Al pensar en la Edad Media española uno de los primeros monarcas que aparece en nuestra imaginación es Alfonso X, el rey Sabio, quien gobernó las tierras de los reinos de Castilla y de León, recientemente unificados en una sola corona, entre 1252 y 1284. Sus políticas en el terreno cultural quizás no tengan parangón con el resto de reyes coetáneos, siendo precisamente por su labor intelectual por la que es más conocido, de hecho, de ahí su sobrenombre. Sin embargo, es menos conocida su pretensión al trono del Sacro Imperio Romano Germánico.
Antecedentes
Cuatro siglos antes del nacimiento de Alfonso X, Carlomagno fue coronado emperador por el papa León III el día de navidad del año 800, de esta forma el Imperio carolingio se convertía en el heredero del Imperio romano (traslatio imperii). La disolución de este imperio franco provocó una nueva traslación del poder imperial, ahora el Imperio romano pasaba a manos del reino de Otón I (936-975). Nacía así el Sacro Imperio Romano Germánico. Entre el nuevo imperio y el Papado se abrieron una serie de conflictos que desembocaron en la formación de dos grupos políticos: güelfos (defensores del papado) y gibelinos (partidarios del Imperio). Dentro de esta pugna destacó la dinastía Hohenstaufen o Staufen, especialmente el emperador Federico II (1220-1250; también rey de Sicilia). Federico II fue excomulgado dos veces y se enfrentó en diversas ocasiones a lo largo de su reinado con los herederos de San Pedro. A su muerte se abrió un conflicto diplomático de carácter internacional por el trono imperial, que también contó con actuaciones militares, especialmente en tierras italianas.
Mientras tanto, en la península ibérica, en el siglo XI, el rey leonés Fernando I comenzó una tarea ideológica que sería continuada en los siguientes reinados. Este monarca se hizo ungir rex imperator, mientras que hijo, Alfonso VI multiplicaría la intitulación pasando ahora a ser imperator totius hispaniae (“emperador de toda España”). La idea de estos monarcas no era otra que la de ser nombrados emperadores de España, buscando la legitimidad de ser herederos del Reino visigodo, debiendo ser ellos quienes gobernasen todas las tierras cristianas de la península. Esta idea llega a su clímax durante el reinado de Alfonso VII el Emperador, aunque también llegó a su fin. No obstante, fue recuperada por Fernando III el Santo y, desde luego, influyó en Alfonso X cuando decidió buscar su candidatura al título de Rey de Romanos.
Alfonso X el Sabio
Regresemos a la Castilla del siglo XIII. En 1221 nació Alfonso X, hijo de Fernando III y Beatriz de Suabia. Su madre pertenecía a la dinastía Staufen, siendo nieta del emperador Federico I Barbarroja y hermana de Federico II, lo que otorgaba a su hijo la capacidad para presentarse como candidato a la corona imperial. Este sería su proyecto político más ambicioso, el conocido en tierras castellanas como “Fecho del Imperio” y que ocuparía dos décadas de su reinado (1256-1275).
Antes de entrar en el propio “Fecho del Imperio” tenemos que hablar un poco de la figura de Alfonso X. Durante su juventud recibió una gran educación tanto literaria como política, contando con treinta años de preparación para ser rey. Los debates que mantuvo con los juristas de la Corte le convencieron seguramente de que las instituciones del Estado castellano debían ser renovadas, siendo el rey Sabio quien marqué un antes y un después en la historia de Castilla. Su extensa obra legislativa es una clara expresión de la profunda renovación tanto legal como política que pretendía realizar. El jesuita Juan de Mariana en el siglo XVI consideraba que Alfonso “mientras estudia el cielo y observa los astros, perdió el reino”. Sin embargo, estas palabras no hacen justicia a la realidad que se vivió durante su reinado, tanto es así que muchos autores consideran que es Alfonso quien sienta las bases del Estado Moderno.
Su extensa obra legislativa y cultural fueron una clara expresión de la profunda renovación que pretendía realizar. De esta manera, el monarca castellano fundamentó su legitimidad en su línea dinástica, que hizo enlazar en su crónica Estoria de España con personajes míticos como Hércules, Eneas o el mismísimo Alejandro Magno. Pero, sobre todo buscó esta legitimidad asentando la idea de que él era el Vicario de Cristo en la tierra y que, por tanto, se encontraba por encima de todos sus súbditos y podía actuar de forma independiente al papado, pues este sólo podía encargarse de los aspectos espirituales y no de los terrenales, algo que es conocido como la Doctrina de las Dos Espadas.
El Fecho del Imperio
En 1250 falleció el emperador Federico II como ya hemos dicho, dando inicio una etapa de tensiones entre diferentes personajes e instituciones en su búsqueda del trono imperial. Una vez muerto el emperador, subió al trono su hijo Conrado IV, debiendo hacer frente a Guillermo de Holanda, que había sido nombrado anti-emperador por el pontífice para intentar derrotar a Federico. Mientras esto ocurría en tierras germanas, en Castilla había fallecido Fernando III en 1252 y su hijo Alfonso X fue coronado. La lucha entre Guillermo y Conrado no duró mucho, pues en 1256 los dos habían muerto y se abrió una etapa en la que se presentarían nuevas candidaturas.
Rápidamente los pisanos, firmes gibelinos, enviaron una embajada a Castilla para solicitar a Alfonso X su candidatura al trono imperial, preocupados por el auge del partido güelfo, que contaban con el apoyo de la familia francesa de los Anjou. La entrevista tuvo lugar el 18 de marzo en Soria, con una petición en la que se ensalzaba hasta el extremo la figura del monarca castellano y haciéndolo en nombre de “Pisa, toda Italia y casi todo el mundo”. Ante la solicitud, el rey se ofreció a prestar su apoyo enviando un cuerpo militar formado por unos 500 caballeros, que ayudarían a los pisanos en los enfrentamientos que mantenían con Florencia y Génova.
El año 1256 fue extraordinario para Alfonso. Junto a la propuesta de los pisanos consiguió situar bajo su influencia al Reino de Navarra y había llegado a un acuerdo de amistad con su suegro, el rey de Aragón Jaime I. En definitiva, de una forma muy sutil, Alfonso X se había convertido en la figura predominante del panorama político peninsular.
Todo parecía ir decantándose hacia la favorable elección de Alfonso X hasta que apareció un nuevo candidato: Ricardo de Cornualles, hermano del monarca inglés Enrique III. Por su parte, el Colegio de Electores, órgano que escogía al Rey de Romanos, estaba compuesto por siete miembros (cuatro laicos y tres eclesiásticos) se reunió en 1257 para votar, dándose una situación peculiar. Nos referimos a una doble elección, pues en enero decidieron nombrar a Ricardo con cuatro votos a favor, pero se reunieron unos meses después y eligieron a Alfonso, de nuevo con cuatro votos. Ahora requería que el pontífice ratificase su elección, pues de no ser así, nunca sería efectiva. Ricardo no aceptó la decisión del Colegio y viajó a tierras germanas, donde ante un numeroso grupo de notables fue coronado Rey de Romanos en Aquisgrán por el arzobispo de Colonia.
A pesar de esto, parecía haber factores favorables al castellano: contaba con el apoyo del rey francés Luis IX y al poco de su elección llegó una embajada desde Alemania para felicitar al rey. Sin embargo, como ya hemos dicho, su nombramiento efectivo dependía del mismo pontífice. Entre 1254 y1261 la tiara papal recaía sobre la cabeza Alejandro IV, quien mantenía buenas relaciones con Alfonso X, de hecho, fue gracias a su intervención por la que se le reconoció el título de Duque de Suabia. Ahora bien, Alejandro no estaba satisfecho con el apoyo de los gibelinos italianos con los que contaba Alfonso; especialmente de su principal aliado en Italia: Ezzelino de Romano, señor de la Marca de Trevisto y yerno de Federico II, considerado hereje por el papa. A la par, el pontífice se encontraba enfrentado con Manfredo Staufen, rey de Sicilia y gran defensor del sector gibelino, la aparición de este personaje en el sur de Italia provocó una disminución de la influencia alfonsina en todo el territorio italiano.
La candidatura imperial se complica
Un nuevo revés complicó los planes del rey Sabio. En 1259 los monarcas de Inglaterra y Francia, enemistados hasta el momento, firmaron la paz, por lo que a partir de ese momento la monarquía francesa se mantuvo al margen de la cuestión imperial. Alfonso había perdido el apoyo francés, al tiempo que volvían a llegar malas noticias a su Corte: Ezzelino da Romano, principal soporte militar de su causa en Italia, había fallecido. A finales de 1259, Alfonso X convocó Cortes en Toledo con la intención de conseguir los fondos que tanto necesitaba para llevar adelante su proyecto político. El monarca castellano requería dinero para obtener el apoyo de nobles alemanes que sustentasen su candidatura. Parece que la propuesta no encontró apoyo ni entre la nobleza ni entre los procuradores de villas y ciudades. Los tres estamentos consideraban que los elevados gastos a los que quería hacer frente el rey no aportaban ninguna ventaja económica para los reinos, mientras veían como la inflación se desbocaba.
Tras la muerte de Alejandro IV le siguió Urbano IV (1261-1264), al parecer el nuevo papa tenía como principal objetivo solucionar el conflicto entre ambos candidatos ejerciendo un arbitraje, pero murió demasiado pronto como para conseguirlo. Los sucesos comenzaban a precipitarse y todo parecía jugar en contra de Alfonso X. El mismo año de la muerte de Urbano tuvo lugar en Castilla la revuelta mudéjar y al año siguiente la vitola papal recayó en el francés Clemente IV (1265-1268), claro aliado de los Anjou y declarado enemigo de los Staufen. El nuevo papa invistió rey de Sicilia a Carlos de Anjou, lo que supuso la derrota y muerte de Manfredo Staufen al poco tiempo; mientras tanto, en Castilla la inflación seguía creciendo, minando progresivamente las aspiraciones imperiales.
La muerte de Clemente IV abrió un interregno pontificio, durante el que Alfonso se convirtió en el jefe del bando gibelino. En los albores de la década de 1270, el rey castellano tenía que hacer frente a la actitud cada vez más hostil de la nobleza castellana, mientras luchaba contra Carlos de Anjou. Fue en este momento cuando decidió intitularse, de forma puramente simbólica, como Dei Gratia Romanorum Rex Semper Augustus. Un año más tarde se puso en marcha lo que en tierras castellanas se conoció como la “ida al Imperio”, al tiempo que era elegido pontífice Gregorio X (1271-1272), cuya postura en el debate imperial era completamente contraria al rey castellano. Fue tal esta oposición que llegó hasta el punto de responder a una embajada castellana (1272) que Alfonso X no tenía ningún derecho sobre el trono imperial porque su elección no había sido válida. Ese año coincidió con la inesperada muerte de Ricardo de Cornualles, acontecimiento que animó al rey Sabio a seguir buscando su coronación imperial, ya que se había convertido en el único candidato vivo. Sin embargo, la situación era bastante más compleja, pues los nobles se rebelaban y rompían el vínculo vasallático que tenían. Alfonso comprendió que sería imposible la “ida al Imperio” si antes no resolvía los problemas con los nobles, algo que logró haciendo diferentes concesiones.
La situación empeoró en 1273, cuando fue elegido un nuevo candidato: Rodolfo I de Habsburgo, que inició la presencia de una nueva familia en la cúpula del poder imperial. Tras la elección, inmediatamente Gregorio X decidió reconocerlo como futuro emperador; esta decisión despertó la ira de Alfonso, ordenando enviar tropas a Italia, gracias a lo cual sumó a su causa a diversas ciudades italianas. Esta demostración de fuerza bélica amedrentó al pontífice, proponiéndole, en un tono bastante conciliador y refiriéndose al castellano como Rey de Romanos, una entrevista e invitándole al Segundo Concilio de Lyon.
Alfonso convocó Cortes extraordinarias en Burgos, donde quedaría patente la relación entre el rey y la nobleza en rebeldía. Alfonso quería financiación para ir hasta Lyon, la nobleza deseaba regresar a la situación legislativa anterior a los cambios alfonsinos. Las crónicas explican las quejas que presentaba la nobleza ante los gastos que suponían las aspiraciones imperiales del rey, argumentando que los súbditos las consideraban insoportables y que no aportaban ningún beneficio para ellos. El monarca consiguió enviar una embajada para solicitar la anulación de la elección de Rodolfo de Habsburgo, sin embargo, Gregorio X expresó al soberano castellano que debía desistir en su empeño, ya que sólo servía para debilitar a la cristiandad.
Alfonso hizo caso omiso al pontífice y puso rumbo al concilio. Tras un largo viaje, rey y pontífice se encontraron en mayo de 1275 en la ciudad francesa de Beaucaire. Durante aquella reunión el monarca castellano repitió los mismos argumentos que llevaba años esgrimiendo en su favor: su elección mayoritaria, ser el único descendiente de la dinastía imperial de los Hohenstaufen, su fidelidad al papado durante el conflicto entre papado e imperio y los servicios prestados al conjunto de la cristiandad en la guerra contra los musulmanes en la península ibérica. Todas estas ideas presentadas por Alfonso fueron respondidas con el simple argumento de que ya había tomado la decisión de coronar a Rodolfo como Rey de Romanos. El tiempo comenzaba a apremiar al rey, mientras se encontraba en Beaucaire llegó la noticia de un ataque benimerín contra las tierras al sur de Castilla; junto a ello el anuncio del fallecimiento de su primogénito Fernando de la Cerda. Alfonso no tuvo más remedio que aceptar la decisión de Gregorio y abandonar sus pretensiones imperiales.
¿Por qué Alfonso X el Sabio no pudo ser elegido emperador?
El fracaso del “Fecho del Imperio” pudo deberse a la compleja idiosincrasia del Sacro Imperio. Tampoco le fue favorable la situación en su propio reino al haberse enemistado con poderes nobiliarios, concejiles y eclesiásticos. Buen ejemplo de esta enemistad queda representada en su relación con la Iglesia, a pesar de ser un hombre de gran devoción religiosa, algunas de sus reformas “atacaron” ciertos privilegios de la Iglesia, lo que llevó a que algunos autores coetáneos lo llegasen a considerar el Anticristo. A esto hay que sumar las grandes cantidades de oro que necesitaba para conseguir la fidelidad de la nobleza alemana. Probablemente tampoco jugó en su favor que nunca visitase tierras germanas, al contrario de lo que hizo Ricardo de Cornualles. Finalmente, aunque no consiguió ser coronado, Alfonso nunca dejó de creer en sus derechos sobre la corona de Carlomagno, dejándolo patente al seguir usando la intitulación Rex Romanorum en determinadas ocasiones.
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