El vocablo italiano Arditi puede traducirse como «atrevido» u «osado», nombre tomado por un efímero conjunto de unidades de asalto del Regio Esercito destinadas, esencialmente, a la guerra de movimientos, a la infiltración y el sabotaje.
Estas míticas unidades de asalto surgieron ante la necesidad de romper con la guerra de trincheras, conclusión a la que también habían llegado los altos oficiales de otras fuerzas militares dando como resultado la formación de unidades de choque y asalto, introduciéndose conceptos como «tropa de choque», «shock trooper», «Stoßtruppen» y, cómo no, «Reparti d’assalto» que es donde, por excelencia, entran los «arditos» italianos. El término Arditi es muy popular en la tradición militar italiana e incluso en la occidental, puesto que hay infinidad de mitos y literatura en torno a estos fieros guerreros.
Según Reginaldo Giuliano, dominico veterano ardito de la Primera Guerra Mundial y ferviente nacionalista, la vocación del ardito recaía en el verdadero patriotismo, en su carácter impulsivo y audaz, en la expresión militar «maffia» que en términos generales sería «lucir hermosos y elegantes uniformes» ya que los arditos se distinguían por unas llamas generalmente negras, rojas o verdes de acuerdo a su procedencia (infantería regular, de los Bersaglieri, de los Alpini) y se relata, pues, que vestían con suéter, corbata y un atractivo cinturón que portaba la particular daga de los arditos.
A su vez esta vocación colindaba con la búsqueda de la gloria como un elemento romántico dentro de la juventud entusiasmada con servir a la nación y formar parte del cuerpo más aguerrido del Regio Esercito, la búsqueda de un privilegio o tratamiento especial como mejoría en el sueldo, en las raciones percibidas y beneficios de índole material.
Sucede que otros se unen por vocación así como por deber, mientras que también señala que por rehabilitación en tanto ingresaron muchos convictos, hay razones para pensar que pudo ser un batallón penal en proporciones menores si bien para 1917 hubo una prohibición de ingreso a los grupos de asalto para soldados anteriormente condenados, factor que desmiente que se haya tratado de un batallón penal. Aunque el Padre Giuliani, al final, se refiere a la presencia de desangradores, elementos aburguesados y personas con poca o nula moralidad (a las que él dice que no confiaría ni una patrulla) pero reconoce que aunque muchos de estos sirvieron por mero oportunismo, acabaron dando un servicio a la patria y formándose en la «escuela del sacrificio espontáneo».
Pero el aspecto más importante de estos hombres no eran solo sus motivaciones personales, su psicología y el pensamiento social que rodeaba al cuerpo sino que estaba en la naturaleza de sus funciones. Como grupo de asalto, solían tener un entrenamiento bastante ortodoxo y complejo frente a las exigencias comunes del Regio Esercito por lo que consta que a los Arditi se les entrenaba incluso en el esgrima por su predilección a las armas cuerpo a cuerpo, remitiéndose al clásico tratado de esgrima «Fior di Battaglia» del autor Fiore dei Liberi mientras que su equipamiento implicaba un cambio con respecto a las fuerzas tradicionales, en el sentido de que tenían que dirigirse a su propósito; sembrar el terror en las trincheras enemigas por medio de una brecha que pueda lograr el posterior avance de las tropas regulares.
El trío más común del Arditi era la daga (que en muchos casos solía ser una bayoneta reciclada), una docena de granadas de mano y una pistola pero no se puede hablar de un arsenal homogéneo por sus características de unidad de élite, en tanto muchas armas estaban disposición de los arditos.
El experimento inicial de los Militari Arditi dio como resultado equipamiento poco práctico para algunas de las funciones que asumieron y es aquí, por ejemplo, donde entran las corazas o armaduras de nombre Farina, de unos ocho y tantos kilogramos. A diferencia de las corazas alemanas destinadas a soldados guarnecidos, los Arditi acorazados salían a explorar y a hacer el trabajo de zapadores. Una mala combinación.
El Thévenot, una especie de granada-petardo, es famoso en la literatura de la Primera Guerra Mundial no por sus devastadores efectos físicos, sino por el efecto psicológico que generaba el estruendo de la granada, no tan común en las granadas de otros ejércitos que estaban destinadas, justamente, a causar el mayor destrozo posible.
La lógica del Thévenot era que el Arditi estaba entrenado para saltar una vez lanzada la granada y hecha la detonación con el objeto de aprovechar la momentánea distracción y los limitados daños de la granada, interviniendo ya sea con la pistola o el arma cuerpo a cuerpo que tuviere a disposición. Esta granada tenía un mecanismo ciertamente complejo, de manera que era susceptible a fallar pero suponía una ventaja porque el asaltante podía lanzarse con más seguridad, sabiendo que el radio de la granada no era tan amplio.
Huelga decir que hay una especie de disputa en torno a la granada Thévenot, puesto que no se sabe, a ciencia cierta, si es de origen realmente italiano o francés. Presumiblemente ambos países la producían, ya que que en el año 1921 surgió una con nombre Lafitte que tuvo amplio uso en el bando nacional durante la guerra civil española. A finales de la guerra, en 1918, los arditos adoptaron un modelo de granada mucho más funcional y menos susceptible de fallos, teniendo además un radio de acción mucho más grande.
Entre las armas de fuego estaba el clásico revólver Bodeo M1889 que aunque intentó ser reemplazado por la semiautomática Glisenti, se mantuvo como el arma de preferencia de los oficiales, suboficiales y tropas de reserva. Este revólver italiano de doble acción ofrecía la suficiente solidez y potencia de fuego como para hacerla, después de la Beretta 1915, la opción de las tropas Arditi. Sin embargo, la Beretta fue un revés dentro del Regio Esercito porque aunque no tenía gran potencia, era un arma semiautomática que servía bien durante las escaramuzas y los violentos movimientos de asalto e infiltración a las trincheras. Aportaba agilidad al ardito y, ante todo, le daba una cadencia de fuego considerable. Por esta razón, la Glisenti quedó abandonada por sus altos costos de producción, su nulo cargador y los problemas de diseño que la hacían propensa a pararse en los peores momentos.
Lo cierto es que las armas de una mano eran una buena opción para las rápidas faenas de estos soldados de asalto. Las tropas adjuntas a los Arditi que ejercían labores de vanguardia, ingeniería, artillería y demás, no teniendo que meterse en las duras refriegas de las trincheras, preferían una versión más corta del legendario Carcano M91 apodada «moschetto».
Pero dada la dificultad de recargar el arma una vez agotada la munición dentro de la trinchera enemiga, es donde la daga (elaborada a partir de dividir en dos la bayoneta «vetterli») toma lugar para rajar el cuello y apuñalar a los enemigos. No siempre era cuestión de dejarle el trabajo a la daga, se tiene conocimiento de armas cuerpo a cuerpo como el hacha tirolesa apodada «piccozino» que con la suficiente fuerza podía partir cráneos y rajar, teniendo principalmente un efecto contundente. El ardito gozaba de unos obvios privilegios a la hora de surtirse para las operaciones de asalto, el cuerpo gozó de fama tal que podía prescindir de los controles burocráticos de las intendencias militares.
Una muestra de su aguerrido carácter es la Batalla del Piave, donde avanzan para facilitar las acciones del Regio Esercito para tomar el Monte Grappa. Se relata una batalla dura contra los austrohúngaros donde a costa de más o menos 80.000 mil hombres caídos, Italia logra imponerse y vencer.
Ernst Hemingway, prolífico escritor y corresponsal de guerra británico, acompañaba al Regio Esercito para el momento en que asaltaban el Monte Grappa. El «soldato» Hemingway fue gravemente herido por un proyectil de mortero pero eso no le impidió salvarle la vida a un camarada herido, lo que le valió una condecoración nacional. No en vano, los acabó inmortalizando en su poco conocido poema de 1922 «Riparto d’Assalto», donde los recuerda como el orgullo de ese «frío y rígido» país.
Pero la historia de los Arditi no acaba con la victoria de la Entente Cordiale en 1918, ni con la desmovilización del cuerpo en 1920. Los hombres que alguna vez estuvieron motivados por un sentimiento nacional, por la sobreexplotada defensa de la patria y por la lucha contra los enemigos de la misma, fueron progresivamente marginados por sus gobernantes y, en la dura postguerra, sintieron en carne propia el desempleo, las heridas de guerra, el abandono familiar y hasta las terribles secuelas psicológicas de la guerra.
El fascismo toma forma en Italia, aglutinando todas las gestas nacionalistas y a incontables veteranos de guerra decepcionados, hasta que adquiere una fisionomía determinada y emprende una ofensiva política que lanza contra la monarquía, velando por la república, el anticlericalismo y la formación de un nuevo Estado, el Estado ético y totalitario.
Ciertamente el fascismo significó todo lo contrario como demostró el transcurso de los acontecimientos pero fue una rápida y seductora salida para quienes añoraban la camaradería de los años de la guerra, para los que sentían su patria traicionada y requerían de una revitalización nacional.
Los antiguos arditos se sumaron a esta cruzada nacional que implicaba el fascismo, de manera que fueron el mayor recurso humano de los «Camicie Nere» (MVSN) que marcharon en Roma. No obstante, los que más resuenan en la literatura política italiana de las entreguerras son los arditos de D’Annunzio a los que el revolucionario peruano Mariátegui llamaba sus «secuaces». Tanto los fascistas como los arditos de D’Annunzio compartían orígenes y la misma empresa nacionalista que pese a que D’Annunzio no era fascista, el fascismo sí era «d’annunziano». Este elemento político es, de hecho, lo que presionó a Italia para que entrara a la guerra contra Austria ante nostalgias imperiales.
Los arditos de D’Annunzio formaron el «stato libero di Fiume» cuando ya un año de finalizada la guerra, en 1919, entraron a la ciudad y se la arrebataron al Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. Establecieron su propia carta de porte corporativista (de donde podría extraerse la influencia el posterior fascismo como orden político) pero, al poco tiempo, con la entrada bonapartista de los fascistas al poder, Italia ocupó el Fiume y pasó a ser una provincia gobernada militarmente hasta que en 1924 se hizo territorio italiano.
Simultáneamente surgió el Arditi del Popolo, una organización antifascista que se opuso al auge de los fascistas y que significó un temporal contrapeso hasta el ascenso final del fascismo; tienen origen también en Fiume, siendo secciones de veteranos con afiliaciones en el anarquismo, sindicalismo, comunismo y demás.
El Fiume tuvo también un breve Partido Comunista sin claros objetivos trató de mantener contacto con la Komintern, en vano. Revolucionarios italianos de la época como Antonio Gramsci tildaban a todo este proceso como una «aventura».
Dejando atrás la desmovilización y la asimilación que tuvo en el fascismo, los Arditi culturalmente trascendieron como cuerpo de élite. Por un lado conforman ese nacionalismo nostálgico militarista pero por otro pertenecen a la tradición militar italiana, adaptando el nombre los Col Moschin, un cuerpo de paracaidistas, y los buzos militares de la Marina. Pero, en esencia, es un legado cultural más que uno militar, en tanto hay un proceso de transformación y evolución de más de un siglo. La guerra de trincheras y la guerra de movimientos forman parte del pasado pero parte de ese espíritu de audacia, desafío y rebeldía ha sido legado tanto en la Segunda Guerra Mundial como en las actuales Fuerzas Armadas de Italia.
Bibliografía:
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