Atila ha sido considerado tradicionalmente como uno de los guerreros más crueles y sanguinarios de toda la historia. Líder de los hunos, cabalgó miles de kilómetros y puso en jaque a lo que quedaba del decadente Imperio romano. Pero, ¿qué factores influyeron en la forja del legendario «azote de Dios«?
Origen de los hunos
Mucho se ha escrito sobre Atila, el implacable líder de los hunos que forjó un imperio que se extendía desde los Urales hasta el Ródano y que pasó a la historia como «el azote de Dios«. Aunque tuvo contemporáneos igual de crueles, fue Atila sobre el que recayó toda la fama de sanguinario. Incluso se llegó a mencionar una leyenda que narraba que por donde pasaba su caballo, ya no volvía a crecer la hierba. Tal era el miedo que provocaba su mera presencia que, en ocasiones, lo utilizaba como arma psicológica para evitar enfrentamientos y proclamarse vencedor antes de iniciar la batalla. Pero, ¿quién había detrás de esta figura tan temida? ¿Fue tan legendaria su crueldad?
No se sabe con seguridad el lugar de procedencia de los hunos. Se piensa que surgieron en las estepas de Asia central y estaban emparentados con los mongoles. Posiblemente fuese algún cambio climático el que propició su expansión hacia el continente europeo. Hacia finales del siglo IV d.C. se establecieron en la Dacia (actual Rumanía), en los límites del Imperio romano. Esta región había sido conquistada por el emperador Trajano en el siglo I d.C. si bien los romanos perdieron su control posteriormente. Los hunos eran excelentes arqueros a caballo y en esto basaban su estrategia militar. Sus primeros caudillos fueron Balamber y Uldín, aunque sería con Atila cuando alcanzaron su máxima expansión.
Aunque existían estas reconocidas figuras militares, la sociedad de los hunos no tenía reyes como tal. No se conocen excesivos detalles acerca de su organización. Lo que sí se sabe es que practicaban la poligamia y que los miembros de más alto rango disponían de una estricta etiqueta. También disfrutaban de algunos lujos como adornos de plata y oro, sedas, especias, bien adquiridos por intercambio o por acciones de pillaje, su método por excelencia. Se desconoce que religión profesaban o cual era su lengua. Es cierto que en el ideario popular, los hunos son en numerosas ocasiones imaginados como bestias arrasando sin piedad todo a su paso. Pero nada más lejos de la realidad.
Es cierto que a medida que avanzaban por Europa, hubo desplazamientos de población y no eran pocos los que huían temiendo por su vida. No obstante, los que decidieron quedarse en sus tierras, fueron respetados pues una parte importante de su economía se fundamentaba en la agricultura. Los hunos se convirtieron en una especie de aristocracia militar de los territorios invadidos y no tenían interés en practicar una política de tierra quemada que les hubiera ocasionado más perjuicio que beneficio. A grandes rasgos, estas eran las características que definían a este pueblo guerrero. En el momento en el que hicieron su aparición, el Imperio romano se hallaba muy lejos de sus tiempos de grandeza.
Atila, líder de los hunos
La fecha y el lugar de nacimiento de Atila difieren según las fuentes, aunque se sitúa hacia finales del siglo IV y principios del V d.C. en las llanuras húngaras. Su abuelo era Turda, jefe de uno de los principales clanes de la tribu. A este personaje le sucedería Rugila o Ruga, el primer líder de los hunos mínimamente conocido por las crónicas occidentales. Siendo un caudillo poderoso, extendió sus dominios hasta Europa del este y recibía tributos por parte del emperador romano de Oriente Teodosio II. Además también supo negociar con el Imperio romano de Occidente pues logró de sus gobernantes que los hunos se asentaran en la región de Panonia (Hungría).
Ruga tenía un hermano llamado Munzuk, quien a su vez tenía dos hijos, Bleda y Atila. A la muerte de Ruga en el 434 d.C. le sucedió su sobrino Bleda. Algunos afirman que el trono era compartido entre los dos hermanos, si bien otros defienden que al ser Atila el vástago menor, este ocupaba un puesto secundario en la jefatura militar. Su cuartel general se hallaba en la región de Bucarest. Esta época fue el inicio de la actividad de Atila, el cual participó en las reuniones con los emisarios procedentes de Constantinopla en las que consiguió doblar el cobro de tributos. A su vez, se logró sellar un tratado con el Imperio romano de Oriente en 435.
Pero a pesar de estas consideraciones, la paz se rompió en 441 cuando los hunos cruzaron el Danubio hasta llegar a Belgrado. Parece ser que la relación entre Bleda y Atila no era demasiado buena. El caso es que el hermano mayor murió en 443 por causas que se desconocen. Una teoría afirma que falleció como consecuencia de un accidente durante el transcurso de una cacería. En cambio, otra apunta a que Bleda fue asesinado por orden de Atila para hacerse con el poder absoluto. A mediados del siglo V d.C. sin nadie que le hiciese sombra, finalmente se alzó como el líder indiscutible de los hunos. Tal era su poder que amenazaba la integridad del Imperio romano de Oriente y de Occidente.
Al contrario de lo que podría parecer, Atila no salió del todo malparado en las crónicas de autores romanos. Olimpiodoro o Juan de Antioquía le atribuyeron un sentido de la justicia y de la clemencia, aunque también narraron algunos episodios truculentos. El personaje que más datos nos ha dejado sobre Atila fue Prisco, filósofo e historiador procedente de Pannio (Grecia) y embajador de Teodosio II. Una de sus descripciones fue la siguiente: «Un hombre digno y compasivo, modesto en sus hábitos y requisitos personales, cuya corte atrajo a hombres reflexivos procedentes de diversas naciones«. Desde luego, lejos de la imagen del hombre vil y sanguinario que acabó pasando a la historia.
El caudillo de los hunos comprendió que para ampliar sus dominios, necesita aprender de pueblos más avanzados. Por esta razón se rodeó de sabios consejeros, sin importar su origen. El más importante de todos ellos fue Orestes, cuyo hijo Rómulo Augústulo sería el último emperador romano de Occidente. Según el testimonio de Prisco, Atila era modesto y no gustaba de ostentaciones ni lujos innecesarios. Tampoco se trataba de un hombre inculto y sádico, sino que se piensa que tenía ciertos conocimientos de latín y gustaba de escuchar poesía. Por otro lado, la esclavitud era más llevadera en su territorio que en el propio Imperio romano. Tenía fama de negociador duro, pero no inflexible.
Según el historiador alemán Theodor Mommsen, el mayor logro de Atila fue el de unificar la autoridad sobre los diferentes clanes que componían los hunos. Además, debido a su carisma y dotes de liderazgo , se unieron a él otros pueblos como gépidos, ostrogodos o sármatas. En el 451, invadió la Galia y se enfrentó a las tropas del Imperio romano de Occidente. En esta ocasión no se trató de una operación de saqueo y pillaje, sino que se basó en el asedio de ciudades amuralladas como Orleans. A finales de junio de 451, tuvo lugar la gran batalla de los Campos Cataláunicos entre el ejército de Atila y el del general romano Flavio Aecio en coalición con los hombres del rey visigodo Teodorico I.
En este colosal enfrentamiento, se impuso Aecio aunque Teodorico I murió durante el combate. Los hunos se batieron en retirada sin ser perseguidos por sus enemigos, para sorpresa de Atila. Esta circunstancia fue aprovechada por el caudillo para arrasar Lombardía y llegar a las puertas de la mismísima Roma, donde tuvo lugar su trascendental encuentro con el papa León I el Grande. Esta reunión, ocurrida en verano de 452 y de la que se desconocen sus detalles, evitó el saqueo de la Ciudad Eterna por las huestes de Atila. Puede que influyera la escasez de víveres para el invierno que aquejaba a los hunos, la cercana presencia de otro ejército imperial o el pago de un nuevo tributo por parte de Roma.
Muerte de Atila y fragmentación de los hunos
En el año 453 d.C. Atila se encontraba en Hungría en circunstancias muy especiales, pues se iba a desposar con una cautiva de gran belleza llamada Ildico. El enlace matrimonial tuvo lugar en un palacio a orillas del río Tisza y significó un gran acontecimiento. Los hunos bebieron y comieron en abundancia en honor a su admirado jefe. No obstante, la dicha duró más bien poco. A la mañana siguiente, cuando sus hombres fueron a ver a Atila, se encontraron a Ildico acurrucada en un rincón y a su líder muerto en un charco de sangre. A pesar de esta escena, la causa de su fallecimiento no fue por asesinato sino por una hemorragia interna que le había provocado una asfixia.
Al conocer su pérdida, los hombres de Atila se cortaron el cabello y se hirieron con sus espadas de acuerdo a la tradición huna funeraria. Metieron el cuerpo del difunto en tres sarcófagos sucesivos (oro, plata y hierro) junto con un rico ajuar. Además, para evitar el saqueo de su lugar de enterramiento, eliminaron a aquellos que se encargaron de sepultarlo. Desaparecido el caudillo, el poder de los hunos se desmoronó y su extenso imperio se resquebrajó. Sus descendientes protagonizaron luchas internas que ocasionaron la puntilla final. Posiblemente esta frase de Prisco resumiría toda su vida: «Atila era un hombre nacido para conmocionar las razas del mundo». No le faltó razón.
Imagen de Atila
Atila trascendió a su época y se convirtió en uno de los líderes militares más admirados de todos los tiempos. Sin embargo, sobre él recae una espesa leyenda negra que lo acompañó durante más de mil años. Es de destacar que las descripciones más negativas no fueron las de sus coetáneos (algunos incluso lo respetaron) sino las realizadas a posteriori, sobre todo por parte de autores cristianos. Este rencor pudo haber sido debido en parte al hecho de que Atila no profesara la fe de Cristo. Su sombrío apodo, «el azote de Dios«, posiblemente se deba a una versión de Gesta Hungaroruma, obra anónima fechada en el año 1488.
Mucho más adelante, cuando en el marco de la guerra franco-prusiana (1870-1871) los prusianos invadieron Francia, el barón de Tocqueville los llegó a comparar con los hunos que en su día amenazaron la ciudad de Roma. Dependiendo del lugar, la imagen de Atila cambia considerablemente: en Francia e Italia es poco menos que un monstruo debido a sus campañas, en Alemania resulta un tanto indiferente y en Hungría curiosamente se le tiene casi como un padre de la patria. Lo que sí está claro es que el nombre de Atila permanecerá en los anales de la historia. Como curiosidad, el emplazamiento de su tumba sigue siendo un misterio para los más expertos.
Bibliografía
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Galán E., J. (2014). Historia del mundo contada para escépticos. Barcelona, Editorial Planeta.
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