«Barón, tu triste misión no apagó tu gloria»
Pocos son los participantes de guerras que son unánimemente reconocidos como héroes. El caso más destacado de la Primera Guerra Mundial es el de Manfred von Richthofen, más conocido como el Barón Rojo. Este personaje es quizá el piloto de combate más renombrado de todos los tiempos, cuya popularidad sigue asombrando en la actualidad. También es cierto que el romanticismo y las leyendas le han dado a la figura del célebre piloto una pátina casi mítica de la que ya es inseparable.
En la era de la aviación, con los primeros diseños y usos militares de los novedosos artefactos, los primeros pilotos de combate llegaron a alcanzar una fama e incluso una veneración semejante a la de los ídolos mitológicos. Sin embargo, las condiciones de vida de estos pilotos no eran precisamente favorables, ya que la mortalidad era elevadísima y la media de vida estremecedoramente breve. Por este motivo, la consigna más extendida en este entorno era “vuela rápido y muere deprisa”. Lo normal era que los pilotos fueran personas jóvenes, los cuales recibían un escueto adiestramiento y necesitaban mostrar gran capacidad maniobra con unos aviones más bien lentos. La formación de la aviación militar alemana fue la que mejor proveyó de entrenamiento básico a sus pilotos, lo cual tuvo evidentes efectos en los éxitos del combato aéreo.
En esta época comienzan a adquirir fama y carisma los ases. Entre los ases que destacaron en la aviación de la Primera Guerra Mundial se encuentran René Fonck de la Aeronáutica Militar de Francia con 75 victorias, Billy Bishop del Real Cuerpo Aéreo británico con 72 victorias, Ernst Udet de la Fuerza Aérea Alemana con 62 victorias o Edward “Mick” Mannock del Real Cuerpo Aéreo británico con 61 victorias. Pero el líder indiscutible de la lista es Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, de la Fuerza Aérea Alemana con 80 rotundas victorias en su haber.
Manfred von Richthofen nació en la Prusia oriental en la capital de Silesia, Breslavia, que actualmente pertenece a Polonia. Nació el año 1892 en el seno de una familia de la aristocracia terrateniente siendo el mayor de tres hermanos. El joven Manfred se alistó en la academia militar en el año 1909 y consiguió ser teniente del Primer Regimiento de Ulanos, perteneciente a la caballería prusiana que tiempo atrás alcanzó gran reputación. De hecho, Manfred estaba siguiendo los pasos de su padre, el cual también había servido en un Regimiento de Ulanos. No obstante, el mundo estaba cambiando, y con él, el tipo de guerra se transformaba con las nuevas tácticas bélicas que giraban en torno a las nuevas máquinas ametralladoras, las trincheras y las alambradas. La caballería, en la que ganó la Cruz de Hierro de segunda clase, se convirtió en una facción casi irrelevante del ejército. Posteriormente pasó a formar parte del servicio de intendencia del decimoctavo Regimiento de Infantería.
La reputación y el reconocimiento de la antigua caballería se habían trasladado a la novedosa aviación militar. Además, la producción de aviones empezó a elevarse desmesuradamente y las posibilidades estratégicas de combate que ofrecían estos aparatos hacían de los pilotos combatientes especialmente útiles y valiosos para el ejército. Por todos estos motivos Manfred decidió alistarse en 1915 en el Cuerpo Aéreo del Imperio alemán (Die Fliegertruppen des deutschen Kaiserreiches) que desde 1916 pasó a tener el nombre de Fuerza Aérea Alemana (Deutsche Luftstreitkräfte). Es llamativo que nuestro histórico personaje no sobresalió en la academia de aviadores y se llegó a examinar hasta tres veces para conseguir el título de piloto.
Las primeras operaciones aéreas que le encomendaron al inexperto Manfred von Richthofen estaban relacionadas con tareas de exploración en el frente oriental, por lo que se dedicó a fotografiar y a observar la zona. No es hasta su encuentro con Oswald Boelcke, influyente líder y estratega de los comienzos del combate aéreo, cuando se une a un escuadrón de caza. La relación que mantuvo con Boelcke determinó la trayectoria del futuro Barón Rojo. La admiración y respeto que Manfred profesaba por su mentor se mantuvo incluso después de superarlo en victorias. Boelcke formalizó las primeras reglas del combate aéreo e impulsó la potencia de las Fuerzas Aéreas alemanas.
Boelcke era el comandante del escuadrón Jagdstaffel Nr 2, más conocido como Jasta 2, y eligió a Manfred Von Richthofen para su unidad junto a otros pilotos que posteriormente se harían famosos. Manfred consiguió derribar su primer avión, un caza biplano francés Nieuport, en abril de 1916. Sin embargo, este derribo no fue confirmado. Su primera victoria oficial la logró el 17 de septiembre de 1916 derribando a un F.E.2b británico. A partir de entonces los éxitos se sucedieron: con su decimoprimera victoria derribó al as británico Lanoe Hawker y a principios del año 1917 reconocieron sus méritos con la Cruz Pour le Mérite, máxima condecoración de Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, Manfred quedó afectado ya que unos meses antes, en octubre de 1916, Boelcke murió al chocar con otro avión de su misma unidad en un dog fiht (combate aéreo cerrado).
Después de convertirse en el lugarteniente más cualificado del Jasta 2, Manfred consiguió ser comandante del Jasta 11 en 1917, el cual fue conocido como el “circo volante” por los colores llamativos de los aviones que lo formaban. En este escuadrón recibió el sobrenombre de Barón Rojo, pues hizo pintar su avión con ese vistoso color para infundir miedo a sus enemigos al saber a quién se enfrentaban. En abril de 1917 el temido Barón Rojo consiguió 20 victorias y el Jasta 11 89 en total. Los ingleses no tardaron en poner precio a su cabeza, nada menos que 5.000 libras. El Barón Rojo fue el encargado de dirigir la JG 1 (Jagdgeschwader 1) compuesta por cuatro escuadrones Jastas: 4, 6, 10 y 11. Dicha unidad derribó a 644 aviones enemigos y sólo perdió 56 propios. Un dato curioso es que el último comandante de la JG 1 fue Hermann Göring, quien también fue miembro del Jasta 11.
En julio de 1917 una bala alcanzó su cráneo pero no consiguió matarlo ni alejarlo de su función de piloto de combate. Su última misión, la número 58, la realizó el 21 de abril de 1918, un día después de su octogésima y postrera victoria. La mañana del 21, cuando se encontraba explorando zonas próximas al río Somme, un escuadrón de aviones Sopwith Camel interceptó al suyo. Durante el incidente Manfred von Richthofen recibió un impacto mortal de una bala que le atravesó el cuerpo hiriendo sus pulmones, corazón, hígado, vena cava y arteria aorta. No se sabe con exactitud si el disparo vino del capitán Roy Brown, a quien se le suele atribuir la hazaña, o de la artillaría antiaérea australiana que disparaba desde tierra. En cualquier caso, el gran Barón Rojo fue abatido.
La mayoría de las victorias del Barón Rojo las alcanzó con el avión biplano de caza Albatros D.II, pero la imagen más representativa es la del triplano Fokker Dr.I que adquirió después de su lesión craneal. Se trataba de un avión lento pero ágil con una veloz capacidad de ascenso. Al final de su vida consiguió doblar las 40 victorias de su idolatrado mentor Boelcke.
Uno de los rasgos que más destaca del Barón Rojo, y por lo que más es conocido allende su pericia con el avión, fue que el cumplimiento de su cometido bélico siempre lo llevó a cabo con respeto al prójimo y con dignidad. El Barón Rojo fue “uno de los últimos caballeros del aire y paradigma encarnado de aquellos paladines medievales que se batieron con honor frente al enemigo”[1]. Incluso en la guerra hay crímenes y, por tanto, también leyes, reglas y honor. Es innegable el horror y el crimen que supone la guerra misma, sin embargo, dentro de ella es posible combatir con dignidad. El Barón Rojo se ha convertido en el paradigma de la caballerosidad, no obstante, no faltan las opiniones que lo consideran un depredador despiadado con los enemigos.
Su entierro se realizó con la solemnidad debida y con todos los honores que corresponden a un héroe militar. El último dato que da muestra de la grandeza y del respeto del piloto alemán es que incluso sus propios enemigos y adversarios de combate rindieron los debidos homenajes al insigne “señor de las nubes”. Sus propios contrincantes le dedicaron el siguiente epitafio: “Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz”.
Bibliografía
Cebrián, J. A. Pasajes de la historia. Ed. Booket. 2009: España.
Richthofen, M. von. El avión rojo de combate. Ed. Macadán. 2013: Granada.
[1] Cebrián, J. A. Pasajes de la historia. Ed. Booket. 2009: España. Pág. 540.