Alfonso Ussía, gran coñón del reino de España

Cuando por fin le entrevisté, no le dije que siempre lo había querido hacer, no pensase que era un fórmula de cortesía que empleaba con todos. Pero es verdad: siempre le quise entrevistar, por encima de ningún otro. Desde que siendo yo un niño me dedicó unos versitos benéficos en el Rastrillo de Madrid hasta hoy, treinta y tantos años después, nunca he pasado delante de su nombre sin detenerme a leer lo que había escrito. Esto me pasa con pocos. Casi con ninguno. Con Garci, creo. Con Boyero también, lamentablemente. Y poco más. Por eso la emoción de esta entrevista. Ante mí, el autor que me enseñó que el “yo” es un sujeto pesadísimo al que mejor no tomarse demasiado en serio y que la literatura no ha de ser necesariamente un coñazo. 

¿Diría de sí mismo que nació en la edad de la pérgola y el tenis?

En el intermedio. Nací en el intermedio. En la edad en la que la pérgola y el tenis de los que habló Jaime Gil de Biedma estaban perdiendo su vigencia. Pero quedaban pérgolas. Y se jugaba al tenis. 

Había también bulevares. 

La calle Velázquez tenía uno. Nosotros, los hermanos, pasábamos mucho tiempo en la ventana del salón jugando a apostar qué día libraban los taxis que pasaban, que eran pocos, porque había apenas circulación ni mucho menos problemas para aparcar. 

¿Un Madrid más provinciano?

Pero también más asequible. Y maravilloso. Un Madrid imposible de que vuelva. Yo he visto, en Navidad, por la calle Serrano, sesenta o setenta pavos, y dos pastoras, una delante y otra detrás, con varas, llevándolos. 

Algunas cosas no han cambiado. El colegio El Pilar, por ejemplo. Sigue donde está, en la calle Castelló. 

El Pilar era un colegio muy deprimente. Pero con unos profesores estupendos, muy liberales. En 2º de Bachillerato estudiábamos en Literatura a los poetas del 27. Y no había ningún inconveniente. 

¿Dónde queda lo deprimente?

En los campos de deporte, por ejemplo, que eran muy pequeños. Porque, claro, estábamos en la calle Castelló. Saliendo del colegio, entre Ayala y Don Ramón de la Cruz, estaba el campo de deportes grande, que llamábamos “el solar”, y que ahora está todo construido. Era un solar en cuesta, así que aprendimos todos a jugar al fútbol cuesta abajo y cuesta arriba. Pero del Pilar también salieron futbolistas muy buenos, como Pérez-Payá o Marsal. 

Si prefieres puedes continuar escuchando la entrevista en formato podcast… 

A punto estuvo de salir también todo un presidente del Real Madrid: Alfonso Ussía. 

Guardo buenísimos recuerdos de esa etapa, aunque fue la más cansada de mi vida; terrible. 

¿Terrible por qué?

Porque ser presidente del Real Madrid es mucho más difícil que ser presidente del Gobierno. El 80% de los votantes no tienen ni puta idea de lo que es la política. Votan por intuición y tal. Pero los socios del Madrid sí saben de fútbol. No sabes lo que me alegró no haber ganado. Imagínate la presión de las críticas. Y luego que me hicieron trampas. 

¿Quiénes?

Ramón Mendoza y Lorenzo Sanz. 

¿Tiene pruebas?

¿Pruebas? La comida en Casa Benigna en la que Ramón Mendoza nos invitó a Florentino Pérez y a mí, años después. Ramón y yo ya nos llevábamos bien, nos habíamos hechos amigos, sobre todo desde que Lorenzo Sanz le traicionara. Mendoza quería ofrecernos a Florentino y a mí la presidencia alternativa del Real Madrid. 

¿Qué le respondió?

Que no. Que el fútbol había sobrepasado todas mis capacidades. Que el nuevo presidente tenía que ser Florentino. Y entonces él me reconoció que Sanz manipuló el censo para que 911 muertos votaran por Mendoza.   

Cuya candidatura se impuso a la de usted por apenas cuatrocientos votos. 

Pues echa el cálculo. 

Habla de muertos y elecciones, y no puedo evitar pensar en el 11-M y en un hombre recientemente fallecido con mucho protagonismo los días que siguieron: Alfredo Pérez Rubalcaba; pilarista y madridista, por cierto

Éramos buenos amigos, Rubalcaba y yo, nos llevábamos muy bien. 

Lejos de mí la funesta manía de la conspiranoia, atribuyendo a Rubalcaba la autoría intelectual de los atentados, como miserablemente insinuaron algunos. Por otro lado, qué necesidad hay de fabular, cuando El Pilar contó con su propio criminal en serie. 

Que era Jarabao. Lo quitaron de las orlas del colegio. Fue un asesino brutal. Se cargó a cinco en una noche. ¡Cinco!

Cinco eran nada para los etarras, y traigo a colación a la ETA porque de jovencito usted le puso el mote a uno de los miembros fundadores de la banda: Eduardo Moreno Bergareche.

Pertur. Eduardo y yo éramos socios del Tenis de San Sebastián. Los días nublados o por la tarde, cuando ya se había ido la gente, jugábamos al fútbol en la playa de Ondarreta, siempre con marea baja. Normalmente jugábamos contra chicos del Antiguo, mucho más fuertes que nosotros. Pues bien, uno de estos chicos le hizo una entrada muy fea, y Pertur, Eduardo, le agarró del cuello hasta casi ahogarlo.  

¿Qué hizo usted?

Ya duchados y cambiados, en la barra del Tenis -fíjate qué sitio tan poco revolucionario- le dije: “te has portado como un perturbado”. Y ahí se le empezó a llamar Pertur. No los etarras, sino los socios del Tenis. A Pertur, por cierto, lo mataría la ETA. 

Usted también estuvo en el punto de mira de la banda, por lo que escribía. A propósito ¿cómo, cuándo y dónde le nació la vocación por la cosa esa de juntar letras?

Muy pronto. Mi primer poema lo escribí con nueve años, cuando desperté de una operación de apendicitis, para darle las gracias al doctor Duarte, por lo bien que había salido todo. Y luego en el colegio, donde escribía cosas bastante graciosos. Y más mayor también. Lo que pasa es que yo era un poeta no local, sino de un círculo mínimo. Hasta unos versos que escribí en el año de mi servicio militar, en Camposoto, San Fernando, Cádiz. 

No serían los que le dedicó a aquel oficial de su compañía con fama de duro. 

“Si el gorrito es pinturero/ el gorro se llama Antonio García-Figueras Romero”. Es que Antonio era muy jerezano. Muy jerezano y muy puñetero. A pesar de lo segundo, nos hicimos grandes amigos, porque era un tío estupendo, como Pando Vilches, el otro oficial de la compañía. Pero no son los versos a Antonio los versos a los que me refería.

Enseguida le pregunto cuáles eran, solo después de que me cuente si el Alfonso Ussía que entró de recluta en el cuartel era el mismo Alfonso Ussía que se licenció quince meses más tarde. 

No. Yo creo que se licencia uno mucho mejor. Por eso siempre les estaré muy agradecido a los militares, porque me enseñaron muchas cosas. Lo primero, a ser exactamente igual que 2.500 tíos, y eso tiene mérito. Me enseñaron también el honor, la puntualidad, la cortesía, decir siempre la verdad (nada molesta más a un militar que le mientas)… ¡Ah! Y la disciplina. Me enseñaron también disciplina, la misma que, después de tantos años, sigo teniendo para sentarme a escribir cada día.   

Su opinión de lo militar y de los militares es diametralmente opuesta a la caricatura que de ellos hace la progresía. 

Los militares de entonces quizás no estaban tan bien preparados como los de ahora, pero eran -igual que los de ahora- unos señores, y unos señores educadísimos. Todavía hoy, en homenajes que me hacen o en conferencias a las que me invitan, me recuerdan mi condición de cabo primero instructor, los militares.

¿Y usted, a cambio, qué les recuerda?

-Por ejemplo, que en Camposoto teníamos un sitio que se llamaba el RES, Recreo Educativo del Soldado, un pabellón de uralita, pero con una biblioteca bastante copiosa. Y con libros impensables en un destacamento militar en pleno franquismo, como Mi vida, de Indalecio Prieto, o El proceso de Besteiro, de Arenillas.   

Ahora ya sí, vamos con los versos que le lanzaron al estrellato. 

Los escribí, como digo, el año de mi servicio militar, en casa de Beltrán Domecq, Santiago, una casa maravillosa. Eran unos versos sobre Jerez de la Frontera que escribí para ser leídos allí (ya te he dicho que yo era un poeta para un círculo mínimo). El caso es que, sin que yo tuviera nada que ver, aparecieron publicados en Sábado Gráfico. Muchísima gente se enfadó conmigo. Que una cosa era lo privado y otra distinta, lo público.  

¿En tan mal lugar dejaba a la Baja Andalucía o qué?

¡Pero si tengo raíces allí, por mi abuelo Muñoz Seca! El Puerto, Jerez, toda esa zona… Siempre que vuelvo me siento muy feliz. Cuando supero la Cuesta de las Beatillas y veo la inmensidad de la bahía es como si me inyectaran fuerza. Me encanta.  

Una pregunta: ¿cómo, sin tener usted noticia, aparecieron publicados aquellos versos en una revista de tirada nacional?

Por Antonio Gala, muy amigo entonces de Pili, mi mujer. Antonio leyó los versos, le gustaron, me pidió guardarlos y, sin decirme nada, los mandó a Sábado Gráfico, donde entonces él colaboraba. Gracias a eso, empecé a escribir versos satíricos todas las semanas en Sábado Gráfico, en una página que compartía con Pepe Bergamín.   

Uno de los grandes del 27. 

Y un pelmazo también, además de complicado. Era un señorito malencarado. Una continua contradicción. Católico que hizo la guerra en el bando republicano. Nunca pisó el frente pero, eso sí, se ponía el mono de miliciano.

No fue el único miliciano de palo, por llamarlo de alguna forma. 

Estaban Antonio y Jesús Ussía, primos hermanos de mi abuelo, a los que les llamaban los rojos del Rolls, porque les divertía llevar a los milicianos en uno de su propiedad. Antonio era el bisabuelo de Álvaro, el chico que mataron en una discoteca, y Jesús fue uno de los fundadores de la revista de poesía Litoral. Jesús, que era maricón, se vestía con chilabas. Dicen que era divertido y sensible. Divertido puede ser. Sensible, seguro. Yo no le conocí.   

A quién sí conoció, como dice, fue a José Bergamín. 

Poco antes de que acabara en Herri Batasuna, de la mano de Alfonso Sastre y Eva Forest. Qué duda cabe de que fue interesante conocerlo. Me acuerdo ahora de una cena con Antonio Garrigues padre -Don Antonio- y con Bergamín. “Solo he conocido a tres malas personas en mi vida”, nos dijo Bergamín. “¿Cuáles?”, le pregunté. “Pablo Picasso, Pablo Neruda y yo”, respondió. También le recuerdo la primera semana de cada mes yendo a cobrar sus colaboraciones a Sábado Gráfico y tocándole el culo a las periodistas; hoy estaría en la cárcel por delitos de género.   

Hoy tampoco sería posible una revista como Sábado Gráfico

Sábado Gráfico fue el último vestigio de la conspiración y la bohemia. Allí nos reuníamos cada tarde: Antonio Gala, José María Stampa, Néstor Luján, Álvaro Cunqueiro… Y yo, que era el jovencito, el mimado del grupo. 

También andaba por ahí, ¿no?, Chicho Sánchez Ferlosio. 

Que acababa de volver del exilio y tenía la obsesión del perseguido. Nosotros le decíamos: “Chicho, que no te persigue nadie, que le importas un huevo a la Policía”. Pero él ni caso. Oye, que un día estábamos en la pretertulia, esperando que Eugenio terminase unos asuntos en su despacho, cuando se presentó una pareja de la Guardia Civil a entregar un oficio; un oficio que iba contra Eugenio, no contra Chicho. Pues fue ver a la pareja, abrir la ventana, tirarse a la calle y salir corriendo. No sabes con qué agilidad corría Chicho.

El Eugenio del que habla…

… era Eugenio Suárez, editor de Sábado Gráfico, El Caso, El Cocodrilo y de un montón de publicaciones más. 

¿Es verdad que zanjaba las discusiones de redacción con tiros al aire?

¿Tiros al aire? ¡Ojalá al aire! Ya te he contado que Antonio Gala era muy amigo de Pili, mi mujer, ¿no?

Sí. 

Venía muchísimo a casa a comer y cenar (por cierto, era infinitamente mejor conversador que escritor) y eso me hacía tener un ascendente enorme sobre él, que Eugenio quiso utilizar en una ocasión. 

¿Con qué motivo?

Con el de retenerle en Sábado Gráfico, pues se quería ir porque Eugenio no le subía el sueldo. 

Andaría corto de dinero el hombre, digo yo, y le habrían ofrecido una colaboración mejor remunerada. 

Qué va. Antonio, aparte de un personaje raro, es millonario, entre otras cosas, porque no ha gastado un duro nunca, se ha pasado la vida pensando en el dinero.   

El caso es que Suárez le pide a usted que haga de intermediario. 

Y nos reunimos los tres en el despacho de Eugenio. Eugenio estaba sentado en su sitio y al otro lado de la mesa -una mesa enorme- Antonio Gala y yo; al fondo, un boiserie de madera con figuras, muchas más figuras que libros. “Mira, Antoñito”, le dijo Eugenio, “si no vuelves a escribir en Sábado Gráfico, te voy a hacer lo mismo que a esa figura”. “¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacerle a esa figura?”. Entonces Eugenio sacó la pistola -¡bang!- y saltó por los aires la figura. Entró toda la redacción.  

Más sosegados, supongo, serían los trabajos y los días en los servicios de documentación del vespertino Informaciones, su primer destino periodístico. 

Eso lo llevaba Guillermo Medina, un periodista que luego fue político de la UCD, casado con Emilia Ors, hermana de Miguel, el cronista de fútbol. Allí estaban dos veteranos del periodismo como José María Alfaro y Manolo Alcalá, que llegaba siempre borracho. Y luego estábamos Víctor de la Serna, José Luis Martín Prieto, Jimmy Giménez Arnau, María Antonia Iglesias -que ya era insoportable- y yo, entre otros. 

Todos jóvenes por entonces pero con el tiempo primeros espadas del periodismo; buen trabajo el de Guillermo Medina. 

Desde luego, el año que pasé allí me sirvió de mucho. Y sí, Guillermo Medina era un tipo muy minucioso. Te lo cuento con una anécdota. 

Adelante. 

Una de nuestras labores en el servicio de documentación era poner los pies de foto. Y a un chico que acababa de entrar, enchufado, Guillermo le mandó poner el pie al ofrecimiento floral de la mujer de Franco a la Virgen de Atocha. “Doña Carmen Polo de Franco depositando las flores a los pies de la Virgen de Atocha”. Guillermo le llamó: “mira, chico, esas confianzas no; en este periódico hay que utilizar los tratamientos: Excelentísima Señora”. 

¿Qué hizo el meritorio?

Redactar un segundo pie: “Doña Carmen Polo de Franco depositando las flores ante la Excelentísima Señora Virgen de Atocha”.  

Todavía se ríe. 

Es que es de las mejores noticias que he leído en mi vida.

¿Cómo se llamaba el chico, por cierto?

No te lo digo porque lo cuentas. Lo que sí te digo es que luego triunfó en el periodismo. También te cuento que no es ninguno de los que te hablé antes. 

No sospeché de ninguno, y menos que de ninguno, de Jimmy Giménez Arnau. 

Siempre me he llevado muy bien con Jimmy y él siempre se ha portado muy bien conmigo. Entiendo que podía ser insoportable, confuso, impertinente. Pero también era divertido. Y con mucho talento literario, que desperdició. 

Poeta también. 

Pero poeta facilón, sin métrica y sin rima. Jimmy estaba muy influido por Carlos Edmundo de Ory y también por Carlos Oroza, del Café Gijón. Uno y otro, los dos, eran tipos geniales. Sobre todo Oroza, que llegó a superar al dadaísmo. Tiene un poema, Évame Malú, que es una de las mayores genialidades, porque parece que lo entiendes todo, cuando no ha dicho nada. Con Jimmy -y con José María Amado, y con Félix de Azúa, y con otros…- colaboré en Litoral

No fue esa la única empresa cultural en la que coincidieron, si es que puede llamarse empresa cultural a la película Cocaína, escrita, codirigida e interpretada por Jimmy, y en la que usted tiene un papelito de reparto. 

Eso tiene una explicación. Una de las escenas de la película -malísima, por cierto- es una partida de squash. La única pista que había en Madrid entonces era la del Club Financiero Génova; tanto es así, que prácticamente todas las tardes, a las siete, venían a jugar un partido el Rey y Manolo Santana. Yo era secretario general del club y me pidieron si podían rodar allí y que interviniera también. 

Infinitamente más cinematográfica que la del squash es la escena real interpretada por Jimmy y usted en el Palacio Palhava, residencia del embajador de España en Lisboa.  

Que en el verano de 1969 era José Antonio Giménez Arnau, padre de mi novia entonces, una hermana de Jimmy. Giménez Arnau era uno de los hombres de confianza del régimen en el cuerpo diplomático. De hecho, había pasado de ser embajador en Río de Janeiro a Lisboa con la idea de que fuera él quien le entregara la carta a Don Juan.

Se refiere, supongo, a la carta por la que Franco informa al Conde de Barcelona de que no será él su sucesor a título de Rey, sino su hijo Juan Carlos. 

Y dio la casualidad de que yo estaba entonces en Lisboa, pasando unos días. Como estaba muy cabreado, le dije al padre de mi novia: “qué pena, embajador, tantos años en la carrera diplomática para acabar de cartero”. Mi novia hizo cuerpo con su padre y Jimmy hizo cuerpo conmigo. Y nos expulsaron a los dos del Palacio Palhava. 

Eso sí fue un acto de afirmación juanista. ¿No cree que otro sería hacerle un libro al conde de Barcelona?

Ayer mismo lo estuve contratando. 

¿Sí? ¿En serio? ¿Y qué será? Esperemos que cualquier cosa menos una biografía al uso.

Tranquilo, que no me voy a referir al lado conocido de Don Juan, que si la cuestión política, que si su lucha contra Franco, etcétera, etcétera… 

¿Entonces?

Como a la gente le gusta compaginar la imagen con la lectura, y yo lo que tengo es una documentación gráfica impresionante, cerca de dos mil fotografías, todas inéditas, lo que voy a hacer es un libro en el que cada foto vaya acompañada por un pie, explicándolas.  

Don Juan de Borbón no ha sido el único imprescindible de usted mayor que en edad, saber y gobierno.

He tenido la suerte de tratar a personajes únicos, la mayoría de ellos mucho mayores que yo. Es lo que Javier Barcáiztegui Barca llamaba mis amigos mayores. Porque yo tenía mis amigos naturales, los del colegio, los de siempre, y luego estaban Antonio Mingote, Cela, Antonio Gala, el padre Ceñal, Tip, Santiago Amón, Juan Antonio Vallejo-Nágera… 

Al último le dedicó no uno, sino dos obituarios. 

Cuando le confirmaron que tenía cáncer de páncreas, me escribió para decirme que como sabía que yo iba a escribir un artículo cuando se muriese y no le iba a poder leer, quería que escribiese otro ahora, y poder leerlo él. 

Fotografía cortesía de La Razón. Gonzalo Pérez. 16 de diciembre de 2014. Alfonso Ussía

Y lo escribió. 

Un artículo dificilísimo, porque daba a entender muchas cosas pero no daba a entender ninguna. Y Juan Antonio estaba feliz. Recuerdo también que el día antes de morirse fui a su casa a leerle la presentación que había escrito para el que sería su último libro. Aprender a hablar en público, se titulaba. 

¿Era buen orador?

Como no hablaba bien del todo, dio clases de oratoria. 

Un caso de superación, o sea. 

Juan Antonio era un tipo genial que todo lo hacía bien. Encuadernador, pintor naif, escritor…

Y psiquiatra. 

Pero eso no le salió bien del todo. De hecho, dejó de ejercer. Porque cuando empezó, llegaban a su consulta casos de fácil o posible resolución. Pero cuando se hizo un nombre como médico, solo le llegaban los que no tenían arreglo. Eso le suponía una derrota diaria. Y como era muy vanidoso…  

¿Cómo se conocieron?

¿Vallejo-Nágera y yo? Me llamó para convidarme a comer después de publicar yo unos de mis versos más famosos: unos versos en cabo corto dedicados al Marqués de Villaverde, que en una conferencia en Fuerza Nueva había dicho que la Transición era una mierda. 

El que no le llamó -al menos para almorzar- fue Villaverde. Sin embargo, con otras víctimas de sus dardos sí fue posible el abrazo. Pablo Castellanos, por ejemplo. 

Pablo y yo acabamos siendo muy amigos, a pesar de aquel soneto que le dediqué en la revista Época. Aunque el problema no fueron los versos, sino la ilustración que los acompañaba, de un tal Juan Palacios, un tipo muy tosco, muy ultra, que dibujó a Castellanos con la nariz roja, una botella en la mano… Le dije a Jaime Campmany que o me cambiaba el ilustrador o dejaba de escribir los bocetos consonantes, que así se llamaba la sección.  

Con Castellanos compartió muchas horas de tertulia radiofónica. Y aquí quería yo llegar, a la radio, en concreto, a Antena 3. ¿Fueron los de la calle Oquendo 23 los mejores años?

Sí, sin duda. Aunque tengo también mucha nostalgia del Debate de la Nación con Luis del Olmo, primero en la COPE y luego en Onda Cero. Pero es que Antena 3 era diferente. 

¿Diferente en qué?

En que nos pasábamos prácticamente el día allí, y si uno fallaba, el resto le ayudaba, sustituyéndole. Ahí estaba, el primero, Manolo Martín Ferrand, más que la brillantez propia, el inventor de todo aquello. Estaba Antonio Herrero, que empezó haciendo tres y cuatro programas, para sobrevivir. Y Santiago Amón, y Carlos Pumares, y José Luis Garci, y Gonzalo García-Pelayo (el de los casinos), y los Gomaespuma, iniciándose, con unas encuestas que hacían allí mismo que eran geniales, como ellos… 

Permítame añadir algunos nombres a la nómina de colaboradores: Miguel Ángel García Juez, Consuelo Berlanga, Amando de Miguel, Manuel Marlasca, Federico Jiménez Losantos, Mayra Gómez Kemp, Yale, Amilibia, Nieves Herrero, Javier Ares, José Ramón Pardo, Luis Ángel de la Viuda, José María Carrascal, Ana Rosa Quintana, Jesús Hermida…

Lo que pasa es que Hermida no era divertido. Era un hombre muy susceptible, que se sentía herido con mucha facilidad. Como siempre estaba muy pendiente del teléfono, pues se llevaba comisiones de la publicidad, un día que estaba grabando le dejamos una nota encima de la mesa: “Jesús: te ha llamado el señor León. Que le llames urgente a este teléfono”. Y le pusimos el número del zoo. Imagínate, toda la redacción pendiente. 

¿Llamó?

Sí. Y reaccionó tirando el teléfono contra la pared. Martín Ferrand me decía: “Alfonso, no me hundas a este hombre”.

Y usted ni caso.

Otra vez mantuve con él en directo una conversación telefónica haciéndome pasar por un nuevo fichaje del Real Madrid de baloncesto.  

Tendría que haberle gastado la broma al hombre de los deportes de la cadena: José María García. 

Un personaje, en mi opinión, nada respetable, oscuro, muy oscuro, inventor del periodismo sucio que impera hoy en los deportes. Y luego le pasaba otra cosa: que era un iletrado, un analfabeto. ¿Cómo no iba a serlo, si no había leído un libro en su vida?

Todo lo contrario que su amigo y maestro -de usted, no de García- Santiago Amón. 

Santiago despreciaba al Butano. Por ejemplo, cuando decía: “Valladoliz”, “Madriz”, “verdaz”… Santiago le decía: “si no hace falta que pronuncies ‘Valladolit’, ‘Madrit’, ‘verdat’… Es solo una d líquida al final. Pero es que quedas mejor, García, que es muy paleto lo otro”. Todo esto coincidía con que uno de los patrocinadores del programa de deportes era la Fundación Cepsa, de la que era presidente Escámez, al que García llamaba “Escamed”. Y Amón: “que no, que Escámez es Escámez, pero ‘Valladoliz’ es Valladolid”. Pero había más. 

¿Qué?

Todos los días, en las desconexiones, Santiago entraba en el estudio y, con ese vozarrón que tenía, le decía: “oye, Butano, una cosa: con la influencia que tú tienes, tu deber es llamar a San Mamés y decirle al árbitro que no se juegue el segundo tiempo”. Y Butano, con esa vocecilla, le preguntaba: “¿pero por qué, Santiago, por qué?”. “Pues mira, porque has dicho diecisiete veces que el resultado permanece inalterable y lo inalterable no se puede alterar. Y si no se puede alterar, ¿para qué van a jugar 45 minutos más?”. “¿Y cómo tengo que decir?”. “In-al-te-ra-do”.

No iba desencaminado Amón en una cosa: la enorme influencia de García, y no solo en lo deportivo. Se dice que su apoyo a la OTAN fue decisivo en el resultado del referéndum. 

Mira, precisamente fuimos Amón y yo (y también Antonio Herrero) los que cinco minutos antes de ese debate en televisión le explicamos a García qué era la OTAN, porque no tenía ni idea. “Ah, bueno, entonces la OTAN ya me gusta más”, nos dijo.

El debate, por cierto, lo moderaba -es un decir- Mercedes Milá, como usted hija de conde, como usted periodista impertinente. 

Y fuera de eso, completamente diferentes. Para empezar, ella ha contado con muchos más apoyos. Es lo que pasa cuando eres hija de conde pero juegas a la izquierda. Yo, en cambio, me he encontrado con muchísimos vacíos y envidias; cosa, por otra parte, que siempre me ha importado un huevo.  

Pero estar en la derecha no ha hecho de usted un militante.

Mis críticas más duras han sido siempre contra la derecha, en concreto, contra el PP. 

Ni un sectario; ahí su buena relación con tantísimas figuras de la izquierda, como Pilar Miró. 

Pilar era una mujer muy seca y, al mismo tiempo, muy cariñosa. Nos llevábamos muy bien. Se portaron fatal con ella. 

Supongo que se refiere a los socialistas, con Alfonso Guerra a la cabeza, cuando la defenestraron de la dirección general de RTVE. A ver si tuvo que ver en la decisión que la Miró le encomendase a usted la dirección volante de uno de los programas estrella de la casa.  

La Tarde, que emitía la segunda cadena, y que cada semana presentaba alguien distinto. Fue una experiencia que me divirtió bastante. Además, conseguí que subiera la audiencia. Es que llevé a gente muy buena. 

A la ventana de TVE solo estuvo asomado una semana, sin embargo, las páginas del ABC las frecuentó por muchos años, hasta que se fue. 

Porque no me sentía libre. Cuando me pidieron que cambiara aquel artículo –El cerdo vasco-, les respondí que no, que yo ya había cumplido con mi parte del contrato, que era mandarlo. Ahora les tocaba a ellos cumplir la suya: publicarlo antes de quince días. 

No lo hicieron. 

Y yo me fui a La Razón, después de negociar con El Mundo. Si ahora me fuese de La Razón, me iría a El Mundo

Pedro J. no le perdonaría que no fichase por El Español.

Sería la cuarta vez que me resistiese a él. 

La que parece resistirse es su gran asignatura pendiente: el teatro. 

Bueno, Juancho Armas Marcelo y yo adaptamos una novela de Mario Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadores, algo tan complicado como trasladar la selva amazónica a un escenario.  

Me refería a una comedia de su autoría. 

Tengo una medio escrita. Hace unos años, Arturo Fernández me propuso estrenarla. Fíjate, Arturo Fernández; habría sido un éxito. 

¿Y la va a acabar? 

¿La voy a acabar? Me figuro que sí. Me encantaría.  

Y a mí entrevistarle de nuevo cuando la estrene. 

¿Ya hemos terminado? ¿Sí? Oye, pero tú sabes mucho más que yo de mí.

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