Liberada Frigia, obtuvo también la sumisión de Capadocia y Paflagonia sin derramamiento de sangre. Para mayor satisfacción, le llegaron noticias de que Memnón había muerto por enfermedad tras una incursión con su flota para incitar a las islas del Egeo a la rebelión contra Macedonia. Con el interior pacificado, Alejandro retomó de nuevo el rumbo hacia el sur, guiando su expedición hacia Cilicia. Traspasó el angosto paso de las Puertas Cilicias y llegó a la ciudad costera de Tarso, en el golfo de Issos.
Exhausto de cabalgar, Alejandro decidió darse un baño en el río Cidno, que atravesaba de extremo a extremo la ciudad de Tarso. Pero sus aguas provenían de las nieves derretidas de los montes Tauro y, al entrar en contacto con su cuerpo sudoroso, estas le provocaron graves fiebres. Durante semanas se respiró un ambiente de incertidumbre y tensión por la más que posible muerte del rey, en la que incluso el tesorero real, Hárpalo, huyó de allí por la crisis y pugnas por el poder que se vivirían tras su muerte.
El médico personal y amigo de Alejandro, Filipo de Acarnania, le sugirió que bebiese un brebaje que le había preparado para calmar sus altas fiebres. En ese momento, Parmenión se presentó en la tienda de Alejandro y le entregó una nota en la que le advertía que se cuidase de su médico porque este había sido encargado por Darío III de asesinarle a cambio de abundantes riquezas y de casarse con una de sus hijas. Tras leerla, Alejandro se la entregó a Filipo de Acarnania al mismo tiempo que bebía el brebaje que le había preparado. Con este gesto, Alejandro le demostró la confianza que sentía por él. Filipo, iracundo, negó las falsas acusaciones y pidió a su rey que encontrara a los que habían calumniado contra él.
Alejandro mejoró notablemente con el brebaje que le había preparado su médico y, al poco tiempo, ya marchaba de nuevo hacia el Este, en dirección a la costa siria. Dejó atrás Tarso llegando a los pocos días a Malo y, desde aquí, se dirigió a la ciudad de Issos, bañada por el golfo que lleva su mismo nombre. Allí dejó descansar a los enfermos y heridos de guerra.
Fue entonces cuando le llegaron noticias de que Darío se encontraba cerca de allí al frente de un enorme ejército de 600.000 hombres. Seguramente las fuentes hayan exagerado intencionadamente las cifras para dar magnanimidad a la campaña de Alejandro, pese a ello, eran numéricamente superiores. Estaban acampados en la llanura de Amik, al norte de Antioquía. Darío había escogido esta gran explanada dado que su amplitud era favorable para las maniobras de su caballería.
Alejandro no evitó la tentativa de enfrentarse por fin cara a cara con su enemigo. Avanzó velozmente con su ejército bordeando la costa siria y se estableció cerca de los Pilares de Jonás, al otro lado del golfo de Issos.
Solo la cadena montañosa de los montes Amanus hacía de barrera entre ambos ejércitos. Pese a ello, existía un estrecho natural que permitía el acceso de un lado a otro: el angosto paso de las Puertas Sirias, también conocido como “Paso de Belén”, por su proximidad a la misma.
El lugar donde se encontraba Alejandro estaba limitado a la izquierda por el mar y a la derecha por los montes Amanus. Por tanto, era muy estrecho e incómodo para el numeroso ejército persa y, por ende, ventajoso para Alejandro. Tan solo había que esperar a que uno de los dos cediera a cambiar su posición y cruzara las Puertas Sirias.
Los consejeros de Darío III le hicieron ver que el ejército de Alejandro no era rival para el potente ejército persa y, si se quedaba donde estaba, el enemigo podría interpretarlo como un síntoma de cobardía al no ir al encuentro del macedonio. Le recomendaron tomar otra ruta para cogerles desprevenidos: no por las Puertas Sirias, sino a través de las Puertas Amánicas, un paso que se encontraba más al norte y que Alejandro desconocía. De este modo, Darío emprendió la marcha, abandonando la gran llanura de Amik. Craso error.
Al cabo de unos días, todo el grueso del ejército de Darío cruzaba las Puertas Amánicas (actual paso de Bahçe, Turquía) y se adentraba en Cilicia sin encontrar resistencia a su paso. Llegó a la ciudad de Issos, donde Alejandro había establecido a los heridos y enfermos. Las tropas persas masacraron sin piedad a todos aquellos que encontraron a su paso, rompiendo así las comunicaciones entre el ejército macedonio y Cilicia.
Cuando informaron a Alejandro de que el enemigo había dado un rodeo y se había situado justo detrás de él, al principio no dio crédito a lo que escuchaba. Tras confirmarlo, estableció una pequeña guarnición a la entrada de las Puertas Sirias para no dejar desprotegida su retaguardia —por si los persas hubieran dejado un contingente con la intención de atacarle— y preparó a sus hombres para frenar el embiste persa por el norte.
El río Pínaro quedaba en medio de ambos ejércitos, estableciéndose el de Darío en la orilla norte, mientras que el de Alejandro quedó en el lado sur. El rey persa desplegó a su ejército desde el mar a la montaña, posicionando en el centro al grueso de su infantería pesada de mercenarios griegos y cardaces —un estilo de hoplitas a la persa llegados de todos los confines del Imperio. A los lados, la caballería se encargaría de proteger los flacos. Altivo, en el centro de todo el ejército, se situó el carro de Darío, teniendo una vista privilegiada de la contienda.
El ejército persa formaba un total de medio millón de hombres, entre infantería y caballería. Como ya apunté anteriormente, debemos de ser prudentes al considerar como válidas estas cifras, pues las fuentes conservadas tienen un papel propagandístico para con el macedonio. Interpretaciones modernas han estimado que el ejército de Darío estaría compuesto a lo sumo por unos 100.000 soldados, siendo, en cualquier caso, mayor que el de su rival.
Por su lado, Alejandro situó a los seis batallones de falanges hoplíticas en el centro, enfilando sus sarissas contra el enemigo. En el flanco derecho, el cual dirigía personalmente, posicionó a los hipaspistas de Nicanor, junto a la caballería pesada tesaliana y la de los Compañeros, al mando de Filotas. Frente a ellos, un escuadrón de caballería ligera pródromoi y una hilera de arqueros reforzaba la zona.
Por su parte, el ala izquierda quedaba a cargo de Parmenión. Situó allí a un contingente de mercenarios griegos a orillas del golfo de Issos, apoyado por la caballería ligera pródromoi, arqueros y algún pelotón más de infantería ligera. Finalmente, distribuyó en primera línea a unidades ligeras de peltastas con jabalinas.
Cuando hubo dispuesto a su ejército, Alejandro lo recorrió de un lado a otro a lomos de Bucéfalo. Arengó a sus tropas apelando al coraje de los hombres libres frente a una muchedumbre sometida bajo las órdenes de un tirano. Sentenció que aquella guerra no era entre naciones, sino entre hombres libres contra esclavos. Rebosaba de orgullo al afirmar que ninguna de las espaldas de sus hombres estaba manchada de sangre, pues entre ellos la huida y la cobardía no eran una opción posible. Además, aludía a la heroica Expedición de los diez mil, narrada por Jenofonte, y la comparaba con la campaña que estaban realizando ellos ahora.
Cuando pasó por delante de los macedonios, les recordó su ancestral coraje como hijos de Heracles que eran y que estaban llamados a ser los liberadores del mundo. Rememoraba sus hazañas en Gránico, Queronea o Tebas, la cual había sido arrasada hasta los cimientos por el empuje macedonio. Además, hablaba de la facilidad de la victoria, pues se enfrentaban a hombres dominados por el miedo; pero, sobre todo, habló a la recompensa: el sometimiento de toda Asia bajo sus pies. Pronto Bactriana o la India serían provincias macedonias.
A los griegos, les recordaba los viles actos cometidos por los persas durante las Guerras Médicas: el incendio de la acrópolis de Atenas y el saqueo de tantas ciudades de Grecia por las tropas de Darío y Jerjes. Además, les hablaba de la diferencia que existía entre los propios griegos al servicio de uno y del otro: los que lo luchaban en las filas persas tan solo lo hacían por un miserable salario, mientras que los que combatían por Alejandro luchaban sin ataduras por la libertad de Grecia.
Por último, se dirigió a sus tropas de origen tracio, asegurando que los agríanos y peonios eran los más bravos de Europa y que los débiles pueblos de Asia no tendrían ninguna oportunidad ante ellos. Acostumbrados al pillaje, les incitaba a arrebatar al enemigo todas sus joyas y sus resplandecientes armaduras: «¡Adelante! ¡Quitad como hombres el oro a aquellas mujeres cobardes y cambiad las ásperas cimas de vuestras montañas, endurecidas por el hielo perenne, por los feraces campos y las llanuras persas!».[1]
Cuando ya parecía que se avecinaba la contienda, Darío realizó un último cambio confiando en que si reforzaba su flanco derecho podría romper las líneas defensivas del flanco izquierdo macedonio y atacar a sus falanges sus por el lateral, donde eran más vulnerables. Es por esto que desplazó un escuadrón de caballería de las escarpadas montañas, donde su ataque no era tan efectivo, y lo posicionó a la ribera del mar, donde la amplitud de la playa era más favorable para sus maniobras.
Al percatarse del cambio, Alejandro desplazó a la potente caballería tesaliana para que protegieran su flanco amenazado[2]. El macedonio ordenó a sus jinetes que se desplazaran sigilosamente por detrás de las falanges, ocultándose para que los persas no notasen el cambio en su formación.
Sonaron las cornetas de guerra y la lucha dio comienzo. Darío, según lo planeado, ordenó a su caballería del flanco derecho que atacara a la macedonia del izquierdo. Rápidamente, Parmenión efectuó un contraataque con la caballería tesaliana y los Compañeros, resistiendo el empuje de los jinetes persas. Poco les faltó a los macedonios para que se abriese un hueco entre su caballería y las falanges por donde pudieran penetrar las hordas persas y desestabilizar la formación entera, pero Parmenión, con su visión audaz de general experimentado, ordenó velozmente que los mercenarios griegos cerraran dicho hueco. Al tiempo que esto ocurría, tanto los arqueros persas como los peltastas tracios lanzaban sus dardos ocasionando numerosas bajas entre los efectivos de ambos bandos.
Por su parte, los cardaces persas y la infantería mercenaria griega central avanzaron en tropel contra las falanges macedonias. Estas, implacables con las enormes sarissas, detuvieron el golpe del enemigo y se desencadenó una cruenta lucha en el centro. Centenares de hombres caían muertos por minuto. Las puntas de las lanzas se clavaban en las cabezas de los soldados y las espadas cercioraban los miembros a diestro y siniestro de los desprevenidos guerreros que veían como la negra noche cubría sus ojos para siempre.
Alejandro, situado a la vanguardia del flanco derecho, se lanzó valientemente contra la caballería persa enemiga acompañado por los 2.100 jinetes de los Compañeros. Ordenó a Nicanor, comandante de los hipaspistas, que enviara a sus tropas en apoyo de las falanges centrales para poder abrir un hueco que le permitiera llegar hasta el carro de Darío.
Oxatres, hermano del rey persa, intuyó el plan de Alejandro y creó alrededor del carro de Darío una resistencia tenaz con los jinetes a su mando para protegerlo. Fue en este momento cuando el combate se hizo más encarnizado. Los hombres yacían junto a sus caballos en el suelo y la sangre lo cubría todo. La densa nube de polvo hacía casi imposible diferenciar al persa del macedonio. Pareció como si el mismo sol quisiera cubrirse de nubes para no ver un espectáculo tan sangriento.[3] Los más destacados oficiales persas morían valientemente delante de su rey tratando de defenderlo. El mismo Alejandro recibió una herida de daga en el muslo a manos uno de ellos.
Viéndose Darío tan cerca del peligro, decidió abandonar su majestuoso carro para una mayor discreción y emprendió la huida a lomos de uno de sus caballos. Sus tropas centrales, viendo cómo su rey se retiraba del combate, no dudaron en arrojar sus armas al suelo y huir tras él en desbandada. Parmenión, que vio esto, mandó a la caballería en su persecución. Este fue el momento de mayores bajas para el ejército de Darío. Los persas eran tan numerosos que se entorpecían los unos contra los otros en la huida, siendo presa fácil de los jinetes macedonios.
Alejandro, no conforme con ver cómo su adversario salía ileso del conflicto y queriendo alcanzar gloria personal, forzó al galope a Bucéfalo para ir tras él antes de que otro acabase con su vida. Pero, sea porque Darío ya le sacaba unos estadios de distancia o por el caos que había originado la fuga en masa de los persas, el soberano del mundo consiguió escapar del impetuoso Alejandro.
Los jinetes macedonios penetraron en el campamento de los persas y el terror se desató entre los que allí se encontraban. La violencia no distinguía de edad o de sexo. Los soldados macedonios, llenos de botines, dejaban correr su codicia tirando los bienes que acaban de conseguir para obtener otros más resplandecientes. Las mujeres persas veían cómo se les privaba de todas sus joyas y se les arrancaban sus ropajes para dar rienda suelta a la violencia sexual. Gritos de desesperación y de dolor inundaban todos los rincones del campamento.
Cuando Alejandro alcanzó la tienda real, dijo a sus oficiales: «Vamos a limpiarnos el sudor de la batalla en los baños de Darío». A lo que uno de ellos le respondió: «No, señor, ahora son los baños de Alejandro». Cuando entró y pudo contemplar el lujo, las riquezas y los exóticos perfumes que impregnaban la sala, exclamó: «¡En esto consistía, por lo que parece, ser rey!»[4]
Según las fuentes, más de 100.000 persas murieron ese día en la batalla de Issos de noviembre del 333 a. C.
Bibliografía
Arriano, Anábasis de Alejandro Magno, Ed. Biblioteca Clásica Gredos, 1982.
Bosworoth, A. B., Alejandro Magno, Ed. Cambridge.
Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno, Ed. Biblioteca Clásica Gredos.
Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, Libros XV-XVII, Ed. Biblioteca Clásica Gredos., 1982.
Lane Fox, Alejandro Magno, conquistador del mundo, Ed. Acantilado.
Plutarco, Vidas Paralelas, Libro VI, Vida de Alejandro, Ed. Biblioteca Clásica Gredos., 1982.
Pseudo Calístenes, Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, Ed. Biblioteca Clásica Gredos., 1982.
[1] CURCIO RUFO, Historia de Alejandro Magno, Ed. Biblioteca Clásica Gredos.
[2] ARRIANO (Anábasis II, 9) y CURCIO RUFO (Historia de Alejandro Magno III 11, 3).
[3] PSEUDO CALÍSTENES, Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia (I, 42), Ed. Biblioteca Clásica Gredos.
[4] PLUTARCO, Vidas Paralelas (VI, 12-13), Vida de Alejandro, Ed. Biblioteca Clásica Gredos.