En los albores de la historia de la humanidad, cuando las grandes civilizaciones del pasado como Grecia, Roma y China no eran más que sueños, hubo una primera potencia que se alzó en las arenas del tiempo y del desierto en torno a las riberas del poderoso río Nilo: el Antiguo Egipto. A lo largo de tres milenios, se sucedieron las dinastías de gobernantes, destacando de forma especial la conocida como XVIII dinastía (1575-1295 a.C.), dentro del período del Imperio Nuevo. Uno de los más célebres y enigmáticos faraones de este período, que trastocó el orden establecido, fue Amenofis IV, más conocido como Akenatón, un revolucionario religioso, tal vez el primer monoteísta de la historia.
Introducción
Como todo lo que rodea e impregna la historia del Antiguo Egipto, la falta, escasez o muy poca claridad de las fuentes históricas, nos obligan a entrar en el terreno de las suposiciones, pero intentando mantenerse siempre dentro de parámetros racionales, no dando nada por sentado, más si cabe en lo relativo a fechas y acontecimientos tan remotos. Los hallazgos arqueológicos encontrados sobre el terreno, muy en especial los jeroglíficos, suponen la principal fuente para el estudio de la egiptología. En base a eso, veamos un poco más la vida de Akenatón, el siervo de Atón.
Primeros años
Según los restos arqueológicos hallados, análisis forenses de sus restos y demás pruebas, Amenofis o Amenhotep IV probablemente nació en torno al año 1370 a.C., en algún lugar no determinado de Egipto, aunque presumiblemente fuera en la capital del reino, Tebas. Hijo del faraón Amenofis III y de su reina consorte, la gran esposa real Tiy, el largo reinado de este faraón (unos cuarenta años) está considerado por los egiptólogos como el período de mayor prosperidad y poder del Antiguo Egipto. El imperio del Nilo se extendía desde Nubia, en el sur, por la costa del Mediterráneo oriental (Canaán) hasta el actual territorio de Siria en el norte.
En la ribera oriental del Nilo, desde los imponentes templos de Karnak y Luxor, en Tebas, la casta sacerdotal del dios Amón, la principal divinidad del numeroso panteón egipcio, administraba el control del imperio, ambicionando un gran poder espiritual y político bajo el mando del sumo sacerdote. Acompañándoles en su poder, desde su palacio de Malkata, en la ribera occidental del río, el faraón Amenofis III regía la mayor civilización de aquel mundo primigenio, construyendo infinidad de monumentos y estatuas en honor a los dioses.
Fue en este ambiente de poder en el que creció el príncipe Amenhotep. Según parece, desde joven mostró extrañas tendencias. Rechazó las ofrendas y el culto a Amón y fue excluido de las importantes ceremonias religiosas en torno a las cuales giraba la idiosincrasia del Antiguo Egipto. Siendo el hijo menor de la familia real, no estaba destinado a heredar el trono. La pronta muerte de su hermano mayor, Tutmosis, sumo sacerdote del dios Path, no significó su nombramiento como heredero, dado que había otros rivales, los otros hijos de Amenofis III con sus otras esposas y concubinas, candidatos que perfectamente podrían haber sido los escogidos para suceder al faraón.
Todo parece indicar que fue su madre, la gran esposa real Tiy, mujer fuerte y decidida, la que consiguió que su hijo heredase el trono. En los últimos años de vida de Amenofis III, su vejez y su mal estado de salud pudieron hacer que estuviera incapacitado para tomar decisiones. Sustituido por su esposa en el gobierno del reino, es lógico suponer que fue fácil para la ambiciosa reina convertir a su adolescente hijo en el próximo faraón.
Ascenso al trono de Egipto. Culto a Atón
Tras la muerte de su padre Amenofis III, en torno al año 1352 a.C., el joven príncipe Amenhotep subió al trono como faraón de Egipto con el nombre de Amenofis IV. Fue entonces cuando comenzó una gran revolución religiosa que trastocaría el panorama político y social del país del Nilo. Al parecer, continuando con el proceso que ya se había iniciado durante el reinado de su padre, Amenofis IV instauró de forma oficial un culto monoteísta centrado en el dios Atón, el disco solar. Tradicionalmente Atón había sido una deidad menor de la gran pléyade de dioses egipcios, relevante en tanto que era el potente astro que insuflaba luz y calor al mundo, pero subordinado a otras deidades más poderosas, como Amón, el dios supremo de Egipto.
Lo que el faraón se propuso fue alzar a esta deidad como la única posible, la única a la que poder adorar y venerar como divinidad omnisciente, omnipresente, omnipotente y eterna, relegando al olvido al resto de dioses y a sus respectivos cultos. Esta decisión, aunque pudo estar inspirada por sus propias creencias personales y las de sus más fieles consejeros, debió de estar motivada también por una cuestión política.
La casta sacerdotal de Amón en Tebas se había convertido en una poderosa organización política, muy enriquecida gracias al cobro de impuestos y a su importante influencia religiosa. Suponía todo un contrapeso para el poder del faraón. La decisión de eliminar este poder amonita, o por lo menos disminuirlo, sin duda fue el principal motivo para llevar a cabo esta revolución atónista. Predicando con el ejemplo, la primera medida que tomó fue cambiar oficialmente su nombre, pasando desde entonces a ser conocido como Akenatón, es decir, «útil a Atón».
La revolución monoteísta. Akhetatón
Prohibida, relegada y perseguida la religión tradicional, clausuró y destruyó los templos de Amón y otras imágenes sagradas, borrando sus nombres de muchas construcciones. El poder de los sacerdotes de Tebas fue sojuzgado y sus sistemas de organización religiosa disueltos. En definitiva, supuso toda una caza de brujas.
Sin antecedentes, creando ex profeso todo un nuevo sistema de culto sin tradición ni arraigo social, Akenatón basó el atonismo en unos parámetros diferentes a todo lo anterior. En los sistemas de culto anteriores del Antiguo Egipto, los dioses eran adorados en templos oscuros, de una forma sincrética, y a menudo se consideraban difíciles de entender o de apaciguar en sus prescripciones divinas. El faraón ahora propuso una religión mucho más simple y accesible, con la edificación de templos y santuarios abiertos, sin techumbres, para que pudiera filtrarse la luz del astro solar y poder adorarle de forma directa, sin apenas intermediarios sacerdotales. Se enfatizaba así la belleza y la bondad de la naturaleza en la creencia en esta única deidad benevolente.
Rompiendo definitivamente con su pasado, y apoyado completamente por su esposa, la célebre y hermosa Nefertiti, Akenatón decidió romper para siempre con Tebas y sus dioses para crear una nueva capital para su imperio y para la adoración completa de Atón. Al quinto año de su reinado, inspirado por su nuevo dios solar, ordenó la construcción desde cero de una nueva ciudad en un desértico paraje a orillas del Nilo, a más de 300 kilómetros río arriba de la ciudad tebana. Fue así como nació la ciudad de Akhetatón, «el horizonte de Atón» (en la actual Amarna).
Durante varios años, miles de obreros trabajaron sin descanso bajo el abrasador sol del desierto, edificando el nuevo centro político y religioso. Destacó la construcción de dos enormes templos solares dedicados a Atón y un suntuoso palacio real. A nivel artístico, este período, conocido como Período amarniense, fue un momento de ruptura en la realización iconográfica, algo que prácticamente no había cambiado durante los siglos anteriores. Pasando del hieratismo y de la idealización a una representación realista, casi de tipo caricaturesca, marcando incluso las deformidades físicas y achaques de la edad. Por supuesto se destacó la presencia del dios Atón, proporcionando con sus protectores rayos calor y vida. El ambiente en Akhetatón durante este tiempo debió de ser de frenética emoción, ya que eran los iniciadores de un nuevo mundo.
Descontento popular
Sin embargo, no todo el mundo debió de compartir la ilusión utópica del faraón y de sus fieles. Frente a la nueva e idílica corte de Akhetatón, el resto de Egipto se encontraba trastornado por los cambios tan radicales que se habían producido en tan poco tiempo. Junto a los damnificados sacerdotes de Amón, cuyos templos fueron saqueados y sus riquezas confiscadas, la revolución religiosa afectó también a todas las industrias de Egipto, dependientes estas de la religión, como artesanos, tallistas de madera o marmolistas de estatuas divinas. Todos ellos se vieron de repente sin ninguna utilidad práctica en el nuevo panorama. Por su parte, el sistema económico del reino se reorganizó para aprovisionar la construcción de la nueva ciudad faraónica.
Durante años, prácticamente Akenatón reinó única y exclusivamente para su obsesiva creencia en Atón, aislado del mundo en su fantasiosa ciudad e ignorando por completo el resto de asuntos que afectaban a su pueblo. Entra dentro de lo posible que viviera perturbado, en una realidad paralela. Los países y pueblos extranjeros del norte y del sur, tributarios del imperio del Nilo, fueron dejando de enviar ofrendas de vasallaje y a cuestionarse la hegemonía del faraón. El ejército egipcio, tradicionalmente poderoso y experimentado, empezó a debilitarse por la continua inoperancia, al igual que las plazas fuertes y puestos fronterizos en los confines del imperio. Trastornado en sus creencias tradicionales, el caos no tardó en imperar por todo el Antiguo Egipto.
Últimos años y muerte
Los últimos años del reinado de Akenatón como faraón de Egipto están rodeados de impenetrables sombras. No se tiene a día de hoy ninguna seguridad de cuando y en que circunstancias murió, que pasó con sus mujeres, Nefertiti y la esposa menor Kiya, con sus muchas hijas (varias de ellas también convertidas en sus incestuosas esposas), ni quien llegó a sucederle en el trono. La falta de crónicas y la damnatio memoriae (eliminación de la memoria), que futuras dinastías harían a su reinado, eliminando su nombre y sus actos de los monumentos y registros oficiales, imposibilita tener ideas claras.
Todo parece indicar que murió de manera relativamente natural en su idílica ciudad de Akhetatón, rondando los 35 años de edad. Siguiendo el tradicional sistema funerario del Antiguo Egipto, su cuerpo fue momificado, siendo inicialmente enterrado lejos del tradicional Valle de los Reyes, en una construcción mortuoria edificada en los alrededores de Akhetatón.
Su sucesor fue un breve y enigmático faraón, de nombre Semenejkara, cuya identidad no está nada clara: pudo ser algún hermanastro de Akenatón o tal vez su querida esposa Nefertiti, asumiendo alguna especie de regencia. Sea como sea, este reinado fue breve y poco relevante, siendo sucedido por el considerado único hijo varón de Akenatón, Tutankatón. A pesar de su juventud y de su también corto reinado, apenas diez años, tomó la decisión abandonar Akhetatón, devolver la capital a Tebas (trasladando también la momia de Akenatón) y restablecer el antiguo culto egipcio y el poder de la casta sacerdotal del dios Amón, volviendo al politeísmo y acabando con la revolución religiosa de su padre. Desde entonces pasó a ser conocido por el célebre nombre de Tutankamón.
Conclusiones
Aunque la revolución religiosa de Akenatón fue de corta duración, terminando de forma abrupta sigue siendo un ejemplo fascinante de un líder que intentó cambiar profundamente la forma en que la gente pensaba sobre su religión y sus creencias. También se produjeron cambios en la sociedad, con una mayor participación de las mujeres en los asuntos del Estado, como pudo ser el caso de Nefertiti cogobernando junto a su marido, al igual que un cambio artístico.
Todo lo expuesto podían ser ideas bien concebidas pero, como suele ser habitual a lo largo de la historia cuando se producen estos procesos de ingeniería social, el receptor puede mostrarse reacio a aceptar cualquier cambio que trastoque su vida y su forma de entender el vida y lo rechace. Cosa que ocurrió en este caso. Después de Akenatón, el culto a Atón fue eliminado, la esplendorosa ciudad de Akhetatón fue abandonada y jamás se volvió a plantear un cambio religioso semejante hasta la llegada de nuevos pueblos y culturas a Egipto en los siglos posteriores, como las nuevas religiones monoteístas: zoroastrismo, judaísmo, cristianismo e islamismo.
En los tiempos de la historia posterior del Antiguo Egipto, Akenatón fue considerado como un faraón muy poco exitoso, que llevó a la mayor civilización de la Antigüedad a casi desaparecer por un capricho. Convertido en un hereje, y su nombre y su legado fueron eliminados de muchos registros oficiales. Sin embargo, su reinado ha sido objeto de un gran interés y estudio por parte de los egiptólogos, y se le considera uno de los faraones más intrigantes de la historia egipcia. Este fue Akenatón, el primer monoteísta.
Bibliografía
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