extinguido en 1991) solicitó ayuda internacional para poder financiar la construcción de una mucho más resistente. El ‘nuevo sarcófago‘ quedó concluido en 2016, en el 30º aniversario de la tragedia, tratándose de la mayor estructura móvil construida hasta la fecha y con una duración estimada de 100 años. Su coste ascendió a 1500 millones de euros, aportados con las colaboraciones procedentes de 28 países. Mientras tanto, el abandonado parque de atracciones de Prípiat recibe a los escasos turistas que se atreven a visitar este desdichado lugar como recuerdo de los sueños rotos de aquellos que ya nunca más podrán volver a utilizarlo. También debiera servirnos para aprender de las lecciones del pasado y no cometer los mismos errores por el bien de la humanidad.
Bibliografía:
Dieppa, R. M. del C. (2020). Chernóbil: Incompetencia, difusión y manipulación de la información. Universidad de la Laguna.
Dyatlov, A. (2003). Chernobyl. How did it happen. Moscú: Nauchtechlitizdat.
Foronuclear. ‘Chernóbil, ¿cómo fue el accidente?’. https://www.foronuclear.org/descubre-la-energia-nuclear/preguntas-y-respuestas/sobre-proteccion-radiologica-y-radiacion/chernobil-como-fue-el-accidente/
Medvedev, G. (1992). La Verdad sobre Chernóbil. Heptada Ediciones, S.A.
Kostin, I. (2006): Chernóbil, confesiones de un reportero. Barcelona, editorial Efadó.
Read, P. Paul (1993). Ablaze! The Story of Chernobyl. Random House UK.